Otro día, otro dólar... la delincuencia iba en aumento por alguna extraña razón, quizás nuevos mafiosos acababan de llegar a la ciudad o tal vez sólo era el número de psicópatas creciendo desmedidamente, lo cierto era que la desaparición de personas, sobre todo mujeres, iba en aumento. Los periódicos tapizaban su primera plana con rostros y listas de desaparecidos, pilas de documentos llegaban a su escrito listos para ser examinados. Testimonios, hallazgos, intentos de secuestro, denuncias, expedientes de delincuentes y más. La torre amenazaba con desplomarse si no era disminuida pronto. De solo pensarlo Levi sentía un palpitar en la sien, pero siempre trataba que toda aquella marea pesada de trabajo no interrumpiera las escasas horas de tranquilidad que tenia por las mañanas antes de llegar a la oficina.
Como era de esperarse había ascendido un poco, ya no se encargaba de los parquimetros y áreas verdes, ahora recaía más responsabilidad sobre sus hombros, hombros que a veces se pongan tensos. Levi se masajeó un poco el hombro con la mano izquierda mientras esperaba delante de la cafetera, mentalmente llevaba la cuenta regresiva hasta que un pitido le hizo saber que su bebida caliente estaba lista. Al mismo tiempo se escuchó un maullido desde la habitación continua, Vaina estaba hambriento y venía a reclamar lo suyo. El gato apenas entró busco los pies de la oficial para enredarse en ellos cual serpiente, dejando unos cuantos pelos en el perfecto uniforme de Levi. Ella suspiró y antes de servirse café buscó llenar el recipiente de su gato. El pienso cayó como una cascada, cascada que era música para los oídos de Vaina. Hubo otro maullido, esta vez de alegría antes de ser silenciado. Después sólo hubo crujir. Levi tomó la tostada que recién emergía de un brinco y tomándola con la punta de los dedos la llevó a su boca para atraparla con los dientes. Estaba caliente, así como la taza que humeaba en sus manos. Era otro día de desayuno rápido. Comió en silencio y apenas terminó levantó todo con cierta obsesión dejando todo limpio.
Sí, la consideraban un poco rara por tener un tic con el orden, lo perfecto. Eso era un rasgo muy bueno para un oficial de policía. Quizás por ello Shikinami se había vuelto un vertedero de trabajo, era allí todo mundo depositaba las tareas que nadie quería realizar, los casos difíciles, los sinsentidos, los carpetazos que volvían a abrirse. Su obsesión por el trabajo le habían convertido en un brillante elemento y posiblemente foco de la más injusta explotación laboral. Aún así era de pocas quejas, tampoco se confundan, no era del tipo de personas positivas que creen que todo va a salir bien. El trabajo era un objetivo, uno que debía ser eliminado poco a poco. La cordialidad y la amabilidad como habilidades humanas necesarias para la interacción, la interacción como un requerimiento para alcanzar el objetivo y aun para mantener la paz. Paz social.
Levi se acomodó la corbata y tomó el saco para colocarlo sobre sus hombros. Era hora de irse.