Las aspas de un ventilador sonaban, platos de porcelana chocando entre ellos, una gaseosa siendo servida, burbujas, burbujas subiendo por un vaso que era llenado con refresco de cola, el fuego de una estufa, un sartén que friendo patatas, aceite hirviendo, voces fuertes, las órdenes de un chef a sus pinches, son casi gritos, ellos están concentrados, ojos clavados en otra orden, son diez, quince pescados a la plancha, ese platillo es la especialidad de la casa, el sonido de una caja registradora, se acaban de meter varios billetes y ahora mismo otro cliente acaba de pagar con su tarjeta de crédito. En siete minutos más serán las dos de la tarde, eso marca el celular de un obrero que acaba de entrar, está sudado y viene con otros compañeros, llegan riendo y pidiendo un par de cervezas, aún queda tiempo para salir de su labor, su jefe le pedirá explicaciones, al más alto y calvo de ellos le suda un huevo, hace demasiado calor.
La gente deambula frente al restaurante, hay un semáforo a varios metros de la entrada. Ya han pasado tres minutos, Káiser los contó, el cuarto empezaba su cuenta regresiva, lo hacía detrás de sus pensamientos, como un cronometro imaginario, se concentraba de tal manera que ignoró una gota de sudor que se dejaba caer en su frente. Miró a Levi, había comido mucho, casi demasiado, pero lo hizo de manera elegante, siempre había tenido modales, nunca manchaba sus ropas por más salsas que le pusiera a su comida.
―Es como una princesa amazona... ― Susurró.
―¿Disculpa? ―le respondió, luego le dio un sorbo su bebida.
Él solo movió su cabeza negando levemente, nuevamente empezó a enumerar los segundos, ya casi era el momento, en un minuto exactamente, el bufete de abogados que estaba cruzando la calle empezaría su hora de comer, los oficinistas, los abogados de segunda clase y las secretarias saldrían en grupo, contaba unas diecisiete personas en su totalidad, miró hacia la derecha, un hombre de overol bebía una cerveza y un otro tipo alto llamaba por teléfono, reía fuertemente, era alguien social, amigable, apostaba todo su tercera cuenta bancaría que vendrían más personas de su círculo en los siguientes diez minutos, volvió a escucharlo decir un chiste, recalculó, vendrían en los siguientes cinco.
―Estoy satisfecho ―dijo Kaiser―, ¿Sabes una cosa? De niño jugaba por estas calles.
―¿A qué jugabas? ―Levi se ponía de pie mientras llamaba a los hermanos Thompson con la mano.
―Al escondite.
Ambos intercambiaron miradas, entonces se escuchó una campanilla, varias personas entraban al establecimiento.
Salir del lugar fue una tarea difícil, no solo un numeral considerado de personas entraron al restaurante, sino que las calles empezaron a llenarse todavía más, como cardúmenes, la gente se movía en una especie de serpenteo que cruzaba el centro de la ciudad. En un grupo infinito, gente alta, gente de color, gente apresurada, el pasar en una aglomeración así no era común, la razón era el sitio y la hora, en especial por las avenidas por donde pasaban. Káiser estaba por delante, la chica pelirroja lo mantenía agarrado frente a él para no perderlo de vista, sus perseguidores los seguían de cerca. Su marcha de alguna manera era ordenada, los tres policías estaban bien entrenados y sabían manejarse en la muchedumbre, debía actuar con delicadeza, fuerte y veloz sin que se dieran cuenta, el joven daba giros microscópicos, un pequeño movimiento de hombros que hacían notar a Levi por cuál calle ir. Ella confió en él, dio gracias a algún ser cósmico porque la chica siguiera sus leves instrucciones, primero los dirigió al este, luego al norte y pasando por una oficina de correos siguió derecho. Era cuestión de tiempo, sabría por donde estaría más concurrido.
Hasta que dio un giro, pero esta vez más brusco, más ágil. Vio venir a una mujer que traía un perro consigo, un espécimen enorme de una raza desconocida, su correa era verde y dirigía al animal frente a ella, hacía que el espacio entre ella y la siguiente persona fuese suficiente. El rubio dio un paso a la derecha en el momento justo, jaló a la oficial y logró que ambos entraran a un callejón realmente pequeño.
Ese pasillo llevaba a un lote baldío que colindaba con un almacén abandonado, las imágenes se reprodujeron en un flahseo en su psique, el chico la tenía frente a él, su movimiento al parecer la sorprendió pero no en su totalidad. Ella lo veía a los ojos, estaban tan cerca que podía sentir su respiración, Levi se mantuvo en calma, luego miró a su derecha y confirmó sus sospechas, había sacado el control remoto y lo puso casi frente a él ¿Cuándo hizo eso? Su velocidad seguía siendo increíble. Amenazando con presionar, el chico susurró.
― Espera... ―Dijo este.
Y la joven pudo mirar como ambos hermanos pasaron el callejón sin darse cuenta de su presencia, uno de ellos parecía confundido e intentaba localizarlos entre el gentío, si ambos se movían rápido quizás los perderían, solo era cuestión de seguir recto y llegar al almacén abandonado.