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Original Fic Furry La Magia de los Dragones. (Fantasía épica medieval) Capítulo 5 de 5

Skye D.

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Capítulo 1

Un barco surcaba las tranquilas aguas que separaban las islas del Archipiélago del Dragón, al Noroeste de la gran masa de agua que ocupaba el centro del globo conocidas como el Mar Central. La nave había partido de una de las islas principales, Cuerno de Dragón. El archipiélago tenía cientos de pequeñas islas, muchas de ellas sin nombre y despobladas. La quilla cortaba la superficie del mar como una cuchilla bien afilada y las velas blancas hinchadas por el viento impulsaban al veloz barco hacia su destino. Era pequeño, aunque con suficiente capacidad de almacenaje para dedicarse al transporte de mercancías, que estaba tripulado por drakens. Estos furrs vivían en el Archipiélago del Dragón y se decía que estaban emparentados con los dragones, aunque no se parecían en nada a aquellas antiguas criaturas que asolaron el mundo en la antigüedad. Los dragones eran enormes bestias escamosas, andaban a cuatro patas y tenían gigantescas alas membranosas. Sus colmillos y garras eran formidables, pocas armas lograban atravesar la armadura de sus escamas y devoraban toda la magia que encontraban a su paso. El capitán del barco era un draken adulto, uno de los pocos que sobrevivieron a la terrible epidemia que azotó el archipiélago diez años atrás. Darroc era un draken de pelaje avellana, con el pelo castaño oscuro, el mismo color le bajaba por la columna y se iba aclarando hacia la cara, el pecho y el vientre. Tenía una cicatriz en el lado izquierdo del rostro y un parche negro le tapaba el ojo del mismo lado. Más que un honrado capitán parecía un pirata, y en más de una ocasión lo habían confundido con uno. Llevaba la ropa típica de los marineros drakens, pantalones anchos y un chaleco sin mangas, aunque algunos tripulantes usaban taparrabos en vez de pantalones. Estaba sobre la cabina de popa, con los brazos cruzados mientras el timonel, a su lado, manejaba el timón del Marí, que era como Darroc había bautizado a su barco. Una vez más la mirada del draken se dirigió hacia el joven pasajero que había aceptado llevar en su viaje a Escama del Dragón, una de las pequeñas islas centrales del Archipiélago. El nombre del joven era Toru, un draken azul, y estaba peligrosamente inclinado fuera del barco. Se encontraba subido sobre el mascarón de proa, mirando hacia el horizonte esperando ver aparecer la isla de un momento a otro; la espuma del mar rociaba la cara del chico, al que no parecía importarle. En uno de los brincos que dio el barco, Toru estuvo a punto de precipitarse al mar y el capitán empezó a maldecir entre dientes, bajando los escalones que llevaban a la parte superior de la cabina. El resto de los marineros, todos muy jóvenes, recién cumplida la mayoría de edad, lo miraron pasar y sonrieron divertidos, pues sabían que el capitán Darroc era un buen furr aunque pareciera un gruñón; lo vieron plantarse con las piernas separadas y los brazos cruzados, mirando hacia el mascarón donde estaba encaramado el otro.

—¡Grumete! ¡Creo que dije que no te quería ver fuera de la cocina!—Gritó al draken, que se volvió algo sobresaltado, sonriendo, deslizándose del mascarón y aterrizando de pie junto a él.

Los drakens no eran muy altos, los machos rara vez superaban el metro cuarenta y las hembras el metro treinta. Pese a ello eran rápidos, ágiles y más fuertes de lo que su corta estatura podría hacer pensar.

—Lo siento capitán Darroc, estoy impaciente por desembarcar. Quería ver si ya se veía la isla.—Explicó.

Toru tenía los ojos azul cobalto y su pelo, revuelto por el aire, era del mismo color; al igual que todos los drakens el pelaje de la columna era del mismo color y se iba aclarando hacia la cara, pecho y vientre. Iba vestido con un taparrabos de piel blanca y un chaleco de cuero sin mangas.

—¡Te dije que no llegaríamos hasta la tarde, con suerte! —Le recordó con un gruñido, señalando la portilla que llevaba hacia las cocinas. —Hicimos un trato, no te cobraría nada por el pasaje si trabajabas como ayudante del cocinero. ¡Ahora vete a preparar la comida de la tripulación! —Ordenó, alzando un puño amenazante.

Toru sonrió un poco y esquivó al capitán, procurando no ponerse al alcance de uno de sus capones y se dirigió hacia la cocina, deteniéndose un momento, mirando hacia el horizonte.

—¡Y no te subas más al mascarón! ¡Si te caes tendrás que hacer el resto del camino a nado! —Lo amenazó el capitán, resoplando ofuscado mientras el chico bajaba las escaleras, escuchándose como terminaba por bajar los últimos metros rodando por ellas. —¡Diablos, ¿porque me meteré en estos líos? —Se preguntó a sí mismo, agitando la cola con molestia y dirigiendo su vista hacia donde sabía que de un momento a otro se vería el perfil de Escama del Dragón.

Toru era un furr de palabra y ayudó en la cocina, la tripulación se turnaba para comer; pero después de la hora de la comida se escuchó al vigía anunciar que ya se divisaba tierra y ansioso se dirigió de nuevo al mascarón, donde el capitán Darroc lo observó con el ceño fruncido, pero incapaz de enfurecerse con el joven y animado draken, que desde hacía unos días había ayudado y animado el barco. Tenía una energía y un espíritu que le recordaban a él mismo de joven, de modo que lo dejó disfrutar de la vista durante un rato hasta que finalmente se acercó a él.

—En una hora tomaremos tierra, mejor que vayas a prepararte para desembarcar, no te quiero en mi barco más del tiempo estrictamente necesario. —Dijo con un gruñido, molesto, cruzándose de brazos.

—Claro capitán ahora mismo.—Respondió Toru divertido, pues había averiguado que solo se comportaba así cuando se preocupaba por alguien de verdad o eso había aprendido en los días que llevaba navegando con el irascible draken.

Tras asegurarse de coger todas sus pertenencias y de colocarse su espada de madera a la cadera izquierda, subió a cubierta y esperó ansioso la hora de desembarcar. La espada, pese a ser de madera, estaba marcada con unas runas mágicas grabadas a fuego, lo que la dotaba de una gran resistencia, pudiendo detener incluso el filo de una verdadera espada, aunque resultaba de escasa utilidad si se tenía que cortar con ella. Colocando la mochila contra la zona vertical de las barandas que impedía que los marineros cayeran por la borda, subió de un salto al pasamano y se agarró a unas de las cuerdas de las jarcias, mirando como llegaban a una isla cubierta por un denso bosque. Estaban entrando en una pequeña cala natural, donde había un desembarcadero. Tal como le había estado contando el capitán Darroc, Escama del Dragón no era una isla grande, el puerto contaba con dos o tres almacenes para guardar las mercancías que tenían que salir o que llegaban al puerto. Los drakens del puerto solo llevaban taparrabos y en la aldea, que estaba en el interior, no usaban ropa. Toru se sorprendió un poco por aquella información, pero ya había escuchado otras veces que en las islas más pequeñas aquello era habitual, pues sus habitantes tenían cosas más importantes en las que gastar el dinero, como en comida, que debía traerse desde el continente o las islas de mayor tamaño; en vez de gastarlo en algo tan trivial. Además, al ser el clima estable todo el año se podía vivir perfectamente sin vestimentas, incluso en época de lluvias. Una vez más, el capitán se había acercado a él y se puso a su lado con las piernas separadas y los brazos cruzados.

—¿Ya has acabado? —Preguntó con un gruñido, agitando la larga cola. La cola de los drakens ayudaba a mantener el equilibrio y podían usarla para darse un mayor impulso. –Espero que hayas dejado todo recogido en la cocina. —Toru se volvió sonriendo.

—Por supuesto capitán Darroc, no podía irme de su barco sin cumplir con mi trabajo. Después de todo hicimos un trato. —Respondió, bajando de un salto de la barandilla y apoyando la mano en la empuñadura de la espada de madera.

—Bien. —Asintió, moviendo nervioso los dedos sobre una pequeña cajita de madera en forma de cubo, que terminó por tenderle con un gruñido. —Ten esto, podría serte útil, tengo varias docenas y me sobra una.

—Vaya capitán, no sabía que le cayese tan bien como para que se declarase… —Lo siguiente que se escuchó fue el fuerte capón que le sacudió en todo lo alto de la cabeza. Quejándose, Toru se frotó el chichón que estaba seguro le iba a salir, tratando de aguantarse unas lagrimillas que luchaban por brotar. —No es alguien muy dado a bromas, ¿verdad? —Dijo abriendo la cajita, viendo que en el interior había una pequeña gema amarilla.

—Es una gema de luz, basta con que la agites y empezará a brillar durante un buen rato… —Explicó Darroc ignorando sus quejas.

—Gracias capitán. —Respondió sinceramente, volviéndose al escuchar gritar a los marineros que se preparaban para desembarcar en el puerto, donde ya bullía una gran actividad ante la llegada del navío.

—No se merecen. —Aseguró cruzándose de brazos y encogiendo los hombros. —Cuídate chico, sea lo que sea que hayas venido a hacer en esta isla perdida de la mano de los dioses. Me quedaré un día en el puerto mientras descargan las mercancías y cargamos las que tenemos que transportar de vuelta. —Darroc se le quedó mirándole un momento, viendo que guardaba la cajita de madera en la mochila, finalmente sacudió la cabeza. —No te quedes mirando embobado a las hembras, ¡o te sacarán los ojos! —Bromeó, dándose media vuelta, empezando a gritar órdenes a los marineros. El chico se volvió a sonreírle divertido por las voces que daba para poner orden con las que trataba de disimular que estaba emocionado.

Toru estaba en plena juventud, con quince años le faltaba uno para ser considerado un adulto dentro de los cánones de su raza, que era bastante longeva. Esperó impaciente a que el timonel atracara en el largo desembarcadero para saltar desde la barandilla a las tablas del puerto, alzándose orgulloso e impaciente por ponerse en marcha, ignorando las miradas curiosas que le lanzaron los trabajadores del puerto, que estaban asegurando la embarcación.

—¡Eh, grumete!—Resonó la voz del capitán Darroc por encima del bullicio que se había empezado a formar alrededor del Marí. Toru se volvió a mirar hacia la procedencia de la voz.—¡No te metas en líos o me obligarás a ir en tu busca! —Le gritó el capitán que se había subido sobre la barandilla del barco y observaba como empezaban a descargar la mercancía por unos largos tablones que hacían las veces de pasarela.

Toru rio alzando la mano, recibiendo los gritos de despedida de toda la tripulación y adentrándose en la isla, escuchándose la voz del capitán Darroc dando órdenes a los marineros para que se apresurasen a descargar la mercancía, ya que todos tenían ganas de pasar una noche en tierra.

Un joven draken púrpura se encontraba en una playa de arenas blancas de la isla, era uno de los tantos pescadores del lugar, y limpiaba los peces que había capturado aquel día. Junto a él había un gran bumerán con los bordes metálicos y runas mágicas grabadas a fuego en la madera. Era el único de la isla que usaba dicha herramienta para pescar, y no redes o cañas como el resto de los pescadores. Su pelo era de color púrpura y le bajaba por la columna hasta la punta de la cola, al igual que el resto el color se iba aclarando por los costados hasta la zona de la cara, el pecho y el vientre que eran de un violeta muy claro. Sus iris eran de un color rojo, algo que probablemente intimidaba a quien se lo encontrara cara a cara. Tenía dieciséis años y no llevaba ropa, pero tampoco le era muy necesario, pues los machos drakens no tenían los genitales por el exterior del cuerpo, sino en el interior, marcándose la zona con un ligero abultamiento. Destripaba y limpiaba los peces en un cubo lleno de agua con un afilado cuchillo, silbando una cancioncilla contento, pues ese había sido un buen día de pesca para él.

—¡Jaru, hermano! ¡Traigo noticias! —Gritó una repentina voz a sus espaldas, sobresaltándolo, estado a punto de rebanarse un dedo.

Se volvió a mirar sabiendo de quien se trababa, era su hermana, Kayrin, una draken de trece años y pelaje rosa. El rosa del pelo y la espalda era intenso, mientras que el del vientre, pecho y cara eran de un suave rosa claro. Sus ojos eran de un hermoso color verde y al igual que todos los drakens de la isla no llevaba nada de ropa, su pelaje ya era de por sí una hermosa vestimenta.

—Bueno, ¿qué noticias traes? —Preguntó sonriendo, pues su hermana siempre le contaba cualquier cosa por muy insignificante que fuera, como la vez que vio una hermosa y extraña flor entre las rocas de un claro que había antes de llegar a lo profundo del bosque, al cual tenían prohibido entrar, pues se decía que estaba maldito.

—¡Un forastero! —Anunció orgullosa, esperando sorprenderlo, apoyando las manos en las caderas.

—¿Bueno y qué? Vienen muchos forasteros al puerto…—Murmuró con tranquilidad, ajeno a la cara de decepción y fastidio que ponía la hembra.

—¡Ya lo sé! —Exclamó ella, dando un fuerte pisotón y apretando los puños enfadada. —¡Si solo fuera eso no te habría venido a decir nada! Lo que pasa es que han visto al forastero dando un rodeo al pueblo y dirigirse directamente al Bosque Prohibido. —Esta vez sonrió satisfecha al ver como su hermano se volvía para mirarla sorprendido.

—¡Qué locura! ¿Y nadie lo ha detenido o le ha explicado la situación? Quizás no sepa las historias... —Comentó, dejando un momento el pescado y volviéndose hacia ella, viéndola negar con la cabeza.

—No lo sé, pero deberíamos ir a buscarlo Jaru, ¡quizás necesite ayuda! —Le pidió, juntando las manos y lanzándole una de sus miradas suplicantes.

Jaru sintió como aquellos ojos verdes se clavan en lo más hondo de su alma y tubo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada para darle la espalda.

—¡No! ¡Ni hablar! No vamos a ir a ese lugar. —Respondió sin mirarla, pues sabía que de hacerlo sería su perdición. —Estoy seguro de que siendo un draken ha oído hablar de las ruinas malditas del Bosque Prohibido. Será otro forastero que viene en busca de tesoros que no existen, por desgracia creo que no lo volveremos a ver en Escama del Dragón. —Aseguró continuando de espaldas a ella, haciendo temblar a la draken de indignación. —Y te prohíbo terminantemente ir. —Ordenó, adelantándose antes de que ella abriera la boca para protestar.

La escuchó gruñir furiosa y dar un pisotón en el suelo, lo siguiente que notó fue como uno de los pescados de los que había estado limpiando lo golpeaba en la nuca, casi tirándolo de bruces al suelo. Al volverse sorprendido, frotándose con una mano, la miró alejándose indignada agitando la cola alzada. Suspiró pesaroso y siguió limpiando los peces, pensando que sería mejor darle algo de tiempo para que se calmara.

Un par de horas después, Jaru volvía de la playa cargando con el bumerán a la espalda y con una ristra de peces en ambas manos. La cabaña en la que vivía, se encontraba algo apartada del pueblo, cerca de un pequeño río que salía de alguna parte del centro de la isla, que estaba coronada por un antiguo volcán inactivo. Lo bueno de aquel lugar era que el padre de Jaru había descubierto un depósito de aguas termales que fluían cerca de la casa y había construido unas termas. No eran las únicas de la zona, pero eran privadas pues en el pueblo había unas grandes termas comunales. El chico se sorprendió cuando vio que la luz de la pequeña caseta de la terma estaba apagada al igual que la de la cabaña, de la que tendría que salir la luz de las velas por las ventanas y el humo por la chimenea. Un terrible presentimiento le recorrió la columna y aceleró el paso, abriendo la puerta de golpe, dejando caer los pescados en un poyete de la cocina.

—¡Kay! ¡Kayrin! —Gritó echando un vistazo a las dos habitaciones de la pequeña cabaña, y comprobando, que tal y como temía, su hermana no estaba.

Maldiciendo entre dientes se aseguró de que el bumerán estuviera bien sujeto a su espalda y echó a correr, saliendo de la cabaña y dirigiéndose al centro de la isla, al Bosque Prohibido.

Toru por fin había llegado al lugar indicado en el mapa de su padre y revisó una vez más otro mapa de la isla Escama de Dragón que tenía en las manos y comparó la marca esculpida en la columna tumbada ante la que estaba. Del antiguo templo que debería haber allí apenas quedaban unas ruinas cubiertas de musgo y enredaderas. Asintió con la cabeza enrollando el pergamino y lo metió en el largo tubo de madera pulida que había sacado de la mochila, le puso el tapón de rosca y buscó con la mirada una entrada al templo. Vislumbró algo entre una densa cortina de enredaderas, guardó el tubo de los mapas en la mochila y se dirigió al lugar, al apartarla con una mano comprobó con satisfacción que había una entrada. Era como una boca abierta, trozos de musgo colgaban del techo como dientes podridos de una bestia y el olor que salía del lugar le hacía lagrimear. Sin darle importancia, sacó la gema de luz que le había regalado el capitán Darroc y se adentró en las ruinas del antiguo templo dedicado a un dios olvidado.

Toru alzó la gema de luz en alto para iluminar el oscuro camino. Llevaba más de dos horas en aquella penumbra, soportando aquel maldito hedor que parecía provenir de un lodo espeso y verdoso que cubría la mayor parte de paredes, suelos y techos. Se detuvo en una intersección, donde comprobó uno de sus mapas a la luz de la gema, asintió para sí y buscó un trozo de roca que no estuviera cubierto por aquel lodo que rezumaba de las grietas y junturas de los bloques de piedra. Tras marcar el camino, siguió andando, llegándole el lodo a la altura de los tobillos, y pensando que jamás volvería a recuperar el olfato. Tenía que ir con mucho cuidado, pues ya se había topado con un par de pasillos en los que el techo se había derrumbado y otros tantos que estaban a punto de colapsar debido al lodo y a las raíces de las plantas que se habían abierto paso hasta el interior de las paredes del templo. Un sonido a su espalda hizo que se llevara la mano libre a la empuñadura de su espada de madera y alzara la gema en dirección al ruido, pero al ver caer unos fragmentos de piedra de una pared, chasqueó la lengua con fastidio. Se había llevado un susto de muerte. Sacudiendo la cola con incertidumbre, sujetó la gema de luz con la mano izquierda, desenvainando la espada con la derecha y caminó con cuidado de donde ponía los pies, ya que había sentido un par de veces algo deslizándose bajo el lodo, pasándole entre las piernas.

—Este lugar me pone de los nervios…—Murmuró, hablando consigo mismo, sintiendo que necesitaba oír su propia voz para darse ánimos. Vio una arcada de piedra y sonrió, pues aquello era indicativo de que estaba llegando al punto de las ruinas que le interesaba. —Bien, la sala del altar debe estar cerca… —Hubo un fuerte ruido que resonó a su espalda y que le hizo dar un salto en el aire.

Empezó a escuchar unos gemidos escalofriantes que llegaban amplificados debido a los largos pasillos del templo. Una sombra oscura se movió fuera del alcance de la gema de luz y Toru retrocedió de espaldas, con la espada delante de él.

—¡Alto! ¡¿Quién…?! – Antes de que pudiera terminar la frase, sintió como el suelo fangoso cedía bajo sus pies y cayó a un oscuro vacío. Su cuerpo pareció quedarse suspendido un segundo en el aire, antes de que lo engullera la oscuridad.

Toru escuchó una voz que lo llamaba en la sombras, no reconocía la voz y tampoco le importaba mucho, cada vez que intentaba escapar de la oscuridad donde estaba su conciencia, sentía un terrible dolor en la espalda que lo dejaba casi sin respiración y lo hacía caer de nuevo. Sintió entonces como unas manos se posaban suavemente sobre su pecho, escuchó de nuevo la voz susurrando palabras suaves y tranquilizadoras. Un agradable calor empezó a recorrerle todo el cuerpo, provocándole un cosquilleo suave y estimulante que le ayudó a superar aquella oscura barrera de dolor que le hacía caer en la inconsciencia. Con un gemido abrió los ojos, viendo la imagen borrosa de una draken rosa inclinada sobre él. La luz de la gema brillaba en alguna parte cercana, poco a poco la visión se le fue aclarando y distinguió las facciones de la draken que estaba arrodillada junto a él, con las manos posadas sobre su pecho, susurrando una oración. Era la imagen más hermosa que había visto nunca, sintió como su corazón daba un fuerte pálpito cuando la hembra abrió los ojos, revelando un hermoso color verde, mirándolo con intensidad y algo de miedo.

—Hola, no te preocupes, me llamo Kayrin y soy sanadora. Has tenido una caída muy fea. —Le explicó con una dulce sonrisa, aunque sus ojos denotaban preocupación. —Esto te va a doler… por favor aguanta. —Le pidió en voz baja y suplicante, volviendo a cerrar los ojos con fuerza.

Justo cuanto Toru iba a abrir la boca para preguntarle qué ocurría, sintió un chasquido en la espalda y le sobrevino el dolor más atroz que jamás hubiera sentido. Notó como la oscuridad de la inconsciencia volvía a apoderarse de él y la boca se le llenaba del sabor a bilis. Asustada, Kayrin escuchó como el draken lanzaba un fuerte gemido de dolor y su cuerpo volvía a quedar totalmente relajado al perder la consciencia, pero no podía detener la comunión con la diosa, pues sentía que le prestaba especial atención. Nunca había sentido la presencia de Alhaz con tanta intensidad como en aquel momento, pensó que quizás era debido a la urgencia de la situación. Tras varios minutos, notó que la sensación de plenitud, de sentirse imbuida por el poder de la diosa, se iba desvaneciendo, dejándola agotada y con las piernas temblorosas, aunque por suerte seguía arrodillada junto al chico inconsciente. Estaban en un pasillo semiderruido del laberinto que había dentro del propio templo, el lodo les llegaba por los tobillos, aunque ahora tenía cubierta las piernas al haberse arrodillado y el draken estaba casi empapado por completo, teniendo solo limpias la zona del pecho y la cara. Preocupada porque el joven macho no recuperaba la consciencia, acercó la oreja hacia su rostro para asegurarse que seguía respirando, le apartó la cara del lodo levantándosela un poco, tomándolo por las mejillas y tras la nuca. El chico despertó con un sobresalto, volviendo inconscientemente el hocico hacia el de la hembra y ambos se encontraron.

Toru despertó sobresaltado, sintiendo como unas suaves manos lo tomaban por las mejillas con delicadeza y le giraban el rostro, entonces recordó la caída y como algo crujía en su espalda provocándole un terrible dolor. Ahora que había recuperado de nuevo la consciencia, lo primero que vio ante él eran aquellos hermosos ojos verdes, mirándolo muy de cerca y con gran sorpresa, observó como las mejillas de la hembra se encendían con un furioso color rojo, como avergonzada o enfadada. Toru frunció el ceño sin comprender lo que pasaba hasta que se percató de que sus hocicos estaban en contacto en un beso. Con un grito de sobresalto se apartó de ella un poco, incorporándose hasta quedar sentado.

—Lo siento much… —No le dio tiempo de terminar de hablar cuando Kayrin se puso a gritarle y a abofetearle repetidamente la cara.

Cuando quiso darse cuenta de lo sucedido, estaba de nuevo tumbado de espaldas y le ardían las mejillas.

—¡Pervertido! ¡Pervertido! ¡Pervertido! ¡Mi hermano tenía razón, todos los forasteros son unos pervertidos!—Le gritaba ella, que se había apartado unos metros, poniéndose en pie y señalándole con un dedo acusador.

Toru tardó unos segundos en recuperarse, aun así, cuando consiguió incorporarse de nuevo, le seguían ardiendo las mejillas.

—¡¿Pero qué te pasa?! ¡Ha sido sin querer! —Se quejó, empezando a ponerse en pie, sintiendo las piernas temblorosas, pero sin notar ningún dolor, excepto en la cara.

Con disgusto comprobó que tenía casi todo el cuerpo cubierto de aquel apestoso lodo, que parecía haberse metido has por dentro de sus ropas.

—¿En… en serio? ¿No eres un pervertido? —Preguntó Kayrin desconfiada, mirándolo un poco apartada.

El macho le devolvió una mirada irritada, sacudiendo la cola.

—¡Claro que no! Yo soy un draken honrado, yo nunca te hubiera besado. Por cierto, me llamo Toru.—Dijo pasándose las manos por el cuerpo para eliminar la mayor parte del lodo, por lo que no pudo ver la mirada furiosa que le lanzaba la hembra, que se disponía a a abrir la boca para replicarle.

Pero justo en aquel momento el macho lanzó un grito, empezó a quitarse el chaleco rápidamente, lanzándolo lejos y una criatura serpentina de color negro se deslizó de la maraña de ropa enlodada y se sumergió en la masa de lodo verdoso. El draken sintió como le recorría un escalofrío por la espalda.

—¿Estas bien? —Le preguntó ella, que tomó la gema de luz que estaba sobre una roca, olvidando la réplica que le iba a hacer. La luz se reflejó en algo metálico en el antebrazo derecho de Toru.—Vaya, que brazalete tan bonito. —Observó con admiración.

—Yo no tengo ningún brazale… —Las palabras se apagaron al dirigir la mirada al brazo derecho y ver que tenía un brazalete asido al antebrazo.

Estaba cubierto de lodo, pero se distinguía un metal oscuro, con una filigrana de metal más claro que formaba algún tipo de dibujo y una medio esfera de color blanco y betas azules engarzada en el centro. Asustado empezó a revolverse y a intentar quitarse el brazalete con la otra mano, pero no era capaz de ver ningún cierre por ninguna parte, era como si el brazalete hubiera sido soldado perfectamente en torno a su antebrazo.

—¡Esto… esto no es mío! —Gruño el chico con un jadeo, dándose por vencido, mirando con reticencia el brazalete.

—Pues lo tenías cuando baje a ayudarte, la gema estaba brillando un poco. —Le indicó la hembra señalando el techo.

Toru trató de mirar, alzando la gema de luz que había dejado caer, sobre la roca que sobresalía del lodo. No llegaba a ver el agujero por el que había caído, pero sí veía raíces y lianas que colgaban del techo. No había rastro de cascotes excepto por uno o dos fragmentos más grandes, el resto los habría cubierto el lodo. Calculó que si no hubiera sido por dicha capa de lodo, seguramente se habría matado, pues incluso los drakens, con su fuerza, agilidad, velocidad y resistencia, tenían un límite y una caída como aquella podría haberlo matado.

—Ya veo. —Respondió con una mueca volviendo a mirar preocupado el brazalete. —Yo… no te he dado las gracias como es debido. —Toru hizo una respetuosa inclinación. —Muchas gracias por tu ayuda, sin ti seguro que hubiera muerto. —Su mano se dirigió a la cadera izquierda, hacia la empuñadura de su espada, pero ésta se cerró en el aire.

Recordó con un sobresalto que la estaba empuñando al caer y se giró bruscamente antes de que ella pudiera responderle, mirándolo extrañada, ladeando la cabeza.

—¿Qué sucede? —Le preguntó con aquella mirada de extrañeza.

—¡Mi espada! ¡No está!—Respondió caminando un poco, mirando por todas partes e introduciendo una mano en el lodo apestoso, esperando encontrarla por el tacto. —Es una espada de madera que me regalo mi padre. —Le explicó preocupado, alejándose un poco seguido por la hembra.

—No te preocupes, te ayudaré a buscarla. —Dijo Kayrin, que se adelantó un poco y metió con asco una mano en el lodo. Tanteando, su mano dio con una superficie dura, cilíndrica y suave. —¡La encontré! —Exclamó dando un tirón para sacar lo que había encontrado.

Toru, que se había vuelto hacia ella lleno de alegría, se quedó paralizado mirando con ojos desorbitados lo que sostenía la draken en la mano y retrocedió un paso asustado. Kayrin, al ver la cara que ponía, se encogió aterrada y lentamente giró la cabeza hacia lo que tenía en la mano, viendo nada menos que un brazo, o más bien los huesos de un brazo. Lanzó un tremendo chillido soltando los huesos y lanzándose hacia Toru, abrazándose a su cuello. El draken casi cayó de espaldas al abrazarla y miró como los huesos volvían a hundirse en el fango, haciéndole poner una mueca de asco. Entonces sus ojos detectaron un reflejo y estrechó la mirada, viendo que su espada había caído sobre un montón de huesos. Con cuidado indicó a Kayrin que lo soltara. Ella se apartó algo reticente, siguiéndole y casi pisándole los talones. Tomó la espada mirando los viejos huesos amontonados, entre los que distinguía una extraña calavera, que estaba seguro que no era de un draken. Tras buscar también su mochila, se la echó a la espalda con pesar, estaba totalmente cubierta de lodo, pero esperaba que el interior siguiera intacto pues la mochila era de un material impermeable, además de llevar algunas runas mágicas, para fortalecerla e impedir que el agua entrara.

—¿Estás bien? —Le preguntó algo preocupado al verla aún un poco pálida, mirando con ojos desorbitados hacia los huesos. Ella asintió muy rápido con la cabeza y se apresuró a ponerse a su lado. —Bien, es mejor que sigamos adelante. —Miró a ambos extremos del pasillo. —Si seguimos por aquí llegaremos a una sala amplia, luego solo tendremos que buscar unas escaleras que nos lleven al piso superior, desde allí creo que seremos capaces de encontrar el camino de vuelta. —Le explicó, intentando aparentar seguridad para tranquilizarla. Kayrin le sonrió un poco, y ambos comenzaron a caminar por el lúgubre pasillo.

Tal como recordaba Toru del mapa, el templo tenía varios pisos y todos construidos de forma similar. En la antigüedad todo aquello estaba sobre la superficie, y el Archipiélago del Dragón formaba parte de un continente más grande que se había hundido bajo las aguas, aunque otros decían que se había formado por islas volcánicas. Tras cruzar una arcada, llegaron a una amplia sala, la gema de luz brillaba con intensidad en aquella oscuridad y podía verse el techo abovedado, de grandes bloques rectangulares desde los que colgaban largas lianas o raíces. Algunos bloques se habían desprendido y podía verse la luz de la luna entrar por aquellos grandes agujeros, lo que indicaba que aquella sala ocupaba dos o tres pisos de altura según pudo calcular, bajaron unos escalones para llegar al nivel del suelo de aquella sala. Kayrin bajó pegada a él, mirando nerviosa en todas direcciones.

—Si algunas de esas plantas llegan al exterior, podrías usarlas para salir. —Indicó el draken azul acercándose a un grupo de lianas bajo la cual se había formado un gran charco de agua cenagosa.

—¿Tu no vas a venir? —Preguntó sorprendida, pues le había dado a entender que no iba a ir con ella.

—No, yo tengo algo que encontrar en este lugar. —Le explicó, tratando de alcanzar las lianas más bajas. Cuando tomó una, dio unos cuantos tirones pero al tercero se desprendió con un chasquido y cayó. —Por cierto, aún no me has dicho que haces en este lugar. —Dijo Toru frunciendo el ceño y buscando alguna otra liana que le ofreciera más resistencia.

Kayrin bajó la mirada algo avergonzada, intentando inútilmente eliminar el lodo de su pelaje.

—Bueno… Soy de la aldea. Escuché que un forastero se había adentrado en el Bosque Prohibido, supuse que vendrías a las ruinas. —Respondió, observando los intentos frustrados del chico por encontrar una liana resistente. Todas parecían podridas y por las zonas rotas segregaban una sabia de color oscura y maloliente. —Quería advertirte para que no entraras, es un sitio muy peligroso. — Aseguró, tapándose la nariz ante el olor que desprendían las plantas.

Toru se detuvo bruscamente y se giró lentamente, volviéndose hacia ella y estrechando la mirada.

—Entonces, ¿has sido tu quien hizo todo ese ruido y me hizo caer? —Kayrin apartó la mirada nerviosamente, pero antes de que pudiera responder un fuerte sonido los hizo volverse sobresaltados hacia una zona en sombras.

Los dos permanecieron en tensión, Toru con la espada presta ante él para atacar o defenderse, y Kayrin procurando ponerse cerca de él, buscando su protección, pero lo suficientemente alejada para no entorpecerle si tenía que usar la espada. Toru apretó los dientes, iba a ser la primera criatura a la que se enfrentara realmente. Hasta entonces había tenido un duro entrenamiento, practicando día y noche con la espada, no solo contra los postes de madera con los que su padre se entrenaba en el patio de casa, sino buscando contrincantes por su pueblo, incluso retando a todos los forasteros que llegaban en los barcos y aceptaban su desafío. Aquello hizo que desarrollara técnicas con la espada de todas partes del mundo, principalmente del continente de Raito, de donde provenían la mayoría de los barcos. Esperaba que ese entrenamiento diera sus frutos en aquel momento. Una forma bípeda, cubierta de ramas y lodo, apareció en una de las franjas de luz que entraban por el techo, Kayrin dejó escapar un chillido y Toru se lanzó al ataque. El ser se paró en seco, alzó las viscosas manos en señal de rendición y se tiró al suelo, pasándole por encima la espada de madera de Toru, que se quedó parpadeando sorprendido por la reacción del monstruo. El ser se levantó, arrodillado y agitando las manos en el aire, balbuceando algo incomprensible. Sin dejarse convencer, Toru alzó de nuevo la espada para acabar con el monstruo de lodo, pero entonces Kayrin saltó hacia él.

—¡Espera! ¡Creo que es mi hermano! —Gritó, apresurándose hacia el ser arrodillado, empezando a quitarle el lodo y las ramas de la cara. Tras unos segundos el rostro de Jaru quedó al descubierto. —¡Jaru! ¿Pero qué haces aquí? ¿Qué te ha pasado? —Preguntó preocupada al ver un feo chichón en la frente de su hermano.

—Estoy bien Kayrin. —Respondió él, tratando de que se calmara un poco. —Vine a por ti y cuando estaba buscando la entrada, el suelo cedió bajo mis pies y caí en un charco fangoso. —Explicó con un gesto de asco. —¿Cómo se te ocurre adentrarte en estas ruinas? ¡Sabes que están malditas! —La regañó, poniéndose en pie, eliminando todo lo que podía del lodo que lo cubría.

Ella lo miró apenada, retrocediendo y agachando la mirada triste. Jaru resopló con enfado, su hermana siempre lo hacía sentir culpable y su mirada se volvió hacia Toru, que miraba tranquilamente a los dos hermanos.

—Todo esto es por tu culpa. ¿Por qué has tenido que venir a causar problemas? —Preguntó enfadado, llevando una mano por encima de su hombro izquierdo, cogiendo el agarre del gran bumerán de madera que llevaba a la espalda.

Toru no se amilanó y alzó la barbilla.

—¡Yo no he pedido que me siguierais ninguno de los dos! ¡Ni siquiera os conozco! —Replicó, alargando la mano hacia la empuñadura de su espada de madera, dispuesto a luchar en aquel mismo momento.

—¡Parad los dos! —Ordenó Kayrin interponiéndose entre los machos y lanzando una mirada furiosa a su hermano, que murmuró algo para sí mismo y retrocedió un paso, sacudiendo la cola furioso. —Toru, este es mi hermano Jaru, perdona su actitud, suele preocuparse mucho por mi. —Le explicó, volviéndose hacia su hermano. —Anda, deja que te cure ese chichón. —Dijo acercándose a él.

Jaru la vio cansada y ojerosa, como si hubiera usado una gran reserva de su energía sanadora.

—No, no te preocupes, estoy bien, salgamos de aquí. —Indicó, buscando una salida. No muy lejos vieron una entrada distinta por la que habían llegado a la sala. —Cuando caí creo que escuché un silbido, no sé qué era, pero me dio mala espina. —Informó, lanzando una furiosa mirada a Toru, que lo ignoró y guardó la espada en el cinturón de su taparrabos, dispuesto a acompañarlos un trecho, pues aquello parecía una forma en la que los dos hermanos salieran de aquel lugar.

Quería asegurarse de que se ponían a salvo mientras que él seguía explorando el templo, pues estaba seguro de que en algún lugar encontraría algo que le diera una pista del paradero de su padre, convencido de que las respuestas se encontraban en aquel antiguo mapa.

Cuando empezaron a subir aquellos escalones que los llevaría a un pasillo superior, quizás del que había caído la primera vez Toru, escucharon un sonido metálico tras ellos, seguidos de un silbido. Los tres se volvieron al mismo tiempo y vieron como una espada reluciente, que reflejaba la luz de la luna procedente de los huecos del techo, se dirigía a ellos a toda velocidad. Dando un grito al unísono salieron a correr terminando de subir los pocos escalones que los llevaban hasta el pasillo, empezando a correr todo lo deprisa que les permitían sus piernas, mientras que Kayrin llevaba la mano alzada para iluminar el camino con la gema de luz.

—¡Ese es el mismo ruido que escuché cuando caí por el techo! —Gritó Jaru que corría delante, echado un vistazo hacia atrás, llevando el bumerán cargado a su espalda, sujetándolo con una mano por uno de los asideros que tenía en los extremos.

Toru había agarrado la mano libre de Kayrin para ayudarla en caso de necesidad, mientras que su otra mano sostenía la espada. La draken rosa mantenía la gema alzada, para iluminar el camino, pues no querían volver a caer por el agujero como por el que cayó Toru. Al llegar a una intersección, Jaru siguió corriendo hacia delante.

—¡No Jaru, por ahí no! —Gritó Kayrin, girando la izquierda en una intersección, siguiendo a Toru.

Jaru frenó bruscamente y miró a su espalda, poniendo el bumerán ante él temiendo que la espada lo alcanzara, pero esta torció siguiendo a Toru y a su hermana, les lanzó un grito de advertencia.

—¡Kayrin, cuidado! —Gritó echando a correr hacia donde se habían dirigido los otros dos.

Al llegar a la intersección, los vio levantarse del suelo y echar a correr de nuevo hacia él. Jaru se quedó parpadeando sin comprender que hacían hasta que vio que la espada venía disparada hacia donde estaban. Lanzó un gruñido y se corrió hacia ellos. Cuando ambos le pasaron a los lados, se frenaron en seco y lo miraron confuso. Jaru puso el bumerán delante de él y lo clavó con fuerza en el suelo de piedra haciéndolo crujir. Kayrin tuvo el terrible presentimiento de que la espada voladora atravesaría limpiamente el bumerán de madera.

—¡Jaru, no! —Gritó tratando de alcanzar a su hermano para que se tirase al suelo.

Con un gruñido, Toru también corrió hacía el draken púrpura sacando su espada de madera para tratar también de bloquear el arma voladora. De repente, hubo un tremendo crujido, el suelo tembló bajo sus pies y cedió, cayendo todos a un oscuro vacío. Toru lanzó un grito de frustración al volver a verse en aquella situación, dirigió su vista hacia arriba y vio pasar la espada silbando por encima de ellos. Notó que caía en la oscuridad, y como su cuerpo chocaba con los fragmentos de piedra. Kayrin gritaba aterrada y Jaru la llamaba tratando de alcanzarla inútilmente. Un trozo de piedra golpeó en la cabeza a Toru, que con un gemido de dolor sintió como su visión se oscurecía y caía de nuevo al mundo de la inconsciencia. Cuando recuperó el sentido no sabía cuánto tiempo había estado desmayado, pero se encontraba colgado indecorosamente cabeza a abajo, con lianas y raíces enroscadas en torno a su cintura y la cola. Escuchó unos gritos de Kayrin y al volver la mirada, vio como luchaba inútilmente por liberarse, también atrapada como él. Jaru estaba igual, pero él estaba cortando las raíces con su afilado bumerán, logrando liberarse y cayendo a un gran charco de lodo que había bajo ellos. Toru divisó su espada de madera no muy lejos, enredada con las raíces y tras alargar una mano con esfuerzo, logró asirla e intentó cortarlas pero le resultó imposible. Con un suspiro vio salir a Jaru del lodo, tosiendo y limpiándose la cara lo mejor que pudo, sacando el bumerán y sacudiéndolo para eliminar la mayor parte del lodo.

—¡Jaru, date prisa! —Le gritó Kayrin que estaba a más altura que Toru, hecha un lío con las raíces.

El draken púrpura sacudió la cabeza negativamente.

—Antes voy a soltar a Toru, él te cogerá cuando caigas. —Explicó al tiempo que cogía impulso y lanzaba el bumerán con fuerza.

Toru apenas tuvo tiempo de prepararse, pues el lanzamiento lo cogió por sorpresa ya que daba por hecho que primero liberaría a la hembra. El bumerán pasó por encima de él cortando las raíces, soltando aquel apestoso líquido negruzco. Algunas lanzaron chasquidos y latigazos al ser cortadas. De hecho justo cuando comenzaba a caer, una le dio un fuerte azote en el trasero que le hizo lanzar un grito de dolor y caer de bruces al charco de barro, saliendo de este maldiciendo entre dientes y quitándose el lodo de la cara. Podía escuchar las risas contenidas de los dos hermanos y al lanzarles una furiosa mirada se contuvieron. Jaru ya tenía el bumerán en la mano y tras carraspear un poco, volvió a lanzar su arma. Le hizo falta un par de lanzamientos, pues pese a tener los bordes metálicos no estaba demasiado afilado y algunas raíces eran muy gruesas. Con un grito, Kayrin cayó al vacío, aterrizando en los brazos de Toru, que a pesar de estar preparado acabó de culo en el barro con la hembra encima. Ella se levantó rápidamente y le ofreció la mano para ayudarlo.

—Muchas gracias. —Agradeció, caminando para salir del charco, dirigiéndose a una zona seca de losas de piedras, cubiertas de polvo. —Espero que no te duela mucho el trasero. —Le miró divertida, con un brillo travieso en los ojos, ayudándolo a salir del lodo.

Jaru no pudo evitar sonreír a su hermana, tratando de quitarse toda la suciedad posible de encima.

—Sí, muchas gracias, ya no me duele. —Aseguró Toru, molesto, aunque realmente le dolía donde le había dado el latigazo la raíz.

Salió frotándose un poco disimuladamente y colocándose el taparrabos, el cual estaba deseando quitarse para darse un baño pues era una sensación muy desagradable el tenerlo lleno de lodo. Tras coger la espada que había soltado y sujetarla en el cinturón, miró alrededor. Por suerte Kayrin había conservado la gema y con ella podían iluminar un gran círculo de luz a su alrededor, aun así no llegaban a ver el alto techo, del que colgaban las raíces, y tampoco alcanzaban a ver las paredes. En los lugares donde había raíces y lianas colgando, se habían formado charcos de aguas turbias y lodosas. También podían ver gigantescas columnas de piedra que subían hasta perderse en la oscuridad y que sostenían todo el peso del templo, o al menos aquello pensó Toru, pues calculaba que con tanto caer a través de los debilitados suelos habían llegado al último piso, que en su momento habría sido el primer piso, antes de que el templo acabara engullido por la tierra y la maleza.

—Y ahora, ¿cómo salimos de aquí? —Preguntó Kayrin preocupada, mirando a su alrededor. Entonces estrechó la mirada y señaló con un gesto. —¿Habéis visto? —Preguntó emocionada, echando a correr hacia un punto de la inmensa sala.

Los dos chicos se apresuran a seguirla. Al principio no sabían que era lo que había visto, pero justo cuando Toru iba a abrir el hocico para preguntarle a donde iban, vio una pálida luz blanca justo delante de él, y a los pocos minutos distinguieron la forma rectangular de un altar de mármol blanco. Al principio Toru pensó que un rayo de luz de luna se filtraba por algún lado, pero pronto se dio cuenta de que la luz parecía provenir de las propias piedras. Kayrin se detuvo justo delante del altar, conteniendo el aliento. Tras unos segundos se adelantó y se arrodilló, juntando las manos y empezando a orar a la diosa.

—Es un altar muy antiguo. —Comentó Jaru, acomodando el bumerán en su espalda, sujetándolo por uno de los asideros retráctiles que se recogían cuando el bumerán era lanzado. Subió unos peldaños de mármol hasta el altar y tras inclinar la cabeza y murmurar unas plegarias, se paró delante de la piedra, acariciando un extraño símbolo que había en el frontal. —No reconozco este símbolo. —Indicó, mirando hacia su hermana, que se levantó tras murmurar unas últimas palabras y se acercó a mirar.

—Yo tampoco. —Respondió extrañada, rodeando el altar.

Al pasar por uno de los laterales vio la figura exquisitamente tallada de un pegaso, la figura era muy parecida a la que se usaba para representar a Alhaz, una unicornio y diosa de la luz, pero al fijarse mejor se dio cuenta de que aquel pegaso estaba tan bien hecho que se distinguía perfectamente que era un macho y no una hembra. Frunció el ceño realmente extrañada, moviendo la cola pensativa tras ella.

—¿Qué pasa? —Preguntó Toru, que había subido los peldaños y se había puesto a curiosear el lugar sin pararse a rezar unas palabras o una oración respetuosa ante el altar.

—Es extraño, todas las representaciones que he visto de la diosa, eran de una unicornio hembra y sin embargo este es otra criatura, un pegaso un macho. —Explicó con una mueca de extrañeza, pasando respetuosamente las yemas de los dedos por la figura del pegaso.

Todos escucharon un repentino y extraño sonido en la inmensidad de la oscura sala y buscaron nerviosos con la mirada en todas direcciones. Un fétido olor inundó el lugar provocando que los ojos de los tres empezaran a lagrimear. Algo se arrastró en la oscuridad.

—Bien, todo esto es muy interesante pero tenemos que salir de aquí. —Los apremió Toru nervioso, sujetando su espada y haciendo señas a los dos hermanos para que se pusieran en marcha. —Allí hay otra luz, quizás sea una salida. —Dijo indicando la dirección, mirando preocupado a su alrededor, pues el olor era cada vez más intenso y el sonido parecía acercarse hacia donde estaban ellos.

Los dos hermanos se apresuraron a bajar los escalones que llevaban al altar y se dispusieron a echar a correr hacia donde había señalado Toru, pero apenas se habían alejado unos metros del lugar, cuando un estremecedor grito gorgoteante los hizo detenerse y volverse a tiempo de ver como la luz que emanaba del altar iluminaba un gigantesco ser de lodo. La criatura tenía al menos cuatro metros de altura y era una enorme masa viscosa y compacta de lodo, raíces y lianas, del que salía una gran protuberancia que podría identificarse como la cabeza. Se distinguían dos grandes ojos que brillaban con luz amarilla y tenía un corte irregular debajo de estos, similar a una boca, de donde había salido aquel estremecedor sonido. Los tres compañeros se quedaron paralizados de asombro y el ser se detuvo al verlos, como si también se sorprendiera de la presencia de los drakens. Un instante después la criatura se lanzaba hacia ellos, unas raíces salieron disparadas, moviéndose a gran velocidad por el aire y el suelo. Los tres lanzaron un grito y huyeron del ataque, esquivándolo de un salto. Toru y Jaru pudieron rechazar las raíces con sus armas, el bumerán de Jaru las cortaba, haciéndolas retroceder con un chasquido, expulsando el apestoso líquido negro que ya habían visto. La espada de Toru no lograba cortarlas, pero las runas mágicas de protección del arma parecían afectar de alguna manera al monstruo, pues las raíces retrocedían retorciéndose y humeando, era como si el contacto del arma las abrasara. Cuando Toru se disponía a advertir los dos hermanos para que retrocedieran, un aterrador grito resonó en sus oídos. Cuando se giró, vio como un grupo de raíces alzaban a Kayrin en el aire. Los dos machos no vieron como las raíces habían avanzado por un charco de lodo cercano, dando un rodeo y cogiendo desprevenida a la draken, que había retrocediendo, pues no tenía ningún arma con la que poder defenderse de las raíces.

—¡Jaru! ¡Toru! ¡Ayudadme! —Gritó la hembra, que tenía las manos y las piernas inmovilizadas por raíces que le fueron rodeando el cuerpo, ocultándola bajo una maraña de lianas y lodo, amenazando con asfixiarla y aplastarla.

—¡Yo lo distraigo, tu libérala! —Rugió Jaru, que enarboló el bumerán y echó el cuerpo hacia atrás, lanzándolo con todas sus fuerzas.

El bumerán salió disparado y cortó varias raíces que el monstruo interpuso, pero le resultó imposible cortarlas todas y salió rebotado hacia atrás. Jaru se apresuró a recoger el arma que regresaba hacia él. Toru se lanzó en una veloz carrera con los brazos hacia atrás, corriendo con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante para coger toda la velocidad posible. En apenas unos segundos, se encontró corriendo por una gruesa raíz, subiendo con el impulso de la velocidad que llevaba hacia donde se encontraba Kayrin, que gritaba y luchaba por soltarse de las raíces. Pese al lodo resbaladizo que las cubría, la sujetaban con firmeza. El draken azul dio un gran salto para llegar hasta donde estaba la hembra, lanzando un grito de desafío y alzando la espada, asestando un fuerte mandoble. Dudaba que pudiera cortar las gruesas raíces, pero ya había visto que causaba daño al monstruo. El arma de madera descendió con un rápido silbido y entonces el tiempo pareció detenerse para Toru. Una raíz había aparecido súbitamente, interponiéndose en el descenso de la espada. Incrustada en esta, había una roca contra la que el arma chocó con increíble fuerza. Parecía que la espada iba a aguantar, pero de repente cedió con un tremendo crujido y se partió por la mitad con una pequeña explosión que lanzó astillas en todas direcciones. Toru se puso pálido, viendo ante sus ojos los fragmentos de la espada que le había regalado su padre, viniéndole a la mente el recuerdo del día en que se la había regalado. Fue el mismo día en que partió al mar como uno de los protectores de un barco y pocos días después le comunicaron que la nave había naufragado en una tormenta en alta mar y no había supervivientes.

Antes de que pudiera reaccionar, vio como otra raíz se dirigía velozmente hacia él, pero todo le parecía irreal, como en un sueño. Sintió como volvía a la realidad cuando le golpeó con una tremenda fuerza en el pecho, dejándolo sin aire en los pulmones, lanzándolo a una gran distancia y aterrizando en un gran charco de lodo y agua. No sabía cuánto tiempo pasó semiinconsciente, pero cuando recuperó la noción de lo que estaba ocurriendo, escuchó los gritos aterrados de Kayrin y los gritos de rabia de Jaru. Toru sintió los brazos y las piernas temblorosas, aun así logró incorporarse poco a poco, alzando la mirada y viendo como el draken púrpura mantenía a raya las raíces usando su bumerán cuerpo a cuerpo, pues no tenía espacio para lanzarlo. Con un gemido, consiguió ponerse en pie, sentía que le dolía respirar y notaba el sabor de la sangre en la boca. De haber sido un draken menos resistente, habría muerto con el pecho aplastado, pero aún así estaba seguro que tenía alguna costilla rota. Sintió como se le llenan los ojos de rabia y frustración, por no poder ayudar a sus amigos. Se detuvo a pensar un instante, definitivamente aquella pareja de hermanos se habían ganado su amistad, no los conocía, pero habían arriesgado su vida para ayudarlo a él, un completo desconocido. Aunque en principio Jaru hubiera ido para salvar a su hermana, sabía que también lo habría ayudado de encontrarse en una situación similar. Quería ayudar a sus dos nuevos amigos. Sintió como le cedían las piernas al intentar dar un paso para salir de aquel enorme charco y cuando sintió que se le empezaban a llenar de aire a los pulmones, escuchó un característico silbido. Le vino a la mente la espada que los había estado persiguiendo un rato antes. Si pudiera tomar aquella espada, podría ayudar a los dos hermanos. Se giró lentamente hacia el sonido, justo para ver como la espada voladora se dirigía directamente hacia su pecho. De repente, una luz de un intenso color blanco azulado lo envolvió todo. El dolor y las preocupaciones, abandonaron su mente, dejándose llevar por aquella sensación de alivio y dicha.
 
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Skye D.

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Este capítulo es más cortito pero es como viene en el libro, pondré el tercero muy pronto.


Capítulo 2

Toru abrió los ojos, aunque no recordaba que los hubiera cerrado. Estaba de pie, en un entorno completamente blanco. Sintió como su corazón empezaba a latir con fuerza en su pecho, como si se hubiera llevado un gran susto, pero alguna razón estaba tranquilo y relajado, no se sintió extrañado de encontrarse en aquel lugar de luz. Aunque algo no dejaba de rondarle por la cabeza, como si se le olvidara algo importante. Poco a poco los recuerdos empezaron a llenarle la mente y frunciendo el ceño bajó la vista para mirarse el cuerpo. Estaba completamente limpio y desnudo. Normalmente aquello lo habría sorprendido y avergonzado, pero no le dio mayor importancia en aquel momento. Mas recuerdos volvieron a su mente, aparte de la suciedad que había cubierto su cuerpo, era la sensación de estar en peligro, él y los dos hermanos drakens. Se giró veloz al sentir una presencia a su espalda y se quedó sin aliento, ante él estaba la figura de Alhaz, la diosa de la luz. Un espléndido unicornio hembra lo observaba con unos grandes ojos azules, bondadosos y llenos de sabiduría. Sus largas crines flotaban y se agitaban por una brisa que Toru no sentía y su cuerpo estaba cubierto por una serie de tatuajes plateados. Sintió un enorme poder emanar de la diosa, flexionando una pierna, apoyó la rodilla en el suelo blanco en el que se encontraba y bajó la cabeza en señal de respeto, no fue capaz de pronunciar palabra alguna.

—Bienvenido Toru, llevo tiempo esperando tu visita. –Dijo la diosa con voz tranquila y cálida, dando unos pasos hacia él. —Álzate Toru, no es necesario que me rindas pleitesía. Aunque no rezas desde hace mucho tiempo, nunca he dejado de velar por ti. —Lo reprochó con dulzura, sin perder la sonrisa.

Toru se puso en pie, con las mejillas encendidas de vergüenza.

—Y-yo... —Tartamudeó, in saber que decir.

La diosa lanzó una suave risa, cristalina y divertida.

—No te preocupes, sé que siempre me has llevado en tu corazón, incluso cuando te comunicaron la terrible noticia del naufragio del barco donde viajaba tu padre. —La diosa sonrió al ver su mirada de sorpresa. —Sólo puedo decirte que no pierdas la esperanza de volver a encontrarte con él. —Agitó su larga cola y asintió con la cabeza, ante la mirada interrogativa que le lanzó Toru, que notó como unas lágrimas empezaban a resbalarle por las mejillas. –Me gustaría contarte mucho más, pero no hay tiempo, tus amigos están en peligro. —Advirtió Alhaz poniéndose seria, agitando las orejas, como si prestara atención a algo que sólo ella podía ver y escuchar. —Bien, iré directa al grano…—Hizo un gesto con la cabeza señalando a un lado del chico, que se giró un poco para mirar. Toru dio un salto a un lado, pues junto a él estaba la espada que lo había perseguido, por los pasillos del templo. —No temas, esta es Luz, la espada de mi marido. —Explicó con voz tranquila. Toru se volvió a mirarla con asombro, viéndola asentir con una triste sonrisa. —Sí, en el pasado tuve pareja, pero murió en la guerra contra los dragones. Él y otros dioses dieron la vida para poder derrotar a los dragones y a los dioses oscuros. —Explicó, negando con la cabeza mientras una lágrima cristalina resbalaba desde uno de sus ojos azules, por su mejilla hasta el extremo de su hocico rosado.

Toru miraba hacia el arma que flotaba inofensiva a su lado, con la punta hacia arriba. La espada parecía emitir un sonido, un canto cristalino y metálico. Era una melodía hermosa, llena esperanza y fuerza, sintió como si lo llamara, como si lo invitara a empuñarla. Toru la miró frunciendo el ceño, pues casi podía entender palabras en la melodía.

—Me… me está hablando… —Dijo con sorpresa, mirando hacia la diosa, que le sonreía, asintiendo con elegancia.

—Así es. —Respondió mirando hacia la espada. —Creo que está esperando a que le des un nuevo nombre. —Explicó, asintiendo ante la mirada de sorpresa del draken. —Tú serás su nuevo dueño y necesitará un nuevo nombre.

—¿Pero por qué yo? Sólo soy un… un… —Toru se atragantó a punto de decir que sólo era un chico al que aún le faltaba un año para ser considerado un adulto.

—Es tu destino. —Dijo con sencillez Alhaz. —Y no creas que tu juventud es un impedimento, lo que importa es la pureza del espíritu. —Sonrió ante la sorpresa dibujada en el rostro del draken.—De no ser puro de espíritu, la espada de mi marido nunca te habría elegido. —Aseguró con una suave risa.

Con un gesto de la cabeza, le señaló el brazo derecho, haciéndole mirar en aquella dirección. sorprendiéndose cuando vio el brazalete. Estaba seguro de que un momento antes no estaba allí.

—Esa no es más que una de las piezas que deberás buscar en el viejo mapa de tu padre. Son lugares donde tus amigos y tú tendréis que ir. —Ladeó la cabeza, agitando la cola cuando Toru se volvió a girar mirándola con sorpresa. —Deberías dejar de sorprenderte tanto por cada cosa que te digo, al final las cejas se te quedarán alzadas todo el rato y tendrás una cara muy rara. —El draken se puso muy rojo y bajó la mirada, frotando el brazalete con una mano, Alhaz sonrió divertida para sí. —Habéis sido elegidos para cumplir una misión muy importante. Una vez más, se va a producir un enfrentamiento entre la Luz y la Oscuridad. Tenéis que empezar un viaje para recuperar todas las piezas del puzzle. —Explicó señalando una vez más al brazalete. —Durante el mismo, tendréis que hacer frente a los enviados Oscuros, que intentarán haceros fracasar para que el encuentro no tenga lugar y así el Mal triunfe. Pero si os mantenéis juntos, venceréis. No estaréis solos, otros compañeros se unirán a vosotros durante vuestro viaje. De modo que estad atentos, pues sin ellos fracasareis, pues cada uno de vosotros tendréis una misión importante que cumplir. Así lo dicen las profecías del códice Rym. —Alhaz alzó la mirada y suspiró con pesar. —Ya te he retenido demasiado tiempo, si quieres saber más, busca el códice Rym, encontrarás algunas respuestas. Ahora tus amigos necesitan tu ayuda, y debes darle un nuevo nombre a Luz. –Lo apremió.

Toru se quedó mirando la espada que estaba flotando a un lado, emitiendo aquella melodía que resonaba en sus oídos de forma invitadora e impaciente. Cuando dio un paso hacia ella, la melodía subió de intensidad y de la espada pareció salir un palpito de energía, que le puso todo el pelo de punta. Caminó con decisión hacia la espada, sintiendo como el brazalete parecía calentarse en su antebrazo derecho y la gema engarzada empezaba a brillar con una luz blanco azulada. Cuando alargó la mano hacia la empuñadura, la hoja blanca de la espada pareció estallar en unas llamas blanco azuladas. Toru frunció el ceño pensativo por un segundo, luego, asintiendo con decisión, la tomó con firmeza.

—¡Fogonar! —Exclamó con voz firme y segura, sintiendo como una increíble sensación de poder y energía le recorría todo su cuerpo, como si la energía fluyera por sus venas.

—No luches contra el poder, déjate llevar. —Le aconsejó la diosa mientras su voz empezaba a desvanecerse junto a la luz que lo había estado bañando en todo momento. —Fogonar, en el idioma antiguo: Fuego Azul… es un nombre muy apropiado, creo que le gusta. —Dijo con tono alegre. —Ve Toru, toma a Fogonar, lleva la Luz y enfrenta la Oscuridad. Ayuda a tus amigos y no tengas miedo de sumergirte en el poder de la Luz. Escucha a su espíritu, él os guiará. —La voz de la diosa se desvaneció mientras las sombras lo envolvían, pero ya no estaba solo.

En sus oídos resonaba la melodía victoriosa de Fogonar y una cálida luz azul lo envolvió.
 

Skye D.

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Capítulo 3

Poco a poco la vista de Toru comenzó a aclararse. Al principio se encontraba un poco desorientado y aturdido, trató de enfocar la vista, pero la tenía algo borrosa. Apenas logró recordar donde estaba y que es lo que había pasado. Su memoria era un revoltijo, donde la imagen más nítida era la de la diosa Alhaz, mirándolo con dulzura y sonriéndole con cariño. Un grito de terror hendió el aire y su visión se enfocó al momento. Todos los recuerdos le vinieron de golpe a la cabeza y apretó con fuerza la mano derecha, sintiendo el contacto firme y cálido de la empuñadura de una espada. Dirigió la vista hacia su mano y no vio su espada, sino a Fogonar, la increíble espada que una vez perteneció a un dios ya olvidado. Reparó en que la espada no era lo único distinto en él, estaba completamente limpio, ni una gota de lodo manchaba su pelaje y se encontraba a orillas del charco de fango. Vestía un taparrabos de piel blanca con un cinturón formado por placas rectangulares de un metal blanco azulado, también llevaba un yelmo que sólo le cubría la frente y las mejillas. Un pequeño pectoral circular le cubría el lado izquierdo del pecho protegiendo su corazón, sujeto a su cuerpo mediante unas correas de cuero y por supuesto, el brazalete en el antebrazo derecho. Era evidente que se trataba de una armadura incompleta, solo el inicio de algo mucho más complejo. Su atención volvió a concentrarse en su objetivo. Kayrin seguía atrapada por el enorme ser de lodo y raíces, alzada en el aire como si fuera un trofeo, gritaba con las mejillas llenas de lágrimas de impotencia al ver a su hermano a punto de correr su misma suerte, y quizás pensando que él estaba muerto. Jaru había sido acorralado contra una de las enormes columnas que sostenían el techo de la enorme sala y se defendía luchando con su bumerán, usándolo como una guadaña o una espada.

Toru flexionó las rodillas y se lanzó hacia el monstruo de lodo para liberar a Kayrin, pero el tremendo impulso con el que lo hizo lo cogió por sorpresa a sí mismo, viendo pasar a los lados unos borrones inconsistentes. Al recuperar la claridad de la visión se encontró en el aire, rodeando con una mano la cintura de Kayrin que estaba tan sorprendida como él y se agarraba a su cuello. Toru se preguntó como era capaz mantenerse flotando en el aire, sin caer. Entonces notó un movimiento tras él, y al mirar por encima del hombro, vio que de su espalda salían dos grandes alas plumosas formadas de luz azulada. Un movimiento delante de él le hizo volver su atención hacia el monstruo, esquivando con facilidad una gruesa raíz que había tratado de golpearlo. Al mirarlo con atención vio que el monstruo tenía más de una docena de raíces cortadas, que se retorcían y expulsaban aquel líquido negro y apestoso. Sin duda eran las raíces que hasta hacía un momento habían estado sujetando a Kayrin. Se dio un nuevo impulso con las alas de luz volando hacia el altar que brillaba con intensidad y con cuidado dejó a la draken sobre este, que aún lo miraba sorprendida.

—¿Toru…. Eres tú? —Le preguntó con voz entrecortada, soltándose de su cuello y notando como sus pies tocaban la piedra del altar, que tenía un tacto suave y cálido.

—Sí, pero no hay tiempo para explicaciones. —Respondió volviendo la vista hacia el monstruo, que se había olvidado de Jaru y se había centrado en él. El draken púrpura corría por un extremo de la sala hacia el altar, dando un rodeo. —Tengo que ocuparme de esa criatura. —Anunció, endureciendo la voz.

Antes de que Kayrin pudiera decir nada, el draken se impulsó con las alas de luz hacia la criatura. Esta vez el impulso no lo cogió desprevenido y su visión se mantuvo clara y nítida. Se acercó a una velocidad tan tremenda que las piedras sueltas del suelo fueron arrastradas por la ráfaga de viento que dejaba a su espalda, levantando una línea de polvo tras él. Toru lanzó un tremendo ataque justo delante de la criatura, cuyos ojos amarillos parecieron reflejar una gran sorpresa ante el grito de batalla del draken. Una luz, como un fuego blanco azulado, surgió de la hoja de la espada y el monstruo casi quedó partido en dos. Toru parpadeó por un segundo sorprendido, pues no había sido su intención ocasionar tal herida. Al fijarse bien, vio una gran gema negra que parecía palpitar entre las dos partes separadas del monstruo que emitía un estremecedor y desagradable chirrido, mientras que las dos partes cortadas luchaban para volver a unirse. Los ojos de Toru se hundieron por un momento en el vacío y empezaron a brillar con una intensa luz azul. Lentamente, sin apenas mover las alas, su cuerpo se alzó en el aire hasta quedar por encima de su objetivo. Al detenerse señaló con la punta de la espada a la criatura y habló con una voz que no parecía ser del todo suya.

—¡Criatura de la oscuridad! ¡Has sido juzgada por el mal que has traído a este templo y a esta tierra! —La voz sonaba con tanta fuerza y tal intensidad que casi podía sentir como el pelaje se le ponía de punta.

Notaba que su boca se movía, pero no estaba seguro de que aquellas palabras las estuviera pronunciando él. La espada se movió en el aire, trazando un símbolo, el mismo que estaba tallado en la parte delantera del altar.

—¡Por el poder de la Alhaz y de Fogonar, yo te destierro a la oscuridad de dónde has venido, para no regresar jamás! —Pronunció, lanzando una estocada hacia el símbolo que salió disparado contra la oscura gema que el monstruo de lodo había albergado en su interior.

Al impactar en la gema, el símbolo quedó inscrito durante un segundo. La criatura empezó a emitir un sonido mucho más fuerte, provocando un terrible dolor en los oídos de los drakens. El techo del templo comenzó a temblar, haciendo caer grandes fragmentos del techo, las columnas empezaron a tambalearse y en la gema oscura aparecieron grietas de color rojo y púrpura. Finalmente, con un enorme estallido que zarandeó a Toru, el cuerpo del monstruo se desvaneció en una explosión de partículas negras, rojas y púrpuras. El draken azul descendió hasta el altar donde los dos hermanos lo esperaban abrazados, el templo estaba colapsando y derrumbándose, pero milagrosamente ningún fragmento cayó sobre ellos. Toru sintió que el poder de Fogonar lo abandonaba justo al posar los pies sobre el altar. Al mismo tiempo se produjo un intenso fogonazo de luz blanca y la oscuridad volvió a invadir su mente, mientras escuchaba como se desvanecían el ruido de los enormes pedazos del techo al caer contra el suelo, junto con los gritos de sorpresa y miedo de Kayrin y Jaru, justo antes de perder la consciencia.

Kayrin estaba durmiendo plácidamente cuando sintió como un rayo de sol le daba en los ojos, molesta gruñó para sí, dándose media vuelta para que no le diera de lleno. Había algo que le rondaba por la cabeza, algo importante, pero se sentía tan cansada que sólo quería volverse a dormir profundamente. Escuchaba el canto de los pájaros, no era algo inusual, pero sí que pareciera que los tuviera sobre la cabeza en vez de en el exterior de la cabaña. Un trino inusualmente fuerte le hizo maldecir entre dientes, cerrando los ojos con fuerza. Cuando alargó la mano para buscar la almohada y taparse la cabeza, todos los recuerdos le vinieron de golpe y despertó lanzando una exclamación. Volvió a cerrar los ojos murmurando entre dientes cuando la luz del sol la cegó. Tras unos segundos consiguió abrirlos sin que la luz le hiciera daño. Miró alrededor asustada poniéndose en pie, buscando a su hermano y a Toru, viéndolos a los dos tirados en la hierba cerca de allí. Corrió hacia ellos, empezando a despertarlos con suavidad, hablándoles y dándole palmaditas en las mejillas.

—¡Jaru! ¡Jaru! ¡Despierta! —Lo llamó zarandeándolo un poco, empezando este a despertarse murmurando y frotándose los ojos. Luego la hembra caminó hacia Toru, dándole palmaditas en las mejillas al igual que había echo con su hermano. —¡Toru, despierta! —El chico empezó a murmurar para sí, tapándose los ojos con un brazo, pidiendo dormir un poco más. Kayrin frunció el ceño molesta y probó la técnica que siempre funcionaba con su hermano, cogió impulso y le saltó encima, sentándose a horcajadas sobre su estómago al tiempo que gritaba. —¡Despierta!—Sobresaltado y recordando de golpe que el templo se estaba cayendo sobre sus cabezas, despertó con un grito y trató de incorporarse.

Toru notó como su cuerpo estaba bloqueado por algo o alguien, y tras un momento se dio cuenta que estaba mirando muy de cerca los ojos de Kayrin. Lleno de sorpresa, se preguntó porque se miraban de aquella manera, sintiendo entonces que su hocico estaba en contacto con el de ella, era un contacto suave y cálido. De repente empezó a notar como las mejillas se le empezaban a ruborizar, apartándose apresuradamente, viendo como ella hacía lo mismo levantándose de su regazo, con la cola alzada muy tiesa y rígida, y con los puños apretados a los lados del cuerpo.

—¡Lo siento much…! —La frase se cortó en seco cuando recibió un buen porrazo en la cabeza.

Toru lanzó un quejido de dolor y comenzó a frotarse la parte alta de la cabeza con las dos manos, pataleando en el suelo, maldiciendo y quejándose con lágrimas en los ojos. Al mirar hacia el lado del que vino el golpe, vio a Jaru, que tenía el bumerán en la mano y lo amenazaba furioso, mientras Kayrin se interponía delante y trataba de calmar a su hermano.

—¡Ha sido un accidente! Culpa mía por despertarlo de forma tan brusca. —Explicaba a su hermano que miraba furioso a Toru, que se levantó a duras penas del suelo frotándose la cabeza.

Sintiendo las piernas temblorosas, debido tanto al golpe como al agotamiento que sentía, trató de hacer memoria, pero sus recuerdos eran un tanto confusos y llenos de lagunas. Recordaba casi todo sobre su encuentro con la diosa, pero lo más impreciso era su combate contra el monstruo de lodo.

—Está bien, pero si lo vuelvo a ver le atizaré tan fuerte que lo enviaré volando al lugar de donde quiera que haya venido. —Amenazó Jaru, clavando el bumerán en el suelo, mirando alrededor para orientarse.

Estaban en un claro cubierto de hierba, se veían algunas rocas salir entre la vegetación y el sol hacía poco que había comenzado a salir. Los drakens se encontraban cubiertos por el lodo que se había secado formando costras, que se resquebrajaban con cada movimiento. Incómodo, Toru empezó a rascarse un brazo soltando una nube de polvo haciendo que Kayrin retrocediera tosiendo un poco, mirándole con el ceño fruncido. Tras disculparse con una sonrisa, vio brillar algo entre la hierba y se agachó a recogerlo, era Fogonar, la espada que le había elegido según las palabras de Alhaz. La admiró maravillado. Al empuñarla de nuevo una melodía empezó a sonar en sus oídos, era un sonido tranquilo, relajado e interrogante, como si tuviera curiosidad por él y por lo que lo rodeaba.

—Creo que se en donde estamos. —Dijo Kayrin al ver como su hermano trataba de orientarse. Señaló una roca en la que una enredadera crecía aferrándose a ella. La enredadera tenía unas enormes flores de pétalos azul cobalto que se iban haciendo negros hacia el centro y los estambres eran de un intenso color rojo. —¡Es la flor que te enseñé el otro día, se exactamente dónde estamos!—Exclamó contenta.

—Muy bien… —Reconoció Jaru volviéndose hacia Toru. —Y ahora, quisiera saber unas cuantas cosas. —Advirtió serio, cruzándose de brazos y agitando la musculosa cola alzada tras él. —¿Quién eres en realidad? ¿Y cómo es que puedes volar y realizar esos ataques? Casi podría decirse que eres mago o algo así… —Dijo con el ceño fruncido, mirándolo con desconfianza.

—¡No soy mago! —Replicó el aludido dejando de rascarse a duras penas, pues aquel lodo seco realmente picaba, empezando entonces a intentar limpiarse el taparrabos, que estaba tieso como una tabla. —Si me dais unos segundos os lo explicaré… —Toru se tomó unos segundos para poner sus ideas en orden. Decidió empezar por lo evidente y alzó la espada, Jaru y Karyn lanzaron una exclamación de sorpresa, pues reconocieron el arma que los había perseguido por el laberinto. —Tranquilos, es Fogonar… —Sin saber cómo continuar explicándose, bajó la mirada, inspirando y soltando el aire lentamente.

Tras unos segundos más se lanzó a contar su encuentro con Alhaz, contando su historia desde el principio. Informándoles de sus sospechas de que su padre estaba vivo, hasta llegar a la parte de la diosa, relatándoles todo lo que esta le había dicho sobre que la espada pertenecía a un antiguo dios olvidado.

—¿Qué quieres decir con que tu padre sigue vivo? ¿Acaso pensabas que había muerto? –Preguntó algo confusa Kayrin con el ceño fruncido.

La draken se había sentado en una roca mientras que Jaru seguía de pie con los brazos cruzados, aún con gesto de desconfianza.

—Bueno, mi padre trabajaba como mercenario en los barcos mercantes o cualquiera que quisiera contratarlo. Era el mejor espadachín de Cuerno de Dragón, que es de donde vengo. —Suspiró pesaroso. —Hace dos años fue contratado por un rico mercante para un largo viaje por mar, unos días después nos llegó la noticia de que el barco en que viajaba se había hundido en una terrible tormenta. No se encontraron cuerpos, pero si los restos del naufragio. Yo sabía que estaba vivo y la razón por la que empecé este viaje era la de encontrar unos tesoros que mi padre estaba investigando. —Toru hizo un movimiento, como si fuera a coger algo de su espalda y se dio cuenta de que no llevaba la mochila encima, se puso en pie de un salto y miró alrededor alarmado. —¡Mi mochila! ¡No está! —Explicó a los dos, que miraron alrededor.

—No recuerdo que la llevaras al enfrentarte al monstruo de lodo… —Le recordó Kayrin finalmente, tratando de hacer memoria.

—Quizás la perdiste cuando te golpeó y te mandó volando por ahí… —Asintió Jaru, confirmando las palabras de su hermana.

—¡Pero ahí tengo el mapa de mi padre! —Toru seguía mirando alrededor y entonces lanzó una exclamación de sorpresa, corriendo hacia un árbol que estaba al borde del claro frente a él.

Jaru y Kayrin se volvieron al tiempo de ver como descolgaba de la rama de un árbol una sucia mochila cubierta de lodo seco.

—¿No habéis sido vosotros? —Preguntó, abriendo la solapa de cuero y se asomándose al interior, sacando un tubo de madera cerrado herméticamente.

La mochila se había abierto en algún momento durante la huía de la espada por el templo o bien durante el enfrentamiento con la criatura, de modo que todo el interior estaba lleno de lodo.

—No, nosotros no hemos sido. —Aseguró Kayrin que se acercó curiosa a echar un vistazo. Al mirar dentro de la mochila, encontró también la cajita de madera con la gema de luz. Todo lo demás, provisiones, yesquero, ropa de recambio y otras cosas irreconocibles se habían echado a perder. —Parece que necesitarás provisiones… —Observó, volcando el contenido de la mochila sobre el suelo, saliendo todo acompañado de una buena cantidad de lodo.

—Eso no me importa, siempre y cuando los mapas estén bien. —Aseguró Toru, mirando sus cosas desparramadas por el suelo.

Suspiró y desenroscó la tapa del tubo, con cuidado sacó los mapas, comprobando aliviado que estaban secos y limpios.

—Si es verdad lo que has contado sobre la diosa Alhaz es posible que haya sido ella la que haya sacado tu mochila y la haya dejado aquí… —Comentó Jaru, que se frotaba una mejilla llena de lodo seco. —Creo que es también quien nos sacó del templo antes de que los bloques del techo nos aplastaran. —Tanto Toru como Kayrin asintieron, estando de acuerdo con las palabras del draken.

Mientras tanto, Toru había extendido el mapa del que les había hablado, poniéndolo sobre una roca plana.

—Esto es lo que mi padre estaba investigando… —Informó, mostrándoles una representación del continente de Raito, que incluía las miles de islas que estaban desperdigadas por la gran masa de agua del sur del continente, el Mar Central. Era un mapa exquisitamente detallado, donde se podían ver los bosques, montañas, ríos, lagos y otros accidentes geográficos. —¿Veis estos dibujos o símbolos? Creo que señalan el lugar donde hay tesoros escondidos, es decir, reliquias de la antigüedad. Las palabras de Alhaz me lo confirmaron, debemos encontrar todas las piezas dispersas para poder hacer frente al Mal que amenazará al mundo. —Explicó, pasando los dedos por el mapa, como asegurándose que todo seguía igual. —Y así encontraré a mi padre. —Murmuró para sí mismo.

—¿Pero te estás escuchando? ¿Cómo vamos nosotros a hacer todo eso que nos has contado? —Preguntó con escepticismo Jaru, que negaba con la cabeza. —Mi hermana es muy joven para hacer un viaje tan peligroso y yo no voy a abandonar mi hogar… —Se tambaleó un poco y se calló cuando Kayrin le dio un golpe en el hombro.

—¿Cómo puedes decir eso? La diosa Alhaz nos ha elegido, sus razones tendrá. ¡Tenemos que hacerlo! —Dijo la hembra, dando un pisotón en el suelo con firmeza.

Jaru frunció el ceño y dejó escapar un largo suspiro.

—Sé que estás estudiando para ser sacerdotisa algún día Kay, pero creo que deberíamos pensar esto con más calma… —Respondió con paciencia, sobresaltándose al escuchar una exclamación de Toru, que señalaba con un dedo un punto del mapa.

—¡Mirad! ¡Ya no está! ¡Antes había una marca que señalaba esta isla pero ha desaparecido! —Exclamó muy excitado, señalando Escama del Dragón. En el mapa había una ligera marca oscura que poco a poco se iba aclarando hasta desaparecer. —Debe ser que encontré a Fogonar, el tesoro oculto de este lugar. —Explicó mirando hacia la espada y luego a los dos hermanos. —Bien, yo os he contado todo lo que sabía y porque vine aquí. Para buscar respuestas que me llevaran hasta mi padre, ahora decidme… ¿Qué pasó? Apenas recuerdo nada… —Jaru y Kayrin se miraron desconcertados y luego se volvieron de nuevo hacia él.

—Bueno… —Empezó insegura Kayrin. —Todo fue muy rápido, pero estabas increíble, un aura blanco azulada te envolvía y llevabas partes de una armadura de un metal extraño.

—¡Y tenías alas! ¡Unas alas de luz con la que te movías a toda velocidad! —Siguió Jaru, entusiasmado, interrumpiendo a su hermana. Era la primera vez que Toru lo veía tan animado, por lo que dedujo que no era tan serio como trataba de aparentar. —Derrotaste al monstruo con apenas un par de movimientos de espada. —Concluyó, imitando los movimientos con una espada imaginaria.

—Sí, y trazaste un símbolo en el aire… como una runa o algo por el estilo. —Intervino Kayrin, pensativa, como si tratase de recordar algo más. Finalmente negó con la cabeza y se puso en pie. — No se vosotros, pero creo que es hora de regresar a casa, comer algo y descansar. Aunque antes… —arrugó el hocico como si percibiera un mal olor —deberíamos darnos un buen baño. De camino a casa hay un río donde podremos quitarnos la mayor parte del fango, pero luego nos daremos un buen baño en las termas. —Sentenció la draken, que no parecía dar lugar a reproches.

Una hora después, Toru se encontraba en el porche de la cabaña de Jaru y Kayrin. Se habían dado un rápido chapuzón en un recodo tranquilo del río que salía del bosque y desembocaba en el mar. Pese a la sugerencia de los hermanos se había negado a quitarse el taparrabos, que tenía mejor aspecto al estar algo más limpio, pero de todos modos necesitaría ropa para sustituir a la que había perdido, pues había quedado toda inservible. Jaru estaba sentado con las piernas cruzadas, con el bumerán sobre las mismas, limpiándolo y puliéndolo hasta eliminar todo el rastro del lodo. Toru tenía a Fogonar sobre el regazo y acariciaba la hoja de la espada, cuya melodía parecía más calmada. Desde hacía rato su melodía se había convertido en apenas un murmullo, como si estuviera descansado o ya hubiera averiguado todo lo que había llamado su atención. Toru tenía el ceño fruncido, en actitud pensativa, dándole vueltas a lo extraña que era aquella espada bendecida por un dios olvidado. Finalmente, la dejó a un lado y miró hacia Jaru, que había terminado de limpiar su bumerán. Los dos chicos escuchaban el tarareo de Kayrin que se estaba dando un baño en la pequeña terma que había cerca de la cabaña.

—Necesitarás una vaina o te cortaras la cadera o el muslo si la enfundas como hacías con tu otra espada. —Soltó de golpe Jaru, que apoyó el bumerán en la pared de la cabaña y se recostó contra la misma, echando las manos tras la cabeza y entrelazando los dedos en la nuca.

—Lo sé… quizás en el puerto haya algún lugar donde hacerme de una. —Respondió, mirando hacia la pequeña construcción de madera de la terma. Pensativo alzó la mirada al cielo, donde el Sol seguía su curso. —Dime Jaru, ¿vivís solos? —Preguntó, tratando de no parecer muy brusco, pues él mismo había perdido a su madre hacía diez años, en una terrible epidemia que asoló las islas del archipiélago.

Jaru lo miró de reojo, guardando silencio unos segundos antes de suspirar y asentir con la cabeza.

—Sí, así es. Aunque Kayrin y yo no somos hermanos de sangre. —Comenzó a explicar, agitando la cola, dando golpecitos en el suelo con la punta. —Su madre llegó a la isla hace unos trece años, unos meses después dio a luz a Kayrin. Mis padres eran amigos íntimos suyos y aunque tenía una cabaña propia estaba casi todo el rato en nuestra casa. De modo que Kayrin y yo nos criamos prácticamente como hermanos. —Jaru miró hacia la terma de la que salían nubes de vapor por unas pequeñas y estrechas ventanas que había en la parte superior. —Cuando Kayrin contaba con unos tres años, su madre se fue con la única explicación de que tenía algo muy importante que hacer, que era peligroso llevarse a su pequeña. De modo que la dejó al cuidado de mis padres junto con una pequeña dote para su cuidado… —Suspiró pesaroso. —Pocos meses después llegó la gran epidemia que azotó las islas. Mis dos padres murieron en ella. —Se frotó con una mano los ojos húmedos.

Toru se sentía identificado con la historia que le había contado, hizo un esfuerzo para contenerse al notar que sus ojos también se humedecían al recordar a su madre.

—Mi madre también murió en esa epidemia, entiendo el dolor que habéis pasado ambos. —Aseguró con una triste sonrisa. Jaru agradeció sus palabras con un asentimiento de cabeza y una pequeña sonrisa. —Mi padre se libró del contagio porque estaba en un viaje en alta mar… —La explicación se vio interrumpida cuando la puerta de las termas se abrió de golpe, saliendo Kayrin secándose el pelo con una toalla.

Toru empezó a sentir que las mejillas se le encendían pues no pudo evitar fijarse en que, pese a su juventud, Kayrin era una draken hermosa. Cada vez que la tenía delante no sabía dónde dirigir la mirada, pues aún no terminaba de acostumbrarse a que en aquella isla fueran desnudos. Terminó por mirar al suelo del porche, escuchando los pasos de la hembra acercándose hacia ellos. Cuando vio los pies rosas que se habían detenido justo delante, alzó la mirada y vio que se había inclinado hacia él, ofreciéndole la mano, como si esperara que le diera algo. Toru sintió como se ruborizaba al recordar los dos besos que se habían dado de forma accidental. La miró dubitativo sin saber que quería, hasta que ella soltó un resoplido impaciente.

—Tenéis el baño listo, ya podéis ir a bañaros mientras yo preparo la comida. —Explicó, haciendo un gesto imperioso con la mano señalando el taparrabos con un gesto. —¿No te querrás bañar también en la terma con el taparrabos, verdad? Dámelo, lo pondré a remojo y me encargaré de lavarlo bien, para que no tengas que tirarlo con el resto de tu ropa. —Kayrin sonreía con una chispa traviesa en la mirada al ver como enrojecía hasta las orejas. Toru se puso en pie y los miró indeciso, Jaru se limitó a encogerse de hombros, divertido. —Vamos, vamos, veo a chicos desnudos a diario, en el pueblo todos van como Jaru y como yo, sin ropa. —Le aseguró para tranquilizarlo.

Finalmente, Toru empezó a deshacer el nudo que sujetaba el taparrabos de piel a su cintura y lo dejó caer. Luego lo recogió del suelo, manteniendo la vista gacha hasta que se lo tendió a la draken, que lo miraba con ojos brillantes y jocosos. El chico encogió las piernas instintivamente y se tapó un poco con la cola y las manos, lo cual hizo que Kayrin lanzara una carcajada.

—Vaya, así estás mucho más lindo. —Aseguró traviesa, dándole una palmadita en una mejilla y marchándose con el taparrabos, moviendo la cola en actitud triunfal.

Poco después, los dos machos se encontraban en las termas, el lugar era un espacio pequeño pero bien aprovechado. La bañera o tina ocupaba la mitad del espacio y la puerta estaba en un lateral, por lo que había que tener cuidado al entrar pues podías acabar dentro del agua sin pretenderlo. Había una pequeña banqueta donde uno se enjuagaba y se enjabonaba antes de meterse en el agua. En aquel momento, Toru estaba sentado en el borde de piedra de la tina y enjabonaba la espalda de Jaru, que había hecho lo mismo por él hacía un momento.

—¿Lo hace a posta verdad? Quiero decir, hacer sentir incómodos a los demás. —Refunfuñó Toru con fastidio, recordando de nuevo como Kayrin se marchaba con su taparrabos como si fuera un trofeo.

—Sí, sobre todo si sabe que al otro le molesta. —Respondió Jaru riendo divertido, frotándose los brazos y las piernas con un trozo de jabón blanco. —Si no hubieras demostrado ser tan vergonzoso, no te habría prestado tanta atención al pedirte el taparrabos para lavarlo.

—¡No puedo evitarlo! —Exclamó el chico, molesto. —Sé que puede resultar un poco tonto porque en verdad no se ve nada… pero es por su forma de mirarme. —Explicó refunfuñando, sintiendo como volvían a encendérsele las mejillas.

Notó como Jaru se ponía un poco tenso y se giraba para mirarlo, serio.

—Bueno, espero que no malinterpretes las bromas o las chanzas de Kayrin, es sólo una niña y no piensa en ti como tú puedas imaginar. Si te pillo mirándola más de la cuenta de partiré la cabeza con mi bumerán. —Le advirtió.

Toru asintió con firmeza y seguridad.

—No te preocupes, no pienso en ella de ninguna forma indecente. Es guapa, pero tal como dices, es joven, se nota que aún no ha pasado ni el primer celo. —En aquel momento la puerta de la terma se abrió de imprevisto, golpeando la espalda de Toru, haciendo que cayera hacia delante y provocando que el hocico de los dos machos se encontrasen.

Kayrin no estaba segura de que había sucedido, al abrir, una gran nube de vapor la cegó unos segundos. Durante aquel tiempo se escuchó una serie de gritos ahogados, quejidos, chapoteos y un montón de movimiento. Cuando consiguió ver algo encontró a Toru flotando panza arriba en el agua, y a su hermano tirado por el suelo, cubierto de jabón. Los dos parecían tener un aura oscura encima, como si estuvieran a punto de morir o fueran víctimas de una terrible maldición. Sin entender nada, parpadeó confusa y ladeó la cabeza extrañada.

—Chicos… la comida estará lista en media hora, no tardéis. —Dijo confusa, cerrando la puerta tras ella y dejando a los chicos en aquel extraño estado.

La comida no era gran cosa pero si abundante. Toru comprobó que Kayrin sabía cocinar muy bien, su sopa de algas era una delicia y estaba tomándose un segundo cuenco. Desde la cocina le llegaba el olor del pescado asándose lentamente sobre el infernillo. Estaba sentado en el suelo, ante una pequeña mesa cuadrada, Kayrin estaba delante y Jaru a un lado. El draken azul mantenía la vista en el plato, mientras que ella no dejaba de mirarlos, pues Jaru también estaba concentrado en su plato, sin atreverse a levantar la vista, como si se avergonzara de algo. Finalmente, Kayrin rompió el silencio, exasperada por la actitud de los dos.

—Bueno, ¿me vais a decir que ha pasado en las termas? Estáis muy raros. —Comentó, dejando su plato vacío, mirándolos y cruzándose de brazos con enfado. Los dos alzaron los ojos mirándola inseguros, luego intercambiaron miradas entre ellos y encogieron los hombros. —Ah, ya veo… estabais haciendo cosas de chicos, ¿eh? —Preguntó de repente, sobresaltándolos, mirándose entre sí y poniéndose muy rojos. —No os preocupéis, sé que es normal o eso he oído. —Aseguró, mirando hacia Toru, que creía notar como la cabeza le echaba humo.

Jaru por fin consiguió reaccionar un poco, alterado, apoyó las manos con firmeza sobre la mesa.

—¡No estábamos haciendo cosas de chicos! Y no deberías hablar de esas cosas. —La regañó con firmeza.

Kayrin alzó la barbilla, desafiante.

—Ya no soy una niña Jaru. —Le replicó. —Pero si lo que estabais haciendo es comparar el tamaño de vuestras cosas de chicos, entonces no te preocupes, estoy segura de que el ganador habrás sido tú. —Miró hacia Toru que parpadeaba incrédulo, con las mejillas rabiosamente rojas. —Lo siento, pero sé que mi hermano ganaría. —Jaru hinchó el pecho con orgullo y empezó a asentir, cruzándose de brazos. —Lo sé por qué le vi su cosita un par de veces mientras dormía el verano pasado. Era como así de grande. —Comenzó a explicar, separando unos catorce centímetros las manos. —Algo puntiagudo y con la base morada y el resto rosita, excepto por una línea del mismo color morado que iba desde la punta a la base por la parte de abajo. —Jaru se quedó con la boca abierta al comenzar a escucharla, empezando a agitar los brazos poniéndose primero pálido y luego rojo.

El chico intentaba hablar, pero las palabras se le trababan y parecía a punto de darle un ataque. Toru cayó de espaldas al suelo, llevándose las manos al estómago y riendo tan fuerte que le lloraban los ojos y sentía que le faltaba el aliento. Jaru se volvió rabioso hacia él, apretando un puño a punto de saltarle encima para golpearlo. Kayrin miró al draken azul.

—Supongo que el tuyo es igual, solo que más pequeño. —Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre Toru, que se silenció de golpe.

Casi pareció como si un aura oscura se hubiera posado sobre él, que se marchó a un rincón donde se acuclilló, haciendo circulitos en el suelo con un dedo, en actitud deprimida. Toru iba sin nada de ropa, pues el taparrabos seguía en remojo en un cubo con agua y jabón o eso le había dicho Kayrin. Lo cierto es que se sentía cómodo y a gusto con los dos hermanos, pues ahora estaban en igualdad de condiciones.

—No deberías hablar de estas cosas… da igual que ya no seas una niña. —Le riñó Jaru cuando pudo volver a articular palabra. —Y tendré que tener más cuidado a partir de ahora, no caí en la cuenta que durmiendo en la misma casa podría pasarme “eso” mientras dormía. —Dijo avergonzado.

Ella agitó una mano para quitarle importancia al asunto.

—No pasa nada, no me molestó, solo me parecía curioso, nunca antes te había visto así. —Le dijo con una risita, levantándose y dirigiéndose a la cocina para coger el resto de la comida.

En pocos segundos estaba de vuelta con una bandeja humeante de pescado.

—Supongo que fue por el celo, no tomé el té necesario para no sufrir los efectos más molestos. —Explicó Jaru mirando a Toru, que asintió comprensible.

Kayrin dejó la bandeja de madera sobre la mesa y los miró curiosa.

—¿De qué té habláis? —Preguntó tomando asiento sobre un cojín.

Jaru hizo una mueca de disgusto cruzándose de brazos, no parecía muy dispuesto a hablar del tema, de modo que Toru se adelantó.

—Bueno, supongo que si ya no eres una niña sabrás que los drakens tenemos una especie de celo…—Trató de explicar con suavidad a la hembra que asintió con las mejillas un poco arreboladas. —Ese celo puede llegar a ser muy fuerte y difícil de controlar, sobre todo en los primeros años. —La miró muy serio. —Tu deberías tener el tuyo en el próximo año, yo tuve el mío a los catorce. —Hizo una mueca de disgusto. —Si no llega a ser porque mi padre me lo explicó lo habría pasado mal. —Aseguró, dando un sorbo de agua y continuando con la explicación. —El té del que hablamos, está hecho con unas hierbas que hacen que los síntomas se suavicen. —Encogió los hombros y señaló a Jaru con un gesto. —Si no se toma el suficiente, los efectos sobre dichos síntomas son menores. Lo normal es tomarlo tres veces al día y si Jaru estaba pensando en alguna chica en sus sueños podría incluso haber… —En aquel momento el draken púrpura lanzó un grito y saltó por encima de la mesa.

Ambos chicos empezaron a rodar por el suelo, Jaru trataba de cerrarle la boca a Toru, mientras que el otro protestaba e intentaba seguir hablando. Kayrin se puso tan roja que sintió como le ardían las mejillas y se llevó las manos a las mismas.

—¡Dejad de pelearos! —Los riñó, tratando de poner algo de orden. Jaru se separó de mala gana, lanzando una mirada asesina a Toru que le sonrió socarronamente. —Recuerdo que Jaru bebía ese té… olía fatal pero solo lo bebía una vez al día. —Dijo mirando a su hermano, que asintió.

—Así es, es un té muy caro y los ingredientes necesarios no crecen en esta isla, deben traerlos del continente. —Explicó, volviéndose a sentar cogiendo uno de los peces y empezando a comer sin dar más explicaciones.

Su hermana sabía mejor que nadie los apuros económicos en los que estaban, quedándose pensativa, sirviendo otro de los peces a Toru, tomando luego uno para ella.

—¿Entonces por eso este verano pasado estabas viéndote tanto con Margó? —Preguntó curiosa a su hermano. —Es una draken de pelaje amarillo y de la misma edad que Jaru. —Le explicó a Toru, que dejó escapar una risita divertida.

Kayrin vio como las mejillas de su hermano se ruborizaban, asintiendo entonces como si aquello le confirmara algo.

—Vaya, eres todo un mujeriego. Como no podías beber el té suficiente, te has buscado una novia. —Dijo Toru sonriendo, ignorando la mirada asesina que le lanzó el draken.

—Entonces Jaru y Margó… —Kayrin miraba sonrojada a Toru, que asintió con entusiasmo, llevándose a la boca un trozo de pescado.

—Claro, es una solución tan buena o mejor que el té, echarte “novia”, con eso también se hace menguar los síntomas del celo que no son para nada agradables: dolor de cabeza, fiebre, insomnio, pérdida de apetito… —Kayrin lo miró preocupada. —No te angusties, fuera de las islas es fácil encontrar los ingredientes del té y seguro que mucho más baratos o siempre puedes probar el método tradicional, que más barato sale y sin tener que depender de otra persona, que es tocart… —Una vez más, Jaru saltó por encima de la mesa gritando furioso.

Los dos machos empezaron a rodar de nuevo por el suelo peleándose, lanzándose golpes, forcejeando y discutiendo. Kayrin se había puesto tan roja que notó como si le saliera humo de la cabeza por el calor que le había subido al rostro.

—¡Sois unos pervertidos! —Gritó furiosa, levantándose de la mesa.

Tomó su plato y se fue a la cocina a terminar de comer, agitando la cola enfadada. Los dos chicos se quedaron paralizados, mirándose el uno al otro. Finalmente, Jaru se levantó farfullando con enfado.

—Pero si fue ella quien empezó a hablar del tema… —Dijo Toru algo consternado, incorporándose y agitando la cola con extrañeza tras él.

Jaru lo miró serio.

—Ya te dije que le gusta chinchar a la gente para hacerlos sentir incómodos, es un juego que llevamos practicando durante años. Pero como se aburre de hacerlo siempre conmigo, intenta tomarla contigo. Sólo que esta vez la jugada le ha salido mal. —Jaru se sentó y empezó a comer. —No quiero que le hables a mi hermana de esas cosas, como has visto aún no está preparada. —Murmuró, empezando a comer.

—Quizás debería disculparme con ella. —Comentó Toru, mirando hacia la cocina.

Jaru negó con la cabeza.

—No, déjala, necesita tiempo para calmarse, dentro de poco ni mencionará lo ocurrido y tratará de chincharte de nuevo con alguna otra ocurrencia. —Tal como predijo, unos minutos después Kayrin regresó con un cuenco de frutas, sonriendo ampliamente y sin mencionar lo ocurrido un rato antes.

Tras lavar los platos, se dispusieron a discutir sobre la misión que la diosa Alhaz le había impuesto a Toru. El draken volvió a desplegar el mapa en el que aparecía el continente de Raito y los signos que señalaban distintas ciudades o pueblos de todos los reinos, había docenas de símbolos repartidos por todo el mapa. Contó de nuevo todo lo que recordaba del encuentro con la diosa y de la investigación que estaba llevando a cabo su padre sobre unas reliquias de las que le escuchó hablar un par de veces cuando era pequeño con un tipo encapuchado. Recordaba con claridad aquellas conversaciones, pues según dijo el tipo encapuchado desprendía un aura de poder y fuerza que en aquel momento lo había dejado temblando. Los hermanos señalaron la isla donde estaban, donde el dibujo de la marca se había borrado por completo. Tras una larga charla en lo que discutieron los pros y los contras los tres quedaron en silencio, en actitud pensativa. Toru los miraba impaciente, inclinado sobre la mesa con las manos apoyadas sobre esta. Kayrin ya parecía haber tomado una decisión y miraba ansiosa y preocupada a Jaru, que tenía el ceño fruncido, cruzado de brazos y mirando a algún punto sobre la mesa, dándole vueltas a todo lo que habían hablado. Estaban todos tan tensos, que cuando sonó un golpe en la puerta de la cabaña, dieron un respingo, sobresaltándose y mirándose entre sí. Con una señal, Jaru indicó a Kayrin que fuera a abrir la puerta, a lo que ella se apresuró hacer sin discutir. Los dos chicos se pusieron en pie para asomarse a ver quién era.

—¡Ah, Roy! ¿Qué pasa? —Exclamó Kayrin abriendo la puerta.

En la entrada había un draken joven de unos dieciséis años, con el pelaje de tonalidades rojas, que la saludó con un gesto amable, pero al mirar al interior y ver a Toru, frunció el ceño y agitó la cola con molestia.

—Maese Kyon os está esperando. —Anunció, arrugando el hocico, como si algo le desagradara. —Me ha dicho que el forastero debe acompañaros, os está esperando, no tardéis. —El joven macho que se despidió con una inclinación de cabeza, marchándose con aquel movimiento desconfiado de su musculosa cola.

—No parecía muy contento de verme. —Comentó Toru después de que Kayrin cerrara la puerta.

Observó como los dos recogían las cosas de la casa y se preparaban para ir al lugar donde fuera que estuviera aquel maese Kyon. Toru se apresuró a recoger el mapa y guardarlo en el tubo de madera.

—Roy siempre ha sido muy desconfiado con los forasteros. —Respondió Kayrin sin darle demasiada importancia. Los miró a los dos y se acercó a Jaru, arreglándole un poco el pelo, luego miró de arriba abajo a Toru, que sintió como le recorría todo el cuerpo con aquella mirada, haciéndole sonrojar de nuevo. —Así estás perfecto, tu taparrabos aún está sin lavar y de todas formas creo que sería una muestra de respeto ante nuestras costumbres que vayas sin nada. Kyon es el clérigo de nuestra aldea, así que deberías llevar a Fogonar, sabrá reconocer el arma de un dios. —Le aconsejó.

Toru buscó algo para ocultar la espada, encontrando un trozo viejo de manta y la envolvió, colocándosela a la espalda y sujetándola con una tira de tela, cruzada ante el pecho. No quería ir a ningún sitio como su madre lo trajo al mundo, pero si Kayrin creía que respetando aquellas costumbres se ganaría la confianza de los aldeanos se “sacrificaría”. Tragó saliva nervioso y tras unos segundos salieron en dirección al pueblo. No tardaron mucho en llegar y entonces Toru descartó la idea de que no hubiera mucha gente que pudieran verle. Había un gran revuelo, parecía que casi todos los habitantes se habían reunido en la plaza, hablando en pequeños grupos. Al llegar, todas las miradas se dirigieron hacia ellos. Unas curiosas, otras hostiles, interrogantes o de simple indiferencia. Toru se fue fijando en que todas las casas parecían haber sufrido algún daño, algunos árboles se habían caído bloqueando calles o dañando los tejados y las fachadas de las cabañas. Los dos hermanos se miraban desconcertados.

—No recuerdo que haya habido ningún terremoto. —Murmuró Kayrin a su hermano, que asintió con el ceño fruncido y agitando la cola con inquietud.

Toru sintió que todas las miradas se clavan en él, notando como las mejillas se le encendían. Tratando de aparentar indiferencia, caminó tras Jaru y Kayrn, clavando la vista al frente. Dijera lo que dijese la hembra sobre respetar las costumbres locales, nunca se acostumbraría a caminar por ahí desnudo. La gente terminó por hacerles un pasillo por el que avanzaron sin problemas, llegando al centro de la plaza donde se alzaba un viejo pozo de piedra con un pequeño tejado de madera. Una enredadera crecía por las vigas del tejadillo y había una pequeña lámpara de aceite colgada de un gancho, que en aquel momento estaba apagada. Un viejo y canoso draken estaba junto al pozo y hablaba con Roy, el draken de pelaje rojo que los había ido a llamar a la cabaña. Toru se sorprendió, pues tras la epidemia de hacía diez años eran pocos los drakens adultos que habían sobrevivido. Incluso en su hogar, Cuerno de Dragón, los adultos y ancianos se podían contar con los dedos de las manos, aunque claro, su pueblo era algo más grande que aquella aldea. El clérigo tenía el pelaje gris oscuro en la espalda y clareaba como en todos los drakens hacia el pecho, vientre y rostro. El pelo de su cabeza era largo y lacio, estaba casi por completo cubierto de canas. Llevaba una larga barba blanca que no dejaba de mesarse con una mano. Su espalda estaba algo encorvada y se apoyaba en un nudoso bastón de madera. Toru se fijó también en Roy, el draken era joven y aun así llevaba un cinturón del que pendía una espada corta, enfundada en su vaina, dando a entender que era uno de los guerreros del pueblo. Este saludó a los dos hermanos con un gesto de cabeza y frunció el ceño con desconfianza al mirar a Toru, que le devolvió la mirada con tranquilidad e indiferencia, lo que pareció irritarlo, como así demostró con el movimiento de su cola. El anciano alzó una mano para que todos los murmullos que sonaban en la plaza se silenciaran.

—Bien, calmaos todos, ya están aquí. Ahora hablaré con ellos para aclarar lo sucedido ayer noche en nuestra pacifica aldea. —Kyon habló con voz tranquila y modulada, pero con una autoridad y firmeza que sorprendió a Toru.

Entonces recordó algo que siempre había oído decir de su raza, que tenían una gran facilidad para aprender magia. Aun así eran pocos los que llegaban a mostrar destreza suficiente para convertirse en magos de pleno derecho. Lo que había hecho Kyon era un pequeño truco de magia para aumentar la potencia de su voz y que llegara a todos los congregados en el lugar.

—Este no es sitio para discutir asuntos en los que incluso los dioses pueden estar implicados. —Continuó el anciano, mirando a todos los reunidos, que asintieron entre sí, notándose nerviosos.

—¡Seguro que el culpable fue el forastero! —Acusó una voz entre la multitud.

Kyon dejó escapar un suspiro y dirigió su atención hacia Toru.

—Maese Kyon, este es Toru, le aseguro que es un buen amigo y que no ha causado ningún mal a la aldea, en todo caso… —Comenzó a defenderlo Kayrin, guardando silencio al alzar el clérigo una mano.

—Lo sé querida, hablaremos de todo. —La tranquilizó con una amable sonrisa. Ella asintió más calmada, aunque sin poder evitar retorcer la cola nerviosa. —Os puedo asegurar que este joven. —Comenzó Kyon a hablarles a los aldeanos, adelantándose y poniendo una mano sobre uno de los hombros de Toru, haciendo que se girase hacia la multitud que los observaba. —No es culpable si no de poner fin al mal que estaba causando tanto pesar en nuestra tierra, gracias a él no volverá una epidemia como la sufrida hace diez años. —Hablaba con tanta seguridad que los reunidos clavaron sus miradas llenas de sorpresa en Toru, que sintió como se le subían los colores hasta las orejas, pues lo que menos había pretendido era llamar la atención sobre él. —Ahora tenéis que disculparnos, tengo que hablar con este muchacho para aclarar unas cuantas cosas, volved a vuestras tareas. —Kyon se volvió hacia Roy y le susurró unas palabras, el draken rojo asintió serio, marchándose para cumplir con la tarea encomendada.

Luego el clérigo se volvió hacia ellos, haciendo una señal para que lo siguieran en silencio. Caminaron hacia el oeste de la plaza donde se encontraba la construcción más grande de la pequeña aldea, era un edificio de dos pisos construido entero en piedra, lo que lo hacía único en la aldea. Parecía muy antiguo y la piedra parecía ser la misma que la del templo en ruinas del bosque, Toru supuso que siglos atrás cogieron los bloques de piedra del antiguo templo abandonado para construir aquel otro edificio. Era un templo sencillo, el único adorno de la fachada era la cabeza de un unicornio que representaba a la diosa en lo alto de la entrada, también tenía amplios ventanales acristalados. Toru lanzó un quedo silbido pues aquel cristal coloreado era muy caro, sobre todo traerlo a una pequeña isla como aquella, pero parecían antiguos y quizás aquellos ventanales también procedían del antiguo templo en ruinas. Al entrar pudo percibir una sensación de paz inmediata, el ambiente permanecía fresco y tranquilo, se podía oler el incienso que se quemaba en pequeños braseros repartidos por el lugar. Habían entrado en una sala amplia, había hileras de bancos de madera y algunos drakens rezaban en murmullos, con la cabeza gacha. Había cuatro pequeñas capillas en los laterales, dedicadas a algún antiguo héroe de tiempos pasados. El altar estaba dedicado a la diosa de la Luz, Alhaz, era parecido al del templo abandonado, echo de mármol pulido y unas tallas de la diosa en los laterales. Se detuvieron ante él, donde Kyon apoyó una rodilla en tierra y empezó a orar en voz baja, Kayrin le imitó, he incluso Jaru agachó respetuosamente la cabeza, murmurando unas palabras. Hacía mucho que Toru no rezaba como la diosa le había recordado, de modo que le rezó dándole las gracias por darle la fuerza para ayudar a sus amigos y para poder encontrar a su padre. Tras unos minutos se levantaron y rodearon el altar, Kyon abrió una puerta gruesa de roble y los invitó a pasar. En la estancia había varias estanterías llenas de libros, una resistente pero vieja mesa de roble pulido y una butaca de respaldo alto. Había un viejo sillón junto a la zona de las estanterías y varios libros en una mesita auxiliar junto a él, una sencilla cama de colchón de paja ocupaba una de las esquinas de la estancia.

—Bien, tomad asiento. —Los invitó, señalando un par de sillas que había delante del escritorio.

Jaru tomó el sillón y lo acercó para tomar asiento entre Toru y su hermana. El draken azul parecía un poco nervioso, al contrario que los dos hermanos, que permanecían más tranquilos. Kyon cerró los ojos un momento, dejando el bastón a un lado y suspirando largamente tomando asiento, inclinándose luego hacia ellos.

—¿Sabéis lo sucedido anoche? —Preguntó, haciendo que se mirasen preocupados entre sí y que se encogieran de hombros.

Ellos sabían dónde habían estado la noche anterior, pero no creían que el anciano se refiriese a aquello.

—Bueno… quizás si nos orientara un poco, maestro. —Pidió Kayrin, algo insegura.

El draken de pelaje gris le sonrió para tranquilizarla.

—Creo que sabéis de lo que hablo, hubo una gran conmoción cuando ayer el suelo empezó a sacudirse. —Explicó Kyon con un gesto de la mano, señalando una de las ventanas que daba al exterior. —Roy y otros exploradores han informado a primera hora que el lugar que ocupaban las ruinas del antiguo templo maldito han desaparecido y lo ha sustituido un enorme socavón. Podría haber pensado que había sido un simple terremoto como los que suelen suceder de vez en cuando por las islas, pero… —el clérigo cerró los ojos un momento y se recostó un poco en su asiento — Alhaz se me apareció en sueños, y no sólo me dijo que la conmoción del terremoto había sido por vuestra causa, sino que habíais acabado con el mal que habitaba en el templo. Ahora el bosque prohibido ya no lo es. —Anunció con una sonrisa ante la mirada de sorpresa de los tres jóvenes. —También me dijo que quizás dudaríais de su misión, de la cual informó a nuestro amigo. —Dijo a los dos hermanos, dirigiendo la mirada después hacia Toru, que sonrió un poco incómodo y se limitó a asentir con la cabeza. —Habéis sido elegidos para algo muy importante. Confiad en las palabras de Toru, su corazón es puro, al igual que el vuestro. —Aseguró a Jaru y Kayrin. —Alhaz ha mirado en vuestro interior y cree que sois los indicados para ser sus representantes. Desde hace un tiempo he tenido el presentimiento de que algo se estaba fraguando en la Oscuridad. —El anciano se inclinó de nuevo hacia delante, clavando los codos en la mesa y apoyó la barbilla sobre los dedos entrecruzados, mirando más allá de ellos. —Esta decisión se tomó antes de que nacierais y no tenéis elección, debéis tomar parte o de lo contrario la Oscuridad cubrirá todo el mundo. —Hizo una pequeña pausa para que sus palabras calaran.

Los tres se miraron entre sí, Toru ya había tomado su decisión desde el principio, al igual que Kayrin, que ahora se mostraba aún más decidida. Con aquella confirmación de Kyon parecía que las dudas y preocupaciones de Jaru se habían disipado por completo.

—Maese Kyon, yo… —Kayrin guardó silencio un momento, pensativa. —Nosotros sabemos que la diosa no elige a sus representantes a la ligera, de modo que mi hermano y yo no tenemos ninguna duda, iremos con Toru. —Aseguró, hablando con decisión.

Jaru asintió, aunque se le seguía notando algo inquieto, no tenía más objeciones que decir después de que el propio Kyon hubiera recibido también un mensaje personal de Alhaz.

—Si así están las cosas, debemos prepararnos de inmediato y partir allí donde la voluntad de Alhaz nos lleve. —Dijo con decisión Jaru, agitando la cola inseguro, con la incertidumbre reflejada en el rostro.

—Ah, Jaru, siempre has resultado ser uno de mis creyentes más escépticos. —Se lamentó Kyon con una risa suave y cálida. —Por suerte tienes a tu hermana, una de mis más avezadas alumnas, y seguro que en el futuro una importante sacerdotisa. —Dijo mirándola con cariño, haciéndola ruborizar por su elogio. —Bien, la aldea os proporcionará provisiones para el viaje, también algo de ropa, aunque debido a que no es algo que se use habitualmente en nuestra aldea, no será mucha. —Se puso en pie y se acercó a un viejo armario. Tras rebuscar un momento sacó una vieja maza de cabeza circular de piedra, la madera oscura del mango estaba pulida por el uso. —Tu misión principal en el grupo será la de velar por la salud de sus miembros, pero a veces esa misión consistirá en librarlos del peligro antes de que puedan ser dañados. —Kyon le tendió el arma a Kayrin, que la cogió con algo de reticencia e inseguridad. —Úsala sólo en caso necesario… —Le aconsejó con una sonrisa. En aquel momento alguien llamó a la puerta y entró un niño draken de pelaje naranja que le tendió una vaina de cuero a Kyon, que tras despedir al pequeño, se la entregó a Toru. —Espero que le valga a tu espada. No puedes llevarla sin vaina o te cortaras las piernas. —Toru tomó la vaina haciendo una pequeña reverencia agradecido y un poco sorprendido, no sabía como el clérigo sabía que portaba una espada, pues la llevaba oculta entre las telas, por lo que supuso que Alhaz también le habría informado de aquello. El anciano draken los miró en silencio durante unos segundos. —Bien, id a preparar vuestros bártulos, he hablado con un capitán de barco que está dispuesto a llevaros hasta la costa, partiréis mañana a primera hora. Una vez a bordo, Toru será el encargado de indicar la dirección a seguir.

Los tres tenían mucho en que pensar y tras una corta despedida salieron al exterior, donde el Sol había seguido su curso, empezando a atardecer. Por suerte, los aldeanos habían vuelto a sus tareas y no fueron molestados cuando atravesaron la aldea para llegar a la cabaña. Toru llevaba a Fogonar envainada en la vaina que acababan de regalarle e iba pensativo y nervioso. Si todo salía bien, no solo ayudaría al mundo a librarse de aquel Mal que lo amenazaba, sino que además podría reencontrarse con su padre y averiguar qué había pasado realmente en el naufragio de hacía dos años. Una vez llegaron a la cabaña, Kayrin se puso a organizarlo todo, mandó a Jaru a buscar la poca ropa que tenían y que guardaban en el pequeño desván, mientras que a Toru le encargó preparar las provisiones de la despensa. Ella se puso a recoger algunos objetos que serían necesarios durante el viaje, como mantas y utensilios de cocina. Cuando Jaru bajó del desván llevaba un viejo baúl. Los dos hermanos se pusieron a curiosear en el interior sacando algunas prendas viejas pero en buen estado y un par de mochilas. Kayrin insistió en lavarlo todo antes de utilizarlo, pues aunque había estado bien guardado, lo cierto era que olía raro. De modo que los dos chicos se encargaron de preparar el resto de los bártulos para el viaje, mientras ella se encargaba de lavar la ropa. Toru también se pasó la tarde haciendo sus propios preparativos, cuando quiso darse cuenta, ya había empezado a oscurecer y las primeras estrellas brillaban en el cielo. Dejó su mochila colgada de un gancho en el porche para que se secara y se reunió con Jaru y Kayrin. Ella estaba preparando la cena y el macho estaba terminando de preparar las mochilas.

—La cena está lista. —Anunció Kayrin, llevando a la mesa una bandeja del mismo pescado asado que comieron aquella mañana, queso tierno y pan. —He dejado la ropa tendida, para mañana estará seca. —Aseguró, tomando asiento.

Los dos chicos dieron las gracias por la comida y se sirvieron, empezando a dar cuenta de ella, todos se sentían algo inquietos y nerviosos por el viaje que les esperaba.

—Dinos Toru. ¿Tu espada ya te ha dicho dónde tenemos que ir? —Preguntó Jaru, dando cuenta de su cena.

—Sí, es una ciudad portuaria en el reino de Phox… —Alargó a mano hacia el tubo de madera que contenía el mapa que había estado revisando hasta hacía unos minutos. —Ha resultado bastante extraño, aunque la melodía que suena en mis oídos no tiene ningún sentido, estoy seguro que apuntaba aquí. —Dijo mostrándoles el mapa, teniendo cuidado de no mancharlo con la comida, señalando una ciudad con el nombre de Puerto Blanco, que estaba marcada con uno de los extraños símbolos que parecían llenar el mapa. —Estoy seguro de que aquí nos espera una de las reliquias de las que me habló Alhaz. —Indicó donde estaban ellos y donde tenían que llegar. —Calculo que nos llevará entre cinco y siete días de viaje. —Jaru y Kayrin dieron un respingo sorprendidos y el draken azul sonrió. —¿Nunca habéis viajado en barco?

—Sólo en viajes cortos… —Respondió Jaru con una mueca, preocupado.

Toru no pudo evitar reír un poco y trató de tranquilizarlos.

—Bueno, no os preocupéis, en estas fechas aún no suelen haber tormentas fuertes, al menos es lo que me dijo el capitán draken que me trajo desde Cuerno del Dragón. —Les explicó, sin poder evitar lanzar un largo bostezo, inclinándose hacia atrás.

Toru se sentía realmente relajado y tranquilo en compañía de los dos drakens, incluso se dio cuenta de que se había acostumbrado a estar sin ropa, aunque procuraba no mirar directamente a Kayrin por lo que pudiera pasar, ya que no quería acabar con un chichón en la cabeza.

—Bueno, creo que no tenemos más que hablar sobre el tema, todo está preparado y decidido, lo mejor es que descansemos y salgamos mañana temprano como nos han dicho. —Sentenció Kayrin, levantándose y recogiendo las cosas de la mesa.

Los chicos asintieron y la ayudaron a recoger, luego se fueron a dormir con los nervios cosquilleándoles por todo el cuerpo. Despertaron al día siguiente con las primeras luces, el único que había dormido a pierna suelta fue Toru, cuya perspectiva del viaje lo tenía entusiasmado pero no hasta el punto de quitarle el sueño. Jaru y Kayrin se habían levantado algo ojerosos, se notaba que no habían dormido demasiado. Cuando estaban preparando el desayuno, les llegó del exterior un grito desgarrador de Toru, que había salido a comprobar la ropa lavada la noche anterior. Los dos hermanos salieron al exterior precipitadamente, Jaru llevaba el bumerán listo para defender a su amigo cuando se lo encontraron arrodillado, delante de la cuerda donde se secaba la ropa que Kayrin había lavado la noche anterior. Toru sostenía una prenda de color rosado en las manos y dos regueros de lágrimas les resbalaban por las mejillas. Cuando Jaru iba a abrir el hocico para preguntar que hacía con aquello se dio cuenta de que era el taparrabos del draken. Sin poder evitarlo se echó a reír con ganas, llenando el aire con sus carcajadas, teniendo que apoyarse en la pared de la cabaña. Aquello le costó una mirada de odio de Toru, que apretó rabioso la prenda de ropa contra su pecho. Sintiéndose culpable, Kayrin se acercó a él y le posó una mano sobre un hombro.

—Lo siento Toru, se puso de ese color cuando lo lave con mi falda. —Explicó, señalando la prenda de color rojo intenso. —Como nunca he lavado ropa pensé que el rosa se iría al secarse. —Dijo realmente apenada.

Toru se dio cuenta de que la hembra estaba a punto de echarse llorar y forzó una sonrisa.

—Bueno, no pasa nada, seguro que nadie lo nota. —Aseguró, aunque estaba claro que no se creía sus propias palabras, pero intentó aparentar seguridad.

Una hora después, habiendo desayunado y cogido todos los bártulos necesarios para su viaje, se encontraron de nuevo en la plaza del pueblo, rodeados por un grupo de aldeanos que no dejaban de darle consejos, pequeños paquetes de comida e incluso algunas monedas. Kyon también estaba allí y esperaba paciente a que todos terminaran de ofrecer su ayuda. Una vez acabaron se acercó a ellos, y con un gesto, llamó a Roy que le acercó una pequeña caja tallada de madera.

—Bueno, esto es algo muy importante que tu madre dejó para ti antes de irse. —Anunció el anciano dirigiéndose a Kayrin, sorprendiendo sobre todo a los dos hermanos, que se le quedaron mirando desconcertados. —No lo mencioné antes porque tu madre me pidió que te lo entregara solo cuando estuvieras preparada. —Kyon abrió la cajita de madera y extrajo un hermoso colgante. El metal en que estaba labrado era rosa plateado, en el centro tenía engarzada una gema semiesférica de color rosáceo. —Y para comenzar un viaje como el que os ha deparado Alhaz, creo que lo estás. — Aseguró, abrochándoselo alrededor del cuello con gesto ceremonioso. —Nunca te desprendas de él, y trata de mantenerlo oculto a ojos codiciosos. —Le aconsejó.

Kayrin se había quedado algo pálida, con las manos algo temblorosas, toco con la punta de los dedos el collar, rozándolo levemente, mientras sus ojos se humedecían.

—Gracias maestro Kyon. —Agradeció con voz contenida, cerrando la mano en torno a la gema.

—No tienes nada que agradecer pequeña, solo he cumplido con la promesa que le hice a tu madre, cuídalo bien. —Le pidió el clérigo, dándole unas palmaditas en el hombro para animarla, luego se volvió hacia los dos chicos. —Mi consejo también va para ti joven, no hagas gala del regalo de la diosa, intentad no llamar mucho la atención, pues en cuanto la Oscuridad sepa dónde estáis y qué pretendéis, pondrá todo tipo de obstáculos en vuestro camino. —Kyon miró a Jaru con rostro serio, haciendo que el chico se pusiera igualmente serio. —Eres el mayor del grupo, mantén la mente fría y procura no flaquear en los momentos más difíciles. —Le aconsejó, entregándole una bolsita de cuero. —Son las monedas que hemos reunido todos los de la aldea. Usadlas solo en momentos de necesidad. —Jaru asintió, aferrando la bolsa de monedas contra el pecho, sabiendo que aquello sería considerado una pequeña fortuna en su humilde isla.

—No lo gastaremos en banalidades, maese Kyon. —Aseguró Jaru, que giró la cabeza al ver un movimiento entre la multitud reunida.

Cambiando su expresión de seriedad por una de tristeza, se dirigió a hablar con una draken de pelaje amarillo. Toru lo siguió con la mirada y sonrió un poco, pues seguramente fuera Margó, la chica de la que habían hablado el día anterior.

—Bien, no os retraséis más, tomad las provisiones que hemos preparado para vosotros y daros prisa, el barco os espera. —Los apremió Kyon, dando un golpe con su cayado en el suelo para poner énfasis a sus palabras.

Kayrin y Toru se pusieron en marcha, cogiendo unas bolsas donde iba algo de comida y ropa. Las prendas estaban algo desgastadas y vieja, pero les valdría para el viaje. Jaru se retrasó un poco hablando con Margó, con las cabezas juntas, susurrando apresuradas palabras, mientras un pequeño grupo de drakens los acompañaban para despedirse en el puerto. Allí Toru se llevó una agradable sorpresa al ver que era el barco del capitán Darroc, el Marí. El draken de pelaje marrón los esperaba sobre la cubierta asomado por la barandilla que daba al embarcadero, con rostro serio y cruzado de brazos. Toru se apresuró a subir la pasarela, cargando con los bultos de las provisiones para saludar al capitán. Mientras, Jaru y Kayrin se despedían de sus amigos y vecinos, y de un emotivo Kyon, que se mantenía sereno pese a sus ojos húmedos.

—¡Vaya, grumete! ¡Ya me gustaría saber en qué has estado metido! —Rugió Darroc con su potente voz, antes de que el chico tuviese tiempo de abrir el hocico. Toru soltó una risita divertida, dejando los bártulos sobre cubierta y estrechando la mano que le ofrecía. El draken marrón se le quedó mirando de arriba a abajo deteniéndose en el taparrabos de color rosa y alzó una ceja. —Vaya, ese color te sienta genial, grumete. —Se burló divertido, soltando una carcajada al ver la cara de indignación que puso el otro, que carraspeó antes de hablar.

—Oh, nada serio capitán, profecías, dioses y cosas por el estilo. —Respondió con aire despreocupado, pero al ver que Darroc fruncía el ceño, rio. —Está bien, no puedo contarle todo, pero luego hablaremos en su camarote. —Aseguró, señalando a Jaru y Kayrin, que empezaban a subir la pasarela. A Toru no le pasó inadvertido como Margó robaba un último beso a Jaru ante la consternación de este, que se puso todo rojo, mientras los aldeanos lanzaban risitas y comentarios maliciosos. —Capitán, le presento a Kayrin, aprendiz de sacerdotisa de Alhaz; y a Jaru, su hermano, tiene cierta habilidad con ese trozo de madera que lleva en la espalda. —Los dos chicos empezaron a pelearse de nuevo.

Ofendido por el comentario, Jaru saltó sobre Toru y empezaron a rodar por la cubierta, ignorándolos, Darroc hizo una reverencia ante Kayrin y la tomó de una mano con delicadeza, rozando su mano con un suave beso.

—Es un placer teneros a bordo, señorita, soy el capitán Darroc. El anciano Kyon fue muy persuasivo, además, le debo un gran favor y encantado os llevaré a cualquier costa o isla. Tendréis un camarote para los tres, siento que no podáis tener uno propio para cada uno, pero mi barco no es muy grande. —Se disculpó, girándose para llamar a uno de los marineros para que llevara los bártulos al camarote asignado a los compañeros.

—Muchas gracias capitán Darroc, le estamos muy agradecidos. Seguro que estaremos muy cómodos. —Aseguró Kayrin, con las mejillas algo sonrojadas por la actitud gentil del draken.

Luego agarró a su hermano y a Toru por una oreja a cada uno y los separó, obligándolos a hacer una reverencia de agradecimiento al capitán, que rio con ganas, alejándose dando órdenes a los marineros que se apresuraron a cumplirlas.

En pocos minutos el Marí empezó a abandonar el puerto, los tres corrieron a popa a despedirse de los drakens que les gritaban desde el embarcadero de madera deseándoles suerte en su viaje. Jaru se había encaramado a la barandilla y gritaba promesas de regresar, Toru supuso que iban dirigidas principalmente a cierta draken de pelaje amarillo.

—¿Sabes Toru? Siento una mezcla de tristeza y nerviosismo en mi pecho por lo que nos espera. —Confesó de repente Kayrin, que estaba a su lado, alzando una mano para despedirse de sus amigos y vecinos. —Pero algo me dice que estoy haciendo lo correcto, es como un picor que me recorre la piel y me incita a salir corriendo y hacer locuras. —Explicó con un brillo intenso en los ojos.

Toru le sonrió divertido, apoyando los brazos en la barandilla del barco.

—Eso es el ansia viajera, hay quien dice que es una especie de enfermedad que afecta a algunos jóvenes furrs. —Dijo riendo cuando vio la cara de preocupación que puso. —No te preocupes, es solo un decir que tienen algunos viajeros. —Le dio un empujoncito amistoso con el hombro. —Quiero decir que en tu sangre debes tener alma de aventurera. También puede ser una forma de Alhaz de decirnos que hacemos lo correcto, a mí me pasa lo mismo. —Le confesó, agitando la cola tras él.

Kayrin asintió entusiasmada ante la idea y también agitó la cola.

—Sí, creo que tienes razón. —Reconoció con una sonrisa tan alegre y dulce que Toru sintió que por un momento se quedaba sin aliento, aunque ella no se dio cuenta, pues estaba lanzando un último grito al puerto cada vez más lejano. El Marí comenzó a cruzar el mar, dejando una estela de espuma blanca a su paso.
 

Skye D.

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Capítulo 4

Tras reunirse con el capitán y contarle todo lo posible sin entrar en detalles, como que la diosa le habló en "persona" y la verdadera misión a realizar, Darroc había aceptado a regañadientes llevarlos a Puerto Blanco, en el continente de Phox. El draken castaño no dejaba de hacer preguntas, como cuando se interesó por la nueva espada que portaba Toru. Los amigos se mantuvieron alertas ante la curiosidad del capitán, que no parecía tener mala intención, aunque no cesaba en sus tentativas de averiguar más sobre lo sucedido. A él tampoco le había pasado inadvertido el temblor que había sacudido la isla o lo extraño que resultaba que dos drakens decidieran abandonar su hogar en un viaje apresurado. Y todo aquello por unos tesoros indicados en un viejo y polvoriento mapa o por ayudar a un chico al que acaban de conocer. Sabía la historia del padre de Toru y se preguntaba que les habría prometido a cambio de su ayuda.

Tal como les hubo adelantado Darroc poco después de que Toru indicara su destino, tardaron casi una semana en llegar a la ciudad de Puerto Blanco. El viaje se realizó sin incidentes y pudieron disfrutar de la mayor parte del viaje, excepto Jaru, que se había pasado mareado y vomitando por la borda más de la mitad del trayecto. Kayrin pasaba la mayor parte del día en cubierta, hablando con el capitán Darroc o con los marineros, escuchando las historias que estos contaban. Los marineros competían por la atención de la draken y aunque Darroc los regañó y amenazó con tirarlos por la borda, no hubo manera de hacerlos olvidar a la joven. Kayrin tuvo una gran facilidad para hacer amistad con los jóvenes drakens. Toru observó todo aquello con cierta molestia, por alguna razón le irritaba verla con ellos, riendo y mostrándose tan encantadora. Cuando le dijo que los distraía de su trabajo, ella le había preguntado con una sonrisa de fingida inocencia si estaba celoso. Toru se puso rojo, apretó los puños y se marchó a grandes zancadas, agitando la cola indignado y murmurando para sí. Se propuso no pensar o hablar con Kayrin durante el resto del viaje, pero más de una vez se sorprendió a si mismo recordando la sonrisa que le dedicó cuando se estaban despidiendo de los aldeanos de Escama del Dragón al iniciar el viaje, lo que le provocaba sentimientos intensos y extraños.

Cuando subieron a cubierta, el Sol estaba alto en el cielo y admiraron la vista espectacular que les ofreció el horizonte de la costa del continente de Phox. Un vigía que estaba apostado en el mástil había avistado tierra a primera hora de la mañana. A pocas millas pudieron admirar con detalle la enorme ciudad que se alzaba en una cala. Estaba rodeada por colinas aradas, que mostraban una tierra arcillosa y oscura, con campos donde habían sembrado olivos y viñedos. Pudieron distinguir el puerto con sus embarcaderos de piedra y almacenes de madera con bases de piedra, todos de dos pisos o más. Y más hacia el interior las viviendas y negocios, la mayoría de ellos de fechadas blancas. En lo alto de la colina más elevada de la ciudad se alzaba una gran casona, casi como un pequeño palacio, del cual les había informado el capitán Darroc. Pertenecía a un lord asignado por la joven reina Junne o por alguno de sus consejeros para gobernar Puerto Blanco. Según les contó era un tipo duro pero justo, llevaba varias décadas ocupándose de la ciudad y de momento había hecho un buen trabajo. Habían sacado el equipaje, deposítándolo sobre cubierta, el cual se le hizo más bien escaso a Toru, que había calculado que tendrían comida para una semana. Tras una observación, Darroc se dio cuenta de que necesitarían cosas básicas para un viaje largo por tierra, como tiendas de campaña, sacos de dormir y algunos utensilios más, ya que les advirtió que no siempre podrían dormir bajo techo, además de que aquello solía salir caro.

—Bueno, desembarcaremos en menos de una hora… —Anunció la voz del capitán Darroc que sonó tras las espaldas de los compañeros, que se volvieron a mirarlo. —Tened en cuenta lo que os dije, no vayáis por libre en la ciudad, permaneced juntos y no os dejéis engañar… —Se rascó la mejilla pensativo. —Preguntad por Yuki, la Dama Blanca, es una loba que tiene una tienda de ropa o algo por el estilo. Decid que vais de mi parte, os hará un buen precio en todo lo que necesitéis. —Aseguró, caminando hasta la baranda de proa y observando la ciudad. —Aprovecharé para hacer negocio, hace años que no me acercaba por estas aguas y sería un tonto si dejara escapar alguna oportunidad de hacer dinero. Si os metéis en algún lío venid a buscarme, me quedaré en el puerto una o dos semanas. —Informó volviéndose de nuevo para mirarlos, manteniendo las piernas separadas, como todo buen marino debía hacer para mantener el equilibrio en un barco.

—Claro capitán, muchas gracias por su ayuda y sus consejos. —Agradeció Toru con una sonrisa, estrechando su mano, haciendo que Darroc gruñera con aprobación.

—Bien, aseguraros de llevarlo todo, yo voy a hacer los últimos preparativos para el desembarco. —Informó alejándose hacia la cabina de popa, desde donde empezó a gritar órdenes a los marineros drakens.

Tras asegurarse una vez más de que lo llevaban todo, observaron impacientes como el barco empezaba a maniobrar para entrar en el bullicioso puerto. Según los marineros y el propio capitán, Puerto Blanco no era considerado un gran puerto, pero era importante para los archipiélagos e islas que cubrían el Mar Central, pues en las islas podían conseguir productos que no se daban en otras partes del mundo, como frutas, especias y animales exóticos. El lugar bullía de actividad, había embarcaciones tan enormes que empequeñecían al Marí, pequeños botes pesqueros que iban y venían cargados de peces y mariscos. El olor a pescado fresco y podrido llenaba el ambiente y hacía lagrimear a los tres amigos poco acostumbrados a los fuertes olores de una ciudad. Les llamó la atención un grupo de barcazas ocupadas por furrs de aspectos poco amistosos y encadenados que recogían basura flotante ante la atenta mirada de varios de soldados zorros armados con ballestas. Tras intercambiar unos gritos con otro capitán de barco, Darroc se dirigió a una zona donde había mucho menos bullicio y donde las embarcaciones estaban más ordenadas, no era el caótico revoltijo que habían visto al entrar al puerto. La mayoría de los barcos allí amarrados eran mercantes que cargaban o descargaban productos o estaban a la espera de hacerse con alguna mercancía. Tras amarrar al Marí, los marineros drakens pusieron la pasarela para el desembarco. Los tres amigos siguieron al capitán Darroc que fue el primero en bajar para pagar la tasa de amarre, tras lo cual se giró hacia ellos, cargados con sus pertenencias.

—Bueno chicos, aquí se separan nuestros caminos. —Dijo estrechando la mano de los dos machos y aceptando un par de besos que Kayrin se empeñó en darle en las mejillas, que se tiñeron de un leve rubor. —Recordad, estaré en puerto un tiempo, si os metéis en algún lío venid a buscarme. —Insistió antes de despedirse y lanzar un gruñido cuando vio a un zorro que se dirigía hacia ellos con aire pomposo.

Seguramente se trataba del capitán de puerto, aquel a quien tenía que pagar la tasa de desembarco. Dejaron al capitán Darroc enfrascado en una discusión sobre lo alto del precio estipulado, mientras rebuscaba en su cinturón las monedas necesarias.

Los drakens avanzaron por el puerto hasta que llegaron a la zona que habían visto desde el Marí. El lugar contaba no solo con enormes desembarcaderos de piedra, sino con una ancha avenida que quedaba ante ellos. En aquella avenida había multitud de puestos de toldos multicolores que ofrecían todo tipo de productos a marineros, viajeros y habitantes de la ciudad por igual, desde ron a azúcar. Los gritos de los vendedores se mezclaban con el sonido de la gente que iba y venía por la avenida, el olor y las sensaciones eran tan caóticas que se sintieron un poco mareados. No solo había variedad de productos, sino de furrs. Al principio habían pensado que solo verían zorros, los principales habitantes del reino de Phox, pero allí había todo tipo de furrs. Desde distinguidos ciervos a enormes toros, uno de los cuales estuvo a punto de arrollarlos cuando pasó a junto a ellos.

—Vaya, no son muy amables en este lugar… —Comentó Kayrin que estuvo a punto de caer al suelo cuando pasó el enorme toro, por suerte Toru pudo sostenerla. Los dos chicos miraron mal a aquel tipo, Toru parecía incluso dispuesto a decirle un par de cosas, pero Kayrin lo agarró de la mano y negó con la cabeza. —Será mejor no llamar la atención, tal como nos han aconsejado y que busquemos a la tal Yuki… —Propuso echando a andar con decisión, sus ojos verdes brillaban emocionados ante las cosas que veía expuestas en los diferentes mostradores.

Se detuvieron en varios puestos a preguntar a los mercaderes, que le informaron que Yuki, la Dama Blanca, se encontraba en la zona Este del puerto, algo adentrada en la ciudad en una casa que había sido unos baños termales. Les indicaron, algo jocosos, que la tienda sería fácil de distinguir porque a la entrada verían un letrero de ropa de lencería. Ninguno de los tres sabía que era la lencería, pero tampoco se atrevieron a preguntar para no parecer ignorantes.

Estaban en camino cuando un grupo de lobos pasó junto a ellos y uno dio tal empujón a Toru que lo hizo caer de bruces al suelo. El sorprendido draken lanzó maldiciones poniéndose en pie, alzando la mirada desafiante hacia el grupo de lobos que lo miraban con desprecio y riendo, mostrando sus afilados colmillos.

—¿Estás bien Toru? —Le preguntó Kayrin, que se apresuró a ayudarlo, mientras Jaru miraba a los lobos llevándose una mano al bumerán que llevaba a la espalda.

—Vaya chicos, mirad, no sabía que hubiera una guardería en el puerto… —Comentó jocoso el lobo que parecía el cabecilla del grupo.

Era un joven de unos diecinueve o veinte años, de pelaje gris y ojos amarillos. Llevaba ropas de cuero, pantalones, botas y un chaleco sin mangas. Toru se puso en pie, llevándose la mano a la espada con los dientes apretados dispuesto a atacar, pero entonces notó una firme mano que se cerraba en torno a uno de sus hombros provocándole una mueca de dolor. Sorprendido y sabiendo que no podía ser ninguno de sus amigos que estaban junto a él, miró atrás y se encontró con una hermosa y elegante loba. Era una furr ya adulta, de unos treinta y muchos o cuarenta y pocos años, con un pelaje de un increíble color blanco y ojos ámbar. Llevaba un vestido celeste ceñido, que resaltaba las curvas de su cuerpo.

—Creo, caballeros, que deberían seguir su camino. —Aconsejó la loba con voz fría y seria, mirando a los tres jóvenes lobos que parecieron pocos dispuestos a obedecer.

Con un gesto elegante de la cabeza, señaló un par de guardias del puerto que se habían parado a observar lo que sucedía. El que parecía el jefe, soltó un gruñido desdeñoso.

—Vamos Roku, no merece la pena atraer la atención de los guardias por unos mocosos. —Aconsejó uno de sus compañeros, haciendo que el tal Roku cediera con un gruñido, aunque antes se acercó a la loba, quedando cara a cara.

—Un día de estos no habrá guardias tras lo que puedas ocultarte, Yuki. —Le advirtió entre susurros, con los dientes apretados de rabia.

—Estoy impaciente por que llegue ese día. —Aseguró ella con una encantadora sonrisa, que resultaba tan ofensiva como el peor de los insultos.

Roku se tensó dispuesto a atacarla en aquel preciso momento pero se dejó persuadir por sus dos compañeros, que tras susurrarle unas palabras apresuradas, se alejaron siguiendo al furioso lobo. Varios furrs habían observado la escena murmurando entre sí, disponiéndose a continuar con sus quehaceres, cuando un golpe de viento alzó las faltas de Kayrin. La draken lanzó un gritito de sorpresa y trató de bajarse la prenda de ropa con las manos. Algunos furrs que se habían quedado para curiosear un poco más, se quedaron con la boca abierta e incluso un trabajador del puerto se cayó al agua al ir mirando hacia ellos y caminando por el embarcadero cercano. Hubo incluso una zorra que estaba junto a un zorro, el cual debía ser su esposo, al que le dio un codazo en las costillas y lo regañó en voz baja por quedarse embobado mirando, tirando de él para alejarlo de allí.

Toru y sus dos amigos se quedaron bastante más sorprendidos por el hecho de haber encontrado a la persona que estaban buscando que por lo que le había pasado a Kayrin. Además, ahora le debían un favor por la ayuda que les había prestado con los tres lobos, que sin duda los habrían metido en problemas. La hembra observó a los tres lobos alejarse y sonriendo divertida se volvió hacia ellos justo para reparar en lo que sucedía con las faldas de la draken.

—Estos cachorros… no les hagáis mucho caso, están buscando siempre bronca con los forasteros.—Los miró atentamente y sus ojos se quedaron parados en Kayrin. La loba alzó una de sus finas cejas, remarcadas por pelo algo más espeso y adornado con algún tipo de maquillaje plateado. —Deberías ponerte algo debajo de la falda, jovencita, o atraerás atenciones no deseadas. —Aconsejó, señalando a los furrs de los alrededores, que estaban mirando en su dirección y que dieron un respingo mirando a otro lado apresuradamente cuando Kayrin miró hacia ellos, son las mejillas rojas y sujetándose la falda con las manos. —Será mejor que me sigáis, creo que podré ayudarte con eso. —La loba miró a los dos chicos, reparando en las ropas desgastadas que llevaban. El taparrabos rosa de Toru le arrancó una sonrisa. —Creo que podré ayudaros a todos. —Aseguró con un elegante movimiento de cola, indicándoles que la siguieran.

Tras intercambiar una mirada la siguieron poniéndose a su lado, los tres se miraban dubitativos, sin saber como empezar una conversación hasta que Kayrin se atrevió a romper el silencio.

—Muchas gracias por ayudarnos ahí atrás. Mi nombre es Kayrin, y ellos son mi hermano Jaru y nuestro amigo Toru. —Hizo la presentación caminando junto a la loba, que asintió con una sonrisa.

—Encantada de conoceros, yo soy Yuki. —Se presentó. —Dime jovencita, ¿cómo es que tres drakens del Archipiélago del Dragón acaban en Puerto Blanco? —Preguntó, guiándolos por la avenida del puerto, donde la gente abría paso a la loba y otros muchos la saludaban, a los que ella respondía con sonrisas o devolviendo el saludo de forma cordial.

—Bueno. ¿Es usted Yuki, la Dama Blanca? —Preguntó Jaru cauteloso, antes de que Toru pudiera abrir la boca. —El capitán Darroc nos dijo que podíamos hablar con usted para conseguir ciertos productos que necesitamos para realizar un viaje. —Habló de forma que daba a entender que no iba a dar más detalles sobre qué los había llevado lejos de su hogar.

Yuki lanzó una carcajada que resonó en la avenida y atrajo la mirada de algunos furrs, aunque la hembra no les prestó mayor atención.

—Vaya, hacía mucho que no me llamaban así. —Dijo con una sonrisa lobuna, cogiendo una desviación que los adentraba hacia la ciudad, alejándolos del bullicio de las calles del puerto. —Darroc, ese viejo capitán draken, lo recuerdo, aunque cuando lo conocí no era tan viejo. —Explicó riendo divertida, caminando por una callecita adoquinada y limpia, donde los edificios eran de dos plantas, con las bases de piedra y el resto pintado de blanco.

Algunas de las fachadas que no eran blancas parecían ser de una especie de arenilla de colores pardos y beis, fue a uno de aquellos edificios a donde se dirigieron. El primer piso estaba dedicado a un negocio, como en la mayoría de las casas de la calle. En un par de pequeños escaparates que estaban a ambos lados de la entrada se podía ropa de todo tipo, vestidos, pantalones, capas, camisas y unas prendas que no lograron identificar del todo. A Toru se le sonrojó el puente del hocico unos segundos después, pues acababa de entender que es lo que miraba con tanta atención. Comprendió que la lencería no era otra cosa que ropa interior muy elaborada y adornada. Yuki abrió la puerta usando una gran llave de hierro, invitándolos luego a entrar con un gesto gentil.

—¿Entonces usted y el capitán son amigos? —Preguntó Toru, entrando en la tienda algo receloso.

El interior era amplio, las prendas, como pantalones y camisas, estaban bien dobladas en estanterías con cubículos cuadrados, mientras que los vestidos y las capas estaban colgados de perchas que imitaban los hombros y cabeza de una persona, todo adaptado a la distinta anatomía de los furrs. Jaru se alejó en silencio a observar una capa de color oscuro que le llamó la atención, mientras que con un gritito de emoción, Kayrin corrió a ver unos hermosos vestidos. Toru se quedó junto a la loba, que sonrió al ver a la draken y caminó hacia un mostrador metiéndose tras este, empezando a coger pequeñas prendas de vivos colores. Toru se acercó al mostrador, teniéndose que poner de puntillas para ver por encima de este. Al instante, se le puso de nuevo el puente del hocico rojo al ver que era ropa interior femenina o eso pensó en aquel primer momento.

—Bueno, más que amigos fuimos socios hace unos años. —Explicó Yuki, escogiendo algunos modelitos más. —Yo antes viajaba mucho, pero pronto me cansé de todo eso, sobre todo pocos años después de que mi marido muriera. Ya no sentía la misma pasión por esos viajes. —Explicó, tomando una docena de prendas de ropa interior y caminando hasta Kayrin.

—Lamentamos mucho su pérdida. —Dijo la draken, que la había escuchado, tomando la ropa que le ofrecía.

Yuki sonrió y sacudió la cabeza con suavidad.

—No te preocupes pequeña, ahora ve a esos probadores y pruébate todo esto. Escoge las que más te gusten. —Cuando vio la expresión interrogativa de Kayrin, que miraba con extrañeza las prendas rio un poco. —Es ropa interior, debes llevarla debajo de cualquier otra ropa que te pongas. Esos furrs del puerto se quedaron mirándote así porque, aunque no sea lo normal en algunas de las islas del Archipiélago del Dragón, en el continente no es común que una jovencita vaya mostrando sus encantos. —Explicó con una sonrisa divertida, observando como la draken se sonrojaba, animándole luego a ir a los probadores con un empujoncito en la espalda.

—No tenemos mucho dinero. —Advirtió Jaru, dejando de observar las capas y echando un vistazo a toda la ropa que llevaba su hermana en los brazos, deduciendo que debían costar un buen dinero.

—No te preocupes jovencito, seguro que el capitán Darroc os comentó que os haría un buen precio. —Señaló con un gesto de la cabeza a Kayrin, que se había apresurado a meterse en uno de los probadores. —Todo eso es de hace una o dos temporadas que iba a vender a un precio prácticamente de regalo. Prefiero regalárselas a tu hermana, no puedo permitir que una jovencita tan encantadora vaya medio desnuda. —Explicó frunciendo el ceño y mirándolos de arriba abajo, alzando una ceja al clavar de nuevo la mirada en el taparrabos rosa de Toru. —Y vosotros también necesitareis algo menos… llamativo. —Observó divertida, con una sonrisa lobuna en el hocico.

—Tenemos ropa que hemos traído con nosotros. —Replicó Jaru algo ofendido, pues no le gustaba aceptar caridad.

—¿Habéis traído ropa de invierno? No vais vestidos para las bajas temperaturas que empezarán a hacer pronto en el continente, y vuestro pelaje no será suficiente. —Aseguró seria a los dos chicos, que se miraron algo confundidos. Yuki dejó escapar un suspiro. —Supongo que no conocéis los cambios de estaciones, por el Archipiélago del Dragón hace siempre el mismo clima… —Habló para sí misma, pensativa.

—Parece que sabes mucho de nuestro hogar. —Comentó Toru, que miró hacia el probador, donde se escuchó un gritito divertido y entusiasmado de Kayrin.

—Claro, he viajado mucho, y las islas del Mar Central no son una excepción. —Asintió la loba, que parecía haber tomado una decisión. —No permitiré que muráis de frío. En el piso superior tengo prendas de ropa de hace varios años que ya nadie quiere. Os traeré algunas para que os las probéis y os las llevéis. Y también os prepararé algo de comer, sé que la comida en alta mar deja mucho que desear. —Al ver el ceño fruncido de Jaru alzó una mano para acallar sus protestas. —Si con ello quedas más tranquilo, regatearemos un precio, pero no pienso aceptar más que unas monedas por esas ropas que ya nadie quiere, pero que os harán mucho bien. Esperad aquí. —Ordenó con un movimiento elegante de su cola, dirigiéndose a unas escaleras que llevaban al piso superior del establecimiento.

—No sé qué pensar… se me hace extraño encontrar a alguien tan amable. —Comentó Jaru a su amigo, rascándose una mejilla, observando a la loba desaparecer escaleras arriba.

Toru se encogió de hombros.

—Es una amiga o al menos conocida del capitán Darroc, y él es alguien digno de confianza. —Replicó el draken azul que se sobresaltó cuando Kayrin salió corriendo del probador, llevando solo unas braguitas de rayas amarillas y blancas horizontales.

—¿Qué os parece? ¿A que son preciosas? —Preguntó con los ojos luminosos de alegría, dando una vuelta sobre un pie, con los brazos abiertos un poco en cruz para mantener el equilibrio. —Venid. —Dijo tomándolos a cada uno de una mano, llevándoselos a tropezones hasta unos taburetes tapizados que había delante del probador. —Quedaos aquí, vosotros tendréis que darme vuestra opinión. —Ordenó, volviendo al interior del probador.

Desde aquel momento los dos tuvieron que aguantar todo un desfile de prendas de ropa interior, pues Kayrin no solo se probó la primera docena que le había dado Yuki, sino que la loba había bajado poco después cargada no solo de prendas de invierno para los tres, como chalecos, pantalones y camisas, sino también de un gran montón de ropa interior para la eufórica draken, que parecía haber descubierto un nuevo pasatiempo. Jaru estaba totalmente indiferente, parecía que iba a quedarse dormido de un momento a otro, con un codo apoyado en una pierna y la barbilla sobre la palma de la mano. Por otro lado, Toru estaba que no sabía dónde mirar cada vez que la hembra salía del probador mostrando algún nuevo modelo de braguitas, pues era la ropa que más le había atraído la atención. Sentía un calor por todo el cuerpo que lo hacía sudar y un ardor en cierta parte de su anatomía que no dejaba de empeorar. No sabía por qué Kayrin le provocaba aquellas sensaciones, cuando ya en la isla la había visto totalmente desnuda. Sacudiendo la cabeza con fuerza, se puso en pie de golpe, sobresaltando a Jaru, que lo miró parpadeando adormilado.

—¿A dónde vas? Ya sabes que Kayrin no nos deja probarnos la ropa que nos ha traído Yuki hasta que escoja la suya. —Le recordó conteniendo un bostezo.

—Sólo voy a salir un momento a tomar el aire, hace calor. —Se limitó a responder, apresurándose hacia la puerta y salir a la calle, antes de que a su adormilado amigo se le ocurriera preguntar algo más.

Una vez fuera, inspiró el aire salado que llegaba desde el puerto, a un par de calles de allí. Se frotó los brazos y miró hacia el cielo nublado. Era cierto que hacía algo de frío, ya lo habían notado antes en el Marí, pero allí en tierra se notaba más el cambio de temperatura que tenía lugar en aquellas latitudes. Suspirando pensó que si no fallaba su instinto quedaban pocas horas para la cena, aunque él ya comenzaba a tener hambre. Apenas se apoyó en la pared, cruzándose de brazos junto a uno de los escaparates de la tienda, cuando escuchó una risa burlona.

—Vaya, vaya, pero si es el renacuajo que se esconde tras la faldas de la primera ramera que se cruza en su camino. ¿Dónde has dejado a tu novia y al otro alfeñique? Aunque viendo tu bonito taparrabos rosa, quizás el alfeñique sea tu novio y la chica draken solo sea para aparentar… —Toru se giró para mirar hacia uno de los estrechos callejones que partían de aquella calle.

Con los ojos echando chispas se llevó una mano a la empuñadura de Fogonar, viendo salir al joven lobo gris y a sus dos compinches del callejón cercano, los tres lo miraron con socarronería.

—Vaya, el renacuajo quiere pelea, jefe. —Observó uno de los acompañantes de Roku.

Aquella idea pareció causarles gracia y empezaron a reír mientras que el acero de Fogonar emitía un leve chirrido al empezar a salir de su vaina.

—Parece realmente enfadado. —Admitió Roku con una sonrisa lobuna, alzando el mentón con actitud desafiante. —Nada me gustaría más que ver como intentas algo con ese pincho afilado que llevas, pero no queremos meternos en líos con los guardias, ¿verdad? —Preguntó señalando a una pareja de guardias de la ciudad que pasaban por la calle y dedicaron una mirada al grupo antes de seguir. —Tengo una idea, renacuajo. ¿Qué tal si solucionamos esto como hombres? —Lo miró de arriba abajo y resopló desdeñoso. —Al menos algunos de nosotros lo somos ya. Te desafío a un duelo de bastones, ¿aceptas? —Preguntó desafiante.

—Claro que acepto. —Respondió Toru sin pararse a pensar, dejando a Fogonar enfundada.

Alzó la barbilla todo lo que pudo, para sacar todo el provecho posible a su metro treinta de altura, frente al metro ochenta de Roku. Una sonrisa siniestra se dibujó en los hocicos lobunos de los tres matones, que con un gruñido indicaron al draken que lo siguieran. Poco después, Toru maldecía entre dientes, murmurando improperios contra su maldita costumbre de hablar antes de pensar en lo que decía. Se encontraba en una especie de círculo dibujado en uno de los espacios abiertos de la avenida del puerto. Se había ido formando un corro de gente que miraba con interés a ambos contrincantes y hacían apuestas. Por lo que podía escuchar, todas las apuestas estaban en su contra. Al parecer un duelo de bastones consistía en que dos contrincantes combatían casi desnudos, llevando solo un taparrabos y con el pelaje adornado con una especie de dibujos de líneas, siendo de un color distinto en cada contrincante. Le habían permitido conservar el brazalete, y era una suerte ya que no creía que hubiera podido quitárselo, pues ya lo había intentado un par de veces sin éxito. Como arma, solo le permitían el uso de unos bastones de madera pulida, con los extremos redondeados y de un metro veinte aproximadamente. Al ser el bastón casi de su misma altura, Toru debía usarlo como una especie de cayado, teniendo que manejar el arma con las dos manos, mientras que Roku movía el bastón sin problemas con una sola mano. Le habían indicado que normalmente no estaba permitido manejar el bastón a dos manos, pero tras hablarlo entre un par de guardias que iban a hacer de árbitros en el enfrentamiento le permitieron manejarlo de aquel modo, descontándole cinco puntos. El draken no entendía que querían decir con aquello de los puntos, pues aún no habían explicado las normas. Cuando el guardia zorro que iba a hacer de árbitro se puso en el centro del círculo, prestó atención a lo que este iba a decir.

—El enfrentamiento se llevará a cabo en rondas de diez minutos. No hay límite de rondas. Están prohibidos los golpes bajos. Solo está permitido golpear la cabeza, el pecho y las piernas. Los golpes en las piernas dan un punto, en el pecho tres y en la cabeza cinco. Está permitido empujar y golpear con los hombros o las piernas al contrincante, pero no se conseguirán puntos. Quien consiga dejar al rival fuera de combate, lo saque del círculo o consiga antes quince puntos será el ganador. —Concluyó el zorro, mirando a ambos contrincantes para asegurarse de que hubieran entendido todo.

Toru echó un vistazo nervioso a su espalda, ya que en un pequeño taburete había dejado sus pertenencias, entre ellas a Fogonar. No le gustaba desprenderse de la espada, pero no le permitían llevarla y no estaban allí ninguno de sus amigos para que se la cuidaran. Escuchó un grito en el centro del círculo de combate y se giró justo a tiempo de detener el bastón de Roku, que iba dirigido a su cabeza. Los brazos le temblaron por el esfuerzo de bloquear el bastón del lobo, poniendo en horizontal su propia arma, que crujió por el impacto. En el hocico de Roku se dibujó una sonrisa sádica y maliciosa. Toru se sorprendió por la fuerza del impacto, que le obligó a doblar una rodilla apoyándola en el suelo. Con un gruñido, Roku le dio una fuerte patada en el pecho, que lo lanzó rodando por el suelo. Jadeando y tosiendo, Toru consiguió ponerse en pie apoyándose en el bastón, justo a tiempo para esquivar un par de rápidos ataques, su rival reía entre dientes creyéndose victorioso.

—¡Eso, renacuajo, huye, huye! —Reía, relamiéndose el hocico sin parar de hostigarlo.

Toru no sabía cuánto tiempo llevaban combatiendo cuando reparó que en aquel rato solo había conseguido lanzar un par de ataques o tres al lobo, que parecía muy diestro en el uso de aquel arma, mientras que él solo se defendía. Gracias a su gran agilidad y velocidad había conseguido ir esquivando todos los ataques que le había lanzado, pero sin duda parecía querer acorralarlo. A Toru empezaba a faltarle el aliento cuando el lobo lanzó un ataque cuya trayectoria cambió en el último momento, el movimiento cogió desprevenido al poco experimentado draken que cayó en el engaño. El arma le golpeó por la parte de atrás de una rodilla y lo tiró de espaldas, dejándolo sin aliento. Justo cuando vio el bastón de su rival dirigirse a su cabeza, el guardia que hacía de árbitro se interpuso entre ambos combatientes, indicando el final de la primera ronda ante la desilusión y las protestas de los furrs que habían apostado por Roku. Las monedas empezaron a cambiar de manos mientras que, gruñendo de frustración, el lobo se dirigió a su taburete entre risas y chanzas de sus dos compinches, que le dieron palmaditas de felicitación en la espalda. Toru se levantó frotándose la pierna y manteniendo la mirada gacha, dirigiéndose a su taburete, escuchó entonces un grito entre la multitud que le hizo alzar la mirada. Dio un respingo cuando vio a Kayrin y a Jaru abrirse paso entre el público. Sintiendo que le volvían las energías al ver a sus dos amigos, se dirigió hacia ellos, cojeando un poco.

—¡Toru! ¡¿Pero qué estás haciendo?! —Preguntó algo alterada Kayrin, tomándolo por las mejillas, mirándole a los ojos.

Tras comprobarlos le miró el resto del cuerpo viendo que no tenía ninguna herida grave, solo algunos golpes y magulladuras. Hizo una mueca preocupada, pero Toru la apartó con suavidad.

—Estoy bien. —Aseguró a la hembra con una sonrisa, pero entonces tuvo que retroceder cuando uno de los puños de Jaru se acercó peligrosamente a su cara, en actitud amenazante, alzando el bastón para defenderse.

—¡Debería darte un puñetazo! Llevamos un buen rato buscándote, incluso Yuki tiene que estar por ahí… —Explicó Jaru, con un gesto vago de la mano. Lo miró de arriba abajo, reparando por primera vez como iba pintarrajeado. —Menudas pintas. —Gruñó en tono de desaprobación.

El aviso del guardia que estaba haciendo de árbitro, sobresaltó a los compañeros. Al parecer, los minutos de descanso llegaban a su fin y Toru tenía que regresar al círculo de combate.

—Ahora no tengo tiempo para… —En aquel momento Yuki se abrió camino entre el gentío y llegó hasta ellos, observó por un momento a Toru y luego a Roku, que mantenía aquella sonrisa lobuna de superioridad, bromeando con sus dos amigos y saludando a la gente que lo animaba a ganar.

—Debes acabar con esto ya o te agotará hasta que no puedas más. —Advirtió Yuki, haciendo una mueca. —Si no acabas con él en esta ronda no podrás ganar. —Dijo seria, agitando las orejas lobunas hacia el árbitro que estaba llamando a los contrincantes al centro del círculo.

Al parecer Yuki había visto algo que le había llamado la atención, pero no les dijo nada pues los tres ya estaban muy preocupados con lo que tenían entre manos.

—Claro, gracias por el consejo. —Respondió Toru con un gruñido, era justo lo que tenía pensado hacer y agradecía el consejo, pero se sentía frustrado. —Cuidad de mis cosas. —Pidió a sus dos amigos, dando media vuelta y caminando hacia el círculo donde clavó su mirada en Roku, que le devolvió la mirada sosteniendo el bastón cruzado delante de él, con una maliciosa sonrisa en sus hocico lobuno.

Los ojos amarillos del lobo gris parecerían brillar de impaciencia por derramar su sangre y se pasaba la lengua rosada por el hocico.

Toru estaba alerta y se lanzó a por Roku nada más el árbitro dio la señal. Las varas de madera se encontraron, combándose ambas por el impacto que resonó en toda la zona. Toru sonrió al ver una mueca de sorpresa en el lobo, pues aquella vez lo estaba dando todo, haciendo gala de las habilidades por las que eran conocidos los drakens. Pese a su pequeño tamaño, tenían una fuerza extraordinaria, además de ser rápidos y ágiles. Ambos contrincantes retrocedieron tambaleándose un poco. Toru, más rápido, se lanzó a por su rival, que no tuvo más remedio que detener los potentes golpes que le lanzaba con el bastón. Poco a poco, Toru fue cogiendo más velocidad, consciente de lo que le había dicho Yuki. Trató de acabar con la pelea lo antes posible, de modo que se lanzó con todo en aquel ultimo ataque. Su vara volaba golpeando contra la del lobo, buscando un hueco por donde rebasar sus defensas. Entonces usó el mismo truco que su rival había usado antes, simuló un ataque y en el último momento cambió la trayectoria, dirigiendo su arma a un costado del lobo, golpeándole en una rodilla. Roku lanzó un grito de dolor cediéndole la rodilla, aunque no dejó que el dolor le nublara la razón. Se mantuvo alerta y contraatacó con un movimiento lateral esperando cogerlo desprevenido, pero el veloz y pequeño draken dio un salto en el aire que sorprendió a todos los presentes. El ataque pasó silbando por debajo de los pies y la cola de Toru, que vio su oportunidad. Sintió que el tiempo se detenía, que parecía faltarle el aire en los pulmones, como si estuviera bajo el agua, y que el brazalete emitía un breve destello. Toru vio el miedo reflejado en los ojos de Roku, que ya no podía detener la inercia de su ataque. El draken agarró su arma con ambas manos y lanzó un potentísimo ataque lateral, dirigido a la cabeza de su contrincante. En aquel momento, notó que el aire volvía a sus pulmones y el tiempo parecía volver a la normalidad, el bastón de madera impactó contra el lateral de la cabeza del lobo. El golpe resonó con fuerza en toda la avenida y lanzó el cuerpo de Roku a varios metros, rodando por el suelo hasta chocar con unas cajas de madera vacías fuera del círculo de combate. Durante unos segundos se hizo el silencio entre los espectadores del combate, pero en cuanto el árbitro alzó las manos dando por finalizado el combate estalló toda una cacofonía de vítores y gritos de decepción, sobre todo de los perdedores que habían apostado por el lobo. Toru tenía el aliento acelerado y tras ser nombrado campeón, observó cómo los compinches de Roku se lo llevaron a rastras. El lobo iba inconsciente y sangraba por el lado de la cabeza donde lo había golpeado y por los oídos.

Toru se dirigió jadeante y sonriendo a sus amigos, que se apresuraron a felicitarlo, incluso Yuki lo felicitó con una amplia sonrisa. Entonces, cuando iba a echar mano de sus pertenencias, se quedó paralizado y sintió que un frío helador le recorría la espina dorsal cuando vio que Fogonar no estaba donde la había dejado. Corrió hacia el taburete donde la había dejado y asustado miró alrededor. Inmediatamente Jaru y Kayrin se dieron cuenta de lo que ocurría, incluso Yuki soltó un insulto contundente entre dientes y empezó a mirar alrededor.

—¿Cuándo la habéis visto por última vez? —Preguntó Toru algo alterado, aferrando con fuerza el bastón de madera y mirando desesperado a su alrededor.

Los dos hermanos se miraron con actitud culpable, pues habían estado más atentos al combate que a otra cosa.

—No hace ni un minuto. —Aseguró Yuki con un gruñido, mientras que los pelos de la nuca se le ponían de punta, furiosa. —Vamos, no puede estar muy lejos. —Echó a correr, aprovechando que la multitud se había empezado a dispersar y siendo seguida de cerca por los tres drakens.

Toru le pasó el bastón a Kayrin mientras se colocaba el chaleco. No se iba a desprender de la única arma que tenía, pues no sabía qué iban a tener que hacer para recuperar a Fogonar. Corrieron por la avenida siguiendo a Yuki, que parecía guiarse por algún tipo de instinto. Se adentraron por las calles, hasta que llegaron a una intersección, deteniéndose. La loba lanzó un gruñido frustrada, Toru ya se había puesto el chaleco y sostenía el bastón con las dos manos.

—Tenemos que separarnos. —Ordenó con voz seria pero calmada. —Kayrin y tú id por ahí. —Ordenó a Toru y a la hembra draken. —Jaru y yo iremos por este otro lado. Hay varios almacenes abandonados por esa zona, son un buen escondite. Pero si veis algo no os arriesguéis, venid aquí en una hora. Es mejor actuar todos juntos, esos lugares suelen ser frecuentados por bandas peligrosas. —Explicó Yuki antes de salir corriendo por uno de los callejones, Jaru se echó la mano atrás, para asegurarse de que el bumerán iba bien sujeto a su espalda.

—No hagáis locuras. —Les pidió antes de seguir a la loba.

Toru y Kayrin echaron a correr por la calle contraria, revisando rápidamente callejones y lugares abandonados. No tardaron mucho en estar jadeando de cansancio, deteniéndose en una encrucijada a recuperar el aliento. Los callejones estaban llenos de desperdicios, cuyo olor a basura y descomposición no era muy agradable.

—Así no la encontraremos nunca… ni siquiera sabemos si los que la han robado estarán por aquí. —Dijo Kayrin, que había apoyado las manos en las rodillas y se doblaba hacia delante, jadeando.

Toru notaba el pecho dolorido debido a la patada que Roku le había dado durante el combate, pero no quería detenerse. En aquellos segundos de descanso se fijó en Kayrin y se dio cuenta que iba con ropa nueva. Tenía la misma falta roja plisada, pero en la parte superior llevaba una camisa de algodón y encima una especie de chaleco sin mangas de cuero negro, cerrado en la parte delantera. Se sorprendió pensando en lo guapa que se veía. Sacudió la cabeza y gruñó enfadado consigo mismo, tenían que encontrar a Fogonar.

—¡Toru! ¡¿Por qué no usas el brazalete?! Fogonar se vio atraída por él, quizás funcione al contrario. —Sugirió repentinamente la draken, haciendo que diera un pequeño respingo.

Toru abrió los ojos al caer en la cuenta de aquello y miró el brazalete.

—¡Tienes razón! —Exclamó, regañándose mentalmente por no pensar antes en aquello.

Extendió el brazo moviéndolo en todas direcciones, al principio no notó nada y empezó a temer que hubieran perdido el tiempo por aquella zona. De repente, la gema emitió un leve fulgor y le dio un tironcito del brazo.

—¡Vamos, es por aquí! —Gritó entusiasmado, tomándola de la mano y echando a correr, olvidándose del dolor del pecho.

Corrieron durante varios minutos, adentrándose cada vez más en aquel laberíntico revoltijo de callejones y viejos edificios abandonados. Muchos de ellos estaban en tan mal estado que parecían a punto de venirse abajo con un soplo de brisa. Ambos sentían una sensación de peligro constante, algo los había hecho bajar el ritmo de su carrera hasta un ligero trotecillo, moviéndose agazapados entre la penumbra, pues el Sol se iba poniendo y las sombras de los edificios se iban alargando. Al llegar a la esquina de un viejo edificio se detuvieron con el aliento entrecortado, agazapándose contra la pared y observaron cómo frente a ellos había una enorme construcción. Era un antiguo almacén cuyo primer piso parecía estar hecho de ladrillo cocido y la parte superior era de madera. Ante la puerta había dos enormes toros. Toru dio un respingo, sorprendido al ver que uno de ellos era el furr que aquella misma mañana casi los había arrollado al llegar al puerto.

—Sí, lo he visto. —Le susurró Kayrin cuando Toru señaló a los dos toros.

Entonces, ella ahogó un grito llevándose la mano a la boca cuando vio aparecer una pequeña figura entre las sombras. La luz de una antorcha que había a la entrada del almacén custodiado se reflejó en algo que la pequeña figura, surgida de las sombras, llevaba a la espalda. De entre la ropa sobresalía la empuñadura de Fogonar. Kayrin escuchó maldecir a Toru y le puso la mano sobre un hombro para que no saliera lanzado a por la espada.

—Espera, no podremos con esos dos bestias, se nos echarían encima. —Dijo señalando a los dos toros, que habían cortado el paso a la pequeña figura, que se había parado ante la entrada. —Yo diría que es un gato. —Comentó, viendo como los furrs dejaban pasar al pequeño gato, que dejó caer la capucha que llevaba sobre la cabeza revelando sus rasgos felinos. —Tenemos que ir a buscar a Jaru y Yuki. —Le recordó, sacudiendo la cola.

—No, no podemos, si nos vamos ahora perderé a Fogonar. Tenemos que recuperarla nosotros, si dejamos pasar esta oportunidad le perderemos la pista. —Replicó, buscando una forma de entrar en el almacén.

Sus ojos subieron por la fachada del edificio y descubrió la forma de colarse. Una gruesa viga de madera comunicaba la fachada del edificio tras el que se ocultaban con el almacén custodiado por los guardianes toros.

—Por allí. —Indicó con un gesto de la cabeza, señalando la viga. —El segundo piso está totalmente a oscuras. Vamos, por aquí. —Dijo tomándola de nuevo de la mano y echando a correr.

Rodearon el edificio para encontrar una entrada que los llevara al segundo piso, donde podrían usar la viga para pasar al almacén. Diez minutos después, los dos estaban cruzando la viga que comunicaba ambos edificios. Primero Toru y luego Kayrin, llegaron a una ventana que quedaba justo encima de la viga. Toru la ayudó a subir haciendo estribo con las manos, y luego él subió a pulso agarrándose al borde de la ventana. Dentro, el segundo piso estaba completamente a oscuras. Tal y como había pensado, no había nadie en aquella planta. En el suelo de madera había una gruesa capa de polvo, solo rota por las pequeñas pisadas de los roedores ferales que pululaban por aquel sitio.

—No deberíamos estar haciendo esto. —Susurró Kayrin preocupada, siguiendo a Toru hacia una rendija en la pared que tenían enfrente, desde donde se colaba algo de luz del piso inferior.

Al llegar, vieron una especie de rejilla de madera de pequeños rombos por los que entraba la luz y llegaban las voces de algunos furrs hablando. Subieron sobre un viejo y alargado cajón de madera, que en el pasado debió de hacer las veces de banco. La madera crujió levemente cuando subieron sobre el cajón y miraron a través de los rombos que formaban las tiras de madera de la mampara. Miraron sorprendidos a un gran tigre que estaba arrellanado en un ornamentado sillón de madera, puesto sobre una pequeña tarima, lo que le permitía estar por encima de los demás pese a estar sentado. Parecía un rey, mirando con desdén a todos los presentes. El tigre tenía el pecho amplio y musculado, llevaba un chaleco de cuero sin mangas, con pantalones oscuros de cuero. En aquel momento estaba sentado en su butaca y con un gesto de la mano hizo que dos zorros que estaban en la puerta de la sala se llevaran a un erizo que estaba balbuceando y tratando de explicar algo postrado ante él. No hizo caso de las suplicas del furr que fue arrastrado y sacado por una puerta lateral, que al cerrarse acallaron los gritos de súplica de aquel pobre desdichado. El tigre soltó un gruñido de desprecio y de detrás de unas cortinas que colgaban tras el asiento, salió una zorra que le habló en voz baja. Tras dar una orden de aprobación, unas puertas dobles fueron abiertas por los dos guardias que la vigilaban y entró en escena un pequeño gato. Kayrin y Toru ahogaron una exclamación al ver que aquel furr llevaba a la espalda a Fogonar. El pequeño felino no tendría más de diez u once años, tenía una estatura similar a la de los drakens y llevaba unas viejas y holgadas ropas de tela y cuero rojizo. Su pelaje era completamente negro, unas puntiagudas orejas sobresalían de la parte superior de su cabeza y una larga y serpenteante cola se movía tras él. Tenía una sonrisa descarada en el hocico y sus ojos dorados brillaban con picardía. Tomó la espada envainada que llevaba a la espalda, haciendo una reverencia ante el tigre antes de mostrar el arma.

—Vaya, cuando tiempo Noroi, ¿has venido a suplicar que te permita formar parte de mi familia y sus ventajas? —Preguntó el gran felino con voz profunda, mirando con disimulado interés el arma.

—Ya he visto como tratas a los miembros de tu “familia” Soka, creo que puedo pasar sin esas ventajas como hasta ahora. —Replicó el gato descaradamente, desenvainando la cuchilla con un movimiento elegante y fluido. —Tengo entendido que estás interesado en estas baratijas. —Comentó como por descuido, haciendo unos movimientos con la espada.

La luz de las antorchas se reflejaba en el metal pulido de la hoja.

—Bah, seguro que es falsa, como los otros chismes que me has traído hasta ahora. —Gruñó Soka, repantigándose en el asiento, guiñando un ojo a la zorra que se había colocado junto a él.

La hembra sonrió como mera respuesta y Noroi gruñó.

—Yo nunca te he traído mala mercancía, sin embargo los artículos de magia que me has dado a cambio solo me han durado unos cuantos usos. —El pequeño gato alzó la barbilla desafiante, levantó la espada y caminó hasta donde había una vieja viga oxidada apoyada contra una pared, dejándola caer y atravesando limpiamente el metal con un furioso destello, como si le molestara ser empuñada en contra de su voluntad.

Toru apretó los dientes y se llevó una mano al brazalete al notar una punzada de dolor y una vibración, la melodía que solía escuchar de vez en cuando proveniente de Fogonar, le llegó lejana y furiosa. Junto aquel sentimiento había algo que le pedía que esperase al momento oportuno. Kayrin apoyó una mano sobre su hombro, preocupada al verlo así, mientras que Soka y los demás furrs miraban asombrados como la espada había partido limpiamente la viga, resonando aquel sonido metálico hasta desvanecerse.

—No pasa nada, veamos que ocurre. —Indicó Toru, sonriéndole al notar el contacto de la mano de ella sobre su hombro.

Sin darse cuenta, apoyó las manos sobre la mampara de madera, que se movió un poco y dejó caer unas piedrecillas al piso inferior. Soka estaba asombrado por el portento que acababa de ver, la hoja seguía reluciendo sin mella alguna, sin duda era un artefacto bendecido por los dioses, pero pese al ansia que se reflejaba en sus ojos no le pasó inadvertidas las piedrecitas que cayeron y resonaron al caer al suelo. Alzó una ceja mirando al piso superior, hacia las rejillas de madera de la mampara tras la que se ocultaban los dos drakens. Aunque no los vio, hizo un disimulado gesto a un jabalí y a un carnero que había junto a una larga mesa, en la que había todo tipo de comida preparada. Los dos furrs asintieron disimuladamente y salieron de la sala por una puerta lateral.

—Bien Noroi, pon un precio. —Exigió Soka, apoyando un codo en uno de los brazos del sillón y poniendo la barbilla en la mano, mostrándose indiferente y tranquilo.

Al joven felino no le había pasado inadvertido el gesto del tigre, y se giró disimuladamente para mirar hacia la mampara antes de contestar, enfundando el arma en su vaina.

—Sabes muy bien lo que quiero. Nada de esas baratijas o artefactos que me duran solo un par de usos. Quiero el libro. —Exigió, alzando la barbilla don decisión, mostrando la espada envainada y agitándola tentadoramente.

Soka lanzó un profundo gruñido, tamborileando con las afiladas uñas de sus garras sobre uno de los reposabrazos, finalmente chasqueó la lengua y llamó con un gesto imperioso de su mano a la zorra que esperaba tras su asiento.

—Acompaña a nuestro joven amigo y dale lo que pide, guarda la espada a buen recaudo. —Instruyó a la hembra, que asintió e invitó con un gesto al joven felino para que la siguiera.

Noroi sacudió la cola y se echó la espada a la espalda, siguiendo a la zorra y perdiéndose entre las cortinas que quedaban tras el asiento del tigre. En aquel momento se escuchó una gran conmoción fuera de la sala y alguien entró abriendo las puertas de golpe.

—¡Señor, nos atacan! —Gritó un perro jadeando y con los ojos desorbitados por el miedo, justo en el momento en que Soka se ponía en pie lanzando un rugido, se escuchó un estruendo de madera rota y alzó la mirada hacia la mampara de madera del segundo piso.

Kayrin y Toru estaban en el piso superior espiando ocultos tras la mampara de madera cuando vieron que el gato se volvía hacia ellos y los miraba. Fue aquella mirada la que los puso sobre aviso, pues aunque vieron a Soka mirar hacia ellos, se habían quedado quietos, aguantando la respiración, temiendo que los hubiera visto. Pero como no había gritado dando la alarma, se habían quedado inmóviles lanzando un suspiro de alivio. Aquella sensación de alivio les duró muy poco, apenas vieron como el gato desaparecía entre las cortinas tras el asiento del tigre, escucharon los fuertes pasos de pesadas botas subir a toda prisa unas escaleras cercanas, por el tono de las voces, se podía deducir que estaban buscando a alguien.

—¡Rápido, tenemos que escondernos! —Exclamó Kayrin asustada, bajando de un salto del cajón donde habían estado subidos, Toru bajó detrás de ella, sujetando con firmeza el bastón. —No puedes enfrentarte a todos, son demasiados! —Le riñó al ver como miraba con decisión hacia la puerta, mientras ella buscaba algún escondite.

Entonces reparó en el cajón, alargó una mano para tirar de la tapa y se abrió dejando ver un interior vacío. Apenas se giró Toru para mirar que estaba haciendo, le dio un empujón haciéndolo caer en el interior, lanzando el chico un grito de sorpresa. Cuando el chico quiso reaccionar, se vio tumbado de espaldas en el cajón, con bastón y todo. Iba a empezar a lanzar una perorata enfadado cuando notó como Kayrin se le tumbaba encima cerrando la tapa. Debido a la estrechez de la caja, Toru sentía el bastón dolorosamente clavado en un costado, pero aquello no era lo más perturbador, sino sentir el cálido contacto del cuerpo de la draken contra el suyo. Notó como trataba de acomodarse, frotándose contra él en el intento de buscar comodidad y asomarse por una rendija de la tapa. Toru se puso rojo como un tomate, por suerte la penumbra en la que se encontraban lo ocultaba, dejando ver solamente sus rostros perfilados en las sombras. Kayrin estaba apoyada sobre las manos, colocadas a ambos lados de su cabeza, asomada por una rendija, su cara estaba más definida, pues por la rendija entraba algo de luz y se notaba el temor en su mirada.

—No deberíamos haber… —Sea lo que fuere que Toru le iba a decir, se silenció cuando se escuchó unos firmes pasos de botas justo antes de que la puerta se abriera de par en par y los labios de Kayrin entraron en contacto con los de él cuando se agachó de nuevo.

Toru abrió mucho los ojos, con sorpresa, mientras Kayrin también lo miraba con una mezcla de sorpresa y disculpa. Se escuchó a al menos dos o tres furrs entrando en la habitación y empezar a registrarlo todo. Toru no se podía mover y tampoco estaba muy seguro de querer hacerlo, notó como el cuerpo de Kayrin se estremecía un poco, relajándose y dejándose caer más sobre él. El draken no sabía que ocurría, pero una especie de advertencia resonaba lejana en su mente, como si su cerebro tratara de recordarle algo, entonces, por fin, su mente quiso recordar. ¡Sus huellas! Las huellas que habían dejado en el polvo serían perfectamente visibles y algunos de aquellos furrs llevaban antorchas o eso dedujo por la luz que se colaba entre las rendijas del cajón. Si a los que lo buscaban pasaban por donde ellos habían entrado, verían las huellas. Ya escuchaba unos pasos acercándose, cuando sonó una voz de alarma, informando de algún intruso y los furrs que buscaban allí se apresuraron a abandonar la sala precipitadamente, dejando de nuevo a los drakens a solas. Lentamente Kayrin separó su hocico del de él, ambos se miraron, notándose como estaban sonrojados en el puente del hocico.

—Toru, yo… no quería que nos descubrieran. —Explicó, apartando un poco la mirada y elevando de nuevo el cuerpo, apoyándose sobre las manos. —Quería que te callaras, pero tenía las manos ocupadas apoyándome sobre ellas. — Dijo apartando la mirada.

—N-no pasa nada, en realidad ha estado bien. —Reconoció el chico con una sonrisa, alzando una de sus manos para acariciar la mejilla de Kayrin que le sonrió con un brillo en la mirada.

Justo cuando comenzaba a inclinarse de nuevo hacia él, escucharon unas rápidas pisadas que se detuvieron delante de la caja y la abrieron bruscamente. Kayrin se levantó lanzando un grito asustada, pero dispuesta a defenderse, Toru también lanzó un grito, pero el suyo fue de dolor. Al incorporarse tan rápido para defenderse ante un posible atacante, le dio un fuerte rodillazo en la entre pierna al chico, que se puso pálido y no pudo evitar gemir de dolor, llevándose las manos a la zona dolorida. Mientras tanto, la hembra salió de la caja y al alzar la mirada, Toru vio que el que había abierto la caja no era otro que Jaru, que la ayudaba a salir y se aseguraba de que estuviera bien. Luego el draken púrpura lo miró alzando una ceja extrañado, viendo que luchaba por ponerse en pie y salir de la caja, agarrándose a los bordes.

—Vaya, tienes mal aspecto. ¿Qué ha ocurrido? —Le preguntó al ver como se llevaba una mano a la entre pierna, sin poder evitar hacer una mueca de dolor y mirando a su hermana.

—¡No estábamos haciendo nada! —Saltó a la defensiva, cruzándose de brazos al ver la actitud que adoptó su hermano, pero entonces se dio cuenta que no la miraba así por eso. Al volverse hacia Toru y ver en qué estado se encontraba, se llevó una mano a la boca. —¡Oh! ¡Lo siento mucho! Debí darte un golpe sin querer al salir. —Miró mal a Jaru y le dio un golpe en el brazo. —¿Por qué me has asustado? —Lo regañó.

El draken púrpura se frotó el brazo y chasqueó la lengua con fastidio.

—No era mi intención, pero Yuki está causando una distracción para que nosotros podamos… —Guardó silencio cuando de repente irrumpió en la sala un grupo de furrs que estaban buscando a los intrusos.

Los señalaron y corrieron hacia ellos, enarbolando las armas, espadas, dagas y porras. Jaru tuvo el tiempo justo para sacar el bumerán de su espalda e interponerlo de escudo ante el ataque de los furrs que se habían lanzado contra ellos. La fuerza del impacto lo lanzó por los aires, arrastrando consigo a su hermana y a su amigo, los tres atravesaron el panel de madera y cayeron al vacío mientras Kayrin lanzaba un grito aterrada.

Toru reaccionó justo a tiempo, se sujetó con fuerza a uno de los tapices o cortinajes que adornaban las paredes de ladrillo del almacén y alargó el bastón hacia Kayrin, que estaba más cerca que su hermano Jaru. Pero la hembra reaccionó tarde al intentar sujetarse al bastón y lanzó un grito desapareciendo de la vista del draken. Toru notó un repentino y doloroso tirón de la cola que le arrancó un grito de dolor. Al mirar hacia abajo vio a Kayrin agarrada a ella y a Jaru agarrado a un lado, en uno de los pliegues de una de las telas colgadas de la pared. Con lágrimas en los ojos por el dolor, dirigió la mirada hacia la sala y vio que todos los furrs tenían la vista clavada en ellos y detectó un brillo asesino en los ojos verdes del tigre. En el momento en que Soka alzaba una mano para lanzar la orden de acabar con ellos, o eso supuso Toru, las puertas dobles de la entrada salieron volando por los aires tras una fuerte explosión que formó una nube de humo. Era la distracción que necesitaban para bajar de aquella cortina, donde eran vulnerables a un ataque. Toru sintió un gran alivio cuando Kayrin alcanzó uno de los pliegues de la cortina, soltando su cola y descendiendo hasta el suelo, donde se reunió con Jaru. Desde alguna parte al draken azul le llegó la voz de una mujer, al alzar la vista vio a la furr zorra salir de entre las cortinas de detrás del trono de Soka.

—¡Señor, el gato! ¡Se ha llevado el libro y la espada! —Informó por encima de la conmoción.

Soka lanzó un rugido y dirigió su mirada inyectada en sangre hacia ellos, desenvainando una gran espada que había junto al trono, señalándolos con la reluciente hoja.

—¡Ellos! ¡Seguro que está con ellos! ¡Matadlos! —Rugió a sus subordinados, que cogieron sus armas y se lanzaron a por los tres drakens.

Toru no podía creerse el día tan horrible que estaba teniendo, primero el combate con Roku, en el que casi le rompieron el esternón o alguna costilla, luego el rodillazo involuntario de Kayrin, el tirón de la cola y ahora aquello. Tomando el bastón entre las manos, vio como sus amigos hacían lo propio, Kayrin empuñó la maza con cabeza de piedra y Jaru el bumerán. Cuando la hembra se vio venir a seis rugientes furrs, lanzó un grito asustada y salió corriendo, ocultándose entre las cortinas que colgaban de las paredes. Los dos chicos lanzaron un grito de sorpresa cuando la vieron alejarse, pues lo peor que podían hacer era separarse. Jaru salió corriendo tras su hermana, pero dos de los furrs le cerraron el paso mientras el tercero salió tras la hembra. Toru se puso en guardia contra otros tres furrs que empuñaban espadas cortas y porras de madera claveteadas, atacándolo sin dudar. Detuvo los ataques de sus enemigos usando el bastón, en unos pocos movimientos, uno de los atacantes cayó al suelo agarrándose la entre pierna, Toru hizo una mueca de dolor, sabiendo lo mal que lo estaba pasando. Por el rabillo del ojo se le hizo ver a la seria Yuki, empuñando una larga y fina espada de un solo filo, el frío acero de la loba lanzaba destellos cada vez que hendía el aire buscando la carne de sus enemigos. Pronto media docena de furrs estaban en el suelo con heridas de distinta gravedad. Tras detener un ataque de una espada que arrancó un fragmento del duro bastón de madera, Toru supo que su improvisada arma no aguantaría otro envite. Trató de retroceder, pero a la espalda solo tenía la pared cubierta de cortinas. Al mirar de reojo a un lado vio a Jaru, enfrentándose con su bumerán, golpeando a dos furrs a la vez y lanzándolos por los aires, aunque inmediatamente fueron sustituidos por otros. Los miembros de la banda de Soka no dejaban de llegar a la sala desde otras partes del almacén, pronto había más de dos docenas de enemigos enfrentándose a los tres compañeros y a Yuki. Toru no vio a Kayrin por ninguna parte y eso le paralizaba el corazón de temor.

—¡Dejadme a mí a ese renacuajo! ¡Yo mismo lo haré pedazos! —Rugió Soka, que dejó el enorme espadón a un lado y desenvainó dos espadas cortas de hojas curvas que llevaba a los costados, señalándolo con una de ellas. —Primero me encargaré de ese, y luego de sus compinches. Dime sucio bastardo, ¿dónde está tu amiguito? Ese sucio gato traidor… —El furr que quedaba delante de Toru se retiró para dejar paso libre a su jefe.

El draken apretó las manos en torno al bastón de madera, sabiendo que se quebraría ante el primer ataque del tigre. Iba a abrir el hocico para rechazar la acusación de su relación con el ladrón de su espada, cuando ante un disimulado gesto de Soka, dos de sus subordinados que habían permanecido aguardando a los lados, atacaron a Toru sin previo aviso. El draken sabía que una de las dos centelleantes hojas de espada que se dirigían hacia él lo atravesaría. Cerró los ojos y rezó a Alhaz para que cuidara de sus amigos, pues sabía que a él le había llegado la hora. Con los ojos cerrados, esperó a sentir el filo de las espadas atravesando su carne, pero el ataque estaba tardando en llegar más de lo que pensaba. Estaba empezando a pensar que ya estaba muerto y era su fantasma quien seguía con los ojos cerrados, cuando una voz que lo llamaba impaciente le hizo abrir los ojos. Al mirar al frente vio a los dos furrs que habían atacado tumbados en el suelo con un polvo dorado en la cara, luego giró la mirada hacia donde había escuchado la voz que lo había llamado.

—¡Eh! ¡Aquí arriba! —La voz provenía de algún lugar por encima de su cabeza.

Cuando alzó la vista dio un pequeño respingo al encontrarse con unos ojos dorados que se asoman detrás de una de las cortinas. Pese a la penumbra en que se envolvía aquella voz, Toru distinguió rasgos felinos y reconoció al ladronzuelo que le había robado la espada y se la había entregado a Soka a cambio de un libro por lo que pudo escuchar. El gato estaba sujetándose con una mano a la tela y con la otra ofrecía algo, cuando fijó su vista en lo que le ofrecía se dio cuenta que era Fogonar.

—Creo que esto es tuyo, perdona que lo tomara prestado. —Se disculpó el joven gato que lo miraba con una sonrisa felina, como si no hubiera pasado nada.

Tomó la espada dispuesto a responder de mala manera al felino cuando lo vio mirar al frente, sobresaltado y gritando una advertencia. Antes de que el aviso saliera de la boca del ladronzuelo Toru desenvainó la espada y el filo de Fogonar lanzó una lluvia de chispas al bloquear el filo de otra espada. El filo de Fogonar estaba impoluto, mientras que en la hoja del arma de Soka, se había producido una notable melladura.

—No hay duda, es un arma sagrada, un artefacto bendecido por los dioses. —Gruñó el tigre, que se pasó la lengua por los bigotes, lanzándose contra el draken empuñando sus dos espadas curvas.

Toru apenas tuvo tiempo de lanzarse al suelo dando una voltereta para esquivar el ataque. Soka no se quedó atrás y con un rugido se lanzó a por el ágil draken, que detuvo de nuevo los ataques haciendo saltar una lluvia de chispas. Ahora que podía defenderse de forma efectiva, Toru tuvo tiempo de echar un breve vistazo a la situación de sus compañeros. Jaru había conseguido rechazar a todos sus enemigos, y Yuki hacía huir a un último grupo de bandidos que salían en desbandada por las puertas dobles debido a la ferocidad de la loba. Por fin vio a Kayrin, que corría huyendo de un jabalí que la persiguió hasta una larga mesa donde había comida y objetos de incalculable valor. La draken lanzó un grito cuando el furr se detuvo ante ella y alargó una mano para alcanzarla. Kayrin le aplastó un pie con la maza y el jabalí se derrumbó con un grito de dolor. Cuando estuvo en el suelo, le dio un golpe en la cabeza y lo dejó inconsciente. Toru no pudo evitar sonreír orgulloso, aunque enseguida volvió a prestar atención al combate, pues Soka lanzó un potente golpe que lo hizo tambalear y retroceder con un gruñido.

—Maldito montón de estiércol, te arrancaré esa espada de tus frías manos muertas. —Rugió el gran felino, echando espuma por la boca.

Toru no estaba mucho mejor que un rato antes, se seguía sintiendo realmente mal, con todo el cuerpo dolorido, por lo que quería acabar cuanto antes con todo aquello. Escuchó los gritos de sus amigos, que iban en su ayuda, aprovechando un breve instante en que Soka dirigió su rabiosa mirada a Yuki, que se acercaba a ellos deshaciéndose de los pocos furrs que se interponían en su camino. Toru echó atrás a Fogonar, inclinándola hacia abajo y la empuñó con las dos manos, lanzándose veloz, como un rayo, contra Soka, que se giró hacia él lanzando un rugido al verlo por el rabillo del ojo. Al igual que otros, Soka subestimó a su adversario debido a su tamaño, pero al igual que los demás salió de su error con un doloroso resultado. Antes de que tuviera tiempo de interponer sus armas, Toru lanzó un ataque ascendente y la hoja de Fogonar hizo que las espadas del tigre salieran volando por los aires y lo alcanzó en el pecho. La hoja de Fogonar produjo un profundo corte del que manó un chorro de sangre, mientras que Soka caía de espaldas, semiinconsciente.

¡Toru! ¡¿Estás bien?! —Gritó Kayrin, acercándose al chico, que se tambaleó debido a lo agotado y dolorido que se encontraba en aquel momento.

—He… he tenido días mejores. —Jadeó con los dientes apretados, haciendo un gesto de saludo con la cabeza a Jaru cuando se acercó con el bumerán a la espalda.

—Tenemos que irnos antes de que lleguen los guardias, el almacén ha empezado a arder. —Anunció la voz tranquila pero firme de Yuki, que se acercaba con paso firme, atrayendo la mirada de los tres amigos, que se fijaron en que llevaba ropas muy distintas al vestido que había llevado aquella mañana.

Vestía unos pantalones y chaleco de cuero, debajo del cual llevaba una camisa de manga larga de color rojo. En su cadera descansaba su espada envainada, una katana, o así descubrirían más tarde los tres amigos como se llamaba aquel tipo de espada. Pero lo que más les llamó la atención fue la mano derecha de la loba, con la que sostenía por la parte de atrás del cuello de la camisa al gato negro. El joven felino tenía una cara de indignación que les arrancó una sonrisa por lo cómica que resultaba, con ojos llorosos y las orejas gachas, abrazando un libro encuadernado en cuero rojo contra el pecho. Cuando Yuki vio la mirada interrogativa que le lanzaban de los tres drakens, hizo un gesto impaciente con la mano.

—No hay tiempo, os lo explicaré todo en mi tienda, ahora vamos. —Sin más dilación echó a correr con agilidad cargando con su “presa”, seguida de cerca por los amigos.
 

Haydenwolf

Ōkami tei-shin
 
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Pobre Toru eso fue lo que pude decir cuando la espada desapareció pero ahora sólo puedo decir que me da lástima por ese gato y lo que sea que vaya a hacerle la dama blanca Jejejeje, lástima que al siguiente capítulo se termina está pequeña muestra del trabajo de tú libro
 

Skye D.

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Muy buenas a todos, aquí les dejo el último capítulo que pondré de La Magia de los Dragones. Espero que hayáis disfrutado con la historia, si queréis saber como continúa, tenéis los libros en físico y en digital en Amazon.

Gracias a todos.


Capítulo 5

Una hora después estaban de vuelta en la tienda. Frente a ellos se encontraba el gato, con la cabeza y las orejas gachas en actitud culpable. Yuki se encontraba detrás de este, en pie y con los brazos cruzados, llevando aún su ropa de combate. La loba le había pasado disimuladamente una bolsa de hielo a Toru, que muy sonrojado se la había colocado entre las piernas. Por suerte, en aquel momento, todos tenían la vista clavada en el joven felino. Tal como había pensado Toru, el furr solo era un chico de unos once años, de pelaje negro y lustroso, con los ojos dorados y pupilas rasgadas. Llevaba ropas de cuero rojizo bastante desgastadas, seguía abrazando con firmeza aquel libro que le habían visto en el almacén justo antes de salir. Segundos después de abandonar el lugar, mientras cruzaban una esquina, escucharon a los guardias zorros de la ciudad que entraron en tropel en el edificio, del que empezaban a salir llamas por las ventanas. Yuki había servido un té de manzana y había puesto algo de comer, pues todos estaban hambrientos ya que no habían comido nada aquel día. El joven felino ni siquiera había dado un sorbo al té que le había servido Yuki, la cual esperaba impaciente a que respondiera a su pregunta.

—¿Y bien? ¿Nos vas a contar que hacía alguien como tu relacionándose con ese tipo de gente? —Preguntó de nuevo con voz fría y tensa.

—¡Sí! ¡¿Y por qué le robaste la espada a Toru?! —Acusó indignada Kayrin, que se puso en pie y dio un pisotón en el suelo, apoyando los puños en las caderas para sacar todo el provecho de su baja estatura.

El gato alzó sobresaltado la mirada y se abrazó con más fuerza al libro, mirando con ojos asustados de una a otra.

—Y-yo so-solo la cogí prestada, pensaba devolverla. ¡Lo juro! —Se defendió, mirando hacia la loba, que rodeó el sillón donde estaba sentado y se acuclilló delante de él.

Con una encantadora, pero peligrosa sonrisa, le acarició la cabeza.

—No mientas, por qué lo sabré, si te descubro una mentira. —Acercó su hocico a la oreja del chico.—Te cortaré la colita. —Le dijo manteniendo aquella encantadora sonrisa y dándole una palmadita en la mejilla. El pequeño parecía a punto de echarse a llorar. —Vamos, habla. —Le instó seria, colocándose de nuevo tras de él.

Inquieto, empezó a contar su plan, que en resumen era “tomar prestada” la espada de Toru al identificarla como un artefacto sagrado. Cambiarla por el libro, que mostró brevemente, y luego, de ser posible, devolver la espada a Toru, o al menos decirle donde encontrarla. Aquella última parte la contó después de que Yuki soltara un leve gruñido cuando empezó a contar una versión adornada de la verdad. Después todos guardaron silencio. Finalmente, Yuki lanzó un suspiro.

—Parece que ese libro es muy importante para ti. —Comentó, tendiendo la mano hacia el felino, que tras pensarlo unos segundos le entregó el libro y Yuki empezó a ojearlo.

—Yo creo que deberíamos entregarlo a los guardias. —Dijo Jaru, que había permanecido cruzado de brazos y con el ceño fruncido con enfado, escuchado toda la conversación.

Era el que más reacio se había mostrado a llevarlo con ellos. Claro que poco había podido objetar siendo aquella la casa de Yuki. Toru y Kayrin se miraron entre sí, indecisos, también desconfiaban del ladronzuelo, aunque parecía realmente arrepentido de lo que había hecho. Miraron hacia la loba, que parecía pensativa y miraba fijamente al chico, que se mantenía inmóvil y en tensión, como si sintiera que pudiera atravesarle con aquella mirada.

—Antes de sacar conclusiones precipitadas, deberíamos escuchar toda la historia. —Dijo tomando asiento en una butaca, cruzando las piernas y ojeando el libro con gran interés. —Me resultas familiar pequeño… no tendrás algo que ver con la familia de Burakku, ¿verdad? —La pregunta pilló totalmente desprevenido al gato, que alzó la mirada entre una mezcla de sorpresa y temor. Yuki alzó una elegante ceja y se echó hacia atrás en su asiento, dejando escapar un largo suspiro. —Es justo lo que pensaba. —Dijo chasqueando la lengua con fastidio, devolviéndole el libro al chico, que lo agarró con rapidez y abrazándolo contra el pecho. —Bien, cuéntanos tu historia. ¿Cómo has acabado por aquí? —Los drakens se miraron curiosos entre sí, sin entender nada de todo aquello.

Se acomodaron y se dispusieron a prestar atención a la historia, esperando poder despejar todas las dudas que llenaban sus mentes.

—Bueno… —Empezó titubeante el felino. —Intentaré empezar desde el principio. Fuera de los círculos de mi familia me hago llamar Noroi, pero mi verdadero nombre es Satori Burakku. Mi familia está emparentada con los reyes del reino de Raion, aunque de una forma un tanto lejana. —Empezó a decir con indiferencia, pero una mirada severa de Yuki lo hizo encogerse y ponerse serio de nuevo. —Mi madre es prima del rey Kion. —Se apresuró a explicar. —De modo que yo estoy muy atrás en la línea sucesoria. —Aclaró, viendo las miradas de asombro de los tres drakens, mientras que Yuki asentía tranquila, como si se confirmaran sus sospechas. —Bien, como iba diciendo, pertenezco a la familia real y como quizás sabréis, a los miembros de sangre real no se les permite estudiar magia. —Los tres amigos no tenían ni idea sobre aquella ley, pero guardaron silencio mientras Noroi tomaba un sorbo de té para aclararse la garganta. —Como miembro de sangre real, tuve un instructor o tutor que me educó desde que apenas eché a andar. Desde leer y escribir, pasando por historia, equitación y el uso de armas. Cuando solo tenía cinco años, Ishu, mi instructor, descubrió que tenía un gran poder mágico. Él era mago pero no había logrado nunca superar la prueba que todo mago debe pasar para obtener el reconocimiento oficial de la Orden de Hechicería. De modo que se dedicó a instruir a hijos de nobles y reyes, tal y como había hecho conmigo. Conforme yo recibía esta instrucción, algo empezó a cambiar en mi casa. —Hizo una pequeña pausa, dando otro sorbo de té. —Mis padres empezaron a comportarse de forma extraña, haciendo cosas que nunca les creí capaz. —El chico negó con la cabeza con pesar. —Una noche descubrí a alguien, no logré verle la cara porque llevaba una capucha. Ese encapuchado estaba en el dormitorio de mis padres y murmuraba palabras de algún tipo de hechizo que no logre identificar. Esto sucedió hace solo unos meses, aquella persona me descubrió, cuando se lanzó a por mí, apareció Ishu y pudo dejarlo fuera de combate. No recuerdo muchos de los detalles, pero mi padre despertó dando órdenes de que me capturasen a mí y dieran muerte a mi instructor. Sin tiempo a explicaciones, Ishu logró sacarme de casa y huimos. —Suspiró. —Me explicó que estaban lanzando un hechizo a mis padres. Una especie de maldición con la que corromper sus mentes y hacerlos actuar del modo en que el furr responsable de lanzar el hechizo deseara. Viajamos durante semanas, en las que me habló e instruyó en más profundidad en la magia. Sobre que existen academias de magia fuera del reino de Raion y que una vez los aprendices están preparados, pasan la Prueba de Hechicería para convertirse en hechiceros de pleno derecho. —Las expresiones de sus oyentes empezaron a cambiar, mirándolo con tristeza, pues se notaba que hablaba con el corazón.

Ahora que Noroi había empezado a contar su historia no parecía poder parar y se notaba que sentía un gran alivio al compartirla. Yuki parecía sentirse un poco culpable por ser tan dura con el chico.

—Entonces, hará dos semanas o un poco más, llegamos aquí con la idea de tomar un barco y ocultarnos en algunas de las islas del Mar Central hasta completar mi entrenamiento y encontrar un modo de ayudar a mis padres. Pero alguien nos encontró, capturaron a Ishu y no pude hacer nada por ayudarlo, yo conseguí escapar gracias a que él se quedó para entretenerlos. —Noroi se frotó los ojos húmedos con el dorso de la mano. —No sé a dónde se lo llevaron, pero quiero encontrarlo para ayudarlo, es alguien muy importante para mí, tanto como mis padres. —Dijo mirándolos con una media sonrisa de tristeza.

Kayrin no pudo evitar secarse los ojos con un pañuelo blanco que le había ofrecido Yuki. Los dos drakens disimulaban sus emociones parpadeando mucho y mirando para otro lado para esconder las lágrimas.

—Bueno, ¿y cómo es que te has convertido en un ladronzuelo? —Preguntó Jaru una vez estuvo seguro de que no iba a fallarle la voz.

—Ishu no solo me enseñó magia o historia, también un modo de apañármelas si me veía en un apuro. —Explicó Noroi con una tímida sonrisa, encogiéndose de hombros.

Los drakens se miraron entre sí sonriendo, incluso Yuki se permitió una disimulada sonrisa, que trató de ocultar dando un sorbo de té.

—¿Por qué es tan importante ese libro para ti? —Preguntó con curiosidad Kayrin, pues el chico no lo había soltado desde que se lo había devuelto Yuki.

Noroi miró el volumen, apartándolo un momento de él, permaneciendo pensativo unos segundos y luego suspiró.

—Ishu no dejaba de hablar de él, decía que era muy importante, que es un objeto que ha permanecido muchos siglos en las catacumbas que recorren los subterráneos de esta ciudad. De algún templo antiguo que acabó bajo la ciudad al construir nuevos edificios encima. —Trató de explicarse, por suerte todos asintieron, entendiéndolo.

—Vaya, parece que ese instructor tuyo era un furr con muchos conocimientos que están al alcance de muy pocos. —Dijo Yuki muy interesada, cambiando la postura de sus piernas cruzadas.

Con un gesto lo invitó a seguir con su historia.

—Me contó que bajo esta ciudad había un antiguo templo dedicado a algún dios olvidado. Ishu seguía algún tipo de mapa o indicaciones y salía todas las noches a investigar. La última noche que estuvo conmigo dijo que había descubierto el templo, pero que alguien se le había adelantado y el libro ya no estaba. —Noroi suspiró con tristeza. —Al día siguiente sufrimos la embocada… —Se quedó callado cuando vio que Toru se había levantado rápidamente de su asiento y se acercaba a una mochila que había apoyada contra la pared.

Tras unos segundos de búsqueda regresó cojeando, un poco dolorido, y extendió el mapa de su padre ante ellos. El dibujo que había marcado aquella ciudad en el mapa había desaparecido. Noroi se inclinó sobre el mismo y asintió asombrado.

—Ese mapa se parece mucho a uno que le vi a Ishu en una ocasión. Creo que él usaba uno igual o muy parecido para dar con el templo. —Explicó acariciando el mapa con la punta de los dedos.

—¿Te dijo Ishu porque era tan importante ese libro? —Le preguntó Yuki dando un repaso al mapa con interés.

El gato negó con la cabeza.

—No, solo que podría ayudarnos a derrotar al Mal que estaba afectando a mis padres, es un furr muy religioso, solo lo veía ponerse así cuando creía que actuaba en nombre de Alhaz. —Explicó, acariciando inquieto el lomo del libro.

—Creo que vosotros estabais destinado a encontraros. —Sugirió Yuki pensativa, dedicando una mirada a los cuatro jóvenes furrs. Al ver las miradas interrogativas clavadas en ella, sacudió una mano como para acallar preguntas. —No me hagáis caso, solo eran pensamientos sin sentido. —Se puso de pie con energía y los miró. —Bien, pronto se hará de noche. Será mejor que nos demos un reconfortante baño y luego cenaremos algo. —No le pasó inadvertida la mueca de disgusto de Noroi, de modo que lo miró con seriedad. —Será mejor que te llamemos por el nombre que has decidido adoptar, Noroi, y dejemos tu otro nombre oculto a oídos indiscretos. Tu vendrás con Kayrin y conmigo, aún tengo algunas preguntas que hacerte. —Sentenció, llamándolos con un gesto, siguiéndola reticentes. Por otro lado Kayrin parecía entusiasmada con la idea. De aquella guisa, bajaron por unas escaleras que llevaba hasta el sótano del edificio. —Esto eran antiguamente unos baños termales, bajo mi tienda conservo dos de las salas de baño, de modo que los chicos os bañareis en una… —dirigió una mirada a los dos drakens —y nosotras en otro. Noroi podrá unirse a vosotros cuando terminemos de hablar. —Explicó al llegar al sótano, indicándoles el pasillo a seguir, que estaba iluminado por unas antorchas que no arrojaban humo, solo una luz pura y brillante. —En las antesalas de las termas podréis dejar vuestras ropas y coger toallas, os he dejado un pequeño obsequio de mi parte. —Les indicó, dirigiéndose los dos a la primera sala que había a mano derecha, mientras que ellas fueron a la segunda.

Noroi les lanzó una mirada de auxilio que ambos ignoraron por su propio bien, ya que no querían provocar a su anfitriona. Con un suspiro, el felino siguió a las dos hembras con las orejas gachas y sin soltar el libro.

Minutos después, Toru y Jaru se encontraban metidos hasta el cuello en las tranquilas y cálidas aguas de las termas. El lugar estaba iluminado por gemas de luz en forma de antorcha, algo que nunca antes habían visto. Todo tenía aspecto de ser muy antiguo, algunas baldosas estaban agrietadas o habían perdido algún fragmento, pero seguía notándose una belleza y majestuosidad que hablaba de un gran pasado. Ambos machos estaban recostados en extremos opuestos, con los brazos apoyados en los bordes, manteniendo la mirada clavada en el techo, donde había un fantástico mosaico.

—¿Cómo estás? —Preguntó Jaru rompiendo el silencio que se había establecido en los últimos minutos entre ellos.

—Bueno, ya casi no me duele. —Reconoció Toru con una mueca, sabiendo que se refería al golpe que le había dado accidentalmente Kayrin. —El hielo ayudó mucho, y estas aguas parecen tener algún tipo de poder para aliviar los dolores. —Frunció el ceño molesto. —Me parece muy raro que Kayrin no pudiera aliviarme el dolor de esa zona. —Dijo agitando la cola fuera del agua, salpicando un poco.

Jaru lo miró serio.

—Quizás Alhaz no quiera concederle el don porque piense que te merezcas pasar un mal rato. —Dijo mirando desconfiado, estrechando la mirada. —¿Se puede saber en qué pensabas cuando estabas en esa caja con mi hermana? —Un brillo amenazante chispeó en su mirada, por lo que Toru tuvo cautela a la hora de responder.

—¡Sa-sabes que nada! Nunca podría tener esos pensamientos perversos que insinúas hacia tu hermana, somos amigos y eso sería… sería raro. —Afirmó apartando la vista, disimulando que admiraba uno de los mosaicos.

Agradeció el vapor de agua del ambiente que ayudó a ocultar su sonrojo.

—¿Nada? Seguro que nada bueno… —Jaru iba a seguir con la conversación cuando escucharon unos pasos y se giraron a mirar.

Por la entrada apareció Noroi, bien limpio y aseado, tapándose un poco tímido con las manos y saludándolos con una inclinación de cabeza. Los dos amigos intercambiaron una perversa mirada y miraron de nuevo hacia él.

—¡Ah, Noroi! ¡Vamos, vamos, pasa! No seas tímido, vamos a ser compañeros de viaje. —Le invitó Toru.

Noroi les dedicó una radiante sonrisa y echó a caminar hacia ellos apartando las manos. Los dos drakens se quedaron con la boca abierta al ver algo que les llamó la atención. Luego se miraron entre ellos y estallaron en carcajadas señalando al pobre chico, que enrojeció de vergüenza y volvió a taparse con las manos. Estaba a punto de darse media vuelta y marcharse, cuando conteniendo la risa, Jaru salió del agua caminando hasta el ofendido felino, disculpándose con unas palmaditas en un hombro.

—Oh, vamos, no te vayas, es solo que nos ha sorprendido tu…”anatomía”. —Explicó soltando una risita.

Noroi los miraba indignado, moviendo la larga cola gatuna y lanzando un gruñidito, acercándose y metiéndose en el agua.

—Los gatos tenemos una funda de piel de nuestro… ya sabéis. Y todo lo demás está por fuera, como la mayoría de los furrs mamíferos. —Dedicó una mirada a Jaru y resopló. —Al menos a mí se me nota que soy un macho. —Comentó, sentándose a gusto en el agua, divertido de ver como se sonrojaban los dos chicos.

Jaru volvió a entrar al agua, sentándose, murmurando molesto para sí.

—Bueno, dejemos el tema para otro momento. —Aconsejó Toru acercándose al felino, que lo miró con suspicacia, pues lo vio intercambiar una mirada con Jaru. —¿Có-cómo es? —Le preguntó, quedándose mirándolo sin entender. —¡Yuki! ¿Cómo es ella? Te ha bañado, ¿no?

—Ah… eso… —Noroi se sonrojó mucho, encogiendo los hombros. Entonces sonrió y se encogió de hombros. —Supongo que es guapa aunque a mí me parece algo mayor. —Miró a los dos drakens que parecían un poco decepcionados con aquella vaga respuesta. —Si queréis puedo enseñaros una imagen. —Ofreció, deseoso de caerles bien.

Ellos se miraron suspicaces entre si y luego de nuevo a Noroi.

—¿Pu-puedes hacer eso? —Preguntaron al unísono.

—Claro, es muy sencillo. —Aseguró Noroi soltando una risita. —Ishu me enseñó como invocar la imagen de un recuerdo. —Juntó las manos delante de él, en vertical y luego las fue separando un poco, dejándolas enfrentadas, empezando a murmurar una larga frase en un idioma que ninguno de los dos drakens entendieron.

Mientras tanto Kayrin y Yuki compartían el otro baño de las termas, ajenas a lo que los tres chicos hacían. La draken le había pedido que le lavara por segunda vez el pelo, pues aún se sentía sucia después de un viaje tan largo por mar y de lo sucedido aquel día.

—¿Qué es lo que te preocupa? —Preguntó Yuki, terminándole de lavar el pelo rosa fucsia.

Kayrin se había mostrado habladora cuando Noroi había estado con ellas, interesándose por detalles de su vida y por aquel instructor que tenía en tan alta estima.

—Bueno, dijiste que el destino nos había unido. —Le recordó, jugando a hacer pompas de jabón, haciendo un circulo con los dedos pulgar e índice y soplando suavemente.

—Dije que eso parecía y eso es lo que creo. He viajado mucho y rara vez sucede este tipo de coincidencias sin que haya una razón para ello. —Yuki tomó una palangana de agua y la echó lentamente sobre la cabeza de la draken para enjuagarle el pelo de espuma, Kayrin cerró los ojos.

—¿Crees que la diosa Alhaz quiere que Noroi viaje con nosotros? —Preguntó aún con los ojos cerrados.

Aunque no había dado detalles del porqué de su viaje la perspicaz loba había deducido algo por su cuenta, al reflexionar sobre el mapa de Toru y del porqué unos drakens estaban tan lejos de su hogar. Consciente de aquello, Kayrin le contó que estaban en una especie de misión dedicada a la diosa.

—Bueno, creo que Alhaz está en todas partes, y si vuestra misión es algún tipo de peregrinaje en su honor… —no se creía del todo aquella historia sobre una misión en honor a la diosa, pero de momento decidió dejarlo así —estoy segura de que si quisiera que vuestro grupo contara con la compañía de alguien más os lo haría saber, y lo ocurrido hoy creo que deja bastante claras sus intenciones. —La rodeó y se acuclilló delante de ella, tomándola de las manos. —Escucha a tu corazón, escucha a Alhaz. ¿Qué crees que te dice? —Le preguntó con una amable sonrisa.

Kayrin guardó silencio un momento, luego cerró los ojos llevándose la mano derecha al corazón, durante unos segundos se concentró y una sonrisa empezó a dibujarse en su hocico, finalmente abrió los ojos.

—Creo que me diría que Noroi debe venir. —Dijo segura, poniéndose en pie y sacudiéndose con energía.

Se sentía limpia y totalmente recuperada de su pequeña aventura de aquel día.

—Será mejor que salgamos, ya debe ser de noche y estaréis hambrientos. —Le dijo la loba que se dirigía a la antesala, donde se secaría y se pondría algo de ropa limpia y cómoda.

Las dos acababan de salir de las termas cuando escucharon exclamaciones y risitas venir de las termas de los chicos. Yuki frunció el ceño y sacudió su plumosa cola con desconfianza.

—Espera aquí. —Le ordenó con voz algo tensa a Kayrin, que asintió algo preocupada por la actitud de la loba, pues un aura oscura e intimidante empezó a emanar de ella.

Yuki llegó hasta la entrada de las termas de los chicos y se asomó con disimulo al interior. La cola se le puso rígida y el aura oscura pareció materializarse alrededor de ella, las afiladas uñas de una de sus manos produjo un chirrido en la piedra que formaba el marco de entrada al sujetarse en esta al ver lo que sucedía en el interior. La animada conversación de los chicos se silenció de golpe.

—Kayrin, cariño, ve adelantándote. Tus compañeros y yo iremos enseguida… —La loba hablaba con voz engañosamente tranquila y amable.

Yuki se adentró en las termas, con paso tranquilo y seguro. Justo iba la draken a dar un paso en aquella dirección para averiguar qué pasaba, cuando se escuchó los gritos aterrados de los tres chicos, acompañados de un montón de chapoteos, golpes y disculpas dichas en un tono estridente y aterrado. Kayrin se encogió y casi se echó a llorar, pensando que Yuki había enloquecido e iba a matar a su hermano, a Toru y a Noroi. Toru apareció corriendo a cuatro patas por donde segundos antes había entrado la loba. Los ojos aterrados del draken se cruzaron con los de ella, en ellos se notó cierta esperanza, como si pensara que estaba a salvo. Pero entonces apareció la mano de Yuki, que lo enganchó por la cola, haciéndole lanzar un grito aterrorizado, arañando el suelo con las uñas al verse arrastrado de nuevo hacia atrás, alargando una de sus manos hacia Kayrin en busca de ayuda.

—¡Ayúdanos Kayrin! —Suplicó antes de desaparecer.

Yuki se asomó entonces y la saludó con una gran sonrisa, aunque casi podía verse una vena de su frente a punto de estallar.

—¿Aun estás ahí? No te preocupes, no voy a matarlos… o eso creo. Solo les voy a explicar que está mal ciertos usos de la magia, como los de crear ciertas imágenes de un recuerdo. Sube y ponte el pijama que he dejado en mi habitación, dormirás conmigo. —La loba volvió a desaparecer, seguido inmediatamente de más gritos, suplicas y disculpas de los tres machos.

Kayrin no tenía ni idea de lo que sucedía. ¿Qué querría decir Yuki con aquello de no hacer malos usos con la magia? Tras escuchar un nuevo grito de auxilio se dio media vuelta y salió rápidamente del lugar, casi corriendo, hasta el segundo piso, donde estaba la vivienda.

Una media hora después, estaban todos en el salón, la mesa estaba puesta y un delicioso surtido de comida humeaba lista para dar cuenta de ella. Los tres chicos estaban arrodillados en el suelo, sentados sobre los talones, los dos drakens estaban en primera fila y Noroi estaba tras ellos. Tenían las cabezas y las orejas gachas, en actitud arrepentida. Noroi llevaba un pijama corto de color rojo, mientras que Toru y Jaru habían preferido unos taparrabos blancos de tela fina y cómoda. Parecían tres condenados al patíbulo. Ante ellos estaba una furiosa Kayrin que no dejaba de agitar la larga y musculosa cola con furia, sus ojos echaban chispas, sobre todo cuando se clavaban en los dos drakens. Yuki estaba detrás de ella, dando sorbos con tranquilidad a una copa de vino blanco.

—Ya los he castigado suficiente Kayrin, creo que han aprendido la lección. —Dijo con suavidad, dando un sorbo a la copa de cristal.

La draken lanzó un coletazo al aire, casi como un latigazo que hizo que los chicos se encogieran.

—Debería daros vergüenza. Sobre todo a vosotros dos. —Señaló con un dedo acusador a su hermano y a Toru. —Que sois mayores. Noroi no sabía lo que hacía, lo que hizo fue solo para caeros bien. —Volvió a cruzarse de brazos, furiosa.

—Ya nos caía bien. —Se atrevió a decir Toru que alzó la mirada, viendo los destellos furiosos de los ojos verdes de Kayrin, que nada más enterarse de lo sucedido, había estallado con una cólera tanta o más intensa de la propia Yuki.

Los chicos tenían marcas de golpes, y casi parecía que le brotaran chichones en las cabezas de los coscorrones que les había dado Yuki. Ella ya los había perdonado tras dejar clara su postura y después de que los tres se hubieran disculpado. Pero Kayrin no parecía dispuesta a dar su brazo a torcer, finalmente Yuki se puso en pie y caminó hasta la draken, apoyando una mano sobre su hombro.

—Será mejor que cenemos o se enfriara. —Kayrin la miró seria durante unos segundos, finalmente chasqueó la lengua con disgusto.

—Está bien, solo por lo que trabajamos las dos en la cocina. —Dijo mirando hacia los tres chicos, que alzaron la mirada, esperanzados. —Espero que hayáis aprendido la lección. —Les advirtió con seriedad, relajando la postura.

Yuki lanzó una risita siniestra.

—Oh, seguro que sí. Si vuelven a hacer algo parecido y me entero de ello… —Encogió los hombros. —Bueno, ya saben muy bien que les ocurrirá entonces. —Dijo en tono inocente, admirándose las garras de una de la manos.

Los tres machos se encogieron instintivamente, tapándose la entrepierna con las manos.

—¡La hemos aprendido! —Aseguraron al unísono, con voces aterradas y agudas.

—Bien, en ese caso a cenar, antes de que se enfríe. —Los animó Yuki, apartándose e invitándoles a tomar asiento en torno a la mesa.

Después de un día sin comer se lanzaron a por los alimentos con voracidad. La comida no era nada extraordinario, pero era abundante y deliciosa. Durante la cena, Yuki mantuvo una conversación animada con los cuatro, todos hablaron de sus lugares de origen, de anécdotas del pasado y de los amigos dejados atrás. Yuki no contó mucho de sí misma, se limitó a escuchar y a hacer comentarios que siempre arrancaban alguna risa o los hacía ruborizar. Después de la cena y una vez retirado los platos, tomaron asiento en unos sillones, cerca del pequeño fuego de la chimenea del salón. El lugar estaba iluminado por lámparas de aceite perfumado. Yuki parecía pensativa, como si estuviera tomando algún tipo de decisión. Al tener todos el estómago lleno y con el agradable calorcillo del fuego se estaban adormilando, la mirada perezosa de Toru se fijó en unos retratos repartidos por la estancia, en ellos aparecía Yuki, más joven, con un lobo de su edad y dos pequeños cachorros. Uno de unos seis o siete años y otro de unos nueve o diez, reparó en que podrían ser el marido e hijos de la loba y se dio cuenta de que Yuki parecía vivir sola en aquel momento.

—Yuki, apenas nos has contado nada de ti. ¿Tienes familia? —Preguntó, señalando los retratos.

La loba alzó la mirada hacia ellos, al principio un poco seria y luego sonriendo, se levantó de su asiento y se acercó a los retratos pasando los dedos por uno en que aparecía ella junto a un serio lobo gris algo más alto y en el que se veían dos jóvenes lobitos de pelaje gris claro.

—Sí, son mis dos hijos y mi marido. —Su sonrisa era triste y no le iluminaba los ojos. —Mi marido murió hace unos quince años. Mis hijos siguen vivos, pero hace mucho que no se de ellos. —Hizo une leve mueca pasando los dedos por un retrato de los dos jóvenes lobos grises, más mayores que en los retratos en las que aparecían los cuatro juntos. Yuki se giró hacia ellos como si hubiera tomado una decisión. —¿Habéis oído hablar de algo llamado la Orden de la Rosa? —Los tres drakens se miraron entre ellos y negaron con la cabeza, mientras que Noroi abría los ojos con sorpresa y asintió con la cabeza.

—Yo sí, son un grupo de furrs que luchan contra el Mal que dicen está amenazando nuestro continente. La mayoría piensa que solo son un grupo de criminales que se divierten causando problemas y sembrando el temor en los ignorantes y aprovechándose de ellos. Otros dicen…—alzó la mirada hacia ellos —que realmente ayudan al pueblo, a los necesitados. —Bajó la mirada algo avergonzado. —Creo que Ishu era de la opinión de que la Orden de la Rosa realmente son gente buena, que luchan contra la injusticia y tratan de ayudar a los demás.

—¿Qué tipo de cosas hacen? —Preguntó curioso Jaru.

—Bueno, he oído que un poco de todo, van a donde hay rumores de que algo maligno causa problemas, como sequías inexplicables o epidemias que brotan de la nada. Otras veces ayudan a poner al descubierto conspiraciones políticas o falsas acusaciones contra miembros del pueblo. —Miró hacia Yuki, que asintió satisfecha con la explicación.

—Veo que tu instructor era un furr sabio, tenía razón en todo eso. —Yuki alzó la barbilla. —Mi marido y yo éramos miembros de esa Orden. —Confesó, aguantando la mirada de sorpresa de los compañeros. —No me miréis con la boca abierta, que queda feo. —Les regañó con una leve sonrisa. —Os cuento esto porque mi corazón me dice que puedo confiar en vosotros. —Dijo sonriéndole a Kayrin, que le devolvió la sonrisa. —Mi marido y yo trabajamos para la Orden de la Rosa destapando conspiraciones, ayudando a quienes lo necesitaban… tal y como ha explicado Noroi. —Afirmó Yuki, que al pasar tras el asiento del gato le revolvió un poco el pelo de la cabeza. —Hace unos trece o catorce años, mi marido y yo estábamos metidos en algo muy importante, justo cuando creíamos que íbamos a destapar la mayor conspiración de todas… — se detuvo para coger aire y suspiró, negando con la cabeza, apoyándose sobre el respaldo del sofá donde se sentaban Jaru y Toru —caímos en una emboscada cuando viajábamos al palacio de los reyes zorros, pues habíamos descubierto que planeaban su muerte. Mi marido murió en aquel enfrentamiento y los furrs que nos emboscaron consiguieron retenernos el tiempo suficiente como para que no llegáramos a tiempo a palacio. Por suerte, alguien, no sabemos quién, pudo poner a salvo a la princesa Junne, que por aquel entonces solo tenía unos tres años. —La loba guardó silencio al ver que Noroi asentía repetidamente.

—Sí, he oído que este año celebrarán su coronación como reina de manera oficial, aunque ya lleve unos meses rigiendo el país con ayuda del Consejo de ancianos que se ha ocupado de ello hasta ahora. —Explicó con entusiasmo a sus compañeros, Jaru y Kayrin parecían sorprendidos aunque asentían con la cabeza.

Toru también asintió con firmeza y se adelantó a hablar.

—He oído contar la historia de la muerte de los reyes a mi padre cuando yo era muy pequeño, él me decía que habían sido traicionados y asesinados, pero todo el mundo decía que habían muerto por una terrible enfermedad. —Se rascó la nuca algo avergonzado. —Los reinos de Raito siempre nos han parecido algo muy lejano en el Archipiélago del Dragón, por eso nunca nos interesamos por los sucesos del exterior. —Dijo mirando a Jaru y a Kayrin, que asintieron de acuerdo con lo que había dicho.

—Esa es la versión oficial que el Consejo quiso que se supiera, pues algunos de sus integrantes estuvieron implicados en la conspiración. —Explicó Yuki, arreglándose una arruga de su falda. —Si se hubiera sabido todo muy posiblemente habría estallado una revuelta, primero un enfrentamiento en Phox y luego un enfrentamiento contra algunos de los reinos del continente oscuro de Kurayami, como Jakkaru o Wani, dos de los países que llevan años con tratados e intentando llegar a acuerdos de paz y comercio. Ese enfrentamiento habría hecho que todos los demás países se hubieran aliado en una guerra que nos habría afectado a todos. —Dirigió la mirada de nuevo hacia ellos. —En aquel momento ninguno de los reinos se podía permitir una guerra abierta en los que se vieran implicados los dos continentes, de modo que se aceptó la versión de que los reyes habían enfermado de gravedad y habían muerto debido a ello.

Todos se habían quedado con rostros serios y pensativos, incluso Kayrin parecía haber empalidecido un poco ante la historia que Yuki les había contado. La loba los miró e hizo un aspaviento con la mano, como si espantara algún insecto molesto.

—Ah, que mala conversación para antes de irnos a dormir. Mejor no remover más el polvo del pasado, de lo que realmente quería hablar es de que Noroi se unirá en vuestro viaje, ¿verdad? —La loba se acomodó en su asiento, mientras la luz del fuego de la chimenea se reflejaba en sus ojos ámbar.

—¡Claro! Será bienvenido. —Aseguró Kayrin, que sonrió al felino.

Toru y Jaru asintieron a las palabras de la draken.

—Sí, por las historias que siempre cuentan los marineros que llegaban a Escama de Dragón, siempre es bueno tener un mago en un viaje. —Dijo Jaru con una amplia sonrisa, recostándose en su asiento, apoyando satisfecho las manos sobre el estómago lleno.

—Yo… espero poder serviros de ayuda. —Respondió Noroi, alzando la mirada hacia Yuki. —Pero necesitaré ir a mi escondite a recoger algunas cosas. —La loba sonrió con un brillo divertido en los ojos.

—Ya mandé a unos amigos a que fueran a buscar tus pertenencias y pedí una cosa más para vosotros, pero no creo que esté aquí antes de que os marchéis mañana. Os lo haré llegar de alguna forma. —Los cuatro la miraron sorprendidos y ella se encogió de hombros. —Habéis armado un gran revuelo desde que habéis llegado, es posible que hayáis atraído la atención de indeseables, es mejor que os pongáis ya en marcha antes de que pongan obstáculos en vuestro camino. —Todos sintieron tras asimilar aquella información. —Aquí estaréis a salvo, descansad esta noche y partiréis mañana temprano. Os prepararé algunas ropas que os sirvan para el camino. Pronto será invierno y estoy segura que no estaréis acostumbrados a las bajas temperaturas del continente, ya que en el archipiélago las temperaturas son siempre constantes. —Los drakens miraron entre sí y asintieron, ya estaban informados sobre aquello.

—Sí, es mejor que nos vayamos ya a la cama. —Se mostró de acuerdo Toru, levantándose de su asiento, estirándose perezoso.

Jaru y Noroi hicieron lo mismo y tras dar las buenas noches a las dos hembras, caminaron hacia la habitación que Yuki les había cedido y que había pertenecido a los hijos de esta. Mientras se alejaban se escuchaba a Noroi explicando a los dos drakens el frío que haría en otoño y que en invierno haría muchísimo más. Cuando les contó acerca de la nieve lo miraron con desconfianza, como si pensaran que les estaba tomando el pelo. Kayrin miró a Yuki y ella asintió con una sonrisa, como si entendiera la silenciosa pregunta que quería hacerle.

—Adelántate, yo iré enseguida, tendremos una charla de chicas antes de dormirnos. —Le aseguró con una amplia sonrisa al ver el brillo de ilusión en los ojos de la draken, que se levantó y caminó hacia la habitación de la loba.

Tras unos minutos contemplando el fuego, pensativa, Yuki se levantó de su asiento, apagó el fuego tocando una gema encastrada en una esquina de la chimenea, reduciéndose las llamas a leves brasas. Antes de salir del salón, giró una pequeña rueda dentada de metal y las lámparas de aceite se apagaron, sumergiéndolo todo en penumbra. La luz de la luna llena se filtraba a través de una ventana ante la que pasó, alzando la mirada hacia ella y sonriendo.

—Puede que no todo esté perdido querido, si estos chicos consiguen cumplir el objetivo de la diosa, tu sacrificio no habrá sido en vano. —Esperó unos segundos como si esperase una respuesta y luego se perdió entre las sombras del pasillo, caminando hasta su habitación.

Al día siguiente Kayrin abrió cuidadosamente la puerta de la habitación de los chicos y se asomó al interior en penumbra. Gracias a la luz que entraba por la puerta entreabierta, vio a su hermano y a Toru durmiendo en camas separadas con las sábanas enredadas por el cuerpo. A Noroi le había tocado dormir en un futón en el suelo, entre las dos camas. Lanzando una risita traviesa terminó de abrir la puerta, con cazuela y cuchara de palo en mano se adentró un par de pasos e inspiró con fuerza y empezó a golpear la cazuela a la vez que exclamaba.

—¡Despertad! ¡El desayuno está listo! —Se encogió un poco y cerró los ojos por los gritos de sobresalto y el ruido de los topetazos de Jaru y Toru al caer de la cama. Al volver a abrirlos lanzó una risita viendo a los dos machos en el suelo, encima del pobre Noroi que pedía ayuda con voz ahogada. Se sonrojó un poco al darse cuenta de que tanto su hermano como Toru habían dormido sin nada de ropa. —Cuando terminéis de desenredaros, venid a desayunar, Yuki tiene una sorpresa para todos. —Les comunicó antes de cerrar la puerta de la habitación con otra risita divertida.

Unos minutos después los tres chicos salieron de la habitación, aún adormilados y con los pelos revueltos. Noroi llevaba el pijama que le había dejado Yuki y los dos drakens se habían puesto el taparrabos blanco. Frotándose los ojos llegaron al salón, donde Kayrin estaba terminando de poner la mesa junto a Yuki. Al ver a la draken se quedaron con la boca abierta, aunque los más sorprendidos fueron los dos mayores. Kayrin llevaba ropas nuevas, que consistía en un hermoso vestido con una falda de un rosa intenso, en la parte superior se veía una camisa blanca de algodón por el escote del vestido, encima llevaba un corsé de cuero sin mangas, los brazos los cubrían las mangas del vestido, que le llegaban hasta la mitad del antebrazo.

¿Y bien? ¿Qué os parece? —Preguntó haciéndose la tímida, con las mejillas algo encendidas y permaneciendo de pie con las manos juntas.

El primero en hablar fue Jaru.

—Creo…creo… que estas…

—Muy hermosa… —Concluyó Toru, acabando la frase de su compañero.

Noroi se limitó a asentir, riendo divertido por lo embobados que parecían los otros dos. Kayrin le dio un beso en la mejilla a cada uno.

—Bien, bien, si ya habéis terminado de despertaros, esto es para vosotros. —Dijo Yuki dejando una bandeja con tostadas sobre la mesa y entregándoles unos paquetes envueltos en papel que cogió de uno de los armarios. —Ahora id al baño, asearos un poco y poneros esto, luego tomaremos un buen desayuno y podremos hablar de cuál será el próximo sitio al que iréis. —Propuso con una divertida sonrisa y guiñándole un ojo a Kayrin en actitud cómplice.

Unos minutos después subieron los tres chicos de las termas con sus nuevos atuendos, todos se habían quedado impresionados con las ropas que la loba les había entregado. Noroi llevaba unos pantalones holgados de tela roja, con un chaleco largo con mangas, de modo que parecía una túnica de mago, pero abierta por la parte delantera y trasera de las piernas. A la espalda y en el pecho parecía llevar una especie de tiras de cuero con un compartimento. Yuki le explicó que era para llevar el libro siempre a mano y para guardar ingredientes de hechizos y pergaminos que siempre usaban los magos. El pequeño gato dio las gracias con los ojos húmedos. Jaru llevaba unos pantalones de cuero ajustados a los tobillos, con una camisa de algodón púrpura y un chaleco sin mangas de color oscuro. Toru llevaba un taparrabos de color blanco, con unas calzas gris claro ajustadas en los tobillos y un chaleco con mangas largas de color azul grisáceo. Todas las prendas, incluidas la de Kayrin contaban con capuchas, adaptadas para sus orejas. Después de aguantar unos comentarios de las dos hembras que los hicieron enrojecer más de una vez, desayunaron con apetito, felicitando a Yuki por las excelentes tortitas. Una vez terminaron el desayuno, Toru sacó el mapa de su padre y lo extendió sobre la mesa limpia.

—¿Veis? Estamos aquí, el punto más cercano es este. —Toru señaló un pequeño punto en el mapa, aunque frunció el ceño. —Es un pueblo muy pequeño. —Comentó extrañado y moviendo la cola tras él, en actitud pensativa.

—Nuestra aldea tampoco era muy grande, pero contaba con unas ruinas antiguas. —Le recordó Kayrin, mirando hacia Noroi que removía entre un montón de trastos que unos furrs habían traído de su “guarida” por orden de Yuki aquella misma mañana.

La loba no había querido explicar cómo había sabido donde tenía Noroi su escondite. Tras sacar un pulido cayado de madera, hecho a su medida, el gato caminó hacia la mesa, en el extremo del nudoso cayado había unos cristales que parecían atrapados por las raíces de la madera. Noroi ya había guardado otros pequeños objetos en los compartimentos secretos de su chaleco, que también contaba con un cinturón con multitud de portamonedas que se podían usar para guardar los ingredientes de sus hechizos, como el polvo dorado que usó en la guarida de Soka para dormir a dos de sus compinches.

—Conozco el pueblo. —Aseguró Noroi, acariciando con una mano la madera oscura del bastón. —Se llama Hiyokuna, Ishu y yo pasamos por allí en nuestro viaje. Era un lugar muy humilde y con una extrema pobreza. Era muy extraño, pues la tierra parecía fértil y los campos estaban a rebosar, a punto de que la cosecha madurase. —Comentó con el ceño fruncido. —Normalmente un pueblo con esas cosechas debería rebosar prosperidad.

—Así es, Noroi tiene razón. —Confirmó Yuki siguiendo el hilo de la conversación. —Pero desde hace unos diez años ese pueblo ha sido víctima de la mala suerte, cada poco tiempo sufren una plaga que acaba con todas las cosechas, tardan unos años en recuperarse y cuando lo logran, la desgracia se ceba con ellos de nuevo. —La loba suspiró. —Tengo un amigo allí, si este año no consiguen sacar adelante la cosecha tendrán que abandonar la tierra. —Dio unos golpecitos con un dedo en la marca que señalaba el punto del mapa. —Si de verdad estáis en una misión para Alhaz quizás el mapa os lleve allí donde hagáis falta para acabar con el Mal que amenaza nuestro mundo y ayudar a quienes os necesiten. —Los amigos se miraron entre sí, no era exactamente el motivo de su viaje el exterminar el Mal, sino conseguir las reliquias, pero tras un par de segundos asintieron con firmeza.

—Sí, tienes razón, confiemos en que Alhaz guie nuestro camino. —Dijo Kayrin, colocándose su maza de piedra a un lado, en su cadera izquierda. —Debemos partir pronto. —Dijo a sus compañeros que se apresuraron en ir a la habitación a recoger sus cosas, asintiendo satisfecha miró hacia Yuki, que la miraba con una sonrisa divertida y orgullosa. —Muchas gracias por toda tu ayuda Yuki, quizás no seamos de la Orden de la Rosa, pero lucharemos contra el Mal de esta tierra. —La loba asintió orgullosa, inclinándose a darle un beso en la frente.

—Estoy segura de que seríais unos miembros muy valiosos. Ten, toma esto… —Yuki le entregó unos pañuelos y anudó uno de ellos en torno al cuello de la draken. Cada pañuelo era de un color, el que le había puesto a Kayrin era rosa y llevaba bordado un capullo de rosa roja, con un tallo verde lleno de espinas enroscado en torno a una espada plateada. —Llevad esto y rara vez os faltará la ayuda cuando la necesitéis. —Les aseguró con una sonrisa.

Los tres chicos llegaron con sus mochilas que se veían mucho más llenas que cuando llegaron la ciudad, Yuki sonrió y encogió los hombros.

—Pensé que no os vendría mal algo más de ropa, provisiones y claro está, tiendas para que podáis dormir a cubierto si tenéis que acampar en el camino. –Los cuatro hicieron una inclinación respetuosa, en agradecimiento por todo lo que había hecho por ellos.

Ella les devolvió el gesto y luego todos bajaron para salir de la tienda. En el exterior ya había salido el Sol y la gente caminaba de un lado a otro para abrir sus negocios o ser los primeros en comprar los productos frescos del puerto. Los compañeros formaron delante de Yuki y la saludaron una vez más haciendo una profunda reverencia, la loba rio un poco y se inclinó a besar la frente de cada uno de ellos, haciendo sonrojar a los tres machos.

—Bien, creo que estáis todos preparados. —Asintió al ver que Noroi terminaba de anudarse el pañuelo que Kayrin les había dado en torno al cuello. —Lleváis todo lo necesario para este viaje tan importante. —Aseguró con una amplia sonrisa, pues ya había adivinado mucho del propósito del viaje aunque no le hubieran dicho las cosas a las claras. —Bien, he hablado con un amigo mercader que os llevará en su carreta hasta donde vuestros caminos coincidan, os espera en la salida Norte de la ciudad, así os ahorrareis mucho camino. Con suerte estaréis en Hiyokuna en dos o tres días, daos prisa, no hagáis esperar a vuestro transporte. —Les instó, animándolos a partir. —Si por casualidad os encontráis con unos furrs lobos llamados Ame y Kaze decidles que me conocéis, son mis dos hijos, seguro que os ayudarán si lo necesitáis. —Aseguró Yuki mientras los veía partir por la calle, enfilando hacia la salida Norte de Puerto Blanco.
 
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