Skye D.
Escritor y rolero.
Capítulo 1
Un barco surcaba las tranquilas aguas que separaban las islas del Archipiélago del Dragón, al Noroeste de la gran masa de agua que ocupaba el centro del globo conocidas como el Mar Central. La nave había partido de una de las islas principales, Cuerno de Dragón. El archipiélago tenía cientos de pequeñas islas, muchas de ellas sin nombre y despobladas. La quilla cortaba la superficie del mar como una cuchilla bien afilada y las velas blancas hinchadas por el viento impulsaban al veloz barco hacia su destino. Era pequeño, aunque con suficiente capacidad de almacenaje para dedicarse al transporte de mercancías, que estaba tripulado por drakens. Estos furrs vivían en el Archipiélago del Dragón y se decía que estaban emparentados con los dragones, aunque no se parecían en nada a aquellas antiguas criaturas que asolaron el mundo en la antigüedad. Los dragones eran enormes bestias escamosas, andaban a cuatro patas y tenían gigantescas alas membranosas. Sus colmillos y garras eran formidables, pocas armas lograban atravesar la armadura de sus escamas y devoraban toda la magia que encontraban a su paso. El capitán del barco era un draken adulto, uno de los pocos que sobrevivieron a la terrible epidemia que azotó el archipiélago diez años atrás. Darroc era un draken de pelaje avellana, con el pelo castaño oscuro, el mismo color le bajaba por la columna y se iba aclarando hacia la cara, el pecho y el vientre. Tenía una cicatriz en el lado izquierdo del rostro y un parche negro le tapaba el ojo del mismo lado. Más que un honrado capitán parecía un pirata, y en más de una ocasión lo habían confundido con uno. Llevaba la ropa típica de los marineros drakens, pantalones anchos y un chaleco sin mangas, aunque algunos tripulantes usaban taparrabos en vez de pantalones. Estaba sobre la cabina de popa, con los brazos cruzados mientras el timonel, a su lado, manejaba el timón del Marí, que era como Darroc había bautizado a su barco. Una vez más la mirada del draken se dirigió hacia el joven pasajero que había aceptado llevar en su viaje a Escama del Dragón, una de las pequeñas islas centrales del Archipiélago. El nombre del joven era Toru, un draken azul, y estaba peligrosamente inclinado fuera del barco. Se encontraba subido sobre el mascarón de proa, mirando hacia el horizonte esperando ver aparecer la isla de un momento a otro; la espuma del mar rociaba la cara del chico, al que no parecía importarle. En uno de los brincos que dio el barco, Toru estuvo a punto de precipitarse al mar y el capitán empezó a maldecir entre dientes, bajando los escalones que llevaban a la parte superior de la cabina. El resto de los marineros, todos muy jóvenes, recién cumplida la mayoría de edad, lo miraron pasar y sonrieron divertidos, pues sabían que el capitán Darroc era un buen furr aunque pareciera un gruñón; lo vieron plantarse con las piernas separadas y los brazos cruzados, mirando hacia el mascarón donde estaba encaramado el otro.
—¡Grumete! ¡Creo que dije que no te quería ver fuera de la cocina!—Gritó al draken, que se volvió algo sobresaltado, sonriendo, deslizándose del mascarón y aterrizando de pie junto a él.
Los drakens no eran muy altos, los machos rara vez superaban el metro cuarenta y las hembras el metro treinta. Pese a ello eran rápidos, ágiles y más fuertes de lo que su corta estatura podría hacer pensar.
—Lo siento capitán Darroc, estoy impaciente por desembarcar. Quería ver si ya se veía la isla.—Explicó.
Toru tenía los ojos azul cobalto y su pelo, revuelto por el aire, era del mismo color; al igual que todos los drakens el pelaje de la columna era del mismo color y se iba aclarando hacia la cara, pecho y vientre. Iba vestido con un taparrabos de piel blanca y un chaleco de cuero sin mangas.
—¡Te dije que no llegaríamos hasta la tarde, con suerte! —Le recordó con un gruñido, señalando la portilla que llevaba hacia las cocinas. —Hicimos un trato, no te cobraría nada por el pasaje si trabajabas como ayudante del cocinero. ¡Ahora vete a preparar la comida de la tripulación! —Ordenó, alzando un puño amenazante.
Toru sonrió un poco y esquivó al capitán, procurando no ponerse al alcance de uno de sus capones y se dirigió hacia la cocina, deteniéndose un momento, mirando hacia el horizonte.
—¡Y no te subas más al mascarón! ¡Si te caes tendrás que hacer el resto del camino a nado! —Lo amenazó el capitán, resoplando ofuscado mientras el chico bajaba las escaleras, escuchándose como terminaba por bajar los últimos metros rodando por ellas. —¡Diablos, ¿porque me meteré en estos líos? —Se preguntó a sí mismo, agitando la cola con molestia y dirigiendo su vista hacia donde sabía que de un momento a otro se vería el perfil de Escama del Dragón.
Toru era un furr de palabra y ayudó en la cocina, la tripulación se turnaba para comer; pero después de la hora de la comida se escuchó al vigía anunciar que ya se divisaba tierra y ansioso se dirigió de nuevo al mascarón, donde el capitán Darroc lo observó con el ceño fruncido, pero incapaz de enfurecerse con el joven y animado draken, que desde hacía unos días había ayudado y animado el barco. Tenía una energía y un espíritu que le recordaban a él mismo de joven, de modo que lo dejó disfrutar de la vista durante un rato hasta que finalmente se acercó a él.
—En una hora tomaremos tierra, mejor que vayas a prepararte para desembarcar, no te quiero en mi barco más del tiempo estrictamente necesario. —Dijo con un gruñido, molesto, cruzándose de brazos.
—Claro capitán ahora mismo.—Respondió Toru divertido, pues había averiguado que solo se comportaba así cuando se preocupaba por alguien de verdad o eso había aprendido en los días que llevaba navegando con el irascible draken.
Tras asegurarse de coger todas sus pertenencias y de colocarse su espada de madera a la cadera izquierda, subió a cubierta y esperó ansioso la hora de desembarcar. La espada, pese a ser de madera, estaba marcada con unas runas mágicas grabadas a fuego, lo que la dotaba de una gran resistencia, pudiendo detener incluso el filo de una verdadera espada, aunque resultaba de escasa utilidad si se tenía que cortar con ella. Colocando la mochila contra la zona vertical de las barandas que impedía que los marineros cayeran por la borda, subió de un salto al pasamano y se agarró a unas de las cuerdas de las jarcias, mirando como llegaban a una isla cubierta por un denso bosque. Estaban entrando en una pequeña cala natural, donde había un desembarcadero. Tal como le había estado contando el capitán Darroc, Escama del Dragón no era una isla grande, el puerto contaba con dos o tres almacenes para guardar las mercancías que tenían que salir o que llegaban al puerto. Los drakens del puerto solo llevaban taparrabos y en la aldea, que estaba en el interior, no usaban ropa. Toru se sorprendió un poco por aquella información, pero ya había escuchado otras veces que en las islas más pequeñas aquello era habitual, pues sus habitantes tenían cosas más importantes en las que gastar el dinero, como en comida, que debía traerse desde el continente o las islas de mayor tamaño; en vez de gastarlo en algo tan trivial. Además, al ser el clima estable todo el año se podía vivir perfectamente sin vestimentas, incluso en época de lluvias. Una vez más, el capitán se había acercado a él y se puso a su lado con las piernas separadas y los brazos cruzados.
—¿Ya has acabado? —Preguntó con un gruñido, agitando la larga cola. La cola de los drakens ayudaba a mantener el equilibrio y podían usarla para darse un mayor impulso. –Espero que hayas dejado todo recogido en la cocina. —Toru se volvió sonriendo.
—Por supuesto capitán Darroc, no podía irme de su barco sin cumplir con mi trabajo. Después de todo hicimos un trato. —Respondió, bajando de un salto de la barandilla y apoyando la mano en la empuñadura de la espada de madera.
—Bien. —Asintió, moviendo nervioso los dedos sobre una pequeña cajita de madera en forma de cubo, que terminó por tenderle con un gruñido. —Ten esto, podría serte útil, tengo varias docenas y me sobra una.
—Vaya capitán, no sabía que le cayese tan bien como para que se declarase… —Lo siguiente que se escuchó fue el fuerte capón que le sacudió en todo lo alto de la cabeza. Quejándose, Toru se frotó el chichón que estaba seguro le iba a salir, tratando de aguantarse unas lagrimillas que luchaban por brotar. —No es alguien muy dado a bromas, ¿verdad? —Dijo abriendo la cajita, viendo que en el interior había una pequeña gema amarilla.
—Es una gema de luz, basta con que la agites y empezará a brillar durante un buen rato… —Explicó Darroc ignorando sus quejas.
—Gracias capitán. —Respondió sinceramente, volviéndose al escuchar gritar a los marineros que se preparaban para desembarcar en el puerto, donde ya bullía una gran actividad ante la llegada del navío.
—No se merecen. —Aseguró cruzándose de brazos y encogiendo los hombros. —Cuídate chico, sea lo que sea que hayas venido a hacer en esta isla perdida de la mano de los dioses. Me quedaré un día en el puerto mientras descargan las mercancías y cargamos las que tenemos que transportar de vuelta. —Darroc se le quedó mirándole un momento, viendo que guardaba la cajita de madera en la mochila, finalmente sacudió la cabeza. —No te quedes mirando embobado a las hembras, ¡o te sacarán los ojos! —Bromeó, dándose media vuelta, empezando a gritar órdenes a los marineros. El chico se volvió a sonreírle divertido por las voces que daba para poner orden con las que trataba de disimular que estaba emocionado.
Toru estaba en plena juventud, con quince años le faltaba uno para ser considerado un adulto dentro de los cánones de su raza, que era bastante longeva. Esperó impaciente a que el timonel atracara en el largo desembarcadero para saltar desde la barandilla a las tablas del puerto, alzándose orgulloso e impaciente por ponerse en marcha, ignorando las miradas curiosas que le lanzaron los trabajadores del puerto, que estaban asegurando la embarcación.
—¡Eh, grumete!—Resonó la voz del capitán Darroc por encima del bullicio que se había empezado a formar alrededor del Marí. Toru se volvió a mirar hacia la procedencia de la voz.—¡No te metas en líos o me obligarás a ir en tu busca! —Le gritó el capitán que se había subido sobre la barandilla del barco y observaba como empezaban a descargar la mercancía por unos largos tablones que hacían las veces de pasarela.
Toru rio alzando la mano, recibiendo los gritos de despedida de toda la tripulación y adentrándose en la isla, escuchándose la voz del capitán Darroc dando órdenes a los marineros para que se apresurasen a descargar la mercancía, ya que todos tenían ganas de pasar una noche en tierra.
Un joven draken púrpura se encontraba en una playa de arenas blancas de la isla, era uno de los tantos pescadores del lugar, y limpiaba los peces que había capturado aquel día. Junto a él había un gran bumerán con los bordes metálicos y runas mágicas grabadas a fuego en la madera. Era el único de la isla que usaba dicha herramienta para pescar, y no redes o cañas como el resto de los pescadores. Su pelo era de color púrpura y le bajaba por la columna hasta la punta de la cola, al igual que el resto el color se iba aclarando por los costados hasta la zona de la cara, el pecho y el vientre que eran de un violeta muy claro. Sus iris eran de un color rojo, algo que probablemente intimidaba a quien se lo encontrara cara a cara. Tenía dieciséis años y no llevaba ropa, pero tampoco le era muy necesario, pues los machos drakens no tenían los genitales por el exterior del cuerpo, sino en el interior, marcándose la zona con un ligero abultamiento. Destripaba y limpiaba los peces en un cubo lleno de agua con un afilado cuchillo, silbando una cancioncilla contento, pues ese había sido un buen día de pesca para él.
—¡Jaru, hermano! ¡Traigo noticias! —Gritó una repentina voz a sus espaldas, sobresaltándolo, estado a punto de rebanarse un dedo.
Se volvió a mirar sabiendo de quien se trababa, era su hermana, Kayrin, una draken de trece años y pelaje rosa. El rosa del pelo y la espalda era intenso, mientras que el del vientre, pecho y cara eran de un suave rosa claro. Sus ojos eran de un hermoso color verde y al igual que todos los drakens de la isla no llevaba nada de ropa, su pelaje ya era de por sí una hermosa vestimenta.
—Bueno, ¿qué noticias traes? —Preguntó sonriendo, pues su hermana siempre le contaba cualquier cosa por muy insignificante que fuera, como la vez que vio una hermosa y extraña flor entre las rocas de un claro que había antes de llegar a lo profundo del bosque, al cual tenían prohibido entrar, pues se decía que estaba maldito.
—¡Un forastero! —Anunció orgullosa, esperando sorprenderlo, apoyando las manos en las caderas.
—¿Bueno y qué? Vienen muchos forasteros al puerto…—Murmuró con tranquilidad, ajeno a la cara de decepción y fastidio que ponía la hembra.
—¡Ya lo sé! —Exclamó ella, dando un fuerte pisotón y apretando los puños enfadada. —¡Si solo fuera eso no te habría venido a decir nada! Lo que pasa es que han visto al forastero dando un rodeo al pueblo y dirigirse directamente al Bosque Prohibido. —Esta vez sonrió satisfecha al ver como su hermano se volvía para mirarla sorprendido.
—¡Qué locura! ¿Y nadie lo ha detenido o le ha explicado la situación? Quizás no sepa las historias... —Comentó, dejando un momento el pescado y volviéndose hacia ella, viéndola negar con la cabeza.
—No lo sé, pero deberíamos ir a buscarlo Jaru, ¡quizás necesite ayuda! —Le pidió, juntando las manos y lanzándole una de sus miradas suplicantes.
Jaru sintió como aquellos ojos verdes se clavan en lo más hondo de su alma y tubo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada para darle la espalda.
—¡No! ¡Ni hablar! No vamos a ir a ese lugar. —Respondió sin mirarla, pues sabía que de hacerlo sería su perdición. —Estoy seguro de que siendo un draken ha oído hablar de las ruinas malditas del Bosque Prohibido. Será otro forastero que viene en busca de tesoros que no existen, por desgracia creo que no lo volveremos a ver en Escama del Dragón. —Aseguró continuando de espaldas a ella, haciendo temblar a la draken de indignación. —Y te prohíbo terminantemente ir. —Ordenó, adelantándose antes de que ella abriera la boca para protestar.
La escuchó gruñir furiosa y dar un pisotón en el suelo, lo siguiente que notó fue como uno de los pescados de los que había estado limpiando lo golpeaba en la nuca, casi tirándolo de bruces al suelo. Al volverse sorprendido, frotándose con una mano, la miró alejándose indignada agitando la cola alzada. Suspiró pesaroso y siguió limpiando los peces, pensando que sería mejor darle algo de tiempo para que se calmara.
Un par de horas después, Jaru volvía de la playa cargando con el bumerán a la espalda y con una ristra de peces en ambas manos. La cabaña en la que vivía, se encontraba algo apartada del pueblo, cerca de un pequeño río que salía de alguna parte del centro de la isla, que estaba coronada por un antiguo volcán inactivo. Lo bueno de aquel lugar era que el padre de Jaru había descubierto un depósito de aguas termales que fluían cerca de la casa y había construido unas termas. No eran las únicas de la zona, pero eran privadas pues en el pueblo había unas grandes termas comunales. El chico se sorprendió cuando vio que la luz de la pequeña caseta de la terma estaba apagada al igual que la de la cabaña, de la que tendría que salir la luz de las velas por las ventanas y el humo por la chimenea. Un terrible presentimiento le recorrió la columna y aceleró el paso, abriendo la puerta de golpe, dejando caer los pescados en un poyete de la cocina.
—¡Kay! ¡Kayrin! —Gritó echando un vistazo a las dos habitaciones de la pequeña cabaña, y comprobando, que tal y como temía, su hermana no estaba.
Maldiciendo entre dientes se aseguró de que el bumerán estuviera bien sujeto a su espalda y echó a correr, saliendo de la cabaña y dirigiéndose al centro de la isla, al Bosque Prohibido.
Toru por fin había llegado al lugar indicado en el mapa de su padre y revisó una vez más otro mapa de la isla Escama de Dragón que tenía en las manos y comparó la marca esculpida en la columna tumbada ante la que estaba. Del antiguo templo que debería haber allí apenas quedaban unas ruinas cubiertas de musgo y enredaderas. Asintió con la cabeza enrollando el pergamino y lo metió en el largo tubo de madera pulida que había sacado de la mochila, le puso el tapón de rosca y buscó con la mirada una entrada al templo. Vislumbró algo entre una densa cortina de enredaderas, guardó el tubo de los mapas en la mochila y se dirigió al lugar, al apartarla con una mano comprobó con satisfacción que había una entrada. Era como una boca abierta, trozos de musgo colgaban del techo como dientes podridos de una bestia y el olor que salía del lugar le hacía lagrimear. Sin darle importancia, sacó la gema de luz que le había regalado el capitán Darroc y se adentró en las ruinas del antiguo templo dedicado a un dios olvidado.
Toru alzó la gema de luz en alto para iluminar el oscuro camino. Llevaba más de dos horas en aquella penumbra, soportando aquel maldito hedor que parecía provenir de un lodo espeso y verdoso que cubría la mayor parte de paredes, suelos y techos. Se detuvo en una intersección, donde comprobó uno de sus mapas a la luz de la gema, asintió para sí y buscó un trozo de roca que no estuviera cubierto por aquel lodo que rezumaba de las grietas y junturas de los bloques de piedra. Tras marcar el camino, siguió andando, llegándole el lodo a la altura de los tobillos, y pensando que jamás volvería a recuperar el olfato. Tenía que ir con mucho cuidado, pues ya se había topado con un par de pasillos en los que el techo se había derrumbado y otros tantos que estaban a punto de colapsar debido al lodo y a las raíces de las plantas que se habían abierto paso hasta el interior de las paredes del templo. Un sonido a su espalda hizo que se llevara la mano libre a la empuñadura de su espada de madera y alzara la gema en dirección al ruido, pero al ver caer unos fragmentos de piedra de una pared, chasqueó la lengua con fastidio. Se había llevado un susto de muerte. Sacudiendo la cola con incertidumbre, sujetó la gema de luz con la mano izquierda, desenvainando la espada con la derecha y caminó con cuidado de donde ponía los pies, ya que había sentido un par de veces algo deslizándose bajo el lodo, pasándole entre las piernas.
—Este lugar me pone de los nervios…—Murmuró, hablando consigo mismo, sintiendo que necesitaba oír su propia voz para darse ánimos. Vio una arcada de piedra y sonrió, pues aquello era indicativo de que estaba llegando al punto de las ruinas que le interesaba. —Bien, la sala del altar debe estar cerca… —Hubo un fuerte ruido que resonó a su espalda y que le hizo dar un salto en el aire.
Empezó a escuchar unos gemidos escalofriantes que llegaban amplificados debido a los largos pasillos del templo. Una sombra oscura se movió fuera del alcance de la gema de luz y Toru retrocedió de espaldas, con la espada delante de él.
—¡Alto! ¡¿Quién…?! – Antes de que pudiera terminar la frase, sintió como el suelo fangoso cedía bajo sus pies y cayó a un oscuro vacío. Su cuerpo pareció quedarse suspendido un segundo en el aire, antes de que lo engullera la oscuridad.
Toru escuchó una voz que lo llamaba en la sombras, no reconocía la voz y tampoco le importaba mucho, cada vez que intentaba escapar de la oscuridad donde estaba su conciencia, sentía un terrible dolor en la espalda que lo dejaba casi sin respiración y lo hacía caer de nuevo. Sintió entonces como unas manos se posaban suavemente sobre su pecho, escuchó de nuevo la voz susurrando palabras suaves y tranquilizadoras. Un agradable calor empezó a recorrerle todo el cuerpo, provocándole un cosquilleo suave y estimulante que le ayudó a superar aquella oscura barrera de dolor que le hacía caer en la inconsciencia. Con un gemido abrió los ojos, viendo la imagen borrosa de una draken rosa inclinada sobre él. La luz de la gema brillaba en alguna parte cercana, poco a poco la visión se le fue aclarando y distinguió las facciones de la draken que estaba arrodillada junto a él, con las manos posadas sobre su pecho, susurrando una oración. Era la imagen más hermosa que había visto nunca, sintió como su corazón daba un fuerte pálpito cuando la hembra abrió los ojos, revelando un hermoso color verde, mirándolo con intensidad y algo de miedo.
—Hola, no te preocupes, me llamo Kayrin y soy sanadora. Has tenido una caída muy fea. —Le explicó con una dulce sonrisa, aunque sus ojos denotaban preocupación. —Esto te va a doler… por favor aguanta. —Le pidió en voz baja y suplicante, volviendo a cerrar los ojos con fuerza.
Justo cuanto Toru iba a abrir la boca para preguntarle qué ocurría, sintió un chasquido en la espalda y le sobrevino el dolor más atroz que jamás hubiera sentido. Notó como la oscuridad de la inconsciencia volvía a apoderarse de él y la boca se le llenaba del sabor a bilis. Asustada, Kayrin escuchó como el draken lanzaba un fuerte gemido de dolor y su cuerpo volvía a quedar totalmente relajado al perder la consciencia, pero no podía detener la comunión con la diosa, pues sentía que le prestaba especial atención. Nunca había sentido la presencia de Alhaz con tanta intensidad como en aquel momento, pensó que quizás era debido a la urgencia de la situación. Tras varios minutos, notó que la sensación de plenitud, de sentirse imbuida por el poder de la diosa, se iba desvaneciendo, dejándola agotada y con las piernas temblorosas, aunque por suerte seguía arrodillada junto al chico inconsciente. Estaban en un pasillo semiderruido del laberinto que había dentro del propio templo, el lodo les llegaba por los tobillos, aunque ahora tenía cubierta las piernas al haberse arrodillado y el draken estaba casi empapado por completo, teniendo solo limpias la zona del pecho y la cara. Preocupada porque el joven macho no recuperaba la consciencia, acercó la oreja hacia su rostro para asegurarse que seguía respirando, le apartó la cara del lodo levantándosela un poco, tomándolo por las mejillas y tras la nuca. El chico despertó con un sobresalto, volviendo inconscientemente el hocico hacia el de la hembra y ambos se encontraron.
Toru despertó sobresaltado, sintiendo como unas suaves manos lo tomaban por las mejillas con delicadeza y le giraban el rostro, entonces recordó la caída y como algo crujía en su espalda provocándole un terrible dolor. Ahora que había recuperado de nuevo la consciencia, lo primero que vio ante él eran aquellos hermosos ojos verdes, mirándolo muy de cerca y con gran sorpresa, observó como las mejillas de la hembra se encendían con un furioso color rojo, como avergonzada o enfadada. Toru frunció el ceño sin comprender lo que pasaba hasta que se percató de que sus hocicos estaban en contacto en un beso. Con un grito de sobresalto se apartó de ella un poco, incorporándose hasta quedar sentado.
—Lo siento much… —No le dio tiempo de terminar de hablar cuando Kayrin se puso a gritarle y a abofetearle repetidamente la cara.
Cuando quiso darse cuenta de lo sucedido, estaba de nuevo tumbado de espaldas y le ardían las mejillas.
—¡Pervertido! ¡Pervertido! ¡Pervertido! ¡Mi hermano tenía razón, todos los forasteros son unos pervertidos!—Le gritaba ella, que se había apartado unos metros, poniéndose en pie y señalándole con un dedo acusador.
Toru tardó unos segundos en recuperarse, aun así, cuando consiguió incorporarse de nuevo, le seguían ardiendo las mejillas.
—¡¿Pero qué te pasa?! ¡Ha sido sin querer! —Se quejó, empezando a ponerse en pie, sintiendo las piernas temblorosas, pero sin notar ningún dolor, excepto en la cara.
Con disgusto comprobó que tenía casi todo el cuerpo cubierto de aquel apestoso lodo, que parecía haberse metido has por dentro de sus ropas.
—¿En… en serio? ¿No eres un pervertido? —Preguntó Kayrin desconfiada, mirándolo un poco apartada.
El macho le devolvió una mirada irritada, sacudiendo la cola.
—¡Claro que no! Yo soy un draken honrado, yo nunca te hubiera besado. Por cierto, me llamo Toru.—Dijo pasándose las manos por el cuerpo para eliminar la mayor parte del lodo, por lo que no pudo ver la mirada furiosa que le lanzaba la hembra, que se disponía a a abrir la boca para replicarle.
Pero justo en aquel momento el macho lanzó un grito, empezó a quitarse el chaleco rápidamente, lanzándolo lejos y una criatura serpentina de color negro se deslizó de la maraña de ropa enlodada y se sumergió en la masa de lodo verdoso. El draken sintió como le recorría un escalofrío por la espalda.
—¿Estas bien? —Le preguntó ella, que tomó la gema de luz que estaba sobre una roca, olvidando la réplica que le iba a hacer. La luz se reflejó en algo metálico en el antebrazo derecho de Toru.—Vaya, que brazalete tan bonito. —Observó con admiración.
—Yo no tengo ningún brazale… —Las palabras se apagaron al dirigir la mirada al brazo derecho y ver que tenía un brazalete asido al antebrazo.
Estaba cubierto de lodo, pero se distinguía un metal oscuro, con una filigrana de metal más claro que formaba algún tipo de dibujo y una medio esfera de color blanco y betas azules engarzada en el centro. Asustado empezó a revolverse y a intentar quitarse el brazalete con la otra mano, pero no era capaz de ver ningún cierre por ninguna parte, era como si el brazalete hubiera sido soldado perfectamente en torno a su antebrazo.
—¡Esto… esto no es mío! —Gruño el chico con un jadeo, dándose por vencido, mirando con reticencia el brazalete.
—Pues lo tenías cuando baje a ayudarte, la gema estaba brillando un poco. —Le indicó la hembra señalando el techo.
Toru trató de mirar, alzando la gema de luz que había dejado caer, sobre la roca que sobresalía del lodo. No llegaba a ver el agujero por el que había caído, pero sí veía raíces y lianas que colgaban del techo. No había rastro de cascotes excepto por uno o dos fragmentos más grandes, el resto los habría cubierto el lodo. Calculó que si no hubiera sido por dicha capa de lodo, seguramente se habría matado, pues incluso los drakens, con su fuerza, agilidad, velocidad y resistencia, tenían un límite y una caída como aquella podría haberlo matado.
—Ya veo. —Respondió con una mueca volviendo a mirar preocupado el brazalete. —Yo… no te he dado las gracias como es debido. —Toru hizo una respetuosa inclinación. —Muchas gracias por tu ayuda, sin ti seguro que hubiera muerto. —Su mano se dirigió a la cadera izquierda, hacia la empuñadura de su espada, pero ésta se cerró en el aire.
Recordó con un sobresalto que la estaba empuñando al caer y se giró bruscamente antes de que ella pudiera responderle, mirándolo extrañada, ladeando la cabeza.
—¿Qué sucede? —Le preguntó con aquella mirada de extrañeza.
—¡Mi espada! ¡No está!—Respondió caminando un poco, mirando por todas partes e introduciendo una mano en el lodo apestoso, esperando encontrarla por el tacto. —Es una espada de madera que me regalo mi padre. —Le explicó preocupado, alejándose un poco seguido por la hembra.
—No te preocupes, te ayudaré a buscarla. —Dijo Kayrin, que se adelantó un poco y metió con asco una mano en el lodo. Tanteando, su mano dio con una superficie dura, cilíndrica y suave. —¡La encontré! —Exclamó dando un tirón para sacar lo que había encontrado.
Toru, que se había vuelto hacia ella lleno de alegría, se quedó paralizado mirando con ojos desorbitados lo que sostenía la draken en la mano y retrocedió un paso asustado. Kayrin, al ver la cara que ponía, se encogió aterrada y lentamente giró la cabeza hacia lo que tenía en la mano, viendo nada menos que un brazo, o más bien los huesos de un brazo. Lanzó un tremendo chillido soltando los huesos y lanzándose hacia Toru, abrazándose a su cuello. El draken casi cayó de espaldas al abrazarla y miró como los huesos volvían a hundirse en el fango, haciéndole poner una mueca de asco. Entonces sus ojos detectaron un reflejo y estrechó la mirada, viendo que su espada había caído sobre un montón de huesos. Con cuidado indicó a Kayrin que lo soltara. Ella se apartó algo reticente, siguiéndole y casi pisándole los talones. Tomó la espada mirando los viejos huesos amontonados, entre los que distinguía una extraña calavera, que estaba seguro que no era de un draken. Tras buscar también su mochila, se la echó a la espalda con pesar, estaba totalmente cubierta de lodo, pero esperaba que el interior siguiera intacto pues la mochila era de un material impermeable, además de llevar algunas runas mágicas, para fortalecerla e impedir que el agua entrara.
—¿Estás bien? —Le preguntó algo preocupado al verla aún un poco pálida, mirando con ojos desorbitados hacia los huesos. Ella asintió muy rápido con la cabeza y se apresuró a ponerse a su lado. —Bien, es mejor que sigamos adelante. —Miró a ambos extremos del pasillo. —Si seguimos por aquí llegaremos a una sala amplia, luego solo tendremos que buscar unas escaleras que nos lleven al piso superior, desde allí creo que seremos capaces de encontrar el camino de vuelta. —Le explicó, intentando aparentar seguridad para tranquilizarla. Kayrin le sonrió un poco, y ambos comenzaron a caminar por el lúgubre pasillo.
Tal como recordaba Toru del mapa, el templo tenía varios pisos y todos construidos de forma similar. En la antigüedad todo aquello estaba sobre la superficie, y el Archipiélago del Dragón formaba parte de un continente más grande que se había hundido bajo las aguas, aunque otros decían que se había formado por islas volcánicas. Tras cruzar una arcada, llegaron a una amplia sala, la gema de luz brillaba con intensidad en aquella oscuridad y podía verse el techo abovedado, de grandes bloques rectangulares desde los que colgaban largas lianas o raíces. Algunos bloques se habían desprendido y podía verse la luz de la luna entrar por aquellos grandes agujeros, lo que indicaba que aquella sala ocupaba dos o tres pisos de altura según pudo calcular, bajaron unos escalones para llegar al nivel del suelo de aquella sala. Kayrin bajó pegada a él, mirando nerviosa en todas direcciones.
—Si algunas de esas plantas llegan al exterior, podrías usarlas para salir. —Indicó el draken azul acercándose a un grupo de lianas bajo la cual se había formado un gran charco de agua cenagosa.
—¿Tu no vas a venir? —Preguntó sorprendida, pues le había dado a entender que no iba a ir con ella.
—No, yo tengo algo que encontrar en este lugar. —Le explicó, tratando de alcanzar las lianas más bajas. Cuando tomó una, dio unos cuantos tirones pero al tercero se desprendió con un chasquido y cayó. —Por cierto, aún no me has dicho que haces en este lugar. —Dijo Toru frunciendo el ceño y buscando alguna otra liana que le ofreciera más resistencia.
Kayrin bajó la mirada algo avergonzada, intentando inútilmente eliminar el lodo de su pelaje.
—Bueno… Soy de la aldea. Escuché que un forastero se había adentrado en el Bosque Prohibido, supuse que vendrías a las ruinas. —Respondió, observando los intentos frustrados del chico por encontrar una liana resistente. Todas parecían podridas y por las zonas rotas segregaban una sabia de color oscura y maloliente. —Quería advertirte para que no entraras, es un sitio muy peligroso. — Aseguró, tapándose la nariz ante el olor que desprendían las plantas.
Toru se detuvo bruscamente y se giró lentamente, volviéndose hacia ella y estrechando la mirada.
—Entonces, ¿has sido tu quien hizo todo ese ruido y me hizo caer? —Kayrin apartó la mirada nerviosamente, pero antes de que pudiera responder un fuerte sonido los hizo volverse sobresaltados hacia una zona en sombras.
Los dos permanecieron en tensión, Toru con la espada presta ante él para atacar o defenderse, y Kayrin procurando ponerse cerca de él, buscando su protección, pero lo suficientemente alejada para no entorpecerle si tenía que usar la espada. Toru apretó los dientes, iba a ser la primera criatura a la que se enfrentara realmente. Hasta entonces había tenido un duro entrenamiento, practicando día y noche con la espada, no solo contra los postes de madera con los que su padre se entrenaba en el patio de casa, sino buscando contrincantes por su pueblo, incluso retando a todos los forasteros que llegaban en los barcos y aceptaban su desafío. Aquello hizo que desarrollara técnicas con la espada de todas partes del mundo, principalmente del continente de Raito, de donde provenían la mayoría de los barcos. Esperaba que ese entrenamiento diera sus frutos en aquel momento. Una forma bípeda, cubierta de ramas y lodo, apareció en una de las franjas de luz que entraban por el techo, Kayrin dejó escapar un chillido y Toru se lanzó al ataque. El ser se paró en seco, alzó las viscosas manos en señal de rendición y se tiró al suelo, pasándole por encima la espada de madera de Toru, que se quedó parpadeando sorprendido por la reacción del monstruo. El ser se levantó, arrodillado y agitando las manos en el aire, balbuceando algo incomprensible. Sin dejarse convencer, Toru alzó de nuevo la espada para acabar con el monstruo de lodo, pero entonces Kayrin saltó hacia él.
—¡Espera! ¡Creo que es mi hermano! —Gritó, apresurándose hacia el ser arrodillado, empezando a quitarle el lodo y las ramas de la cara. Tras unos segundos el rostro de Jaru quedó al descubierto. —¡Jaru! ¿Pero qué haces aquí? ¿Qué te ha pasado? —Preguntó preocupada al ver un feo chichón en la frente de su hermano.
—Estoy bien Kayrin. —Respondió él, tratando de que se calmara un poco. —Vine a por ti y cuando estaba buscando la entrada, el suelo cedió bajo mis pies y caí en un charco fangoso. —Explicó con un gesto de asco. —¿Cómo se te ocurre adentrarte en estas ruinas? ¡Sabes que están malditas! —La regañó, poniéndose en pie, eliminando todo lo que podía del lodo que lo cubría.
Ella lo miró apenada, retrocediendo y agachando la mirada triste. Jaru resopló con enfado, su hermana siempre lo hacía sentir culpable y su mirada se volvió hacia Toru, que miraba tranquilamente a los dos hermanos.
—Todo esto es por tu culpa. ¿Por qué has tenido que venir a causar problemas? —Preguntó enfadado, llevando una mano por encima de su hombro izquierdo, cogiendo el agarre del gran bumerán de madera que llevaba a la espalda.
Toru no se amilanó y alzó la barbilla.
—¡Yo no he pedido que me siguierais ninguno de los dos! ¡Ni siquiera os conozco! —Replicó, alargando la mano hacia la empuñadura de su espada de madera, dispuesto a luchar en aquel mismo momento.
—¡Parad los dos! —Ordenó Kayrin interponiéndose entre los machos y lanzando una mirada furiosa a su hermano, que murmuró algo para sí mismo y retrocedió un paso, sacudiendo la cola furioso. —Toru, este es mi hermano Jaru, perdona su actitud, suele preocuparse mucho por mi. —Le explicó, volviéndose hacia su hermano. —Anda, deja que te cure ese chichón. —Dijo acercándose a él.
Jaru la vio cansada y ojerosa, como si hubiera usado una gran reserva de su energía sanadora.
—No, no te preocupes, estoy bien, salgamos de aquí. —Indicó, buscando una salida. No muy lejos vieron una entrada distinta por la que habían llegado a la sala. —Cuando caí creo que escuché un silbido, no sé qué era, pero me dio mala espina. —Informó, lanzando una furiosa mirada a Toru, que lo ignoró y guardó la espada en el cinturón de su taparrabos, dispuesto a acompañarlos un trecho, pues aquello parecía una forma en la que los dos hermanos salieran de aquel lugar.
Quería asegurarse de que se ponían a salvo mientras que él seguía explorando el templo, pues estaba seguro de que en algún lugar encontraría algo que le diera una pista del paradero de su padre, convencido de que las respuestas se encontraban en aquel antiguo mapa.
Cuando empezaron a subir aquellos escalones que los llevaría a un pasillo superior, quizás del que había caído la primera vez Toru, escucharon un sonido metálico tras ellos, seguidos de un silbido. Los tres se volvieron al mismo tiempo y vieron como una espada reluciente, que reflejaba la luz de la luna procedente de los huecos del techo, se dirigía a ellos a toda velocidad. Dando un grito al unísono salieron a correr terminando de subir los pocos escalones que los llevaban hasta el pasillo, empezando a correr todo lo deprisa que les permitían sus piernas, mientras que Kayrin llevaba la mano alzada para iluminar el camino con la gema de luz.
—¡Ese es el mismo ruido que escuché cuando caí por el techo! —Gritó Jaru que corría delante, echado un vistazo hacia atrás, llevando el bumerán cargado a su espalda, sujetándolo con una mano por uno de los asideros que tenía en los extremos.
Toru había agarrado la mano libre de Kayrin para ayudarla en caso de necesidad, mientras que su otra mano sostenía la espada. La draken rosa mantenía la gema alzada, para iluminar el camino, pues no querían volver a caer por el agujero como por el que cayó Toru. Al llegar a una intersección, Jaru siguió corriendo hacia delante.
—¡No Jaru, por ahí no! —Gritó Kayrin, girando la izquierda en una intersección, siguiendo a Toru.
Jaru frenó bruscamente y miró a su espalda, poniendo el bumerán ante él temiendo que la espada lo alcanzara, pero esta torció siguiendo a Toru y a su hermana, les lanzó un grito de advertencia.
—¡Kayrin, cuidado! —Gritó echando a correr hacia donde se habían dirigido los otros dos.
Al llegar a la intersección, los vio levantarse del suelo y echar a correr de nuevo hacia él. Jaru se quedó parpadeando sin comprender que hacían hasta que vio que la espada venía disparada hacia donde estaban. Lanzó un gruñido y se corrió hacia ellos. Cuando ambos le pasaron a los lados, se frenaron en seco y lo miraron confuso. Jaru puso el bumerán delante de él y lo clavó con fuerza en el suelo de piedra haciéndolo crujir. Kayrin tuvo el terrible presentimiento de que la espada voladora atravesaría limpiamente el bumerán de madera.
—¡Jaru, no! —Gritó tratando de alcanzar a su hermano para que se tirase al suelo.
Con un gruñido, Toru también corrió hacía el draken púrpura sacando su espada de madera para tratar también de bloquear el arma voladora. De repente, hubo un tremendo crujido, el suelo tembló bajo sus pies y cedió, cayendo todos a un oscuro vacío. Toru lanzó un grito de frustración al volver a verse en aquella situación, dirigió su vista hacia arriba y vio pasar la espada silbando por encima de ellos. Notó que caía en la oscuridad, y como su cuerpo chocaba con los fragmentos de piedra. Kayrin gritaba aterrada y Jaru la llamaba tratando de alcanzarla inútilmente. Un trozo de piedra golpeó en la cabeza a Toru, que con un gemido de dolor sintió como su visión se oscurecía y caía de nuevo al mundo de la inconsciencia. Cuando recuperó el sentido no sabía cuánto tiempo había estado desmayado, pero se encontraba colgado indecorosamente cabeza a abajo, con lianas y raíces enroscadas en torno a su cintura y la cola. Escuchó unos gritos de Kayrin y al volver la mirada, vio como luchaba inútilmente por liberarse, también atrapada como él. Jaru estaba igual, pero él estaba cortando las raíces con su afilado bumerán, logrando liberarse y cayendo a un gran charco de lodo que había bajo ellos. Toru divisó su espada de madera no muy lejos, enredada con las raíces y tras alargar una mano con esfuerzo, logró asirla e intentó cortarlas pero le resultó imposible. Con un suspiro vio salir a Jaru del lodo, tosiendo y limpiándose la cara lo mejor que pudo, sacando el bumerán y sacudiéndolo para eliminar la mayor parte del lodo.
—¡Jaru, date prisa! —Le gritó Kayrin que estaba a más altura que Toru, hecha un lío con las raíces.
El draken púrpura sacudió la cabeza negativamente.
—Antes voy a soltar a Toru, él te cogerá cuando caigas. —Explicó al tiempo que cogía impulso y lanzaba el bumerán con fuerza.
Toru apenas tuvo tiempo de prepararse, pues el lanzamiento lo cogió por sorpresa ya que daba por hecho que primero liberaría a la hembra. El bumerán pasó por encima de él cortando las raíces, soltando aquel apestoso líquido negruzco. Algunas lanzaron chasquidos y latigazos al ser cortadas. De hecho justo cuando comenzaba a caer, una le dio un fuerte azote en el trasero que le hizo lanzar un grito de dolor y caer de bruces al charco de barro, saliendo de este maldiciendo entre dientes y quitándose el lodo de la cara. Podía escuchar las risas contenidas de los dos hermanos y al lanzarles una furiosa mirada se contuvieron. Jaru ya tenía el bumerán en la mano y tras carraspear un poco, volvió a lanzar su arma. Le hizo falta un par de lanzamientos, pues pese a tener los bordes metálicos no estaba demasiado afilado y algunas raíces eran muy gruesas. Con un grito, Kayrin cayó al vacío, aterrizando en los brazos de Toru, que a pesar de estar preparado acabó de culo en el barro con la hembra encima. Ella se levantó rápidamente y le ofreció la mano para ayudarlo.
—Muchas gracias. —Agradeció, caminando para salir del charco, dirigiéndose a una zona seca de losas de piedras, cubiertas de polvo. —Espero que no te duela mucho el trasero. —Le miró divertida, con un brillo travieso en los ojos, ayudándolo a salir del lodo.
Jaru no pudo evitar sonreír a su hermana, tratando de quitarse toda la suciedad posible de encima.
—Sí, muchas gracias, ya no me duele. —Aseguró Toru, molesto, aunque realmente le dolía donde le había dado el latigazo la raíz.
Salió frotándose un poco disimuladamente y colocándose el taparrabos, el cual estaba deseando quitarse para darse un baño pues era una sensación muy desagradable el tenerlo lleno de lodo. Tras coger la espada que había soltado y sujetarla en el cinturón, miró alrededor. Por suerte Kayrin había conservado la gema y con ella podían iluminar un gran círculo de luz a su alrededor, aun así no llegaban a ver el alto techo, del que colgaban las raíces, y tampoco alcanzaban a ver las paredes. En los lugares donde había raíces y lianas colgando, se habían formado charcos de aguas turbias y lodosas. También podían ver gigantescas columnas de piedra que subían hasta perderse en la oscuridad y que sostenían todo el peso del templo, o al menos aquello pensó Toru, pues calculaba que con tanto caer a través de los debilitados suelos habían llegado al último piso, que en su momento habría sido el primer piso, antes de que el templo acabara engullido por la tierra y la maleza.
—Y ahora, ¿cómo salimos de aquí? —Preguntó Kayrin preocupada, mirando a su alrededor. Entonces estrechó la mirada y señaló con un gesto. —¿Habéis visto? —Preguntó emocionada, echando a correr hacia un punto de la inmensa sala.
Los dos chicos se apresuran a seguirla. Al principio no sabían que era lo que había visto, pero justo cuando Toru iba a abrir el hocico para preguntarle a donde iban, vio una pálida luz blanca justo delante de él, y a los pocos minutos distinguieron la forma rectangular de un altar de mármol blanco. Al principio Toru pensó que un rayo de luz de luna se filtraba por algún lado, pero pronto se dio cuenta de que la luz parecía provenir de las propias piedras. Kayrin se detuvo justo delante del altar, conteniendo el aliento. Tras unos segundos se adelantó y se arrodilló, juntando las manos y empezando a orar a la diosa.
—Es un altar muy antiguo. —Comentó Jaru, acomodando el bumerán en su espalda, sujetándolo por uno de los asideros retráctiles que se recogían cuando el bumerán era lanzado. Subió unos peldaños de mármol hasta el altar y tras inclinar la cabeza y murmurar unas plegarias, se paró delante de la piedra, acariciando un extraño símbolo que había en el frontal. —No reconozco este símbolo. —Indicó, mirando hacia su hermana, que se levantó tras murmurar unas últimas palabras y se acercó a mirar.
—Yo tampoco. —Respondió extrañada, rodeando el altar.
Al pasar por uno de los laterales vio la figura exquisitamente tallada de un pegaso, la figura era muy parecida a la que se usaba para representar a Alhaz, una unicornio y diosa de la luz, pero al fijarse mejor se dio cuenta de que aquel pegaso estaba tan bien hecho que se distinguía perfectamente que era un macho y no una hembra. Frunció el ceño realmente extrañada, moviendo la cola pensativa tras ella.
—¿Qué pasa? —Preguntó Toru, que había subido los peldaños y se había puesto a curiosear el lugar sin pararse a rezar unas palabras o una oración respetuosa ante el altar.
—Es extraño, todas las representaciones que he visto de la diosa, eran de una unicornio hembra y sin embargo este es otra criatura, un pegaso un macho. —Explicó con una mueca de extrañeza, pasando respetuosamente las yemas de los dedos por la figura del pegaso.
Todos escucharon un repentino y extraño sonido en la inmensidad de la oscura sala y buscaron nerviosos con la mirada en todas direcciones. Un fétido olor inundó el lugar provocando que los ojos de los tres empezaran a lagrimear. Algo se arrastró en la oscuridad.
—Bien, todo esto es muy interesante pero tenemos que salir de aquí. —Los apremió Toru nervioso, sujetando su espada y haciendo señas a los dos hermanos para que se pusieran en marcha. —Allí hay otra luz, quizás sea una salida. —Dijo indicando la dirección, mirando preocupado a su alrededor, pues el olor era cada vez más intenso y el sonido parecía acercarse hacia donde estaban ellos.
Los dos hermanos se apresuraron a bajar los escalones que llevaban al altar y se dispusieron a echar a correr hacia donde había señalado Toru, pero apenas se habían alejado unos metros del lugar, cuando un estremecedor grito gorgoteante los hizo detenerse y volverse a tiempo de ver como la luz que emanaba del altar iluminaba un gigantesco ser de lodo. La criatura tenía al menos cuatro metros de altura y era una enorme masa viscosa y compacta de lodo, raíces y lianas, del que salía una gran protuberancia que podría identificarse como la cabeza. Se distinguían dos grandes ojos que brillaban con luz amarilla y tenía un corte irregular debajo de estos, similar a una boca, de donde había salido aquel estremecedor sonido. Los tres compañeros se quedaron paralizados de asombro y el ser se detuvo al verlos, como si también se sorprendiera de la presencia de los drakens. Un instante después la criatura se lanzaba hacia ellos, unas raíces salieron disparadas, moviéndose a gran velocidad por el aire y el suelo. Los tres lanzaron un grito y huyeron del ataque, esquivándolo de un salto. Toru y Jaru pudieron rechazar las raíces con sus armas, el bumerán de Jaru las cortaba, haciéndolas retroceder con un chasquido, expulsando el apestoso líquido negro que ya habían visto. La espada de Toru no lograba cortarlas, pero las runas mágicas de protección del arma parecían afectar de alguna manera al monstruo, pues las raíces retrocedían retorciéndose y humeando, era como si el contacto del arma las abrasara. Cuando Toru se disponía a advertir los dos hermanos para que retrocedieran, un aterrador grito resonó en sus oídos. Cuando se giró, vio como un grupo de raíces alzaban a Kayrin en el aire. Los dos machos no vieron como las raíces habían avanzado por un charco de lodo cercano, dando un rodeo y cogiendo desprevenida a la draken, que había retrocediendo, pues no tenía ningún arma con la que poder defenderse de las raíces.
—¡Jaru! ¡Toru! ¡Ayudadme! —Gritó la hembra, que tenía las manos y las piernas inmovilizadas por raíces que le fueron rodeando el cuerpo, ocultándola bajo una maraña de lianas y lodo, amenazando con asfixiarla y aplastarla.
—¡Yo lo distraigo, tu libérala! —Rugió Jaru, que enarboló el bumerán y echó el cuerpo hacia atrás, lanzándolo con todas sus fuerzas.
El bumerán salió disparado y cortó varias raíces que el monstruo interpuso, pero le resultó imposible cortarlas todas y salió rebotado hacia atrás. Jaru se apresuró a recoger el arma que regresaba hacia él. Toru se lanzó en una veloz carrera con los brazos hacia atrás, corriendo con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante para coger toda la velocidad posible. En apenas unos segundos, se encontró corriendo por una gruesa raíz, subiendo con el impulso de la velocidad que llevaba hacia donde se encontraba Kayrin, que gritaba y luchaba por soltarse de las raíces. Pese al lodo resbaladizo que las cubría, la sujetaban con firmeza. El draken azul dio un gran salto para llegar hasta donde estaba la hembra, lanzando un grito de desafío y alzando la espada, asestando un fuerte mandoble. Dudaba que pudiera cortar las gruesas raíces, pero ya había visto que causaba daño al monstruo. El arma de madera descendió con un rápido silbido y entonces el tiempo pareció detenerse para Toru. Una raíz había aparecido súbitamente, interponiéndose en el descenso de la espada. Incrustada en esta, había una roca contra la que el arma chocó con increíble fuerza. Parecía que la espada iba a aguantar, pero de repente cedió con un tremendo crujido y se partió por la mitad con una pequeña explosión que lanzó astillas en todas direcciones. Toru se puso pálido, viendo ante sus ojos los fragmentos de la espada que le había regalado su padre, viniéndole a la mente el recuerdo del día en que se la había regalado. Fue el mismo día en que partió al mar como uno de los protectores de un barco y pocos días después le comunicaron que la nave había naufragado en una tormenta en alta mar y no había supervivientes.
Antes de que pudiera reaccionar, vio como otra raíz se dirigía velozmente hacia él, pero todo le parecía irreal, como en un sueño. Sintió como volvía a la realidad cuando le golpeó con una tremenda fuerza en el pecho, dejándolo sin aire en los pulmones, lanzándolo a una gran distancia y aterrizando en un gran charco de lodo y agua. No sabía cuánto tiempo pasó semiinconsciente, pero cuando recuperó la noción de lo que estaba ocurriendo, escuchó los gritos aterrados de Kayrin y los gritos de rabia de Jaru. Toru sintió los brazos y las piernas temblorosas, aun así logró incorporarse poco a poco, alzando la mirada y viendo como el draken púrpura mantenía a raya las raíces usando su bumerán cuerpo a cuerpo, pues no tenía espacio para lanzarlo. Con un gemido, consiguió ponerse en pie, sentía que le dolía respirar y notaba el sabor de la sangre en la boca. De haber sido un draken menos resistente, habría muerto con el pecho aplastado, pero aún así estaba seguro que tenía alguna costilla rota. Sintió como se le llenan los ojos de rabia y frustración, por no poder ayudar a sus amigos. Se detuvo a pensar un instante, definitivamente aquella pareja de hermanos se habían ganado su amistad, no los conocía, pero habían arriesgado su vida para ayudarlo a él, un completo desconocido. Aunque en principio Jaru hubiera ido para salvar a su hermana, sabía que también lo habría ayudado de encontrarse en una situación similar. Quería ayudar a sus dos nuevos amigos. Sintió como le cedían las piernas al intentar dar un paso para salir de aquel enorme charco y cuando sintió que se le empezaban a llenar de aire a los pulmones, escuchó un característico silbido. Le vino a la mente la espada que los había estado persiguiendo un rato antes. Si pudiera tomar aquella espada, podría ayudar a los dos hermanos. Se giró lentamente hacia el sonido, justo para ver como la espada voladora se dirigía directamente hacia su pecho. De repente, una luz de un intenso color blanco azulado lo envolvió todo. El dolor y las preocupaciones, abandonaron su mente, dejándose llevar por aquella sensación de alivio y dicha.
Un barco surcaba las tranquilas aguas que separaban las islas del Archipiélago del Dragón, al Noroeste de la gran masa de agua que ocupaba el centro del globo conocidas como el Mar Central. La nave había partido de una de las islas principales, Cuerno de Dragón. El archipiélago tenía cientos de pequeñas islas, muchas de ellas sin nombre y despobladas. La quilla cortaba la superficie del mar como una cuchilla bien afilada y las velas blancas hinchadas por el viento impulsaban al veloz barco hacia su destino. Era pequeño, aunque con suficiente capacidad de almacenaje para dedicarse al transporte de mercancías, que estaba tripulado por drakens. Estos furrs vivían en el Archipiélago del Dragón y se decía que estaban emparentados con los dragones, aunque no se parecían en nada a aquellas antiguas criaturas que asolaron el mundo en la antigüedad. Los dragones eran enormes bestias escamosas, andaban a cuatro patas y tenían gigantescas alas membranosas. Sus colmillos y garras eran formidables, pocas armas lograban atravesar la armadura de sus escamas y devoraban toda la magia que encontraban a su paso. El capitán del barco era un draken adulto, uno de los pocos que sobrevivieron a la terrible epidemia que azotó el archipiélago diez años atrás. Darroc era un draken de pelaje avellana, con el pelo castaño oscuro, el mismo color le bajaba por la columna y se iba aclarando hacia la cara, el pecho y el vientre. Tenía una cicatriz en el lado izquierdo del rostro y un parche negro le tapaba el ojo del mismo lado. Más que un honrado capitán parecía un pirata, y en más de una ocasión lo habían confundido con uno. Llevaba la ropa típica de los marineros drakens, pantalones anchos y un chaleco sin mangas, aunque algunos tripulantes usaban taparrabos en vez de pantalones. Estaba sobre la cabina de popa, con los brazos cruzados mientras el timonel, a su lado, manejaba el timón del Marí, que era como Darroc había bautizado a su barco. Una vez más la mirada del draken se dirigió hacia el joven pasajero que había aceptado llevar en su viaje a Escama del Dragón, una de las pequeñas islas centrales del Archipiélago. El nombre del joven era Toru, un draken azul, y estaba peligrosamente inclinado fuera del barco. Se encontraba subido sobre el mascarón de proa, mirando hacia el horizonte esperando ver aparecer la isla de un momento a otro; la espuma del mar rociaba la cara del chico, al que no parecía importarle. En uno de los brincos que dio el barco, Toru estuvo a punto de precipitarse al mar y el capitán empezó a maldecir entre dientes, bajando los escalones que llevaban a la parte superior de la cabina. El resto de los marineros, todos muy jóvenes, recién cumplida la mayoría de edad, lo miraron pasar y sonrieron divertidos, pues sabían que el capitán Darroc era un buen furr aunque pareciera un gruñón; lo vieron plantarse con las piernas separadas y los brazos cruzados, mirando hacia el mascarón donde estaba encaramado el otro.
—¡Grumete! ¡Creo que dije que no te quería ver fuera de la cocina!—Gritó al draken, que se volvió algo sobresaltado, sonriendo, deslizándose del mascarón y aterrizando de pie junto a él.
Los drakens no eran muy altos, los machos rara vez superaban el metro cuarenta y las hembras el metro treinta. Pese a ello eran rápidos, ágiles y más fuertes de lo que su corta estatura podría hacer pensar.
—Lo siento capitán Darroc, estoy impaciente por desembarcar. Quería ver si ya se veía la isla.—Explicó.
Toru tenía los ojos azul cobalto y su pelo, revuelto por el aire, era del mismo color; al igual que todos los drakens el pelaje de la columna era del mismo color y se iba aclarando hacia la cara, pecho y vientre. Iba vestido con un taparrabos de piel blanca y un chaleco de cuero sin mangas.
—¡Te dije que no llegaríamos hasta la tarde, con suerte! —Le recordó con un gruñido, señalando la portilla que llevaba hacia las cocinas. —Hicimos un trato, no te cobraría nada por el pasaje si trabajabas como ayudante del cocinero. ¡Ahora vete a preparar la comida de la tripulación! —Ordenó, alzando un puño amenazante.
Toru sonrió un poco y esquivó al capitán, procurando no ponerse al alcance de uno de sus capones y se dirigió hacia la cocina, deteniéndose un momento, mirando hacia el horizonte.
—¡Y no te subas más al mascarón! ¡Si te caes tendrás que hacer el resto del camino a nado! —Lo amenazó el capitán, resoplando ofuscado mientras el chico bajaba las escaleras, escuchándose como terminaba por bajar los últimos metros rodando por ellas. —¡Diablos, ¿porque me meteré en estos líos? —Se preguntó a sí mismo, agitando la cola con molestia y dirigiendo su vista hacia donde sabía que de un momento a otro se vería el perfil de Escama del Dragón.
Toru era un furr de palabra y ayudó en la cocina, la tripulación se turnaba para comer; pero después de la hora de la comida se escuchó al vigía anunciar que ya se divisaba tierra y ansioso se dirigió de nuevo al mascarón, donde el capitán Darroc lo observó con el ceño fruncido, pero incapaz de enfurecerse con el joven y animado draken, que desde hacía unos días había ayudado y animado el barco. Tenía una energía y un espíritu que le recordaban a él mismo de joven, de modo que lo dejó disfrutar de la vista durante un rato hasta que finalmente se acercó a él.
—En una hora tomaremos tierra, mejor que vayas a prepararte para desembarcar, no te quiero en mi barco más del tiempo estrictamente necesario. —Dijo con un gruñido, molesto, cruzándose de brazos.
—Claro capitán ahora mismo.—Respondió Toru divertido, pues había averiguado que solo se comportaba así cuando se preocupaba por alguien de verdad o eso había aprendido en los días que llevaba navegando con el irascible draken.
Tras asegurarse de coger todas sus pertenencias y de colocarse su espada de madera a la cadera izquierda, subió a cubierta y esperó ansioso la hora de desembarcar. La espada, pese a ser de madera, estaba marcada con unas runas mágicas grabadas a fuego, lo que la dotaba de una gran resistencia, pudiendo detener incluso el filo de una verdadera espada, aunque resultaba de escasa utilidad si se tenía que cortar con ella. Colocando la mochila contra la zona vertical de las barandas que impedía que los marineros cayeran por la borda, subió de un salto al pasamano y se agarró a unas de las cuerdas de las jarcias, mirando como llegaban a una isla cubierta por un denso bosque. Estaban entrando en una pequeña cala natural, donde había un desembarcadero. Tal como le había estado contando el capitán Darroc, Escama del Dragón no era una isla grande, el puerto contaba con dos o tres almacenes para guardar las mercancías que tenían que salir o que llegaban al puerto. Los drakens del puerto solo llevaban taparrabos y en la aldea, que estaba en el interior, no usaban ropa. Toru se sorprendió un poco por aquella información, pero ya había escuchado otras veces que en las islas más pequeñas aquello era habitual, pues sus habitantes tenían cosas más importantes en las que gastar el dinero, como en comida, que debía traerse desde el continente o las islas de mayor tamaño; en vez de gastarlo en algo tan trivial. Además, al ser el clima estable todo el año se podía vivir perfectamente sin vestimentas, incluso en época de lluvias. Una vez más, el capitán se había acercado a él y se puso a su lado con las piernas separadas y los brazos cruzados.
—¿Ya has acabado? —Preguntó con un gruñido, agitando la larga cola. La cola de los drakens ayudaba a mantener el equilibrio y podían usarla para darse un mayor impulso. –Espero que hayas dejado todo recogido en la cocina. —Toru se volvió sonriendo.
—Por supuesto capitán Darroc, no podía irme de su barco sin cumplir con mi trabajo. Después de todo hicimos un trato. —Respondió, bajando de un salto de la barandilla y apoyando la mano en la empuñadura de la espada de madera.
—Bien. —Asintió, moviendo nervioso los dedos sobre una pequeña cajita de madera en forma de cubo, que terminó por tenderle con un gruñido. —Ten esto, podría serte útil, tengo varias docenas y me sobra una.
—Vaya capitán, no sabía que le cayese tan bien como para que se declarase… —Lo siguiente que se escuchó fue el fuerte capón que le sacudió en todo lo alto de la cabeza. Quejándose, Toru se frotó el chichón que estaba seguro le iba a salir, tratando de aguantarse unas lagrimillas que luchaban por brotar. —No es alguien muy dado a bromas, ¿verdad? —Dijo abriendo la cajita, viendo que en el interior había una pequeña gema amarilla.
—Es una gema de luz, basta con que la agites y empezará a brillar durante un buen rato… —Explicó Darroc ignorando sus quejas.
—Gracias capitán. —Respondió sinceramente, volviéndose al escuchar gritar a los marineros que se preparaban para desembarcar en el puerto, donde ya bullía una gran actividad ante la llegada del navío.
—No se merecen. —Aseguró cruzándose de brazos y encogiendo los hombros. —Cuídate chico, sea lo que sea que hayas venido a hacer en esta isla perdida de la mano de los dioses. Me quedaré un día en el puerto mientras descargan las mercancías y cargamos las que tenemos que transportar de vuelta. —Darroc se le quedó mirándole un momento, viendo que guardaba la cajita de madera en la mochila, finalmente sacudió la cabeza. —No te quedes mirando embobado a las hembras, ¡o te sacarán los ojos! —Bromeó, dándose media vuelta, empezando a gritar órdenes a los marineros. El chico se volvió a sonreírle divertido por las voces que daba para poner orden con las que trataba de disimular que estaba emocionado.
Toru estaba en plena juventud, con quince años le faltaba uno para ser considerado un adulto dentro de los cánones de su raza, que era bastante longeva. Esperó impaciente a que el timonel atracara en el largo desembarcadero para saltar desde la barandilla a las tablas del puerto, alzándose orgulloso e impaciente por ponerse en marcha, ignorando las miradas curiosas que le lanzaron los trabajadores del puerto, que estaban asegurando la embarcación.
—¡Eh, grumete!—Resonó la voz del capitán Darroc por encima del bullicio que se había empezado a formar alrededor del Marí. Toru se volvió a mirar hacia la procedencia de la voz.—¡No te metas en líos o me obligarás a ir en tu busca! —Le gritó el capitán que se había subido sobre la barandilla del barco y observaba como empezaban a descargar la mercancía por unos largos tablones que hacían las veces de pasarela.
Toru rio alzando la mano, recibiendo los gritos de despedida de toda la tripulación y adentrándose en la isla, escuchándose la voz del capitán Darroc dando órdenes a los marineros para que se apresurasen a descargar la mercancía, ya que todos tenían ganas de pasar una noche en tierra.
Un joven draken púrpura se encontraba en una playa de arenas blancas de la isla, era uno de los tantos pescadores del lugar, y limpiaba los peces que había capturado aquel día. Junto a él había un gran bumerán con los bordes metálicos y runas mágicas grabadas a fuego en la madera. Era el único de la isla que usaba dicha herramienta para pescar, y no redes o cañas como el resto de los pescadores. Su pelo era de color púrpura y le bajaba por la columna hasta la punta de la cola, al igual que el resto el color se iba aclarando por los costados hasta la zona de la cara, el pecho y el vientre que eran de un violeta muy claro. Sus iris eran de un color rojo, algo que probablemente intimidaba a quien se lo encontrara cara a cara. Tenía dieciséis años y no llevaba ropa, pero tampoco le era muy necesario, pues los machos drakens no tenían los genitales por el exterior del cuerpo, sino en el interior, marcándose la zona con un ligero abultamiento. Destripaba y limpiaba los peces en un cubo lleno de agua con un afilado cuchillo, silbando una cancioncilla contento, pues ese había sido un buen día de pesca para él.
—¡Jaru, hermano! ¡Traigo noticias! —Gritó una repentina voz a sus espaldas, sobresaltándolo, estado a punto de rebanarse un dedo.
Se volvió a mirar sabiendo de quien se trababa, era su hermana, Kayrin, una draken de trece años y pelaje rosa. El rosa del pelo y la espalda era intenso, mientras que el del vientre, pecho y cara eran de un suave rosa claro. Sus ojos eran de un hermoso color verde y al igual que todos los drakens de la isla no llevaba nada de ropa, su pelaje ya era de por sí una hermosa vestimenta.
—Bueno, ¿qué noticias traes? —Preguntó sonriendo, pues su hermana siempre le contaba cualquier cosa por muy insignificante que fuera, como la vez que vio una hermosa y extraña flor entre las rocas de un claro que había antes de llegar a lo profundo del bosque, al cual tenían prohibido entrar, pues se decía que estaba maldito.
—¡Un forastero! —Anunció orgullosa, esperando sorprenderlo, apoyando las manos en las caderas.
—¿Bueno y qué? Vienen muchos forasteros al puerto…—Murmuró con tranquilidad, ajeno a la cara de decepción y fastidio que ponía la hembra.
—¡Ya lo sé! —Exclamó ella, dando un fuerte pisotón y apretando los puños enfadada. —¡Si solo fuera eso no te habría venido a decir nada! Lo que pasa es que han visto al forastero dando un rodeo al pueblo y dirigirse directamente al Bosque Prohibido. —Esta vez sonrió satisfecha al ver como su hermano se volvía para mirarla sorprendido.
—¡Qué locura! ¿Y nadie lo ha detenido o le ha explicado la situación? Quizás no sepa las historias... —Comentó, dejando un momento el pescado y volviéndose hacia ella, viéndola negar con la cabeza.
—No lo sé, pero deberíamos ir a buscarlo Jaru, ¡quizás necesite ayuda! —Le pidió, juntando las manos y lanzándole una de sus miradas suplicantes.
Jaru sintió como aquellos ojos verdes se clavan en lo más hondo de su alma y tubo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada para darle la espalda.
—¡No! ¡Ni hablar! No vamos a ir a ese lugar. —Respondió sin mirarla, pues sabía que de hacerlo sería su perdición. —Estoy seguro de que siendo un draken ha oído hablar de las ruinas malditas del Bosque Prohibido. Será otro forastero que viene en busca de tesoros que no existen, por desgracia creo que no lo volveremos a ver en Escama del Dragón. —Aseguró continuando de espaldas a ella, haciendo temblar a la draken de indignación. —Y te prohíbo terminantemente ir. —Ordenó, adelantándose antes de que ella abriera la boca para protestar.
La escuchó gruñir furiosa y dar un pisotón en el suelo, lo siguiente que notó fue como uno de los pescados de los que había estado limpiando lo golpeaba en la nuca, casi tirándolo de bruces al suelo. Al volverse sorprendido, frotándose con una mano, la miró alejándose indignada agitando la cola alzada. Suspiró pesaroso y siguió limpiando los peces, pensando que sería mejor darle algo de tiempo para que se calmara.
Un par de horas después, Jaru volvía de la playa cargando con el bumerán a la espalda y con una ristra de peces en ambas manos. La cabaña en la que vivía, se encontraba algo apartada del pueblo, cerca de un pequeño río que salía de alguna parte del centro de la isla, que estaba coronada por un antiguo volcán inactivo. Lo bueno de aquel lugar era que el padre de Jaru había descubierto un depósito de aguas termales que fluían cerca de la casa y había construido unas termas. No eran las únicas de la zona, pero eran privadas pues en el pueblo había unas grandes termas comunales. El chico se sorprendió cuando vio que la luz de la pequeña caseta de la terma estaba apagada al igual que la de la cabaña, de la que tendría que salir la luz de las velas por las ventanas y el humo por la chimenea. Un terrible presentimiento le recorrió la columna y aceleró el paso, abriendo la puerta de golpe, dejando caer los pescados en un poyete de la cocina.
—¡Kay! ¡Kayrin! —Gritó echando un vistazo a las dos habitaciones de la pequeña cabaña, y comprobando, que tal y como temía, su hermana no estaba.
Maldiciendo entre dientes se aseguró de que el bumerán estuviera bien sujeto a su espalda y echó a correr, saliendo de la cabaña y dirigiéndose al centro de la isla, al Bosque Prohibido.
Toru por fin había llegado al lugar indicado en el mapa de su padre y revisó una vez más otro mapa de la isla Escama de Dragón que tenía en las manos y comparó la marca esculpida en la columna tumbada ante la que estaba. Del antiguo templo que debería haber allí apenas quedaban unas ruinas cubiertas de musgo y enredaderas. Asintió con la cabeza enrollando el pergamino y lo metió en el largo tubo de madera pulida que había sacado de la mochila, le puso el tapón de rosca y buscó con la mirada una entrada al templo. Vislumbró algo entre una densa cortina de enredaderas, guardó el tubo de los mapas en la mochila y se dirigió al lugar, al apartarla con una mano comprobó con satisfacción que había una entrada. Era como una boca abierta, trozos de musgo colgaban del techo como dientes podridos de una bestia y el olor que salía del lugar le hacía lagrimear. Sin darle importancia, sacó la gema de luz que le había regalado el capitán Darroc y se adentró en las ruinas del antiguo templo dedicado a un dios olvidado.
Toru alzó la gema de luz en alto para iluminar el oscuro camino. Llevaba más de dos horas en aquella penumbra, soportando aquel maldito hedor que parecía provenir de un lodo espeso y verdoso que cubría la mayor parte de paredes, suelos y techos. Se detuvo en una intersección, donde comprobó uno de sus mapas a la luz de la gema, asintió para sí y buscó un trozo de roca que no estuviera cubierto por aquel lodo que rezumaba de las grietas y junturas de los bloques de piedra. Tras marcar el camino, siguió andando, llegándole el lodo a la altura de los tobillos, y pensando que jamás volvería a recuperar el olfato. Tenía que ir con mucho cuidado, pues ya se había topado con un par de pasillos en los que el techo se había derrumbado y otros tantos que estaban a punto de colapsar debido al lodo y a las raíces de las plantas que se habían abierto paso hasta el interior de las paredes del templo. Un sonido a su espalda hizo que se llevara la mano libre a la empuñadura de su espada de madera y alzara la gema en dirección al ruido, pero al ver caer unos fragmentos de piedra de una pared, chasqueó la lengua con fastidio. Se había llevado un susto de muerte. Sacudiendo la cola con incertidumbre, sujetó la gema de luz con la mano izquierda, desenvainando la espada con la derecha y caminó con cuidado de donde ponía los pies, ya que había sentido un par de veces algo deslizándose bajo el lodo, pasándole entre las piernas.
—Este lugar me pone de los nervios…—Murmuró, hablando consigo mismo, sintiendo que necesitaba oír su propia voz para darse ánimos. Vio una arcada de piedra y sonrió, pues aquello era indicativo de que estaba llegando al punto de las ruinas que le interesaba. —Bien, la sala del altar debe estar cerca… —Hubo un fuerte ruido que resonó a su espalda y que le hizo dar un salto en el aire.
Empezó a escuchar unos gemidos escalofriantes que llegaban amplificados debido a los largos pasillos del templo. Una sombra oscura se movió fuera del alcance de la gema de luz y Toru retrocedió de espaldas, con la espada delante de él.
—¡Alto! ¡¿Quién…?! – Antes de que pudiera terminar la frase, sintió como el suelo fangoso cedía bajo sus pies y cayó a un oscuro vacío. Su cuerpo pareció quedarse suspendido un segundo en el aire, antes de que lo engullera la oscuridad.
Toru escuchó una voz que lo llamaba en la sombras, no reconocía la voz y tampoco le importaba mucho, cada vez que intentaba escapar de la oscuridad donde estaba su conciencia, sentía un terrible dolor en la espalda que lo dejaba casi sin respiración y lo hacía caer de nuevo. Sintió entonces como unas manos se posaban suavemente sobre su pecho, escuchó de nuevo la voz susurrando palabras suaves y tranquilizadoras. Un agradable calor empezó a recorrerle todo el cuerpo, provocándole un cosquilleo suave y estimulante que le ayudó a superar aquella oscura barrera de dolor que le hacía caer en la inconsciencia. Con un gemido abrió los ojos, viendo la imagen borrosa de una draken rosa inclinada sobre él. La luz de la gema brillaba en alguna parte cercana, poco a poco la visión se le fue aclarando y distinguió las facciones de la draken que estaba arrodillada junto a él, con las manos posadas sobre su pecho, susurrando una oración. Era la imagen más hermosa que había visto nunca, sintió como su corazón daba un fuerte pálpito cuando la hembra abrió los ojos, revelando un hermoso color verde, mirándolo con intensidad y algo de miedo.
—Hola, no te preocupes, me llamo Kayrin y soy sanadora. Has tenido una caída muy fea. —Le explicó con una dulce sonrisa, aunque sus ojos denotaban preocupación. —Esto te va a doler… por favor aguanta. —Le pidió en voz baja y suplicante, volviendo a cerrar los ojos con fuerza.
Justo cuanto Toru iba a abrir la boca para preguntarle qué ocurría, sintió un chasquido en la espalda y le sobrevino el dolor más atroz que jamás hubiera sentido. Notó como la oscuridad de la inconsciencia volvía a apoderarse de él y la boca se le llenaba del sabor a bilis. Asustada, Kayrin escuchó como el draken lanzaba un fuerte gemido de dolor y su cuerpo volvía a quedar totalmente relajado al perder la consciencia, pero no podía detener la comunión con la diosa, pues sentía que le prestaba especial atención. Nunca había sentido la presencia de Alhaz con tanta intensidad como en aquel momento, pensó que quizás era debido a la urgencia de la situación. Tras varios minutos, notó que la sensación de plenitud, de sentirse imbuida por el poder de la diosa, se iba desvaneciendo, dejándola agotada y con las piernas temblorosas, aunque por suerte seguía arrodillada junto al chico inconsciente. Estaban en un pasillo semiderruido del laberinto que había dentro del propio templo, el lodo les llegaba por los tobillos, aunque ahora tenía cubierta las piernas al haberse arrodillado y el draken estaba casi empapado por completo, teniendo solo limpias la zona del pecho y la cara. Preocupada porque el joven macho no recuperaba la consciencia, acercó la oreja hacia su rostro para asegurarse que seguía respirando, le apartó la cara del lodo levantándosela un poco, tomándolo por las mejillas y tras la nuca. El chico despertó con un sobresalto, volviendo inconscientemente el hocico hacia el de la hembra y ambos se encontraron.
Toru despertó sobresaltado, sintiendo como unas suaves manos lo tomaban por las mejillas con delicadeza y le giraban el rostro, entonces recordó la caída y como algo crujía en su espalda provocándole un terrible dolor. Ahora que había recuperado de nuevo la consciencia, lo primero que vio ante él eran aquellos hermosos ojos verdes, mirándolo muy de cerca y con gran sorpresa, observó como las mejillas de la hembra se encendían con un furioso color rojo, como avergonzada o enfadada. Toru frunció el ceño sin comprender lo que pasaba hasta que se percató de que sus hocicos estaban en contacto en un beso. Con un grito de sobresalto se apartó de ella un poco, incorporándose hasta quedar sentado.
—Lo siento much… —No le dio tiempo de terminar de hablar cuando Kayrin se puso a gritarle y a abofetearle repetidamente la cara.
Cuando quiso darse cuenta de lo sucedido, estaba de nuevo tumbado de espaldas y le ardían las mejillas.
—¡Pervertido! ¡Pervertido! ¡Pervertido! ¡Mi hermano tenía razón, todos los forasteros son unos pervertidos!—Le gritaba ella, que se había apartado unos metros, poniéndose en pie y señalándole con un dedo acusador.
Toru tardó unos segundos en recuperarse, aun así, cuando consiguió incorporarse de nuevo, le seguían ardiendo las mejillas.
—¡¿Pero qué te pasa?! ¡Ha sido sin querer! —Se quejó, empezando a ponerse en pie, sintiendo las piernas temblorosas, pero sin notar ningún dolor, excepto en la cara.
Con disgusto comprobó que tenía casi todo el cuerpo cubierto de aquel apestoso lodo, que parecía haberse metido has por dentro de sus ropas.
—¿En… en serio? ¿No eres un pervertido? —Preguntó Kayrin desconfiada, mirándolo un poco apartada.
El macho le devolvió una mirada irritada, sacudiendo la cola.
—¡Claro que no! Yo soy un draken honrado, yo nunca te hubiera besado. Por cierto, me llamo Toru.—Dijo pasándose las manos por el cuerpo para eliminar la mayor parte del lodo, por lo que no pudo ver la mirada furiosa que le lanzaba la hembra, que se disponía a a abrir la boca para replicarle.
Pero justo en aquel momento el macho lanzó un grito, empezó a quitarse el chaleco rápidamente, lanzándolo lejos y una criatura serpentina de color negro se deslizó de la maraña de ropa enlodada y se sumergió en la masa de lodo verdoso. El draken sintió como le recorría un escalofrío por la espalda.
—¿Estas bien? —Le preguntó ella, que tomó la gema de luz que estaba sobre una roca, olvidando la réplica que le iba a hacer. La luz se reflejó en algo metálico en el antebrazo derecho de Toru.—Vaya, que brazalete tan bonito. —Observó con admiración.
—Yo no tengo ningún brazale… —Las palabras se apagaron al dirigir la mirada al brazo derecho y ver que tenía un brazalete asido al antebrazo.
Estaba cubierto de lodo, pero se distinguía un metal oscuro, con una filigrana de metal más claro que formaba algún tipo de dibujo y una medio esfera de color blanco y betas azules engarzada en el centro. Asustado empezó a revolverse y a intentar quitarse el brazalete con la otra mano, pero no era capaz de ver ningún cierre por ninguna parte, era como si el brazalete hubiera sido soldado perfectamente en torno a su antebrazo.
—¡Esto… esto no es mío! —Gruño el chico con un jadeo, dándose por vencido, mirando con reticencia el brazalete.
—Pues lo tenías cuando baje a ayudarte, la gema estaba brillando un poco. —Le indicó la hembra señalando el techo.
Toru trató de mirar, alzando la gema de luz que había dejado caer, sobre la roca que sobresalía del lodo. No llegaba a ver el agujero por el que había caído, pero sí veía raíces y lianas que colgaban del techo. No había rastro de cascotes excepto por uno o dos fragmentos más grandes, el resto los habría cubierto el lodo. Calculó que si no hubiera sido por dicha capa de lodo, seguramente se habría matado, pues incluso los drakens, con su fuerza, agilidad, velocidad y resistencia, tenían un límite y una caída como aquella podría haberlo matado.
—Ya veo. —Respondió con una mueca volviendo a mirar preocupado el brazalete. —Yo… no te he dado las gracias como es debido. —Toru hizo una respetuosa inclinación. —Muchas gracias por tu ayuda, sin ti seguro que hubiera muerto. —Su mano se dirigió a la cadera izquierda, hacia la empuñadura de su espada, pero ésta se cerró en el aire.
Recordó con un sobresalto que la estaba empuñando al caer y se giró bruscamente antes de que ella pudiera responderle, mirándolo extrañada, ladeando la cabeza.
—¿Qué sucede? —Le preguntó con aquella mirada de extrañeza.
—¡Mi espada! ¡No está!—Respondió caminando un poco, mirando por todas partes e introduciendo una mano en el lodo apestoso, esperando encontrarla por el tacto. —Es una espada de madera que me regalo mi padre. —Le explicó preocupado, alejándose un poco seguido por la hembra.
—No te preocupes, te ayudaré a buscarla. —Dijo Kayrin, que se adelantó un poco y metió con asco una mano en el lodo. Tanteando, su mano dio con una superficie dura, cilíndrica y suave. —¡La encontré! —Exclamó dando un tirón para sacar lo que había encontrado.
Toru, que se había vuelto hacia ella lleno de alegría, se quedó paralizado mirando con ojos desorbitados lo que sostenía la draken en la mano y retrocedió un paso asustado. Kayrin, al ver la cara que ponía, se encogió aterrada y lentamente giró la cabeza hacia lo que tenía en la mano, viendo nada menos que un brazo, o más bien los huesos de un brazo. Lanzó un tremendo chillido soltando los huesos y lanzándose hacia Toru, abrazándose a su cuello. El draken casi cayó de espaldas al abrazarla y miró como los huesos volvían a hundirse en el fango, haciéndole poner una mueca de asco. Entonces sus ojos detectaron un reflejo y estrechó la mirada, viendo que su espada había caído sobre un montón de huesos. Con cuidado indicó a Kayrin que lo soltara. Ella se apartó algo reticente, siguiéndole y casi pisándole los talones. Tomó la espada mirando los viejos huesos amontonados, entre los que distinguía una extraña calavera, que estaba seguro que no era de un draken. Tras buscar también su mochila, se la echó a la espalda con pesar, estaba totalmente cubierta de lodo, pero esperaba que el interior siguiera intacto pues la mochila era de un material impermeable, además de llevar algunas runas mágicas, para fortalecerla e impedir que el agua entrara.
—¿Estás bien? —Le preguntó algo preocupado al verla aún un poco pálida, mirando con ojos desorbitados hacia los huesos. Ella asintió muy rápido con la cabeza y se apresuró a ponerse a su lado. —Bien, es mejor que sigamos adelante. —Miró a ambos extremos del pasillo. —Si seguimos por aquí llegaremos a una sala amplia, luego solo tendremos que buscar unas escaleras que nos lleven al piso superior, desde allí creo que seremos capaces de encontrar el camino de vuelta. —Le explicó, intentando aparentar seguridad para tranquilizarla. Kayrin le sonrió un poco, y ambos comenzaron a caminar por el lúgubre pasillo.
Tal como recordaba Toru del mapa, el templo tenía varios pisos y todos construidos de forma similar. En la antigüedad todo aquello estaba sobre la superficie, y el Archipiélago del Dragón formaba parte de un continente más grande que se había hundido bajo las aguas, aunque otros decían que se había formado por islas volcánicas. Tras cruzar una arcada, llegaron a una amplia sala, la gema de luz brillaba con intensidad en aquella oscuridad y podía verse el techo abovedado, de grandes bloques rectangulares desde los que colgaban largas lianas o raíces. Algunos bloques se habían desprendido y podía verse la luz de la luna entrar por aquellos grandes agujeros, lo que indicaba que aquella sala ocupaba dos o tres pisos de altura según pudo calcular, bajaron unos escalones para llegar al nivel del suelo de aquella sala. Kayrin bajó pegada a él, mirando nerviosa en todas direcciones.
—Si algunas de esas plantas llegan al exterior, podrías usarlas para salir. —Indicó el draken azul acercándose a un grupo de lianas bajo la cual se había formado un gran charco de agua cenagosa.
—¿Tu no vas a venir? —Preguntó sorprendida, pues le había dado a entender que no iba a ir con ella.
—No, yo tengo algo que encontrar en este lugar. —Le explicó, tratando de alcanzar las lianas más bajas. Cuando tomó una, dio unos cuantos tirones pero al tercero se desprendió con un chasquido y cayó. —Por cierto, aún no me has dicho que haces en este lugar. —Dijo Toru frunciendo el ceño y buscando alguna otra liana que le ofreciera más resistencia.
Kayrin bajó la mirada algo avergonzada, intentando inútilmente eliminar el lodo de su pelaje.
—Bueno… Soy de la aldea. Escuché que un forastero se había adentrado en el Bosque Prohibido, supuse que vendrías a las ruinas. —Respondió, observando los intentos frustrados del chico por encontrar una liana resistente. Todas parecían podridas y por las zonas rotas segregaban una sabia de color oscura y maloliente. —Quería advertirte para que no entraras, es un sitio muy peligroso. — Aseguró, tapándose la nariz ante el olor que desprendían las plantas.
Toru se detuvo bruscamente y se giró lentamente, volviéndose hacia ella y estrechando la mirada.
—Entonces, ¿has sido tu quien hizo todo ese ruido y me hizo caer? —Kayrin apartó la mirada nerviosamente, pero antes de que pudiera responder un fuerte sonido los hizo volverse sobresaltados hacia una zona en sombras.
Los dos permanecieron en tensión, Toru con la espada presta ante él para atacar o defenderse, y Kayrin procurando ponerse cerca de él, buscando su protección, pero lo suficientemente alejada para no entorpecerle si tenía que usar la espada. Toru apretó los dientes, iba a ser la primera criatura a la que se enfrentara realmente. Hasta entonces había tenido un duro entrenamiento, practicando día y noche con la espada, no solo contra los postes de madera con los que su padre se entrenaba en el patio de casa, sino buscando contrincantes por su pueblo, incluso retando a todos los forasteros que llegaban en los barcos y aceptaban su desafío. Aquello hizo que desarrollara técnicas con la espada de todas partes del mundo, principalmente del continente de Raito, de donde provenían la mayoría de los barcos. Esperaba que ese entrenamiento diera sus frutos en aquel momento. Una forma bípeda, cubierta de ramas y lodo, apareció en una de las franjas de luz que entraban por el techo, Kayrin dejó escapar un chillido y Toru se lanzó al ataque. El ser se paró en seco, alzó las viscosas manos en señal de rendición y se tiró al suelo, pasándole por encima la espada de madera de Toru, que se quedó parpadeando sorprendido por la reacción del monstruo. El ser se levantó, arrodillado y agitando las manos en el aire, balbuceando algo incomprensible. Sin dejarse convencer, Toru alzó de nuevo la espada para acabar con el monstruo de lodo, pero entonces Kayrin saltó hacia él.
—¡Espera! ¡Creo que es mi hermano! —Gritó, apresurándose hacia el ser arrodillado, empezando a quitarle el lodo y las ramas de la cara. Tras unos segundos el rostro de Jaru quedó al descubierto. —¡Jaru! ¿Pero qué haces aquí? ¿Qué te ha pasado? —Preguntó preocupada al ver un feo chichón en la frente de su hermano.
—Estoy bien Kayrin. —Respondió él, tratando de que se calmara un poco. —Vine a por ti y cuando estaba buscando la entrada, el suelo cedió bajo mis pies y caí en un charco fangoso. —Explicó con un gesto de asco. —¿Cómo se te ocurre adentrarte en estas ruinas? ¡Sabes que están malditas! —La regañó, poniéndose en pie, eliminando todo lo que podía del lodo que lo cubría.
Ella lo miró apenada, retrocediendo y agachando la mirada triste. Jaru resopló con enfado, su hermana siempre lo hacía sentir culpable y su mirada se volvió hacia Toru, que miraba tranquilamente a los dos hermanos.
—Todo esto es por tu culpa. ¿Por qué has tenido que venir a causar problemas? —Preguntó enfadado, llevando una mano por encima de su hombro izquierdo, cogiendo el agarre del gran bumerán de madera que llevaba a la espalda.
Toru no se amilanó y alzó la barbilla.
—¡Yo no he pedido que me siguierais ninguno de los dos! ¡Ni siquiera os conozco! —Replicó, alargando la mano hacia la empuñadura de su espada de madera, dispuesto a luchar en aquel mismo momento.
—¡Parad los dos! —Ordenó Kayrin interponiéndose entre los machos y lanzando una mirada furiosa a su hermano, que murmuró algo para sí mismo y retrocedió un paso, sacudiendo la cola furioso. —Toru, este es mi hermano Jaru, perdona su actitud, suele preocuparse mucho por mi. —Le explicó, volviéndose hacia su hermano. —Anda, deja que te cure ese chichón. —Dijo acercándose a él.
Jaru la vio cansada y ojerosa, como si hubiera usado una gran reserva de su energía sanadora.
—No, no te preocupes, estoy bien, salgamos de aquí. —Indicó, buscando una salida. No muy lejos vieron una entrada distinta por la que habían llegado a la sala. —Cuando caí creo que escuché un silbido, no sé qué era, pero me dio mala espina. —Informó, lanzando una furiosa mirada a Toru, que lo ignoró y guardó la espada en el cinturón de su taparrabos, dispuesto a acompañarlos un trecho, pues aquello parecía una forma en la que los dos hermanos salieran de aquel lugar.
Quería asegurarse de que se ponían a salvo mientras que él seguía explorando el templo, pues estaba seguro de que en algún lugar encontraría algo que le diera una pista del paradero de su padre, convencido de que las respuestas se encontraban en aquel antiguo mapa.
Cuando empezaron a subir aquellos escalones que los llevaría a un pasillo superior, quizás del que había caído la primera vez Toru, escucharon un sonido metálico tras ellos, seguidos de un silbido. Los tres se volvieron al mismo tiempo y vieron como una espada reluciente, que reflejaba la luz de la luna procedente de los huecos del techo, se dirigía a ellos a toda velocidad. Dando un grito al unísono salieron a correr terminando de subir los pocos escalones que los llevaban hasta el pasillo, empezando a correr todo lo deprisa que les permitían sus piernas, mientras que Kayrin llevaba la mano alzada para iluminar el camino con la gema de luz.
—¡Ese es el mismo ruido que escuché cuando caí por el techo! —Gritó Jaru que corría delante, echado un vistazo hacia atrás, llevando el bumerán cargado a su espalda, sujetándolo con una mano por uno de los asideros que tenía en los extremos.
Toru había agarrado la mano libre de Kayrin para ayudarla en caso de necesidad, mientras que su otra mano sostenía la espada. La draken rosa mantenía la gema alzada, para iluminar el camino, pues no querían volver a caer por el agujero como por el que cayó Toru. Al llegar a una intersección, Jaru siguió corriendo hacia delante.
—¡No Jaru, por ahí no! —Gritó Kayrin, girando la izquierda en una intersección, siguiendo a Toru.
Jaru frenó bruscamente y miró a su espalda, poniendo el bumerán ante él temiendo que la espada lo alcanzara, pero esta torció siguiendo a Toru y a su hermana, les lanzó un grito de advertencia.
—¡Kayrin, cuidado! —Gritó echando a correr hacia donde se habían dirigido los otros dos.
Al llegar a la intersección, los vio levantarse del suelo y echar a correr de nuevo hacia él. Jaru se quedó parpadeando sin comprender que hacían hasta que vio que la espada venía disparada hacia donde estaban. Lanzó un gruñido y se corrió hacia ellos. Cuando ambos le pasaron a los lados, se frenaron en seco y lo miraron confuso. Jaru puso el bumerán delante de él y lo clavó con fuerza en el suelo de piedra haciéndolo crujir. Kayrin tuvo el terrible presentimiento de que la espada voladora atravesaría limpiamente el bumerán de madera.
—¡Jaru, no! —Gritó tratando de alcanzar a su hermano para que se tirase al suelo.
Con un gruñido, Toru también corrió hacía el draken púrpura sacando su espada de madera para tratar también de bloquear el arma voladora. De repente, hubo un tremendo crujido, el suelo tembló bajo sus pies y cedió, cayendo todos a un oscuro vacío. Toru lanzó un grito de frustración al volver a verse en aquella situación, dirigió su vista hacia arriba y vio pasar la espada silbando por encima de ellos. Notó que caía en la oscuridad, y como su cuerpo chocaba con los fragmentos de piedra. Kayrin gritaba aterrada y Jaru la llamaba tratando de alcanzarla inútilmente. Un trozo de piedra golpeó en la cabeza a Toru, que con un gemido de dolor sintió como su visión se oscurecía y caía de nuevo al mundo de la inconsciencia. Cuando recuperó el sentido no sabía cuánto tiempo había estado desmayado, pero se encontraba colgado indecorosamente cabeza a abajo, con lianas y raíces enroscadas en torno a su cintura y la cola. Escuchó unos gritos de Kayrin y al volver la mirada, vio como luchaba inútilmente por liberarse, también atrapada como él. Jaru estaba igual, pero él estaba cortando las raíces con su afilado bumerán, logrando liberarse y cayendo a un gran charco de lodo que había bajo ellos. Toru divisó su espada de madera no muy lejos, enredada con las raíces y tras alargar una mano con esfuerzo, logró asirla e intentó cortarlas pero le resultó imposible. Con un suspiro vio salir a Jaru del lodo, tosiendo y limpiándose la cara lo mejor que pudo, sacando el bumerán y sacudiéndolo para eliminar la mayor parte del lodo.
—¡Jaru, date prisa! —Le gritó Kayrin que estaba a más altura que Toru, hecha un lío con las raíces.
El draken púrpura sacudió la cabeza negativamente.
—Antes voy a soltar a Toru, él te cogerá cuando caigas. —Explicó al tiempo que cogía impulso y lanzaba el bumerán con fuerza.
Toru apenas tuvo tiempo de prepararse, pues el lanzamiento lo cogió por sorpresa ya que daba por hecho que primero liberaría a la hembra. El bumerán pasó por encima de él cortando las raíces, soltando aquel apestoso líquido negruzco. Algunas lanzaron chasquidos y latigazos al ser cortadas. De hecho justo cuando comenzaba a caer, una le dio un fuerte azote en el trasero que le hizo lanzar un grito de dolor y caer de bruces al charco de barro, saliendo de este maldiciendo entre dientes y quitándose el lodo de la cara. Podía escuchar las risas contenidas de los dos hermanos y al lanzarles una furiosa mirada se contuvieron. Jaru ya tenía el bumerán en la mano y tras carraspear un poco, volvió a lanzar su arma. Le hizo falta un par de lanzamientos, pues pese a tener los bordes metálicos no estaba demasiado afilado y algunas raíces eran muy gruesas. Con un grito, Kayrin cayó al vacío, aterrizando en los brazos de Toru, que a pesar de estar preparado acabó de culo en el barro con la hembra encima. Ella se levantó rápidamente y le ofreció la mano para ayudarlo.
—Muchas gracias. —Agradeció, caminando para salir del charco, dirigiéndose a una zona seca de losas de piedras, cubiertas de polvo. —Espero que no te duela mucho el trasero. —Le miró divertida, con un brillo travieso en los ojos, ayudándolo a salir del lodo.
Jaru no pudo evitar sonreír a su hermana, tratando de quitarse toda la suciedad posible de encima.
—Sí, muchas gracias, ya no me duele. —Aseguró Toru, molesto, aunque realmente le dolía donde le había dado el latigazo la raíz.
Salió frotándose un poco disimuladamente y colocándose el taparrabos, el cual estaba deseando quitarse para darse un baño pues era una sensación muy desagradable el tenerlo lleno de lodo. Tras coger la espada que había soltado y sujetarla en el cinturón, miró alrededor. Por suerte Kayrin había conservado la gema y con ella podían iluminar un gran círculo de luz a su alrededor, aun así no llegaban a ver el alto techo, del que colgaban las raíces, y tampoco alcanzaban a ver las paredes. En los lugares donde había raíces y lianas colgando, se habían formado charcos de aguas turbias y lodosas. También podían ver gigantescas columnas de piedra que subían hasta perderse en la oscuridad y que sostenían todo el peso del templo, o al menos aquello pensó Toru, pues calculaba que con tanto caer a través de los debilitados suelos habían llegado al último piso, que en su momento habría sido el primer piso, antes de que el templo acabara engullido por la tierra y la maleza.
—Y ahora, ¿cómo salimos de aquí? —Preguntó Kayrin preocupada, mirando a su alrededor. Entonces estrechó la mirada y señaló con un gesto. —¿Habéis visto? —Preguntó emocionada, echando a correr hacia un punto de la inmensa sala.
Los dos chicos se apresuran a seguirla. Al principio no sabían que era lo que había visto, pero justo cuando Toru iba a abrir el hocico para preguntarle a donde iban, vio una pálida luz blanca justo delante de él, y a los pocos minutos distinguieron la forma rectangular de un altar de mármol blanco. Al principio Toru pensó que un rayo de luz de luna se filtraba por algún lado, pero pronto se dio cuenta de que la luz parecía provenir de las propias piedras. Kayrin se detuvo justo delante del altar, conteniendo el aliento. Tras unos segundos se adelantó y se arrodilló, juntando las manos y empezando a orar a la diosa.
—Es un altar muy antiguo. —Comentó Jaru, acomodando el bumerán en su espalda, sujetándolo por uno de los asideros retráctiles que se recogían cuando el bumerán era lanzado. Subió unos peldaños de mármol hasta el altar y tras inclinar la cabeza y murmurar unas plegarias, se paró delante de la piedra, acariciando un extraño símbolo que había en el frontal. —No reconozco este símbolo. —Indicó, mirando hacia su hermana, que se levantó tras murmurar unas últimas palabras y se acercó a mirar.
—Yo tampoco. —Respondió extrañada, rodeando el altar.
Al pasar por uno de los laterales vio la figura exquisitamente tallada de un pegaso, la figura era muy parecida a la que se usaba para representar a Alhaz, una unicornio y diosa de la luz, pero al fijarse mejor se dio cuenta de que aquel pegaso estaba tan bien hecho que se distinguía perfectamente que era un macho y no una hembra. Frunció el ceño realmente extrañada, moviendo la cola pensativa tras ella.
—¿Qué pasa? —Preguntó Toru, que había subido los peldaños y se había puesto a curiosear el lugar sin pararse a rezar unas palabras o una oración respetuosa ante el altar.
—Es extraño, todas las representaciones que he visto de la diosa, eran de una unicornio hembra y sin embargo este es otra criatura, un pegaso un macho. —Explicó con una mueca de extrañeza, pasando respetuosamente las yemas de los dedos por la figura del pegaso.
Todos escucharon un repentino y extraño sonido en la inmensidad de la oscura sala y buscaron nerviosos con la mirada en todas direcciones. Un fétido olor inundó el lugar provocando que los ojos de los tres empezaran a lagrimear. Algo se arrastró en la oscuridad.
—Bien, todo esto es muy interesante pero tenemos que salir de aquí. —Los apremió Toru nervioso, sujetando su espada y haciendo señas a los dos hermanos para que se pusieran en marcha. —Allí hay otra luz, quizás sea una salida. —Dijo indicando la dirección, mirando preocupado a su alrededor, pues el olor era cada vez más intenso y el sonido parecía acercarse hacia donde estaban ellos.
Los dos hermanos se apresuraron a bajar los escalones que llevaban al altar y se dispusieron a echar a correr hacia donde había señalado Toru, pero apenas se habían alejado unos metros del lugar, cuando un estremecedor grito gorgoteante los hizo detenerse y volverse a tiempo de ver como la luz que emanaba del altar iluminaba un gigantesco ser de lodo. La criatura tenía al menos cuatro metros de altura y era una enorme masa viscosa y compacta de lodo, raíces y lianas, del que salía una gran protuberancia que podría identificarse como la cabeza. Se distinguían dos grandes ojos que brillaban con luz amarilla y tenía un corte irregular debajo de estos, similar a una boca, de donde había salido aquel estremecedor sonido. Los tres compañeros se quedaron paralizados de asombro y el ser se detuvo al verlos, como si también se sorprendiera de la presencia de los drakens. Un instante después la criatura se lanzaba hacia ellos, unas raíces salieron disparadas, moviéndose a gran velocidad por el aire y el suelo. Los tres lanzaron un grito y huyeron del ataque, esquivándolo de un salto. Toru y Jaru pudieron rechazar las raíces con sus armas, el bumerán de Jaru las cortaba, haciéndolas retroceder con un chasquido, expulsando el apestoso líquido negro que ya habían visto. La espada de Toru no lograba cortarlas, pero las runas mágicas de protección del arma parecían afectar de alguna manera al monstruo, pues las raíces retrocedían retorciéndose y humeando, era como si el contacto del arma las abrasara. Cuando Toru se disponía a advertir los dos hermanos para que retrocedieran, un aterrador grito resonó en sus oídos. Cuando se giró, vio como un grupo de raíces alzaban a Kayrin en el aire. Los dos machos no vieron como las raíces habían avanzado por un charco de lodo cercano, dando un rodeo y cogiendo desprevenida a la draken, que había retrocediendo, pues no tenía ningún arma con la que poder defenderse de las raíces.
—¡Jaru! ¡Toru! ¡Ayudadme! —Gritó la hembra, que tenía las manos y las piernas inmovilizadas por raíces que le fueron rodeando el cuerpo, ocultándola bajo una maraña de lianas y lodo, amenazando con asfixiarla y aplastarla.
—¡Yo lo distraigo, tu libérala! —Rugió Jaru, que enarboló el bumerán y echó el cuerpo hacia atrás, lanzándolo con todas sus fuerzas.
El bumerán salió disparado y cortó varias raíces que el monstruo interpuso, pero le resultó imposible cortarlas todas y salió rebotado hacia atrás. Jaru se apresuró a recoger el arma que regresaba hacia él. Toru se lanzó en una veloz carrera con los brazos hacia atrás, corriendo con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante para coger toda la velocidad posible. En apenas unos segundos, se encontró corriendo por una gruesa raíz, subiendo con el impulso de la velocidad que llevaba hacia donde se encontraba Kayrin, que gritaba y luchaba por soltarse de las raíces. Pese al lodo resbaladizo que las cubría, la sujetaban con firmeza. El draken azul dio un gran salto para llegar hasta donde estaba la hembra, lanzando un grito de desafío y alzando la espada, asestando un fuerte mandoble. Dudaba que pudiera cortar las gruesas raíces, pero ya había visto que causaba daño al monstruo. El arma de madera descendió con un rápido silbido y entonces el tiempo pareció detenerse para Toru. Una raíz había aparecido súbitamente, interponiéndose en el descenso de la espada. Incrustada en esta, había una roca contra la que el arma chocó con increíble fuerza. Parecía que la espada iba a aguantar, pero de repente cedió con un tremendo crujido y se partió por la mitad con una pequeña explosión que lanzó astillas en todas direcciones. Toru se puso pálido, viendo ante sus ojos los fragmentos de la espada que le había regalado su padre, viniéndole a la mente el recuerdo del día en que se la había regalado. Fue el mismo día en que partió al mar como uno de los protectores de un barco y pocos días después le comunicaron que la nave había naufragado en una tormenta en alta mar y no había supervivientes.
Antes de que pudiera reaccionar, vio como otra raíz se dirigía velozmente hacia él, pero todo le parecía irreal, como en un sueño. Sintió como volvía a la realidad cuando le golpeó con una tremenda fuerza en el pecho, dejándolo sin aire en los pulmones, lanzándolo a una gran distancia y aterrizando en un gran charco de lodo y agua. No sabía cuánto tiempo pasó semiinconsciente, pero cuando recuperó la noción de lo que estaba ocurriendo, escuchó los gritos aterrados de Kayrin y los gritos de rabia de Jaru. Toru sintió los brazos y las piernas temblorosas, aun así logró incorporarse poco a poco, alzando la mirada y viendo como el draken púrpura mantenía a raya las raíces usando su bumerán cuerpo a cuerpo, pues no tenía espacio para lanzarlo. Con un gemido, consiguió ponerse en pie, sentía que le dolía respirar y notaba el sabor de la sangre en la boca. De haber sido un draken menos resistente, habría muerto con el pecho aplastado, pero aún así estaba seguro que tenía alguna costilla rota. Sintió como se le llenan los ojos de rabia y frustración, por no poder ayudar a sus amigos. Se detuvo a pensar un instante, definitivamente aquella pareja de hermanos se habían ganado su amistad, no los conocía, pero habían arriesgado su vida para ayudarlo a él, un completo desconocido. Aunque en principio Jaru hubiera ido para salvar a su hermana, sabía que también lo habría ayudado de encontrarse en una situación similar. Quería ayudar a sus dos nuevos amigos. Sintió como le cedían las piernas al intentar dar un paso para salir de aquel enorme charco y cuando sintió que se le empezaban a llenar de aire a los pulmones, escuchó un característico silbido. Le vino a la mente la espada que los había estado persiguiendo un rato antes. Si pudiera tomar aquella espada, podría ayudar a los dos hermanos. Se giró lentamente hacia el sonido, justo para ver como la espada voladora se dirigía directamente hacia su pecho. De repente, una luz de un intenso color blanco azulado lo envolvió todo. El dolor y las preocupaciones, abandonaron su mente, dejándose llevar por aquella sensación de alivio y dicha.
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