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Cafe Shibe

Relato La ciudad del violinista fantasma

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Frank

El cafetero
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Corría el año 1959, el mundo aún se recuperaba de la segunda guerra mundial y entraba en una nueva etapa de su existencia. Comenzaba el auge tecnológico y John lo sabía muy bien. John es un exitoso empresario, dueño de la compañía Stardust Motors, una fábrica que se dedica a fabricar y ensamblar motores de última generación.

Habrá sido una casualidad, pero John se tomó unas vacaciones, pues venía de trabajar sin parar los últimos 10 años, de lo 25 que hacía desde que su fábrica fue fundada.
—Genova… ¿Genova? ¡Oh! Italia —John se encontraba revisando la lista de destinos turísticos recomendados en el periódico local, el New York Times—, suena idóneo para mí. Un poco de chas chaspor aquí y un tanto por allá, creo que funcionara.

John se había decidido, iría a Genova. Apenas una semana después ya estaba en el aeropuerto, su vuelo salía a las diez en punto de la mañana. Como aún faltaban dos horas, John se puso a leer uno de sus libros favoritos: «La separación de lo irreal», de Barkley Charles. Es un libro muy especial para John, lo tuvo desde niño -Que lo robo de una biblioteca local-, el libro le enseño un poco de filosofía, un poco de economía y otro poco de historia. Lo inspiraba,

El tiempo voló y ya era hora de tomarse el avión. John se dirigió al pasillo de conexión a su avión, le mostró el pasaporte y el pase a la azafata de la entrada y entró al avión. Normalmente estos vuelos tardaban media hora hasta despegar, pero extrañamente el avión se llenó en un instante y comenzó la maniobra de despegue a los 10 minutos de que John haya subido.
— Siempre se vive algo nuevo —Pensaba John—. Ni que fuera un fenómeno OVNI, que últimamente hay muchos.

Las turbinas comenzaron a funcionar a elevada potencia. Hacen un ruido muy fuerte, semejante a los sonidos que escucharías en una fábrica.
El vuelo despegó, y con el John.

Todo estaba en extraña calma, las azafatas no se paseaban por los pasillos y eso a John le extrañó. Increíblemente no había ningún bebe a bordo, al menos ninguno que estuviese llorando.
Hace mucho que no subo a un avión, solo me estoy preocupando de más -Se calmaba en su fuero interno John.

De repente un ruido apareció de la nada misma, era como si hubiese una banda de trompetistas fuer de avión tocando a todo pulmón. John estaba oficialmente desconcertado, ¿Qué hacían unos trompetistas fuera del avión? O más importante, ¿Qué es lo que provoca esos sonidos de trompetas?
El miedo dominó a John, que se paró y se acercó a una de las ventanas del lateral oeste del avión, pero sin embargo no vio nada. No había absolutamente nada, pero el sonido aún se escuchaba con claridad.
Pensó que tal vez el sonido ahogado venía del mismo avión, por lo que comenzó a explorarlo de punta a punta, pero no descubrió nada nuevo.

Asustado, John le pregunto a una azafata que estaba pasando, pero esta se limitó a darle una mirada inexpresiva y marcharse. En este punto John ya estaba totalmente asustado, algo claramente no andaba bien y él lo sabía, de hecho, parecía que todos lo sabían menos él, ¡Porqué nadie reaccionaba!

—¡Ayuda, ayuda! —Gritó desesperado con la esperanza de que alguien mostrara el mínimo atisbo de preocupación, pero nadie cambió su expresión—. Esto está mal, mal, mal, muy mal, ¡Que carajos está pasando! Esto no está bien, ¡Si, ya se! La cabina del capitán -John salió hecho un relámpago hacia la cabina donde los pilotos estaban, pero cada vez que intentaba avanzar retrocedía, es como si la distancia entre él y la puerta cada vez fuera más distante-. ¡Demonios! ¿Estaré soñando? No, ¡Claro que no lo estoy! Esto es real, tan real como este avión, algo claramente esta pasado y no me estoy enteran…
De repente un fuerte estruendo rompió todo silencio que hubiese habido en la imaginaria calma de John, el ruido parecía ser una explosión, pero John no veía nada,
—¡No hay nada! —Gritó John—. No…hay…nada….

— ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? —John despertó de un fuerte sueño, se encontraba en tirado en una calle de adoquín, muy parecida a las de Inglaterra durante el siglo XIX. Las casas frentistas eran simplemente extrañas, fue lo único que se le vino a la mente a John al tratar de describirlas. Algunas simplemente no obedecían las reglas del espacio tiempo, ¡Nada era simétrico!, además de que todas comparten el mismo color verde radioactivo, pero todo es tan oscuro. Claramente es de noche, pero no se sentía así, se sentía raro. John comparó aquella callejuela con una ciudad de Halloween típica de los cuentos clásicos de la festividad. Los faroles de la cuadra eran de un color anaranjado fuerte y el adoquín debajo de él era negro.

John se levantó y comenzó a caminar por la callejuela. Se aproximaba a un corte de cuadras de doble sentido, John se desvió hacia la derecha, avanzo unos 50 metros hasta que un fuerte ruido rompió el silencio sepulcral de aquella ciudad. Un violín parecía sonar en la distancia, por alguna razón John se sentía triste, aquella melodía lo ponía triste. Casi de forma hipnótica John siguió la bella melodía.
Pasaron 100, 200 y hasta 300 metros, pero John aún no alcanzaba aquel violín.

Al cabo de 1 hora caminando de forma hipnótica, John llego a lo que parecía un cementerio en una colina (él le llamaba vagamente cementerio, pero realmente no sabía que era). Apresuró el paso hasta llegar a la cima, y allí lo vio: un joven de largos cabellos negros rizados, vestido elegantemente de traje y especialmente guapo. Atrás de él la luna se imponía enorme, provocando que el joven fuese solo una silueta negra.
John avanzó hasta alcanzar al joven. El violinista lo vio y ceso la melodía. Con una suave voz dijo:
—Mi querido amigo, camina hasta la luna. Ya no eres tú, ahora eres parte de la melodía.

Y como si de un hechizo se tratase, John comenzó a caminar hacia la luna para jamás volver.
 

Usagi

Visitante
El segundo de hoy porque el de la confederación se me hizo corto, esta hermoso.
Si mi descubrimiento mortuorio fuese de alguna manera seria genial con un violín acompañado de unas palabras que me relajaran y me guiaran al Mictlan.
 
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