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Cafe Shibe

El laberinto

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Shadowj5000

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Un barco encalló en la playa de una isla remota en el inmenso archipiélago de la Helade. Se trataba de una galera repleta de soldados, desembarcando, todos ellos con aspecto peligroso y hostil, curtidos en cientos de batallas y enfrentamientos.

Sus razones de estar ahí eran un misterio, los líderes que los comandaban buscaban algo, pero no se les había informado que.

Dentro del barco estaban los líderes de la expedición. Cuatro magos vestidos con togas, acompañados por el comandante de la expedición. Supervisaban el desembarco de sus hombres y los suministros.

Aquellos hechiceros pese a no estar marcadas por decenas de heridas su imagen era igual de imponente. Vestidos con togas tenían unas expresiones severas en sus rostros y generalmente les daban poca importancia a los asuntos mundanos, como si tales cosas no fueran dignas de ellos. Transmitían un aura de mucho poder al estar parados cerca de ellos, la mayoría de los soldados no se les acercaban por el temor que daban, solo el comandante se atrevía a tratar con ellos. Pues, los magos lo habían contratado para usar a su grupo de mercenarios.

Los cangrejos en la playa y las gaviotas en el cielo eran testigos de cómo estos soldados bajaban del barco, armados con lanzas y escudos, y protegidos por pecheras de hierro. La apariencia de estos hombres era similar a la de un humano, pero se diferenciaban en dos cosas que los hacían completamente distintos a ellos.

Sus orejeas puntiagudas y sus pieles de un color amarillo con una tonalidad muy clara. Se trataban de elfos, una raza de gran importancia en el continente, ellos eran los famosos navegantes del archipiélago en donde habitaban. Con numerosas metrópolis de gran poder, tanto militar como comercial. No solo eran famosos por ser los marineros más famosos, sino también por sus capacidades mágicas, pues eran ampliamente conocidos por ser la raza con mayor afinidad a esta.

Todos en aquella expedición se trataban de elfos, o en su mayoría, pues no todos los presentes lo eran. El mismo líder de aquel contingente de soldados era un orco, un sujeto de piel verde y colmillos sobresaliendo ligeramente de su boca. Pero no era el único no elfo, había alguien más.
Un humano, sin embargo, tenía una imagen extraña para los de su raza. Su piel era de color grisáceo, algo inusual o directamente imposible para los de su propia especie. Su contextura física no era muy destacable, se trataba de un flacucho no muy alto, acompañado con una expresión de preocupación en su rostro.

El sujeto desencaja por completo con la imagen que este pelotón de soldados daba. Pues no solo su apariencia no era muy intimidante a diferencia de todos los demás, su actitud tampoco iba a la par. Era muy torpe y sumiso, se mostraba muy nervioso de hablar con los demás y en general tenía una actitud muy miedosa, resultándole hasta casi imposible mirar alguien a los ojos. La mayoría de los soldados lo molestaban y el no hacía nada más allá de agachar la cabeza y quedarse callado. Nadie sabía porque estaba ahí realmente.

Cuando le preguntaron por su color de piel inusual para los humanos el respondió que fue obra de un experimento mágico que salió mal. A nadie le importó mucho eso realmente, ya de por si este sujeto era un cero a la izquierda.

La isla por su parte no parecía ser muy acogedora, no había nada de vegetación. El ambiente entero era muy roco, incluso la playa estaba llena de piedras por doquier, no se podían dar más de dos pasos sin toparse con una.

Delante del barco se encontraba una montaña grande e imponente, igual de rocosa como el resto de la isla, en la cima apenas se vislumbraba una estructura. Era ni más ni menos que una fortaleza en ruinas la cual había sido abandonada hace unas décadas. Un bastión antiguo pintado de blanco por la erosión del lugar, con una rampa en la ya destruida entrada y de forma circular, de pasillos estrechos. Adornada con una torre de vigilancia de buen tamaño que también hacia la función de faro.

-Ese es nuestro objetivo-Informó el capitán de la compañía a sus soldados-. Dentro de la fortaleza hay una entrada a un laberinto en el interior de la montaña, necesitamos escoltar a nuestros clientes hasta ahí dentro y ayudarlos con su búsqueda.
-Entendido mi capitán-Cantaron los soldados al unísono.

-Un grupo se quedará aquí custodiando la nave con los suministros, el resto me acompañará a mí y a los magos hasta la fortaleza y luego hasta el interior del laberinto.

>Cada ocho horas unos cuantos de ustedes subirá hasta ahí arriba con alimentos y agua para abastecernos ¿Quedó claro?
-Si mi capitán.

-Bien, entonces empecemos ya. Muévanse de inmediato.

Pero antes de que todos pudieran a empezar a desplegarse en sus tareas asignadas el extraño sujeto de piel grisáceo los interrumpió. Alzó la mano para hacer una pregunta y llamó la atención de los demás.

-¿Iré yo también con ustedes?-Preguntó tímidamente al capitán.

No recibió respuesta. El capitán suspiró con fastidio mientras lo miraba frunciendo su ceño, los demás soldados lo fulminaron con la mirada. Todos los ojos puestos sobre él lo veían con mucho enojo y rechazo ¿Cómo ese bicho raro se atrevía a siquiera a sugerir tal cosa? Si ya de por si debía agradecer que los demás no lo hubieran lanzado al mar. El no encajaba aquí, debía de quedarse al margen lo máximo posible. Los magos por su parte lo miraron con superioridad, por encima de sus hombros. Les irritaba que aquel individuo insignificante usara su voz. Sin embargo, se consideraban a sí mismos como benevolentes, por lo que no lo castigarían.

De inmediato el flacucho agachó la cabeza avergonzado, se retiró al interior del barco sin decir ni una sola palabra. Él estaba ahí para hacer tareas de limpieza, intentar hacer otra cosa era entrometerse.

-No se queden ahí parados, hagas sus tareas-Ordenó el capitán luego de ese momento.

Un sequito de cuarenta soldados subió por la rocosa montaña, mientras unos diez se quedaban en el barco. El capitán iba en el medio de la formación, con unos cuantos delante suyo tanteando el terreno y el resto en la retaguardia, acompañando al líder iban los magos estudiando el paisaje, haciendo análisis en sus mentes y en general evitando hablar.

El capitán consideraba esto medio incomodo, esos magos lo intimidaban un poco, no porque fueran peligrosos, si no por el aura que emanaban. Parecían ser de la nobleza de la alguna ciudad estado por el porte que traían, tratando de verse elegantes y majestuosos, pero a la vez letales. Justo como un tigre.

De pronto, al capitán le surgieron ganas de entablar palabras con uno de ellos. No los conocía muy bien, de lo poco que sabía es que le habían pagado mucho dinero para que su banda los pudiera acompañar hasta aquí, pero no sabía mucho mas ¿Qué buscaban? ¿Por qué necesitaban a un pelotón de soldados? Esto le intrigaba, quería saber en que se estaba metiendo.

Echó un vistazo y se dirigió a hablar con uno de los hechiceros. Una mujer, una elfo que al igual que sus compañeros yacía perdida en sus pensamientos. Tenía apariencia madura, parecía estar en sus cuarentas, sin embargo, no se le notaban las canas y su piel apenas si presentaba arrugas.

-Disculpe, tengo una duda-Habló el capitán dirigiéndose a ella.

La maga alzó la vista descolocada, sacándola de sus más profundos pensamientos. Miró al capitán, se recompuso y le preguntó.

-¿Qué necesita?

-Pues ustedes ya han pagado por todos los servicios, sin embargo, no nos dijeron nada de porque buscan escolta para un lugar abandona como este ¿A qué es lo que nos enfrentamos precisamente? Pregunto, porque usted ya sabe, para las personas de mi oficio la información es de lo más crucial.

-Pues no nos enfrentamos a nada precisamente.

Esa respuesta dejó un poco descolocado al capitán. Alzó la ceja con curiosidad.

-No entiendo-Admitió.

-Los contratamos nada más que por mera precaución. Estamos yendo a un laberinto a realizar una investigación, a un lugar abandonado, uno que ninguna polis ha reclamado hace unas décadas. Podría estar fácilmente tomado por piratas o una ciudad estado enemiga, o algún mago perverso que hace cosas poco éticas y que quiere mucha privacidad. Ese tipo de cosas.

-Oh, ya veo. Aunque esta zona no es que precisamente este llena de piratas, de hecho, esta cerca de la frontera marítima del imperio y varias ligas de ciudades. Ya de por si vimos muchos barcos militares merodeando por la zona, sería un poco extraño que hubiera piratas por aquí.
>De hecho, este fuerte estaba para avistar flotas enemigas o de piratas. Se abandonó porque hace unos años hubo un terremoto y quedó muy dañado, en especial el faro que desde aquí se ve que está casi destruido-Informó el capitán.
La maga lo miró de manera inquisidora.

-Nuestras razones para contratarlos no son de su incumbencia, así como también las de nuestra investigación. Usted solo limítese a brindarnos protección y no haga preguntas.

De inmediato la maga se alejó del capitán. Este suspiró, al parecer sus clientes no estaban dispuestos a ser agradables.

Finalmente llegaron hasta la entrada, toda colapsada y destruida. Impidiendo el paso al interior de la fortaleza.

El capitán les ordenó a sus hombres que empezaran a trabajar, a remover los escombros que estorbaban el paso. Decenas de ellos llevaban palas y picos por si situaciones como estas se presentaban. Empezaron a trabajar, removiendo las piedras y poniéndolas a un lado de la muralla. Luego de horas finalmente despejaron el camino y entraron al interior de la fortaleza.

Ingresaron al patio central por unos pasillos angostos los cuales estaban al lado de unas murallas interiores. Una vez llegaron al centro la mitad del contingente presente se desplegó por todo el lugar, en busca de la entrada al laberinto. Exploraron por todo el bastión, en las murallas, en el interior de los edificios e inclusive en el faro.

Luego de buscar por alrededor de media hora finalmente encontraron la entrada. Se ubicaba precisamente en una sala bajo tierra debajo de una de las barracas en donde debían de descansar la guarnición. Era una entrada grande hecha con pilares de mármol el cual daba al interior de una cueva oscura.

Justo arriba de la entrada se encontraba decoraciones muy comunes en este tipo de lugares. Estaba tallada la cara de una gorgona enojada con una frase inscripta en el alfabeto de los elfos que decía “Largo de aquí”. Era una clara advertencia para alejar a individuos no deseados del lugar, se usaba principalmente en templos y mausoleos.

-¡Por Helena la grande! Debemos tener cuidado, podría haber una gorgona ahí dentro, es muy peligroso-Advirtió uno de los soldados al fijarse en aquellas inscripciones para nada amigables.

-Nos caerá una maldición de seguro-Comentó otro de los soldados asustado.

-No sean estúpidos, las gorgonas están en las ciudades grandes y templos, sirviendo y protegiendo a reyes y oráculos. No en una fortaleza abandonada por décadas-Señaló el capitán con bastante cinismo-. Estas cosas están para asustar a los supersticiosos como ustedes, ahora comiencen a trabajar antes de que los azote.

-Si señor-Respondieron los soldados obedientemente.

-Entraremos unos diez ahí, mientras que los demas se quedaran aquí-Indicó el capitán a todos los presentes.

-Entendido señor.

Antes de que entraran en la oscura cueva comenzaron a preparar las cosas para adentrarse en ese lugar. Revisaron todos los suministros; antorchas, pieles para dormir, alimentos, agua, armas y lo más importante de todo. Varias sogas de una extensa longitud. Tenían planeado atarla a uno de los pilares de la entrada y usarla para marcar el camino que iban recorriendo a medida que se adentraban en aquel tenebroso lugar, así también la usarían para volver una vez terminada la investigación de los magos. Además, de que serviría de guía para la línea de suministros.
Esta cueva era conocida por tener grandes dimensiones, una extensión tan basta que incluso se decía que superaba por mucho a la de la isla. Se había construido hace muchos siglos. Se usaba antiguamente con motivos religiosos, para una prueba para los magos. Estos entrarían en el laberinto y se quedarían ahí por tres días orando a los dioses y luego tendrían que salir, eso demostrarían que eran dignos de ser reconocidos como magos del más alto nivel. Era muy obvio que muchos de los que entraban nunca salían, pues se perdían en el camino de regreso, e incapaces de encontrarlo se morían de inanición.

Tiempo después las tradiciones cambiaron y con ello la utilización de este laberinto. Los magos dejaron de usarlo para ritos y pruebas, las ciudades estados y las ligas lo utilizaban para guardar objetos de valor como grandes tesoros y riquezas. Incluso hasta se cuenta de que un mago llegó a encerrar a una despiadada criatura creada por el, con el motivo de resguardar un poderoso objeto. Un disco de obsidiana.
Sin embargo, eso último se pone en duda. Pues no se tiene constancia de que el famoso mago Minos llegó a hacer tal cosa, ya que no se tienen registros de su investigación.

Luego de la guerra entre las ligas y el imperio el fuerte fue abandonado por aquel famoso terremoto que daño a casi todas las ciudades de la zona. El fuerte se abandonó por completo, y con ello también el laberinto.

En medio de la inspección del inventario al capitán se le ocurrió pararse frente a la entrada del laberinto por un momento, miró hacia dentro y de repente una desagradable sensación atravesó su cuerpo. Sintió un escalofrió recorriendo su espalda, sumado a leves nauseas. Algo no le gustaba de todo esto, lo inquietaba. Frunció el ceño, acaba de experimentar sin duda alguna un mal augurio.

El orco no creía en esas cosas, no era tan supersticioso como sus subordinados, se consideraba a sí mismo como alguien lógico y pragmático. Sin embargo, no podía ignorar esta mala vibra así como así. Juraba que algo en todo esto andaba muy mal, era algo que no le gustaba y que no podía ver, algo que se ocultaba de sus ojos.

Sospechó el capitán

El capitán en su cabeza pensaba que estos magos venían de parte de una ciudad estado o una liga en busca de explorar el laberinto para volver a utilizarlo. Pero eso lo hacía aún más sospechoso a los ojos del orco ¿Si son de parte de alguna ciudad porque esta no les proporciona la seguridad? Entendía perfectamente que esta fortaleza era un buen punto estratégico, y que retomarla cuanto antes era una prioridad, no obstante. No se fiaba nada de los magos, los mantendría bien vigilados.

Una vez terminada toda la preparación se adentraron de lleno en el laberinto. Ataron la soga a uno de los pilares y comenzaron a adentrarse en la oscuridad. Algunos soldados llevaban antorchas, mientras que uno de los magos creó una bola de luz que iluminaba muy bien.

Mientras.

En el barco los soldados que se quedaron a resguardar el navío disfrutaban un momento de ocio. La mayoría se dedicaban a los juegos de apuesta y a beber alcohol, por su parte el flacucho limpiaba como esclavo la proa. Estuvo trabajando sin descanso alguno, sin poder ni siquiera descansar un poco.

Las horas pasaron y comenzó a anochecer. El sol caía para darle paso a la luna.

-Mierda, cierto. Hay que enviarle los suministros al capitán-Se acordó uno de los soldados medio ebrio-, si no lo hacemos nos va a azotar.

-Estoy cansado, yo no iré.

-Yo tampoco.

-Son todos unos holgazanes de mierda.

-Que lo haga el humano de piel gris, que para eso está. Que lleve todo directamente.

-¡Así es! ¡El desgraciado no está aquí gratis! ¡Que se ponga a trabajar!

-Oye rarito ven.

De pronto el flacucho que está sentado perdido en sus pensamientos se levantó y fue directo hacia donde estaban los soldados bebiendo.

-¿Q… que pasa?-Preguntó nervioso.

-Tu llevaras los suministros hacia allá arriba. Tu solo, todo. Vamos.

El flacucho giró su cabeza para ver los suministros. Se trataban de varias cajas y barriles que debían de tener mucho peso. Obviamente el no podía cargar todo eso el solo.

-P… pero… es mucho…

-No me interesa. Hazlo o te tiraremos al mar.

El flacucho se quedó callado por unos segundos. Volteó su cabeza y miró la fortaleza en silencio por unos cuantos segundos, su expresión mostraba seriedad.

-¿Hasta allá arriba?-Preguntó en un tono distinto, esta vez mucho más serio y calmado. No nervioso y asustadizo.

-Así es, ahora hazla ya. Que estoy perdiendo la paciencia contigo.

-Antes tengo que hacer una cosa aquí-Respondió de manera serena fijando la vista en la fortaleza.

Sus ojos de pronto comenzaron a brillar.



Numerosos pasos eran audibles en los oscuros pasillos del laberinto. Seis mercenarios acompañados por cuatro magos marchaban directo a la investigación de estos últimos.

Las entrañas de la montaña eran asfixiantes y claustrofóbicos. Respirar costaba mucho, sumado a la densa oscuridad que se apoderaba de los pasillos volvía la estadía en este lugar muy desagradable. El ambiente tenebroso que rodeaba todo el lugar lo hacía mucho peor; restos de huesos, pasillos estrechos y arañas e insectos merodeando por el suelo. No era fácil estar aquí.

El grupo iba en fila, con los magos en el medio y los mercenarios en los extremos, en los cuales cada uno al menos un soldado llevaba prendida una antorcha. Incluso uno de los hechiceros por su parte había creado dos esferas de luz que orbitaban alrededor suyo y que iluminaban mucho más que el fuego de las antorchas.

Los mercenarios se veían claramente inquietos de estar en este lugar, todo el ambiente los ponía nerviosos. Preferían batirse en batalla contra un ejército que los superara que pasar el tiempo aquí, pues contra soldados enemigos conocían a lo que se enfrentaban, sin embargo, rondar por pasillos oscuros de un antiguo laberinto era una experiencia aterradora al desconocer lo que podía haber aquí. Se torturaban con el “¿Y si hay algo aquí?”, sus mentes en este momento eran su peor enemigo, en aquel estado no trabajaban al máximo de su capacidad. Se encontraban ofuscados por la situación.

Que este lugar no tuviera una buena reputación empeoraba aún más las cosas para este grupo de soldados.

Si bien los guerreros se mostraban intranquilos los magos por su parte estaban atentos y alerta, observando todo a su alrededor detenidamente. Esto hacía sospechar mucho al capitán.

Pensó para sí mismo el capitán mientras apretaba sus dientes molesto, suspiró
De pronto el orco escuchó murmurar a sus subordinados.

-¿Tú crees que está aquí?

-¿Qué cosa?

-El minotauro

-¿Y eso que es?

-La bestia creada por el mago Minos, un ser mitad toro mitad hombre. Dicen que no hay guerrero que lo pueda vencer, que tiene una fuerza abrumadora digna de los inmortales…

-Yo estoy más preocupado por las gorgonas. Que haya un símbolo de ellas en la entrada debe significar que hay alguna por aquí.
-Esas son tonterías-Interrumpió el capitán y los soldados que estaban charlando se sorprendieron-, no hay cosas como esas en esta cueva. Dejen de hablar tonterías o los azotare.

El capitán los miró de manera inquisitiva, dando a entender que no quería escuchar ni una palabra más sobre el asunto. Tenía que tener bien disciplinados a sus hombres, no obstante, de cierta manera entendía porque estaban así. La falta de información sobre la misión también lo ponía algo nerviosos, sin embargo, tenía que mantenerse tranquilo.

Siguieron avanzando por la oscuridad, iluminando el paso con la luz de las antorchas y sorteando la variedad de caminos que aparecían en el transcurso. Teniendo que pasar por esos molestos y estrechos pasillos en los que apenas cabía una sola persona. Hasta que de pronto llegaron a un lugar en donde el camino se hacía más amplio, permitiéndoles más comodidad al grupo al no tener que ir tan apretado.

Al ver lo que tenían adelante quedaron asombrados, de inmediato apagaron sus antorchas, pues ya no serían necesarias. Esto debido a que el pasillo de gran tamaño en el que estaban parados tenia setas luminosas por todos lados, había suficiente luz como para ver a mas allá de cinco metros.

-Que belleza-Expresó uno de los magos asombrado.

Entonces, de inmediato entre los hechiceros comenzaron a hablar en voz baja sobre el estado del lugar, asegurándose de que los soldados no los escucharan. El orco al ver esto frunció el ceño y arrugó el rostro molesto.

Se preguntó irritado.

La flora se había apoderado por completo del lugar, pese a eso se podía notar que estaba hecho por manos mortales, pues no parecía ser para nada natural. Se podía ver a simple vista que había sido construido hace ya muchísimo tiempo, muchas estructuras no sobrevivieron o se conservaron muy bien, como columnas o grabados ya irreconocibles. Todo estaba muy deteriorado, carcomido por el moho, erosionado hasta no dejar más que los restos de lo que pareció ser algo mucho más complejo.

Los soldados merodeaban por el lugar, mirando todo como gatos curiosos. Apreciando lo que tenían delante de sus ojos, pero no atreviéndose a acercarse. Con sus lanzas tanteaban las setas luminosas pegadas en las rocas, tan solo atravesándolas con las puntas de las armas. Miraban las escrituras y retratos arcaicos de las paredes, incapaces de comprender que decían aquellas palabras en una versión más antigua de su idioma y las escenas representadas.

El capitán escuchaba atentamente con los brazos cruzados como los magos hablaban entre ellos, en voz muy baja y apenas audibles. El orco tuvo que concentrarse mucho para poder oírlos muy bien, agudizando lo más posible su audición.

Entre los cuatro magos discutían la edad del pasillo. Uno de ellos teorizaba que tenía una antigüedad próxima a un milenio entero, mientras que otro de ellos le rebatía con que era mucho más, que tenía cerca de un milenio y medio. Pese a esta discusión por la fecha próxima a su origen, todos estaban de acuerdo en que fue hecho a lo largo del tiempo. Coincidían que el laberinto entero no se hizo todo de golpe, si no, que a medida que pasaban los siglos este se iba expandiendo con nuevas construcciones y extensiones de los pasillos.

El capitán pudo escuchar como uno de los magos afirmaba de registros que detallaban que la última modificación del laberinto fue hecha a hace doscientos años y que lo ampliaba unos cien metros más.

Esto al orco no le interesaba en lo absoluto, lo veía como una simple discusión académica aburrida y tediosa. Sin embargo, hubo algo de la conversación que le llamó mucho la atención. Escuchó a la maga diciendo en voz muy baja algo como “Es posible que este aquí”.

Sospechó de inmediato, se enteró enseguida de que no estaban solo por una investigación, no venían por algo mas ¿Qué cosa? ¿El tesoro que se abandonó aquí? ¿El minotauro? O peor aún…

-Un disco de obsidiana…-Murmuró para sí mismo el capitán mientras tragaba saliva.

Esto cambiaba mucho la perspectiva, pues si su suposición era cierta eso explicaba el gran secretismo que tenían los magos con la misión. El orco entendió de inmediato porque se mostraban reacios a revelar la mínima información, la razón por la cual precisaban una seguridad del tamaño de un pelotón de soldados. Sin embargo, sea lo que sea, mientras le pagaron lo justo colaboraría con ellos para llevar a cabo la incursión al laberinto, pues el capitán era lo suficientemente cínico como para importarle poco las razones de la búsqueda de dicho objeto. Pues, al fin y al cabo, era un mercenario. Cobraba para hacer su trabajo no para cuestionar a sus clientes.

-Un disco de obsidiana-Dijo el orco para sí mismo en voz baja mientras carcajeaba ligeramente con una sonrisa torcida-, eso es pasarse de ambicioso…

Pese a que fuera indiferente con los objetivos de sus clientes no levantaría sus sospechas sobre ellos, pues algo de ellos no lo convencía para nada.
Los magos una vez inspeccionada esta zona recogieron los datos e hicieron saber al capitán que debían de seguir avanzando por el laberinto. Este hizo llamar a sus hombres y se prepararon para seguir. Una vez marcharon por el extenso pasillo, delante suyo se toparon con una trifurcación, indecisos meditaron un poco sobre qué camino tomar y los hechiceros decidieron que deberían de avanzar por el de la derecha. Los mercenarios obedecieron sin rechistar tomando el camino que indicaron la gente que les pagaban.

Nuevamente iban por un camino angosto, tuvieron que volver a tomar la formación de línea recta que llevaban con anterioridad. En medio del camino se topaban con huesos repartidos por el suelo y ocasionalmente esqueletos. Era los restos de los magos que no lograron superar la inmisericorde prueba, la mayoría se encontraba tirados o apoyados contra la rocosa pared del pasillo. Estas cosas ponían nerviosas a los mercenarios, sin embargo el orco los mantenía a raya no permitiendo que mostraran miedo.

Este camino al igual que el anterior estaba iluminado por los hongos fosforescentes, por lo que las antorchas y las bolas de luz no eran necesarias.
A medida que avanzaban el tiempo también lo hacían, habían tardado alrededor de medio hora recorriéndolo hasta llegar a un punto como con el que se habían topado atrás. Un pasillo amplio de gran tamaño.

Uno de los soldados pensó que estaban perdidos, que de alguna manera habían camino en círculos, pero uno de los magos rápidamente señaló que estaba equivocado. El lugar era muy diferente.

Este presentaba columnas y esculturas que el anterior no, además de diferentes grabados y representaciones en las paredes.

De pronto, el sueño comenzó a aparecer entre todos los presentes. Varios soldados bostezaban, con los ojos cansados y movimientos lentos. Los magos igual, pese a que querían seguir estudiando el lugar el cansancio se los impedía. El orco por su parte resistía un poco mejor las ganas de dormir, sin embargo, entendía que debían de parar por el momento y descansar.

El grupo preparó las cosas para descansar, pusieron las pieles en el suelo para dormir sobre ellas mientras uno de los mercenarios comenzó a repartir parte de los suministros que llevaban cargando. Era comida, se trataba de papas provenientes del Suchuqsuyo y carne seca de cabra de la Helade, justo con un poco de agua.

Nadie hizo problemas, todos comieron sus porciones sin darle demasiadas vueltas. Incluso los magos estaban un poco cansados como para decir algo, no les importaba comer ese tipo de comida. Sin embargo, la mujer hechicera arrugó el rostro al ver su cena. No le gustaba en lo absoluto, consideraba a esa comida como poca cosa para ella, le parecía indigno de su parte siquiera ingerirlos.

No obstante, pese a su expresión de asco tuvo que resignarse y tragar su porcion, no le quedaba de otra. Mientras masticaba y pasaba la carne con agua susurraba cosas desagradables como “Yo soy merecedora de la mejor comida, no de esta basura para muertos de hambre”. Le desagradaba mucho, ella pensaba que era merecedora de cosas de mayor calidad, no de algo tan simple como esto. La situación la enfurecía. Incluso sus colegas hechiceros vieron esta actitud como muy malagradecida.

Luego de la cena todos se fueron a dormir, los primeros en caer en sus camas improvisadas fueron los soldados y luego los magos. Todos y cada uno se acomodaron para tratar de dormir bien, usando sus bolsas de provisiones como almohadas.

El capitán también por su parte se acostó y cerró sus ojos, sin embargo, no se durmió, permaneció despierto. No tenía ganas de dormir.

Luego de lo que pareció ser media hora escuchó pasos y movimientos, abrió los ojos despacio y descubrió que él no era el único con falta de sueño. La maga se había levantado y sentado sobre una roca, meditando para sí misma, enclaustrada en su mente, divagando y pensando. Se veía
completamente absorta, atrapada en sus pensamientos sin importarle las cosas a su alrededor, de hecho, se encontraba en un buen ambiente para relajarse y pensar en sus desvaríos.

De pronto el orco se levantó y se acercó hacia ella dispuesto a hablar.

-¿No puedes dormir?-Preguntó el capitán.

De inmediato la maga se sobresaltó un poco, no esperaba escuchar la voz de alguien más y ser
interrumpida de su meditación.

-¿Qué pasa?-Preguntó la maga un poco a la defensiva.

-¿Por qué estas sentada ahí?

-Estoy meditando, no puedo hacerlo acostada, solo mientras estoy sentada. Es un habito mío-
Respondió la hechicera.

-Ya veo ¿Y precisamente sobre que estabas pensando?-Presionó el capitán.

La maga frunció el ceño, le molestaba que el orco indagara tanto. Le parecía irritante que fuera un
poco metiche, no estaba en un interrogatorio.

-Es sobre los datos que recogimos de la investigación, no es asunto suyo-Contestó de mala gana.

Pensó para sí mismo el orco molesto por el tono que presentaba la maga.

Hubo un silencio incomodo de un minuto y medio, ninguno de los dos dijo palabra alguna. Se quedaron mirando con incomodidad hasta que alguno se retirase a dormir, pero eso no pasó. Siguieron estando esperando a que el otro dijera algo más. Esto a la hechicera le incomodaba, le
molestaba que el orco estuviera expectante delante suyo, esperando a que dijera o hiciera algo ¿Qué le interesaba tanto?

Entonces la maga suspiró, supo de inmediato que el capitán no se iría hasta que pasara algo o charlaran un poco. Algo quería confirmar ¿Quizás los detalles de su misión que tanto esconde? ¿O sus intenciones? Fuese como fuese no se alejaría hasta tener algo con lo que sentirse conforme.

Le tocaba socializar, aunque no quisiera.

Girando su cabeza un poco vio a uno de los soldados durmiendo plácidamente. Ahí se le ocurrió un tema de conversación.

-¿Sus soldados son algo jóvenes no es así?-Preguntó de pronto.

-Sí, así es. La mayoría son sangre nueva dentro de mi compañía. Perdí a casi todos mis buenos hombres el año pasado en una batalla naval y tuve que remplazarlos.

-¿Contra piratas?

-No, en una guerra. La ciudad de Tebastoclea nos contrató como tropas auxiliares en una guerra que estaba teniendo contra el reino de Mesalonica y la ciudad de Adarpos.

>En medio de la guerra hubo un enfrentamiento entre las flotas de los dos bandos, justo en la Helade central. En mitad del caos y la batalla hundieron dos de mis navíos, uno en los cuales estaba yo mimo, todos mis hombres cayeron al agua y algunos no pudieron salir del interior de las galeras. Para mi suerte las demás tropas del resto del ejercito pudieron rescatarme, sin embargo, mis subordinados no fueron tan afortunados.
>Muchos no lograron salir del agua, ahogándose o siendo abatidos por las flechas del enemigo, incluso a muchos desconozco lo que fue de ellos ya que no los volví a ver, ni siquiera a sus cadáveres.
>Luego de la batalla la ciudad pagó mis servicios y use ese dinero para reconstruir la compañía. Contrate gente nueva, la mayoría jóvenes. Muchos de ellos ociosos que no sabían qué hacer con su vida o que buscan tener el estómago lleno a cambio de vivir como mercenarios.
-Eso explica porque los tienes cortitos, se ve que aún les falta disciplina.

El capitán gruñó.

-La mayoría son uno creídos altaneros y buscapleitos que se creen invencibles por saber cómo manejar una lanza, pero me respetan mucho, como debe ser. Y así como son unos estúpidos fanfarrones son unos supersticiosos irritantes. Les falta todavía ser lo suficientemente cínicos para
este oficio.

-Quedate tranquilo, ya les tocara enfrentarse contra algo que les forjara el carácter-Expresó la hechicera con una sonrisa torcida.

El capitán sintió cierto desagrado al escuchar esas palabras, se le revolvió el estómago de inmediato. Parecían ser lanzadas con una intensión oscura y perversa, una deseando el mal. Parecía como si un oráculo hubiera profetizado su muerte, una muy horrible. Una sensación de
incomodidad lo invadió, sin embargó no podía permitirse alterarse, tenía que mantenerse firme. Quizás esta maga era aún más cínica que él.

-Puede ser-Contestó el orco seguido de un bostezo fingido, pretendía acabar la conversación aquí-, como sea. Me iré a descansar.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia la piel donde estaba descansando. No pudo extraer nada de información valiosa, al contrario, se encontraba molesto.

El orco se terminó durmiendo alrededor de diez minutos después y la maga se quedó finalmente sola. Una vez ahí ella susurró para sí misma.

-Ahora tengo que hacerlo bien.



Los soldados rondaban por los muros de la fortaleza, no se encontraban muy atentos a su alrededor, lo único que podían vigilar eran las olas que chocaban contra la costa de isla.

Ya era entrada la noche, la luna iluminaba el cielo oscuro, en el firmamento eran visibles miles de estrellas con sus constelaciones. Era ya hora de que llegaran los suministros, que los llevaran hasta el edificio con la entrada al laberinto, que de ahí se aventurasen por el siguiendo la soga, entregarían las cosas y volverían.

Muchos de los mercenarios estaban aburridos, no había motivo real para estar alertas, la zona en donde estaban era libre de piratas y el imperio no solía incursionar tan profundo en el archipiélago con sus flotas de saqueo. Se podía estar perfectamente tranquilo.

Entre los vigilantes en las murallas comenzaron a reunirse alrededor de un fuego que habían prendido, ahí comenzaron a calentar la comida y a tomar alcohol. Empezaron entonces a charlar entre ellos, hablando sobre cosas mundanas de la vida o a intentar adivinar lo que había en el interior de ese laberinto. Algunos incluso discutían sobre política, el tema en especial era el imperio.

-El imperio hace unas cuantas décadas no se lanza a la conquista de algo-Dijo uno de los soldados más veteranos-, según cuentan los comerciantes que van para el interior de su territorio al parecer el emperador no se interesa actualmente por la conquista. Me dijeron que está más interesado por mantener las fronteras seguras y sus habitantes felices para ahorrarse rebeliones.

-¿Y los nobles? ¿Acaso no quieren extender sus territorios? -Preguntó un joven.

-En el imperio no hay nobles-Informó el mercenario veterano-, el emperador usurpó todas las tierras de los terratenientes en la última guerra civil que tuvo con ellos. Ahora todo el territorio dentro del imperio le pertenece única y exclusivamente para él.
-¡No hablas enserio!-Expresó sorprendido uno de sus compañeros.

-Así es, ese emperador hijo de puta es el hombre más poderoso del continente y también quizás del mundo entero. Contrala todas sus tierras sin necesidad de nobles, su capital es una ciudad comercial con más riqueza del continente, con un vasto poder militar y tiene bien controlados a los magos dentro de su territorio. Incluso, se dice que es un poderoso hechicero con un disco de obsidiana en posesión. No hay individuo como el en todo el mundo, incluso quizás en el cosmos.

-Sí, pero de seguro no es más poderoso que los dioses o Helena la grande. A mí se me hace que te comiste mucha propaganda del imperio-Cuestionó uno de los soldados a su compañero.

-Yo no sé, quizás ese sea el sujeto con mayor poder que llegue a haber en el mundo.

-Tonterías. Nadie es más grande que Helena, es gracias a ella que somos quien somos a día de hoy. Sin esa mujer seriamos súbditos de los inmortales y los magos no tendrían tanto poder. Le debemos mucho.

-Ya estamos de nuevo con eso… ¿Por qué no vas a mastúrbate frente a una de sus estatuas? Todo el día con Helena la grande…

-¡Oye! ¡No le faltes el respeto así! Tu eres no más que un lame botas imperial de mierda. ¿Por qué no te vas tu a la capital del imperio a besarle los pies a tu emperador?

-Yo en ningún momento alabe al emperador, solo dije las cosas como son. Que actualmente es el sujeto más poderoso del continente. Tu eres un idiota que cuando escucha algo bueno de alguien siempre lo minimizas comparándolo con Helena. Si, ya sabemos que te gusta tu Helenita, sabemos que es muy grande, que derrotó al malvado inmortal, que inventó la magia como la conocemos. Ahora déjanos hablar de otra cosa diferente. Con razón el capitán se molesta cuando abres la boca.

-Tu eres un vendido a los imperiales, déjate de dar excusas. Eres un elfo, no deberías de estar simpatizando con nuestros enemigos ¿O acaso ya olvidaste que ese emperador trató de conquistar media Helade? Agradece que entre las polis más importantes lograron pararle los pies hace veinte años, de no ser así miedo me da imaginar que es lo que hubiera pasado con nosotros. Súbditos de una lagartija, puaj. Somos elfos orgullosos, creyentes de las diosas, hijos de Helena la grande, nuestro pueblo tiene a las sabias gorgonas y a los respetables oráculos. Creamos el alfabeto, civilizamos al resto del continente…

-Y ahí va otra vez…

-¿Y ahí va otra vez qué? Solo estoy contando la verdad.

-La verdad es que eres insoportable.

-Y tu un vendido.

De pronto, la conversación se vio interrumpida por uno de sus compañeros que iba corriendo directo al círculo donde estaba la fogata. Aquel soldado estaba muy alarmado, su rostro expresaba angustia. Algo había pasado.

-¡El barco esta en llamas!-Alertó a sus compañeros.

-¿Qué cosa?-Preguntó uno con incredulidad.

-¡Que el barco esta prendido fuego!

De inmediato se levantaron preocupados, dejando tiradas sus cosas en el suelo. Todos se acercaron hasta la orilla de la muralla y ahí lo vieron. El navío ardía en llamas.

Quedaron perplejos.

Se encontraban totalmente atónitos, descolados por completo. Eso no podía ser posible ¿Por qué el barco ardía en llamas? Entre todos se miraban esperando a que alguien dijera algo, pero nada de eso sucedía, tan solo estaban congelados ahí sin saber qué hacer.

¿Qué fue lo que paso ahí? Se preguntaban todos ¿Acaso alguien lo hizo a propósito? ¿Hubo un accidente o alguna clase de motín que terminó con aquel resultado? No podían saberlo con exactitud.

Esto había pasado tan de repente que no podían procesar lo que estaban viendo. Su único medio de transporte, siendo destruido por el intenso fuego, devorando la madera en un infernal calor. Ya no podían salir de la isla, todas las provisiones perdidas, sin rastros de sus compañeros. La horrible sensación de incertidumbre ante este problema. El destino los azotó con fuerza, no había manera de reaccionar ante esto o siquiera poder hacer algo, tan solo limitar a observar.

De pronto, uno de los soldados captó con sus ojos que alguien venia subiendo por el sendero de la montaña. De inmediato alertó a sus compañeros sobre esto, todos en ese mismo momento fijaron su vista en el ¿Se trataba de un superviviente? No lo sabían, no podían distinguirlo de manera alguna por la oscuridad de la noche era tan solo una silueta delgada, como una sombra.

-¿Quién demonios es?-Preguntó confundido uno de los mercenarios.

El sujeto se veía extraño para la situación en la que estaban. No se encontraba apurado, al contrario, subía por el camino con mucha tranquilidad tomándose su tiempo, como si estuviera relajado. Tranquilo pese a todo el contexto catastrófico que estaba sucediendo en estos mismos instantes. Transmitía un aura muy diferente, con tan solo echarle un vistazo se podía deducir que no era uno de los mercenarios, aquel misterioso individuo no pertenecía a la compañía.

¿Qué significaba todo esto?

-¡Alto ahí!-Dijo de pronto uno de los soldados alarmado.

Ese mismo soldado sabía que algo no andaba bien, no solo por el navío quemándose. Aquel sujeto misterioso le transmitía una sensación de peligro, sus instintos de supervivencia se activaron de inmediato al verlo. Era obvio que no se traía buenas intenciones al presentarse en la fortaleza.
Las manos del mercenario temblaban mientras sostenía su lanza, su rostro se arrugó y sudaba por todo su cuerpo ¿Quién era este tipo? ¿Acaso es el quien causo que el barco estuviera quemándose? Sus instintos le indicaban que sí. El resto de sus compañeros estaban confundidos con la presencia de aquella misteriosa figura, no sabían lo que sucedía, pero aun así, tenían por seguro de que no se trataba de alguien amistoso.

La silueta de pronto se detuvo frente a la puerta, justo como indicó el mercenario. Lentamente alzó la vista, mirando fijamente al grupo de mercenarios que lo observaba por arriba de las murallas. Aquellos hombres temblaron al ver los brillantes ojos de aquel sujeto, era lo único distinguible de él. Esa mirada que lanzaba no era buena, era una de indiferencia, pero tenía algo más que indicaba que se trataba de algo perverso. Los estaba estudiando, presentían como si esos ojos penetraran en su ser y fijara la vista en lo más profundo de su alma adivinando todo sobre ellos.

Se quedó mirándolos por unos cuantos segundos, como si calculara la distancia entre él y ellos. Fijaba sus ojos penetrantes no solo en ellos, si no en lo que traían, sus armas, escudos. Incluso sus estados actuales, el cómo se encontraban ahora mismo y ahí lo pudo ver. Miedo. Todos y cada uno de ellos estaban alerta, temerosos por lo que pudiera ocurrir.

Entonces uno de los soldados se fijó en algo extraño. Aquel misterioso individuo traía una espada corta en su mano.

De inmediato se le paró el corazón por un instante. Antes no tenía una.

Siquiera antes de pudiera pegar el grito a sus compañeros la extraña figura desapareció por completo. Ya no estaba ahí, tan solo quedaban partículas negras flotando por el aíre. Todos se alertaron de inmediato, sus pieles se pusieron de gallina al presenciar eso con sus ojos. Antes de que nadie pudiera hacer algo se escuchó un sonido, el del metal cortando la carne y los huesos.

Dirigieron sus ojos hacia el origen del sonido y quedaron perturbados con lo que encontraron. Uno de sus compañeros muerto en el suelo con la cabeza decapitada y con el cuello chorreando sangre, justo a los pies de un sujeto completamente vestido con una armadura negra que cubría su cuerpo entero. Con unos ojos rojos que observaba al resto de soldados, sosteniendo una espada corta ensangrentada.

Esto lo confirmaba, este individuo fue quien provocó el incendio y quien posiblemente también mató al resto de soldados custodiando el navío.
Uno de los mercenarios se dio cuenta de inmediato.

-¡Tu eres…!

El misterioso hombre lanzó su espada de inmediato al soldado que estaba por revelar información importante. La hoja del arma atravesó su pecho con gran fuerza, penetrando el peto que traía encima, llegando hasta el corazón matándolo de inmediato y tirándolo al suelo.

De inmediato el resto no vacilo, se lanzaron contra aquel hostil individuo con sus lanzas y escudos listo para asesinarlo. Esta era la oportunidad para ellos, lo superaban en número y se encontraba desarmado, no importaba que truco acaba de usar ahora mismo, las puntas de las lanzas lo atravesarían. Aquellas puntiagudas armas estaban diseñadas para penetrar en los escudos y armaduras más robustos del continente, no había forma de aquel sujeto lograra zafarse de esta. Sin embargo, las cosas no salieron como ellos creían.

Las lanzas no fueran capaces de atravesar aquella negra armadura, de hecho, ni siquiera fueron capaces de hacerlo retroceder pese a que había recibido multiples ataques y con la fuerza de varios hombres incluidas. Los soldados al ver esto quedaron perplejos ¿Qué clase de armadura es esta? Se preguntaron todos y cada uno. Antes de que siquiera pudieran reaccionar de nuevo el misterioso y hostil sujeto alzó su mano mostrando que blandía nuevamente una espada corta ¿En qué momento había conseguido una? ¿Quién demonios era este sujeto?

Entonces, agarró una de las astas de una lanza y la jaló hacia él, atrayendo al soldado que la blandía. De un solo y rápido tajo lo decapito.
Los mercenarios retrocedieron asustados tomando una posición defensiva, la de la falange. Con varios escudos uno al lado del otro mientras apuntaban con sus lanzas hacia adelante, pero de poco les serviría esa estrategia. El sujeto nuevamente desapareció de sus vistas, dejando nuevamente ese rastró de partículas negras flotando en el aire. Uno de los soldados miró hacia atrás y justo estaba el.

La matanza comenzó en ese preciso momento, todos los hombres del fuerte salieron a luchar, pero uno a uno eran masacrados por este extraño y misterioso individuo. Ninguno era capaz de oponerle resistencia, incluso aunque juntaran sus fuerzas eran incapaces de atravesar esa invencible armadura negra. Luego de cinco minutos de fiera lucha casi toda la guarnición había sido liquidada por este sujeto, inclusive los que vigilaban la entrada al laberinto.

Una vez eliminados todos se paró frente a la entrada del laberinto, miró hacia el frente con sus ojos brillantes y entró decidido.
...

Habían pasado ya alrededor de dos horas desde que habían parado a descansar, el capitán dormitó todo el tiempo, relajado pero a la vez atento ante cualquier emergencia. Ya estaba acostumbrado, años oficio como mercenario le habían llevado a desarrollar esa costumbre. Por su parte, la maga no cerró los ojos en ningún momento, se la pasó todo el tiempo sola en sus pensamientos, despierta meditando y tramando en su cabeza.
De pronto, el capitán se levantó, sintiendo que era ya hora de seguir con el recorrido del laberinto. Despertó a todos, los magos y los mercenarios, tenían que retomar la exploración de este lugar. No obstante, antes de eso tenían que esperar a que les llegaran los suministros para así proseguir, no podían alejarse tanto de la entrada sin estar bien abastecidos.

Todos acomodaron sus cosas y se pusieron a esperar relajados hasta que llegaran otros mercenarios siguiendo el camino que marcaba la soga. No sabían cuánto tardarían en llegar hasta ahí, pero el capitán estimaba que no mucho. Lo peor que podía pasar era que estuvieran varados por horas debido a que a los otros se les olvidara por completo su tarea, sin embargo lo arreglaría fácil enviando a uno de los que lo acompañaba para avisar.
Pero el orco ignoraba por completo la situación de sus hombres en el exterior, desconocía por completo el destino que les tocó.

-Iré a ver unas cosas-Dijo de pronto la maga estirándose.

Todos de pronto la vieron confundidos.

-¿A qué te refieres?-Preguntó el capitán.

-Según mis cálculos cerca de aquí hay una recamara de la cual puedo recoger datos, puedo ir yo sola. No se preocupen-Explicó la hechicera.

-¿Sola? Te vas a perder-Añadió uno de los magos-, no tienes cuerda para guiarte. Podrías terminar en cualquier parte del laberinto.

De pronto, la elfo arrugó el rostro y fulminó con la mirada a su colega. Le desagradó por completo esa respuesta.

-No es para tanto-Dijo ella despreocupada restándole importancia.

-Sí, si es para tanto. Tu sabes muy bien en donde estamos, en un laberinto antiguo y oscuro. Muchos magos se perdieron y no volvieron.

-Es que eran débiles e incapaces, no como yo que no soy ninguna incompetente-Expresó con arrogancia.

-¡No seas testaruda! Es peligrosa que vayas tu sola.

Entonces los mercenarios fueron testigos de la discusión de los magos y la elfo. Estuvieron alrededor de quince minutos en aquella disputa, la maga se negaba a escuchar las razones de sus compañeros, haciendo oídos sordos a sus advertencias siendo lo más terca posible. Mientras la otra parte se quejaba de como ella nunca escuchaba y siempre era igual en todas las situaciones, para mala fortuna de la hechicera sus compañeros esta vez decidieron ser igual de tercos como ella, no dejándola ir sola bajo ningún concepto.

La discusión fue tal que hasta incluso el capitán tuvo que ponerse de parte de los magos, cosa que le valió una mirada asesina de la elfo.

-¡Yo pagué esta expedición, por lo que yo tengo que decidir lo que yo quiero hacer!-Argumentó ella.

-¡Cállate! Fuimos nosotros los que decidimos contratar a los mercenarios. Tu tenías la loca idea de venir tu sola, sin compañía de nadie, ni siquiera de nosotros-Reveló uno de los magos molesto-, pusiste dinero en esta gente solo porque te obligamos a ello, nuestro mecenas ni loco te iba a dejar que vinieras en solitario. De no ser así ahora estarías perdida ¿Por qué quieres hacer esto sola? ¿Qué problema hay en que gente te ayude a recorrer el laberinto? ¿Acaso eres suicida? Porque parece que sí.

-Uggghhh, ustedes son unos desgraciados-Se quejó molesta la maga quedándose sin argumentos válidos.

Luego de quince minutos refunfuñando y mirando molesta a todos en busca de argumentos para seguir con la discusión, se rindió. No podía encontrar razones para debatir más, suspirando aceptó de muy mala gana que no podía andar ella sola.

-Bien… bien…-Susurró irritada apretando los dientes- Anker, Isidoro ¿Serian tan amables de acompañarme para ir a ver esa sala?

Nombró a dos de sus tres colegas para que la acompañaran, lo hizo enojada por su puesto.

-¿Y porque no va la mitad del grupo entero? Así será más seguro-Sugirió el capitán.

-La sala es muy pequeña y los pasillos que la conducen muy estrechos, no van a caber la mitad del grupo entero. Además, se tienen que quedar a esperar las provisiones-Explicó la maga dándose la vuelta ya para marcharse.

Sin mediar palabras comenzó a caminar para irse a dicha sala, los dos colegas que había mencionado de inmediato se unieron a ella apurados, pues ya estaba a punto de salir de la habitación por uno de los numerosos caminos. Todos vieron con desagrado como se largaba. Esa mujer no le caía bien a nadie del grupo, ni siquiera a sus compañeros hechiceros.

Una vez que ya se fueron del lugar el orco se acercó a uno de sus hombres y al oído en voz baja le dijo.

-Ve a espiarlos, no me fio de esa elfo. Esto es muy extraño, asegúrate de que no sepan de que los estas vigilando. Ante cualquier cosa rara o peligrosa que veas vente hacia aquí a informarme de inmediato, no corras riesgos innecesarios.

-Entendido mi capitán.

El orco le dijo todo esto mientras uno de sus hombres distraía al mago que se quedó con ellos, para cubrir a su agente el capitán se levantó estirándose y en voz alta se quejó.

-¡¿Cuándo van a venir con las provisiones?!

Esto de inmediato llamó la atención del mago quien volteó la cabeza para ver al capitán, mientras el soldado salía de la sala siguiendo el camino por donde la hechicera y sus compañeros habían ido. Sin embargo la palabras del orco no eran del todo falsas, de manera genuina se estaba quejando de la tardanza de las provisiones. Se estaba molestando por ello.



El orco se sentó a esperar con el resto de sus soldados, tratando de ser paciente ante la tardanza de sus subordinados.

El tiempo transcurrió lento, la espera se volvía insoportable, tardaban y tardaban, la espera era intolerable. Los suministros nunca llegaban y los necesitaban con extrema urgencia ¿Dónde estaban? ¿Por qué se tardaban tanto? ¿Qué era lo que los retrasaba? El capitán de pronto se le pasó una incógnita por la cabeza “¿Y si se perdieron?”. Pensó lo peor, entonces la incertidumbre se apoderó de él.

Se reafirmó el orco a si mismo con toda seguridad.

Los magos igual, se tomaban su tiempo al igual que el mercenario que había mandado para vigilarlos. Aunque eso no le preocupaba mucho como los suministros si le molestaba bastante. Se estaba comenzando a impacientar de esta situación, el hartazgo y el fastidio eran insoportables a este punto. No se podía tolerar para nada.

Se levantó molesto, estaba completamente decidió a ir el mismo en persona para ver qué pasaba con los suministros. Iba a matar a sus hombres por la espera, se aseguraría de azotarlos con mucha fuerza. Se estaba dirigiendo a la salida de la habitación, desconociendo el cruel destino que tuvieron sus hombres y si se dirigía para allá el mismo lo tendría. Sin embargo, algo lo detuvo.

De pronto se oyó un grito desesperado de socorro que alertó a todos.

De inmediato cada uno se dio la vuelta para ver de dónde provenía el sonido, y era justo una de las salidas de la sala. Ahí se encontraba la hechicera, todos al verla quedaron desconcertados por el estado en el que estaba. Cubierta de sangre, con un brazo colgando y una expresión de horror en su rostro. Quedaron impactados de inmediato, se estremecieron al verla así. Los soldados de inmediato intuyeron que se trataba de algo terrible.

El capitán fijo su vista en ella, igual de desconcertado que ellos. Pero de imprevisto volteó la cabeza hacia atrás, extrañado vio la oscuridad que se encontraba a sus espaldas. Por un solo segundo juró tener una sensación de que alguien lo estaba vigilando, por un instante creyó que tenía unos ojos brillantes posando su vista sobre él. Sin embargo, no le dio la más mínima importancia. Lo que le pasaba a su clienta era mucho más importante.

La elfo de inmediato se abalanzó corriendo en dirección a donde se encontraban todos. Entonces fueron a socorrerla sin perder el tiempo, su colega la tomó de los hombres y la hizo sentarse en el suelo. Se la veía horrorizada, sus ojos mostraban miedo, lagrimas caían por sus mejillas y respiraba agitada sumado también a que todo el cuerpo le temblaba.

-¿Qué pasó?-Preguntó preocupado el mago.

La hechicera trató modular palabras pero la lengua se le trababa, incapaz de formar frase alguna. Los soldados al verla así se horrorizaban por completo ¿Qué fue lo que pasó? Se les ponía la piel de gallina y tragaban saliva sintiendo que les faltaba el aire. El comandante por su parte trataba de mantenerse firme, sin embargo, no dejaba de estar preocupado por completo, su corazón se aceleraba. Tenía una mala sensación de esto, el estómago se le revolvía ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué la maga esta así? ¿Dónde estaban sus compañeros y el hombre que envió a vigilarlos? Se planteaba estas incógnitas.

-Esa… esa bestia… los mato…-Dijo finalmente la maga con la voz quebrada.

A todos se le paró el corazón por un momento al oírla decir esas palabras. Quedaron quietos, anonadados sin saber qué hacer, con una expresión de incredulidad en sus rostros.

-Mierda… sabía que aquí había gorgonas-Comentó de pronto uno de los soldados.

Normalmente el capitán habría disciplinado a su soldado, pero dada la ocasión no hizo nada.

-No… no es una gorgona… es la bestia… la bestia creada por Minos-Informó la elfa apenas pudiendo hablar.

Su colega la miró desconcertado.

-¿Qué? ¿La bestia creada por el mago Minos? Así que existe…

-Los mató a todos… no tuvimos oportunidad alguna contra el… hay que huir, largarnos de aquí.

El mago miró de pronto aturdido al capitán, quien se encontraba igual de desconcertado que él. Clavó sus ojos esperando una respuesta.
El orco luego de reflexionar por unos segundos tomó una decisión.

-Nos retiramos-Ordenó con calma.

Sus hombres respiraron un poco aliviados al escuchar eso.

-Si esa bestia es capaz de lidiar contra tres magos es mejor que nos retiremos, no tenemos oportunidad contra eso.

-Si… ustedes váyanse yendo… yo contendré a esa bestia…-Dijo la maga levantándose del suelo.

Quedaron descolocados al escuchar eso, en especial su colega.

-¿Cómo puedes sugerir semejante cosa?-Preguntó indignado- ¡Te va a matar! ¡No vas a tener oportunidad contra el!

-Lo se… es por eso que deben de irse… yo voy a retrasarlo…

El capitán de inmediato comenzó a sospechar ¿Qué estaba diciendo esta mujer? No lo entendía ¿Por qué se pondría como voluntaria para intentar contener a una bestia que mató a sus compañeros ante sus ojos? Luego de lo que fue testigo tendría que estar completamente aterrorizada por esa idea, algo no cuadraba por completo.

Entonces un pensamiento se cruzó por la cabeza del capitán.



Tenía bastante sentido para él. La bestia era falsa, una excusa para asesinar a sus colegas, luego fingiría estar desvalida para hacerlos retroceder y ella quedarse con el supuesto disco de obsidiana o con el tesoro.



El capitán estaba a punto de decir algo en contra de la elfo, pero algo interrumpió sus palabras.

El sonido de pisadas provenientes del pasillo por el que vino la hechicera. Sonaban a las de unas pezuñas pisando la piedra con bastante fuerza. La elfo al escucharlas se dio la vuelta de inmediato, aterrorizada comenzó a temblar.

-Es la bestia de Minos…-Dijo.

Los soldados de inmediato tomaron sus armas asustados. El capitán miró fijamente el pasillo apretando sus dientes expectante. Eso le confirmaba que la elfo no estaba mintiendo, la bestia era real.

Entonces apareció delante de ellos.

El minotauro.


Hace 30 años el mago Minos había dotado de vida a una criatura espeluznante, una bestia hecha con sus propias manos a base de cuerpos de elfos y toros. El minotauro.

Una bestia de más de dos metros, corpulenta y dotada de una fuerza titánica capaz de superar a los mejores guerreros de la Helade. Con cabeza de toro y un cuerpo musculoso de elfo este monstruo artificial era capaz de lidiar con cualquiera que se atreviese a poner un pie en el laberinto. Con ojos ya acostumbrados a la oscuridad y unos sentidos muy agudos para detectar a sus víctimas. Este ser era la obra magna de Minos, lo llenaba de orgullo haber creado a un individuo así, superior incluso a vampiros y gorgonas, capaz de lidiar contra magos y un batallón de hombres.

Minos la había creado bajo encargo de una de la ciudad estado de Cretos para que custodiara este laberinto, los dirigentes y magnates de aquella polis habían financiado la investigación del mago. Y luego de años de largo trabajo y descubrimiento Minos finalmente pudo crear a su preciado minotauro, aunque había costado numerosos prototipos fallidos y muchas muertes de individuos de prueba. Sin embargo, el coste finalmente termino valiendo la pena. Tras crear el cuerpo, logró colocarle un alma y programarla para que pudiera seguir sus funciones. Se desconoce cuál fue el proceso que se realizó tras esto, pero muchos especulan que lo hizo con un disco de obsidiana, solo un artefacto de gran poder como ese era capaz de insertar un alma en un contenedor de carne artificial, además de sellarla en él.

Se trataba de un experimento considerado casi como aberrante, digno de un nigromante de alto nivel. Sin embargo, a Minos no le interesaba en lo absoluto, había logrado crear a un ser vivo funcional, algo que no sucedía desde la aparición de los inmortales en los tiempos de Helena la grande.
Minos sin duda se había hecho un lugar dentro de los magos más reconocidos de todos los tiempos. Logró controlar la vida, cosa de la que solo pocos individuos en la historia y el cosmos pueden jactarse de hacer.

La bestia solo obedecía a su creador, cualquier otro individuo que no sea él era considerado como hostil. Su misión consistía en asesinar a cualquiera que se atreviera a adentrarse en el laberinto, custodiando así los tesoros que habían depositado en su interior, cosa que mantendría a salvo las fortunas de los dirigentes y personas poderosas de varias ciudades estados. Sin embargo, había un solo problema con esto.

Minos había fallecido hace décadas, por lo que ya no había individuo en el mundo por el cual el minotauro tuviera consideración. Ahora era imparable, solo cesaba cuando su creador se lo ordenaba y sin él no había nada ni nadie que pudiera contenerlo. Los tesoros dentro del laberinto quedaban atrapados dentro de este, sin posibilidad de que alguien los pudiera sacar de ahí. Pues la bestia jamás lo permitiría.

Muchos habían muerto por intentar robar el tesoro y ahora le tocaba a los mercenarios.

El capitán al ver terrible bestia retrocedió un paso hacia atrás, sorprendido de que esta cosa pudiera existir, pensaba que era solo un rumor, pero era verdad. Estaba delante de sus ojos, lo veía con mucha claridad, aquel ser de gran constitución y musculatura. Apretó fuerte sus dientes y tragó saliva, estaba ante una situación adversa.

El minotauro se paró frente a sus víctimas y bufó como toro, dejando escapar aire de su nariz. Delante tenía cinco guerreros y dos magos, nada que fuera problema para él, podía encargarse de esto con relativa facilidad. No le tomaría demasiado esfuerzo arrancarles la cabeza a los elfos que estaban delante suyo.

Entonces, el minotauro rozó sus pezuñas contra el suelo varias veces, justo como lo hacían los toros cuando iban a cargar.

-¡Ahí viene!-Alertó la hechicera.

-¡Mierda!-Expresó el otro mago nervioso.

-¡Nos va a matar!-Dijeron los soldados horrorizados.

El orco frunció el ceño y apretó sus puños.

Pensó el capitán para sí mismo.

Suspiró, no se iba a dejar masacrar por una bestia como esta. No dejaría que este fuese su último trabajo, no permitiría que él y sus hombres murieran en una cueva alejada de los ojos de los dioses. No, él iba a encargarse de este monstruo, iba a proteger a sus clientes y terminar con este encargo cueste lo que cueste, el siempre terminaba las cosas y esta vez no sería la excepción.

Matar a una bestia como el atraería mucho renombre para su compañía, cortarle la cabeza y exhibirla por toda la Helade y el imperio haría que se grabara un nombre en la historia. Guardaría esa cabeza como trofeo.

Tomó su hacha que traía en el cinturón y alzó la mano gritando.

-¡Formación de falange!-Ordenó a sus soldados.

Sus hombres de inmediato lo miraron anonadado por lo que escuchaban.

Pensaron sorprendidos. Esos supersticiosos jóvenes no podían creer lo que su superior estaba intentando hacer.

-¿Cómo…?-Preguntó asustado uno de los soldados.

-¡Dijen que formación de falange!-Repitió molesto el capitán- Si se desbandan vamos morir todos, pero si mantenemos la organización venceremos ¡Así que obedezcan!

Los soldados no tuvieron tiempo de hacer la formación, el minotauro ya se había lanzado contra el grupo en medio de la conversación, apenas si pudieron percatarse de eso. El miedo no les permitió reaccionar, quedaron congelados por el terror que suscitaba la criatura.

La bestia fue primero por el mago, el colega de la hechicera, iba a deshacerse de el primero. Se aseguraría de que la magia no lo fastidie en su masacre. La elfo al ver esto de inmediato corrió horrorizada lo más rápido posible, gritando de miedo. El orco trató de asistir a su cliente, pero no pudo llegar a tiempo.

El mago no tuvo manera de reaccionar, no fue capaz de realizar ningún hechizo lo suficientemente rápido. El minotauro le dio un cabezazo en el pecho apenas lo interceptó, con sus cuernos penetró las costillas y atravesó su corazón con suma facilidad, murió al instante. Lo levantó del suelo y con un movimiento de su cabeza arrojó el cuerpo por los aires, tirándolo hasta las paredes de la sala.

-¡Mierda!-Exclamó el orco sorprendido.

La hechicera gritó. Así es como se deshizo de sus otros dos compañeros, con ataques rápidos los cuales eran incapaces de reaccionar.
Los soldados quedaron anonadados, en menos de un segundo esta bestia había logrado asesinar a un usuario de magia sin que este pudiera responder. Los hechiceros, los individuos considerados como los más peligros del continente. Este monstruo mató a uno de ellos en un instante ¿Cómo ellos iban a poder hacer algo? No podían, simplemente no, serian no menos que una molestia. Lo mejor era huir lo más pronto posible.
Y eso hizo uno de los soldados, sin lidiar palabras salió corriendo de la sala lo más rápido que le permitían sus piernas. Sus compañeros no hicieron los mismo, pues, sabían que si huían el destino que les aguardaba a los desertores era terrible. Tortura y ejecución ante el resto de tus camaradas, además, había salido directo a la oscuridad de uno de los pasadizos, era muy probable que se perdiera y nunca más saliera. Esa era otra razón de peso que evitaba que estos mercenarios huyeran de buenas a primeras.

Aquel desertor se encontraría con el destino del cual escapaba, pues unos ojos brillantes lo interceptaron a medida que se alejaba.
-¡Tomen sus lanzas y escudos y hagan la formación! ¡Yo les ganare tiempo!-Aseguró el orco.

Con su hacha en mano fue cargando de frente contra el minotauro. Sus subordinados y la maga quedaron sorprendidos, no sabían si se trataba de valentía o estupidez. Cargar directo contra esa bestia era una muerte asegurada, pero el capitán sabía lo que hacía. No por nada había logrado vivir tantos años de este oficio y seguir con vida.

El hacha que portaba en su mano de pronto se iluminó tenuemente de un color naranja. De pronto la elfo entendió lo que iba a hacer, reconoció la luz que emanaba de esa arma.

Un filo mágico, uno que incluso cortaba atreves de las corazas y armaduras más robustas. Pocas armas había en el mundo que pudieran presentar esa luz anaranjada, se contaban con el dedo de las manos. El hechizo para encantar esas armas era muy difícil de realizar, por eso eran muy raras. Y el capitán tenía una de ellas, un hacha especializada en partir escudos.

Se aproximó al minotauro, tomando aire y acumulándolo en su boca por alguna razón, inflando sus cachetes. Estaba ya a unos dos metros cerca de él. La bestia al verlo estiró uno de sus brazos en dirección a su rostro, preparado para decapitarlo de un manotazo, pero el orco se lo impidió por completo. Abrió su boca y una gran cantidad de humo comprimido escapó de sus fauces impactando directo contra la cara del minotauro, aturdiéndolo momentáneamente debido a que gran parte de ese extraño humo entró en sus ojos y oídos.

El capitán aprovechó de inmediato. Se acercó aún más a la bestia y propino un tajo certero en vertical justo en su pecho. El minotauro se quejó del dolor, pues el orco había provocado una herida muy profunda, cortando la carne y llegando casi hasta el hueso.

Sus hombres vieron sorprendido eso, incluso hasta el metal tenía dificultades para atravesar el cuero de los toros, pero el hacha mágica del capitán no tuvo problema alguno en infligir una herida considerable.

El minotauro no perdió el tiempo, de inmediato lanzó un manotazo a ciegas con la esperanza de darle al orco. El capitán previno aquello, por lo que apenas realizó el corte retrocedió hacia atrás ágilmente con un salto. El brazo de la bestia le rozó el rostro, si lo hubiera recibido de lleno se quedaría sin cabeza, gruñó respecto a esto, fue lo suficientemente afortunado y habilidoso para no morir en el intento.

La bestia del laberinto se recompuso de su aturdimiento, sin embargo, el orco no cesaba de exhalar esa extraña niebla de su boca, seguía y seguía, interfiriendo con la vista del minotauro. La maga vio esto con recelo, ella y sus colegas no eran los únicos capaz de usar magia, el capitán también podía emplearla de manera efectiva. Esto no le gustaba.

Pensó la hechicera para sí misma mientras veía molesta al orco como este seguía emanando neblina de sus fauces.

Los soldados de inmediato aprovecharon el tiempo que su capitán les había conseguido, corrieron directo a sus cosas y agarraron su armamento. Lanzas y escudos, era lo que justo necesitaban para realizar la formación de falange. Se pusieron detrás de su capitán, codo a codo, uno al lado del otro, blandieron sus armas y juntaron sus escudos. La formación ya estaba hecha.

-¡Formación lista capitán!-Informó uno de los soldados al orco.

-Muy bien.

De pronto, la herida causada al minotauro comenzó a brillar. La maga miró extrañada esto, mientras que los soldados estaban tranquilos, era parte de su rutina. El hacha del capitán no estaba solo para dañar, también tenía la función de marcar a los enemigos dañados por ella. Esto en conjunto de la neblina que emanaba de su boca formaba su estrategia de combate. Quitarle visión al contrincante y permitir que sus hombres pudieran identificarlos con facilidad, pues aún en ese espeso humo la luz era fácilmente reconocible.

El minotauro bramó molesto, cada vez su visión empeoraba a causa de la neblina, además de que su herida dolía mucho, fue un tajo muy profundo. Tomó impulso hacia adelante, cargando con toda su fuerza listo para embestir a cualquiera que se atravesara en su camino, pero cuando salió furioso de la niebla se topó con una sorpresa. Un muro de lanzas de cuatro personas lo estaba esperando, trató de frenar, pero era demasiado tarde, ni siquiera la bestia podía detener su poderoso impulso. Se clavó con las lanzas, rugiendo ante el dolor, los soldados fueron empujados hacia atrás por la magnitud de tal poder, sin embargo, no perdieron el equilibrio y trataron de avanzar dirigiendo toda su fuerza hacia adelante, intentado enterrar las puntas de las armas en la carne del minotauro.

La bestia retrocedió librándose de las lanzas ensartadas en su piel. Debía de estar inmensamente agradecido con su creador por haberle otorgado una piel dura y robusta, pues las puntas de las armas tan solo lo dañaban de manera superficial. Si no hubiese contado con una defensa resistente como aquella habría sido fatal.

El orco entonces dejó de producir neblina, ya no emanaba más por su boca.

Comenzó a respirar agitadamente, necesitaba llenar sus pulmones con aire, pues aquel humo consumía mucho, casi hasta dejarlo desmayado en el suelo. No podía seguir usando esa neblina de manera prolongada, también agotaba sus energías, pues su cuerpo no estaba acostumbrado a utilizar magia de forma constante y en ocasiones seguidas. Él no era un mago, nunca había entrenado y capacitado para ser un usuario de magia, aquel hechizo solo lo había aprendido de manera amateur. Un hechicero experimentado podría usar sus capacidades mágicas para sostener esa habilidad sin apenas gastos energéticos.

Eso era lo que separaba a un mago entrenado de un alguien que usaba magia de manera casual.

El capitán entonces miró de reojo a la maga, quien estaba detrás de los soldados temblando y mirando aterrada al minotauro.

-¡¿Y?! ¡¿No vas a usar tu magia para ayudarnos?!-Preguntó el orco alzando la voz.

La elfo volteó su cabeza en dirección al capitán.

-No… no se luchar…-Dijo tragando saliva.

-Mierda…

Pensó el orco un poco molesto. La hechicera era tan solo una carga entonces, sus hechizos y habilidades no debían de ser mucha ayuda para esta situación.

La falange avanzaba despacio, poco a poco, manteniéndose unidos uno al lado del otro, con todos caminando al mismo tiempo para no romper la formación. Apuntaban sus lanzas hacia delante y mantenían alzados sus escudos, tratando de estar siempre frente al minotauro, encarándolo en aquella defensa perfecta.

Aquellos hombres podían ser jóvenes y muy supersticiosos, pero tenían la suficiente determinación para no romper la formación y ser presa fácil contra aquella bestia. Sabían el oficio en el que se encontraban, por supuesto que tenían miedo y terror al estar ante una criatura como aquella, pero también tenían la suficiente disciplina para mantenerse firmes. Entendían que la única manera de salir de aquí con vida era derrotando a este minotauro, de lo contrario no volverían a salir nunca más de aquí.

El orco apartó la vista un momento del minotauro, pretendía ir a donde estaban las cosas y sacar alguna lanza y escudo para apoyar a sus hombres. Algo le decía que el truco de la niebla no funcionaría de nuevo, que lanzarse a combate de corta distancia sería fatal. Ya comprobó la fuerza de aquella bestia y no quería volver a medirla.

La maga miraba intranquila a los soldados y al minotauro, tragando saliva, de pronto posó su vista sobre la criatura y asentó la cabeza. La bestia miró a la hechicera directo a los ojos y también asintió.

Se lanzó de nuevo contra los soldados, quienes de inmediato frenaron y pisaron el suelo con fuerza para mantenerse firmes, preparándose para la salvaje embestida. Sin embargo, el minotauro no cargó de frente, a último momento ante de impactar contra las puntas de las lanzas se movió velozmente a los costados, esto tomó por sorpresa a los mercenarios que de inmediato supieron lo que estaba por intentar. Flanquearlos.
La mayor debilidad de la formación d falange.

El capitán se dio la vuelta por el ruido de la carga de la bestia, vio claramente cómo se dirigía a uno de los flancos de la formación. Dejo escapar un suspiro de sorpresa, impactado por lo que era testigo. Apretó sus dientes con enojo, aún no había recogido su lanza, sin embargo, todavía tenía su hacha en mano, por lo que tomó impulso con su brazo alzándolo y tiró el arma como un proyectil encendiendo aquel peculiar brillo naranja. No tuvo tiempo para apuntar bien, aun así, pretendía que su hacha impactara directo en la cabeza de toro y en alguna parte delicada, no obstante para su desgracia no fue de esa manera.

El minotauro ya se encontraba en el lado derecho de la formación, el soldado en aquel extremo se estaba dando la vuelta con su lanza y escudo listo para protegerse. Entonces la bestia lo agarró del cuello con sus robusta y gigantesca mano, enseguida lo alzo del suelo y lo puso a un costado suyo, justo en la dirección en la que venía volando el hacha. El arma mágica impactó contra la espalda del mercenario, quien al sentir como el filo del hacha penetraba su carne y huesos soltó un audible gritó de dolor. La criatura no perdió el tiempo y lanzó al hombre contra el resto de sus compañeros quienes giraban para cambiar de posición la formación.

El soldado impactó contra las puntas de las lanzas, asesinándolo, sin embargo, eso no detuvo al cuerpo quien chocó contra sus compañeros empujándolos al suelo. El minotauro cargó contra los soldados ahora desprotegidos, el orco al ver esto se apresuró a encontrar su arma para prestarle auxilio a sus hombres, una vez que la localizó la tomó y fue corriendo en socorro de sus subordinados. Pero ya era demasiado tarde.
El minotauro de un puñetazo mató a uno de los soldados que intentaba levantarse, le arrancó la cabeza con ese mortífero golpe. El del al lado trató de desenvainar su espada en su cinturón, pero no lo logró, la bestia aplastó su pecho de un pisotón con sus pesuñas. El que quedaba puso su escudo delante suyo para defenderse, sin embargo la criatura se lo arrancó de las manos y procedió a golpearle la cabeza con el hasta que se incrustó en su cráneo destruyendo el yelmo que tenía puesto. Aquellos jóvenes guerreros habían sido asesinados.

El orco gritó enfurecido ante esto. Corriendo trató de clavarle la lanza en uno de los costados con la intensión de penetrar hasta los pulmones, no obstante esa dura y robusta piel se lo impidió. La punta de la lanza tan solo hizo un daño superficial. El capitán gruñó impotente al ver esto, trató de aplicar más fuerza pero le fue imposible, no lograba penetrar. El minotauro no se quedó sin tomar acciones, bramando del dolor se dio la vuelta tomando el arma del hasta y quebrándola con suma facilidad.

El capitán de inmediato retrocedió, apretó sus dientes y arrugó su rostro del disgusto. La misión había fracasado, no había nada que pudiera hacer contra este animal salvo huir.

Rellenó sus mejillas con aire y escupió una gran cantidad de humo comprimida que llenó la mitad de la habitación y envolvió por completo al minotauro. Su herida aun brillaba por lo que aun podía localizarlo, esas eran buenas noticias para él. Corrió hasta la maga y la tomó del brazo, sin medir palabras con ella emprendió huida arrastrándola, la elfo por su puesto se quejó de la rudeza de esto, pero a el poco le importó. Salieron por el pasillo que tenía la soga en el suelo, indicándoles la salida.

Corrieron por el oscuro pasillo recorriéndolo a ciegas lo más rápido que podían, tropezándose con el suelo irregular y accidentado, moviéndose lo más deprisa que podían para escapar de esa temible criatura.



Esto le frustraba al capitán, huir. No lo consideraba deshonroso ni nada, el no creía en el honor, tan solo le enfadaba el hecho de tener que emprender retirada ante las grandes pérdidas, siempre lo enfadaban están cosas. Odiaba perder.

Se quería arrancar la piel cuando perdió a casi toda su compañía en aquella batalla naval entre polis, y ahora lo mismo, perder buenos soldados y un arma mágica de gran calidad. Le costaría mucho recuperarse de esto, el dinero por esa hacha equivalía a dos años de trabajo remunerados de manera excepcional, le tocaría trabajar una década si quería recuperar el valor de esa grandiosa arma.

Se consideraba así mismo hundido tras esa derrota, no solo por sus pérdidas de soldados y monetarias, sino que también podía ser que a futuro su reputación quedara dañada por este incidente. Su prestigio como mercenario estaba en juego y era muy importante, si este quedaba mancillado era muy difícil que pudiera salir del hoyo en el que se metió. Nadie querría contratar a un mercenario de dudosa reputación.
-¡Oye! ¡Más despacio!- Se quejó la maga.

-¡Deja de quejarte!-Reprochó el orco enfadado, ahora mismo no se encontraba de buen humor para las quejas de la elfo- Si no me puedes seguir el ritmo entonces tendré que arrastrar por todo el laberinto.

-¡Entonces déjame aquí! ¡Yo hare de distracción mientras tu escapas!

El orco frunció el ceño al escuchar esto. Agarró con firmeza los dos brazos de la maga y la tiró contra la pared del pasillo.

-¡¿Eres tonta?! ¿Sabes lo dañada que terminara mi reputación si salgo del laberinto sin ti? Un mercenario que en una misión de escolta sus clientes mueren y desaparecen. Me tacharan de incompetente o asesino. La gente no se fiará de mi más y me arruinará el negocio, estaré en la ruina.
La hechicera guardo silencio, no dijo ninguna palabra. De pronto ambos vieron de reojo como una luz se aproximaba a su dirección, una luz naranja que lentamente avanzaba, acompañada por unos firmes y pesados pasos. El Minotauro los seguía muy de cerca.

-Vamos, tenemos que continuar hacia la salida.

Emprendieron de nuevo la huida, corriendo por los oscuros pasillos del laberinto. Pronto les sucedió lo peor en aquella situación, la soga que seguían se encontraba rota, como si alguien la hubiera cortado con una espada, la otra parte no estaba. El capitán quedó anonadado al ver esto, su única salvación… destruida ante sus ojos, el enojo y la frustración se vieron remplazados pronto por el miedo y la incertidumbre. Ahora no podían seguir el camino hasta la salida.

-Piensa… piensa… piensa…-Se repetía el orco a si mismo mientras la desesperación se comenzaba a apoderar de él, trataba de mantenerse firme y de pensar con la cabeza fría, pero le resultaba difícil en aquellos momentos.

La maga lo observaba en silencio, callada, expectante sin emociones en su rostro.

El capitán se apoyó en la pared, tratando de idear que hacer en esta situación, la otra mitad de la soga no se encontraba por el suelo.
Pensaba desesperado intentando buscar una respuesta.

De pronto sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de aquellos fuertes pasos y la luz vislumbrándose a lo lejos.
-¿Cómo este hijo de puta nos puede encontrar?-Se preguntó el capitán mientras sudaba.

No le quedaba de otra, recorrer el laberinto a ciegas tratando de buscar la salida sin una guía. Era lo único que podía hacer en estos momentos.
Agarró de nuevo a la hechicera por el brazo y comenzó a correr. Alejándose de aquella bestia.

Mientras huía se sentía vigilado, como si unos ojos brillantes lo espiaran desde la oscuridad, como si estos penetraran en su alma. Le incomodaba esta sensación, lo hacían desesperarse aún más de lo que ya estaba ¿Era el minotauro quien lo veía o alguna otra entidad? Lo desconocía, pero poco a poco lo aterraban aún más.

Dio vuelta por los pasillos, perdiéndose más poco a poco, tomando cualquier camino que encontraba, girando en cualquier esquina e ignorando las entradas a otros pasillos. Cada vez que avanzaba más el laberinto parecía enredarse mucho más, parecía ser que los caminos y túneles se multiplicaban con cada paso que daba. La desesperación aumentaba y con ello las ganas de gritar, quería ya salir de aquí, encontrarse con la salida y no volver nunca más aquí. Estar en la tranquilidad de su navío con sus subordinados yendo a buscar otro trabajo.

Estuvo corriendo por horas, el cansancio le ganaba, cada vez recorría los pasillos con mayor lentitud. El agotamiento comenzaba a hacerse presente, sus piernas apenas si podían mantenerlo parado, sus rodillas temblaban y el sudor recorría toda su piel. Tuvo que deshacerse de su peto y yelmo para que estos no lo retrasaran más, pero eso no parecía importar de ninguna manera. Pues el minotauro siempre se las arreglaba para encontrarlos, haciéndose presente con el imponente sonido de sus pisadas y la luz a la lejanía que iluminaba el pasillo.

Un momento el capitán se dio la vuelta para ver atrás, y ahí lo vio. A la criatura aproximándose lentamente, bufando y dejando escapar el aire de su nariz, mientras sus pezuñas chocaban contra el suelo en cada paso. La bestia no parecía cansarse de ninguna manera, seguía implacablemente al orco en su recorrido, nunca se perdía y siempre lo encontraba de alguna manera u otra. No importaba que atajo tomara o en qué dirección fuera, ni tampoco en cuantas esquinas doblara, siempre lo hallaría.

Tomó de nuevo el brazo de la hechicera y siguió escapando, ahora rengueando incapaz de correr. Mientras, el minotauro lentamente se aproximaba hacia el con suma tranquilidad, como si tuviera la certeza de que en algún momento lo atraparía y lo despedazaría con sus manos.

El orco se ahogaba con cada paso que daba, se hiperventilaba sintiendo que el aire de sus pulmones se acababa. Sus piernas le ardían e incluso pensaba que hasta sus piernas a este punto estaban sangrando. Poco a poco su velocidad disminuía, incapaz de seguir ya, daba todo de sí para tratar de escapar de esa bestia, ahora cada paso contaba, cada centímetro. Pero parecía ser completamente inútil, el minotauro estaba ya a escasos metros de él. Podía incluso sentir hasta como ya respiraba detrás de su espalda.

De pronto los ojos del capitán se iluminaron.

A un lado del pasillo se encontraba el cadáver despedazado de uno de sus soldados, el que había mandado a vigilar a los magos. Para su gran fortuna tenía una espada corta aun pegada a su mano. Era su salvación.

-¡Quédate atrás mío!-Indicó el orco a la hechicera.

La maga obedeció sin cuestionar.

El orco se lanzó hacia el cuerpo y le arrebató el arma de sus manos muertas. Entonces blandió la espada plantándole cara al minotauro, quien lentamente se aproximaba a su dirección con la misma calma con la que lo había estado siguiendo todo este tiempo.
El capitán blandía la espada, con sus manos temblando y con su cuerpo estando a poco de rendirse. Tenía una cosa en mente, clavarle el arma en el corazón.

Anteriormente con su hacha había hecho un tajo en su pecho que había cortado su denso cuero, justo en el lugar donde se encontraba el corazón. Si lograba darle con una estocada en ese determinado punto la bestia moriría y este infierno acabaría de una buena vez por todas. Sus subordinados serian vengados y se ganaría un lugar en la historia.

Esperó hasta que el minotauro estuviera enfrente suyo para hacer su movimiento, usaría toda la energía que le quedaba en aquel último ataque desesperado. No le quedaba de otra, tan solo tenía fuerzas para ejecutar tal cosa. Si fallaba todo estaría acabado, pero si triunfaba lograría salvar su vida y conseguiría una gran hazaña.

Tenía que darlo todo, incluso su nombre si era necesario.

Teseo.

Clavó sus ojos en el minotauro, frunciendo su ceño y arrugando su rostro. Mientras su espíritu se llenaban de determinación, mientras su cuerpo concentraba sus últimas energías, con su alma ardiendo como nunca.

Esto lo definiría todo.

De pronto, el minotauro se detuvo, lejos del alcance del capitán. Se quedó quieto mirándolo, mientras su herida aún seguía generando luz. El orco quedó confundido.

Se preguntó.

De pronto, la sensación de confusión quedó en segundo plano.

Un gran dolor lo invadió en ese momento. La sangre comenzó a salpicar el suelo mientras soltaba la espada que blandía en sus manos.
Un ataque lo había atravesado por atrás.

Se trataba de un tentáculo hecho de energía, de color violeta y lo suficientemente puntiagudo como para penetrar por su espalda y salir por su vientre.

Volteó su cabeza y ahí lo vio. La traición.

La maga emanando aquel tentáculo de su mano.

El orco cayó de rodillas y luego el resto de su cuerpo de cara al suelo. El tentáculo se retrajo volviendo a la palma de la mano de la hechicera, quien veía al capitán de manera indiferente, inexpresiva, con un cierto toque se superioridad. No le dedicó palabra alguna, nada, ni siquiera una explicación de la situación, aunque tampoco la necesitaba. Pues, de inmediato comprendió perfectamente sin necesidad de oración alguna.

En sus últimos momentos de vida fue testigo de cómo la maga se marchaba del lugar, acompañada por el minotauro.

...

Marchaban ambos por el laberinto, con el minotauro marcando el paso y con la elfo siguiéndole de cerca.

Ella caminaba junto a él sin miedo alguno, se sentía tranquila, incluso hasta tenía la absoluta certeza de que ella era la que tenía el control en la ocasión. Pero ¿En qué momento no lo tuvo? Todo había salido de acuerdo a su jugada, logró hacerse con la victoria en esta expedición. Este minotauro no era más que una mera herramienta para ella con tal de conseguir lo que se proponía.

El plan había resultado efectivo, sus colegas y la escolta de mercenarios habían perecido, tan solo le basto hacerse pasar por una damisela en apuros y llevar a la bestia hasta donde ellos se
encontraban. Todo lo demás se haría prácticamente solo sin su intervención, ahora tenía vía libre para llegar hasta el corazón de laberinto, en donde se encontraba el tesoro oculto. Sin nadie más vivo la totalidad de la recompensa seria para ella y nadie más, no tendría que repartirlo entre individuos que consideraba de segunda. No podía estar más satisfecha con ella misma.

Pasaba delante de grabados, pinturas y esculturas pero no le importaba en lo más mínimo, a diferencia de sus compañeros no había venido para estudiar aquellas cosas que consideraban nimiedades. Ella vino por lo grande, poco le importaba ver la historia del laberinto o leer sobre las últimas voluntades de magos desesperados en sus últimos momentos. Pese a que incluso era poseedora de grandes conocimientos sobre estos temas, en estos mismos instantes eran lo de menos. El conocimiento podía esperar frente a una recompensa aún más gigantesca.

Mientras se dirigía a su destino, no podía evitar que en su rostro amagara una sonrisa, se sentía tan bien con ella misma que incluso estaba impresionada. No creía poder ser capaz de llevar a cabo todo esto y salir triunfante, se sentía absolutamente orgullosa por sus méritos. Pero lo que más le emocionaba fue ver la expresión de desconcierto del capitán en el momento en que lo traiciono, lo disfrutó mucho. Ya desde el principio de la expedición quería crujirle los huesos hasta matarlo, detestaba como siempre estaba posando sus ojos sobre ella, como si se la daba la oportunidad podía desbaratar sus planes. Pero finalmente se deshizo del mayor obstáculo, el placer era enorme.

A medida que avanzaba sentía algo raro en sus espaldas, como unos ojos en la oscuridad se posaban en ella y la vigilaban a cada paso que daba, como se sentía penetrada por esa mirada hasta el punto que podía asegurar que veía directamente en su alma. Era una sensación rara ¿Posiblemente arrepentimiento? No lo creía, disfruto llevar a cabo su plan, era imposible que fuese arrepentimiento.

¿Entonces que era? ¿Algún superviviente? ¿Los soldados que debían llevar los suministros? También, era imposible que estuvieran con vida, el minotauro debió de encargarse de ellos primero antes que de sus colegas y sus escoltas. Debía de ser otra cosa entonces, pero resultaría estúpido que fuese un ser vivo. El único individuo que moraba por aquí era el minotauro y era hostil ante toda cosa con la que se topase. Si ese ente que la observaba estaba desde antes debió de haberse topado con la bestia y haber muerto ante tal encuentro, era imposible que alguien siguiera con vida dentro del laberinto además de ellos dos.

Dando vueltas en su cabeza llegó a la conclusión que quizás se trataban de sus nervios por llegar hasta el tesoro, internamente estaba tan emocionada por conseguirla que se sentía perseguida de alguna manera. Además, el minotauro no parecía ponerse en alerta ante la presencia de alguien más, por lo que sí. Debía de ser una sensación solo de ella.

Luego de diez minutos dando vueltas por todo el laberinto finalmente llegaron, hasta el punto en que la hechicera desea más estar. En el corazón, justo donde se encontraba el tesoro, gigantesca salta llena de esculturas y columnas, con un altar en el centro, con miles de monedas y arilugios de oro regados por todo el suelo. Pero todo ese oro acumulado ahí no era nada ante el mayor premio que se encontraba justo en el centro.

Un disco de obsidiana. Negro como la noche con unas joyas incrustadas en el centro.

A la hechicera se le iluminó el rostro de solo verlo.

El curioso objeto flotaba en el centro de la habitación, justo encima de todos los tesoros que se encontraban en el piso. De el emanaba una tenue luz que iluminaba todo el lugar, con tan solo echarle un vistazo un cosquilleo ya atravesaba todo su cuerpo. Ese objeto poseía un inmenso poder, uno el cual ni siquiera mil magos juntos podrán igual jamás, un poder tal que el hechicero que lo obtuviese y controlase sería capaz de conquistar un país él solo.

Ese mismo era el disco por el cual había matado a todos allá atrás, un valioso tesoro que fue objeto de crueles guerras, asesinatos y lo peor de los mortales. Ambición de incontables magos y hechiceros, deseo de cualquier reino y nación. Millones de vidas fueron segadas con tan solo ser capaces de llegar a tocarlo, sea quien sea el individuo que controle uno tendrá un poder digno de los mismos dioses, no habrá nadie quien pudiera compararse, el poder obtenido era sin igual. No había nada que pudiese comparársele.

Los cientos de conflictos, las miles de guerras, las millones de matanzas. Todo se llevaba a cabo para llegar a ser poseedor de uno de estos discos, los mortales eran capaces de cualquier cosa para obtener dichos objetos. La ambición alrededor de ellos solo se equipará al poder que daban una vez alguien se hacía con él.

Todas las vidas segadas valían la pena, eso se decía la hechicera al tener al disco de obsidiana delante de sus ojos. Todo el esfuerzo que hizo y los sujetos que mató dieron sus frutos, de hecho, incluso hasta le parecía poco lo que hizo para llegar a obtenerlo. Escuchó historias de odiseas enteras, guerras entre varios reinos, el engaño que llevó a cabo parecía poca cosa a lo que realizaron gente antaño para apoderarse de un solo disco. Sin embargo, no le importaba, no rondaba otra cosa en su cabeza que hacerse con el de una sola vez para sentir el inmenso e inconmensurable poder que otorgaba el preciado objeto.

Comenzó a acercarsele despacio, dando paso a paso mientras posaba su vista en el disco levitando, totalmente anonada por la presencia del objeto. El minotauro se quedó al lado de la entrada, mirando como su ama y señora reclamaba su recompensa.

El corazón latía fuertemente de la emoción, no podía evitar tener una sonrisa de alegría en su rostro. Finalmente lo iba a conseguir y no se lo creía, seria de las pocas personas privilegiadas en siquiera tocar un disco de obsidiana, y ni se diga de poder controlarlo. Ante tal cosa su nombre debía de estar tallado por siempre en la historia, para que generaciones futuras sepan quien fue una de las mujeres que se hizo con semejante objeto. Su mente volaba por las nubes, totalmente hipnotizada por el inmenso poder que emanaba el disco. Poco le faltaba para que comenzara a reír de manera eufórica.

Una vez que estuvo delante de él lo tomó mientras flotaba en el aire. En el momento en que sus dedos se posaron en el disco sintió como una inmensa ola de poder golpeaba su cuerpo, la energía que emanaba se insertaba de manera abrupta dentro de sus venas y nervios, sus puntos de presión se abrían como nunca recibiendo tal cantidad colosal de magia. Una sensación maravillosa, algo que nunca más podrá volver a vivir en su vida, algo que solo se repite una sola vez. La lujuria y la gula ya no eran nada en comparación con esto, tales cosas ahora pertenecían a necesidades carnales irrelevantes, pero esto, lo que sentía en aquellos mismos instantes, eso tenía que apreciarlo por lo que le quedaba de vida.

Un jadeo de emoción se le escapó, no podía contener más su alegría, le era imposible. La felicidad, esto era la felicidad.

El minotauro era testigo de cómo esto sucedía, mirando a su ama embriagarse con el poder. De pronto detectó algo, una presencia hostil detrás de él. Se dio la vuelta de inmediato, pero al instante en que lo hizo una lanza atravesaba el aire a toda velocidad directo a su señora, no tuvo la velocidad para agarrarla en medio vuelo.

La hechicera dio vuelta su cabeza, viendo claramente como aquel proyectil iba directo a impactarle en su cabeza. Sonrió, tenía un disco de obsidiana, eso no era un problema.
De su espalda emergieron tres tentáculos de color morado a gran velocidad que atajaron la lanza justo antes de que impactara contra ella. Las extrañas extremidades se enrollaran en el asta del arma, aplicaron fuerza y la partieron, segundos después volvieron a la espalda de la elfo desapareciendo.

La hechicera vio directo a la entrada a la habitación, sonrió con confianza y arrogancia. De ese pasillo parecía que se encontraban unos ojos, unos ojos que miraban en el interior de su alma. De inmediato supo que esa sensación de estar vigilada que sintió con anterioridad no se trataba de mera paranoia. De verdad alguien la estaba vigilando.
-Al parecer no acabe con todos-Declaró con una sonrisa.

Se comenzaron a escuchar pasos provenientes del pasillo que iban en dirección a donde se encontraba ella. El minotauro estaba a punto de lanzarse contra aquel individuo que se aproximaba, pero una mirada de la hechicera le indicó que no lo hiciera, entonces de inmediato se detuvo.

De pronto de las sombras salió un sujeto, alguien que la maga había visto con anterioridad.

El flacucho con la piel grisácea, con el hacha del capitán en su cinturón.

Al verlo se extrañó por dos cosas, de su mirada penetrante y de esa fuerte presencia que emanaba. Al velo al rostro supo de inmediato que ya no era ese patético perdedor que acompañaba a la compañía de mercenarios, no, ahora era alguien diferente. Lo sabía al tan solo echarle un vistazo, ahora parecía más peligroso. Tenía una inmensa seguridad que antes no era propio de él.
-¿Qué haces aquí?-Preguntó la hechicera con un tono autoritario.

El flacucho no contestó, tan solo se limitó a mirarla fijamente.

La maga frunció el ceño, esa mirada, aquella penetrante mirada la incomodaba. Se sentía como si mil lanzas se le clavaran en el pecho.

Vio por unos segundos aquellos ojos que la observan, eran brillantes, contrastaban completamente con el tono de piel de ese sujeto grisáceo. Esos globos oculares tenían algo especial, algo que no era común. Sentía que el flacucho la estudiaba con ellos, cosa que le desagradaba, la hacía sentir muy extraña, aún teniendo el disco de obsidiana en mano una pequeña sensación de indefensión se asomaba ¿Quién era este sujeto? ¿Por qué se veía totalmente diferente?

El minotauro bufaba a su lado, esperando las órdenes para aplastarlo y asesinarlo. Sin embargo, el flacucho tan solo se limitaba a mirarlo de reojo, le restaba mucha importancia pues consideraba más peligroso a la hechicera que tenía el disco. El enclenque determinó que aquella bestia no sería más que una mera molestia. La elfo notó también esto, que aquel extraño individuo no se sentía amenazado por la imponente criatura, realmente era como si fuera otra persona.

-Te pregunte qué haces aquí ¡Responde!-Exigió la maga con un tono amenazador.

-¿Qué hago aquí? Pues lo mismo que tú, vengo por el disco de obsidiana. Para llevármelo lejos de aquí y de las garras de cualquier ambicioso como tú-Expresó el sujeto grisáceo con calma.

-Para tu desgracia yo llegue primero, por lo que ahora el disco me pertenece a mí. Es una lástima que fueras más lento, tanto en tu avanzar como en tus artimañas-Se refirió con saña al fingir su personalidad cobarde.

-Lo mismo puedo decir lo mismo de ti, como controlaste al minotauro y mataste los demás en la habitación de más atrás. Los dos fingimos y actuamos para llegar hasta aquí, no hay mucha diferencia en nuestro actuar, los dos resultamos convincentes en nuestras actuaciones. Sin embargo, no estoy aquí para discutir sobre teatro contigo. Vengo por el disco de obsidiana.
<<Pero antes de que me lo entregues pacíficamente tengo unas preguntas.

-¿Qué te lo entregue pacíficamente? ¿De qué hablas?-Preguntó la hechicera carcajeando como si hubiera escuchado la mejor broma de su vida- Imbécil, mira en la posición en la que estas antes de andar contando chistes.

El flacucho frunció el ceño y miró inquisitivamente a la maga. La elfo detuvo su risa ante esto, pues aquella mirada penetrante se intensificaba. El minotauro por su parte bufo molesto, pues sintió hostilidad.

-Tú también deberías de mirar en la posición en la que estas.

¿Qué demonios pasaba? ¿Cómo este individuo podía amenazar a un mago con un disco de obsidiana y no sentir miedo? La hechicera arrugó su rostro molesta, no le gustaba para nada que no se la tomaran en serio, más con semejante artefacto bajo su poder. Normalmente ante cualquier muestra de falta de respeto habría liquidado a quien se atreviera a tal cosa, sin embargo aún con el disco sentía diferente con este tipo, tal cosa no bastaría ¿Acaso era su confianza o tenían algún truco bajo la manga? ¿O quizás ambas? Cualquier cosa indicaba que este flacucho debía de tomarse en serio. Si lo trataba como el bufón que era en el navío podría salir mal parada, incluso en la posición dominante en la que estaba.

La hechicera resopló molesta, quizás lo indicado seria proceder de manera más diplomática. Lo intentaría.

-Pues como tú quieras, contestare las preguntas que tengas. Me considero alguien benevolente-Cedió ante el flacucho sin dejar de intentar atrás su aura de dominancia.
-Está bien. Veo que eres razonable, no como otros magos una vez tienen algún disco en sus manos-Expresó el hombre de gris con toda calma y relajando su mirada.

Sin embargo, esa sentencia descolocó un momento a la elfo

<<¿Otros magos que tenían discos en sus manos? ¿A qué se refiere?>>

-Primero ¿Cómo controlas a esta cosa?-Lanzó su primera pregunta señalando al minotauro sin voltear a verlo- Solo el mago Minos podía hacerlo, cualquier individuo que no fuera él era detectado como hostil por este tipo, salvo claro que recibiría indicaciones directas de su creador de no atacar a tal gente ¿Minos le indicó antes de su muerte que no te atacara y siguiera tus ordenes? ¿O eres capaz de hacerte pasar por Minos?

-Soy la sobrina de Minos. El minotauro solo responde ante él y su sangre, esa es también parte de la programación que creó para él. Es por eso que recibe órdenes mías y porque no me ataca, mi tío le dejo ordenes explicitas de obedecerme a mí y a sus hermanos ante cualquier caso. Esa es la herencia de Minos para mi ¿Te sorprende que sea su familiar?

-Me da igual ¿Por qué contrataste seguridad si al fin y al cabo ibas a deshacerte de ella de todos modos?-Prosiguió con su otra pregunta de manera cortante.

-No fui yo quien consiguió a estos mercenarios, querido. Fueron mis compañeros y la ciudad para la que trabajo, ellos insistieron en pagarles a todos estos tipos para que nos protejan en todo el trayecto, cuando mi plan era venir sola y apoderarme por mi misma del disco. Si esos idiotas venían hasta aquí con vida tendría que repartir todo este tesoro y entregar el disco de obsidiana a la ciudad, cosa que obviamente no quería ¿Por qué debó de darle semejante poder a los dirigentes de esa sucia polis, cuando yo simplemente me lo quedó para mí?

<<Esos sucios bastardos no me toman en serio, nadie en esa maldita ciudad lo ha hecho. Sin embargo, ahora que tengo el disco de obsidiana en mis manos deberían de hacer que me respeten luego de enseñarles una buena lección. Reduciré esa ciudad a escombros y luego tomaré cualquier otro lugar en la Helade por la fuerza. Con esto conquistare todo el archipiélago bajo mi poder, el imperio me temerá y ascenderé a la grandeza, tal y como lo hizo Helena hace siglos.

<<Entonces, ahí sí, me respetaran-Explicó la hechicera.

-Ya veo… entonces si eres una amenaza. No puedo dejarte salir con ese disco de obsidiana de este laberinto-Declaró el hombre de gris.

-No me hagas reír. Puede que luzcas muy amenazante y todo lo que quieras, pero es un hecho que el disco de obsidiana esta en mis manos, yo soy la que tengo el poder aquí. Con esto puedo someterte y matarte con facilidad, estás contra mí y el minotauro. No tienes chances, no me serás más que un calentamiento, mi primer sujeto de pruebas-Expresó esto último con una sonrisa maliciosa.

-¿De verdad crees eso?

-Si-Declaró la elfo sin ningún ápice de duda-. Yo tengo el disco ¿Tu qué? ¿Esos ojos brillantes y el hacha de ese mugriento orco? Poco podrás hacer.

El flacucho frunció su ceño y respiró hondo retrocediendo ligeramente para atrás. Parecía ser que las suposiciones de la hechicera eran verdad, tan solo tenía una apariencia intimidante y poco más. La elfo soltó una pequeña carcajada ante esto, tenía las de ganar.

-Ahora, si no quieres morir hazte un lado. Premiare tu valentía con perdonarte la vida si me obedeces, pues me considero a mí misma un poco benevolente.

El flacucho no dijo nada, tan solo la miró con el ceño fruncido y una expresión molesta.

-Si no te importa, saldré del laberinto y pondré al resto de soldados bajo mi mando para sí lanzarme a la conquista, así que ¡Muévete!

-Sobre apropiarte de los mercenarios, te tengo malas noticias. Ya no hay mercenarios, ni tampoco barco. Me aseguré de que no puedas salir de esta isla-Informó el sujeto grisáceo con toda calma y tranquilidad pese a sonar amenazante.

-¿Cómo?

-Así es, como oyes. Quise asegurar mi victoria desde un principio, supuse que tu intentarías apoderarte del disco desde el primer momento en que pisaste ese navío, era bastante obvio. Apestas de sed de sangre.

La hechicera trató de esbozar una sonrisa, pero enseguida esta se desvaneció al mirar al hombre a los ojos. Entonces en ese mismo instante lo supo, decía la verdad. Mató y asesino a cada soldado en la fortaleza y destruyó el navío, hablaba enserio. Ahora, estaba aquí dispuesta a detenerla.

Él era una amenaza, tenía que deshacerse de él.

-¡Mátalo!-Ordenó la hechicera a su fiel acolito.

El minotauro asintió con un bufido, con gusto cumpliría esa orden, estaba queriendo hacer esto desde que el flacucho entró en la habitación.

Se lanzó enseguida contra el flacucho, apretando su puño y estirando su brazo para dar un mortal ataque en la cabeza de su víctima, la fuerza y el vigor de aquel puñetazo eran tan colosal que fácilmente podrían decapitarlo. El hombre grisáceo estaba perdido, sin embargo. Apenas se inmutó.

El extraño sujeto tan solo se limitó a mirar de reojo como la bestia procedía a la ofensiva en cuestión de segundos, no movió ni un solo musculo. El puñetazo iba directo a toda velocidad dirigido a su cráneo, si no hacía algo se lo reventarían. Cuando estaba justo por impactar sucedió algo extraño, el flacucho desapareció dejando partículas negras flotando en donde estaba. El ataque del minotauro pasó de largo sin que le diera a nada, la bestia casi perdió el equilibrio pero se recuperó de inmediato. Miró al frente y se topó con el flacucho a tan solo metros de su anterior posición ¿Cómo había logrado moverse tan rápido?

La hechicera vio claramente esto y quedó confundida, se preguntó cómo era posible que haya esquivado el ataque de manera tan veloz. Era sorprendente, ni siquiera el guerrero con las mejores reacciones del mundo podría ejecutar ese movimiento. Esto reafirmaba aún más el hecho de que este sujeto era peligroso para los objetivos de la elfo, ella tendría que eliminarlo aquí y ahora si quería salir con vida.

Entonces, el hombre grisáceo decidió por fin actuar, era momento de tomarse esto enserio. Había venido aquí para llevarse el disco lejos de las garras de cualquier mago y eso iba a hacer, aunque tuviera que luchar contra un minotauro y un hechicero potenciado con dicho disco. En la posición en la que estaba más le valía actuar con seriedad y prudencia, no podía relajarse en esta situación. Sabía perfectamente que un usuario de magia se convertía en un peligro para toda una ciudad si este controlaba el disco de obsidiana, no podía cometer el terrible error de subestimar a la elfo.
Sim embargo, determino algo. No usaría su armadura en este combate, tan solo la emplearía en caso de emergencia o como disuasivo. Para enfrentarse a la bestia creado por Minos no la consideraba necesaria, pues podía lidiar con ese monstruo solo usando su velocidad.

El flacucho estiró su brazo y abrió su mano, una espada corta apareció de inmediato y la agarró. La había conjurado, el mismo la había creado con su magia y le dio su forma. Esta era una de sus habilidades.

<<Veo que también usa magia, es un conjurador>>Se dijo a si misma le elfo. Ella también tomaría partido en este combate, no podía arriesgarse a dejar que el minotauro se enfrentará solo contra él.
Lo último que quería recibir eran sorpresas.

Soltó el disco de sus manos y este comenzó a orbitar a su alrededor, levitando y emitiendo una tenue luz. Su cuerpo podía sentir como le otorgaban una inmensa cantidad de energía, con esto podía usar tantos hechizos como quería sin desgastarse, como también así la intensidad y potencia de esto. Era hora de hacer magia.

Se elevó ligeramente del suelo y unos cuatro tentáculos surgieron de su espalda, como así también dos pequeños de sus palmas.

Aniquilaría al flacucho.

El hombre grisáceo por su parte desvió la mirada del minotauro por un segundo, sus brillantes ojos se posaron en la maga que comenzaba a recibir la colosal energía del disco. La bestia aprovechó la distracción, cargo directamente contra el apuntando con sus cuernos al pecho de su adversario. Trataría de deshacerse rápidamente como lo hizo con el otro mago. El extraño sujeto de inmediato se dio la vuelta, vio claramente como aquella poderosa embestida estaba a punto de arrollarlo, tenía tan solo unos escasos segundos para actuar y salirse de en medio, pero no hizo eso. Arrugó su ceño, plantó los pies en el suelo y extendió sus bazos, pretendía parar el choque.

El minotauro estaba ahora a escasos centímetros de su oponente, con sus filosos cuernos listos para penetrar el pecho del flacucho, pero no sucedió. El sujeto grisáceo había logrado agarrar dichos cuernos parando la embestida de manera brusca, deteniendo la increíble y vigoroso poder de la bestia. Sus pies se hundieron ligeramente en el suelo, rompiendo un poco la piedra que lo recubría.
El minotauro quedó sorprendido, nunca antes había tenido el atrevimiento de hacer eso ¿Quién era este sujeto? ¿Cómo era que tenía la fuerza para detener a una bestia como esa en media carga? Esto era inverosímil, no era posible que alguien así existiera.

Ambos de inmediato se enfrascaron en una competencia de fuerza, con el minotauro tratando de retirarse y con el flacucho evitándolo agarrando los cuernos de la bestia. Trataba de apartarse de él, pero le era imposible, no le dejaría irse así como así, pagaría el precio de ese ataque. El extraño sujeto entonces comenzó intentar quebrar esos filosos cuernos, le era mucho más conveniente si lograba arrebatárselos, pues despojaba a la criatura de un arma mortal.

La bestia trató de soltarse, pero le era imposible. Enseguida prosiguió a lanzar un letal puñetazo contra el abdomen de ese infeliz, pero para su desgracia el flacucho logró parar el ataque con una patada. El minotauro entonces lanzó un quejido de dolor, podía asegurar que le había roto al menos dos de sus dedos. Estaba en graves problemas, no podía zafarse, los cuernos se encontraban en su limites a punto de ser quebrados. Esto era malo. Sin embargo, para su suerte la hechicera intervino en su favor.

Un gigantesco y grueso tentáculo obligó al flacucho a soltar los cuernos del minotauro y separarse de él. El extraño sujeto había logrado esquivar el ataque sorpresa, retrocediendo en el momento justo antes que le diera de lleno. Las monedas regadas por el suelo volaron por todas partes ante el temible impacto contra el suelo, si eso lo hubiese dado hubiera quedado aplastado.
Acto seguido el tentáculo se retrajo, volviendo hacia donde estaba la hechicera y regresando al interior de su cuerpo.

La elfo miraba con seriedad a su adversario. Había visto como su fuerza rivalizaba con la de su lacayo, era un sujeto extraordinario, no podía creer que alguien así en el continente existiera. Se preguntaba de donde provenía y como era posible que tuviera eras habilidades físicas, pero eso era lo de menos. No era momento de preguntarse esas cosas, tenía que eliminarlo cuanto antes.
El minotauro se volvió a lanzar, arrojando decenas de puñetazos contra el flacucho, mientras la hechicera apoyaba a su subordinado usando decenas de tentáculos que atravesaban el aire como flechas.

El hombre grisáceo actuaba de manera defensiva, esquivando todos los ataques que le fuera posible, con los tentáculos rozándolo y con los puñetazos de la bestia cercanos a darle. Usaba su espada rechazando las ofensivas y cortando las mágicas extremidades de la hechicera.

De pronto vio una oportunidad para atacar. El minotauro alzó ambos brazos, de inmediato el flacucho abrió los ojos, era su momento. Gruñó y golpeó con fuerza las costillas de la bestia, de inmediato esta soltó un quejido de dolor. La fuerza aplicada en ese ataque lo hizo tirarse para atrás, cayendo al suelo de espaldas.

-Mierda-Expresó la maga sorprendida. No podía dejar que esto pasara.

Estiró su brazo apuntándole al flacucho y decenas de tentáculos salieron disparados de su palma a toda velocidad al mismo tiempo, como una peligrosa lluvia de flechas.
El flacucho vio esto y se preparó, puso su espada delante suyo y precedió a cortar a cuanto tentáculo se le aproximara, sin embargo, enseguida se vio superado por la increíble cantidad. No podía retroceder, ahora todas esas cosas estaban encima de él.

Lo derribaron al suelo, pero logró librarse de unos cuantos con un tajo, trató de retroceder, pero se dio con que uno de sus brazos se encontraba atorado en la numerosa red de tentáculos. Esto era malo.

Alzo su brazo con la espada preparándose para seguir cortando, pero eso no le iba a ser posible, pues el minotauro estaba ya delante de el listo para darle un puñetazo. El flacucho jadeó de la sorpresa, tenía que pensar rápido, de lo contrario el ataque de la bestia seria letal. Entonces se le ocurrió, era una idea desesperada y que le costaría caro, pero no podía hacer mucho.

Se movió ligeramente al costado, justo antes de recibir el inclemente ataque del minotauro. Impacto de lleno en su brazo muy cerca del hombro, el mismo brazo que tenía atorado en la red de tentáculos. La fuerza aplicada en su extremidad fue tal que se lo destrozo sin mucha dificultad, la carne, los huesos y los ligamentos eran poca cosa para el extremado poder físico del minotauro. En pocos segundos el flacucho se había quedado sin extremidad, sin embargo, fue capaz de liberarse.

Sin perder el tiempo y con espada en mano, prosiguió a atacar con una estocada los costados del pecho de la bestia, pero fue infructuoso. El cuero del minotauro era tan grueso que el metal apenas si lograba tener efectos en él, esa piel era tan dura como la armadura más robusta. La criatura al sentir el pinchazo de una espada lanzó un manotazo el cual impactó contra el flacucho mandándolo a volar unos cuantos metros.

-Bien, ya tengo uno de tus brazos-Dijo la hechicera contenta pero no satisfecha. Ella no lo estaría hasta que consiguiera matarlo.

El hombre grisáceo se levantó del suelo mirando fijamente a la maga. Sin arrugar el rostro del dolor o exhalando e inhalando con rapidez. No, su expresión era tranquila y su respiración normal. De hecho, la herida que tenía cerca del hombro no sangraba como debería hacerlo, tan solo emanaban unas cuantas gotas y ya. El flacucho no parecía estar tener dolor ni señales que dijeran que lo estaba aguantando. La elfo quedó atemorizada al ver esto, no podía creer lo que estaba viendo, este sujeto…. este sujeto no se estaba revolcando en el suelo por el que debería ser un agónico sufrimiento. No, el tan solo miraba a maga con seriedad, esperando a que ella diera su próximo movimiento.

-¿Quién demonios eres tú?-Preguntó la hechicera con incomodidad y miedo en su interior.

-Eso no es de tu incumbencia-Respondió el flacucho-. En lo que a ti respecta soy el sujeto que voy a quitarte ese disco de obsidiana.

La hechicera tragó saliva.

-Te lo advertiré una vez más, dame el disco de obsidiana de manera pacífica o te matare-Dijo el hombre grisáceo con calma.

La elfo apretó sus dientes, mirando con enojo al extraño individuo que tenía delante de sus ojos.

-No. Me niego-Respondió con ímpetu.

Eso era algo que no estaba dispuesta a hacer, entregar el disco de obsidiana, bajo ningún concepto. No llegó hasta aquí para que se lo arrebataran con facilidad, no le importaba quien sea el individuo que se opusiera a ella, no se lo daría ni a los mimos dioses. Este objeto de increíble poder no podría ser fácilmente separada de ella, no, tendrían que quitárselo de su cadáver.

El miedo que sentía no era nada comparado con la codicia y ambición de su ser. Por más que este sujeto sea intimidante no se dejaría atemorizar por él, haría todo lo posible para destruir esta amenaza, el obstáculo que se interponía entre ella y la más absoluta grandeza. Este extraño hombre podía ser destruido si la elfo utilizaba la fuerza necesaria, que le arrancaran el brazo era prueba de ello, no era indestructible, se podía vencer. Si su cabeza era reventada no habría nada que el pudiera hacer, era posible derrotarlo.
-Entonces…-Estaba a punto de decir el flacucho hasta que de pronto fue interrumpido por la hechicera.

Ella extendió de nuevo su mano, creando una avalancha de cientos de tentáculos que llenaron gran parte de la habitación. Aquellas extremidades emergían de su palma de manera abrupta a gran velocidad, no había manera de que el extraño sujeto pudiera reaccionar a ello, pronto se vio superado.

El flacucho soltó un quejido, muchos tentáculos ahora estaban encima suyo aplastándolo y arrinconándolo contra la pared del gigantesco cuarto, con solo un brazo no podía lidiar contra todo esto, le era imposible. Era incapaz de moverse adecuadamente para cortar las extremidades, el movimiento le estaba muy restringido, apretaba los dientes y arrugaba el rostro. Pronto, trató de emerger por arriba de todos ellos, pero entonces fue atrapado por la hechicera.

Velozmente un tentáculo proveniente de la espalda de la maga envolvió el brazo restante del hombre grisáceo, ejerciendo una gran fuerza que casi le rompe los huesos. No podía liberarse, su única extremidad ahora estaba incapacitada.

De pronto, el tentáculo tironeó con gran fuerza, liberándolo de la avalancha de todos esos tentáculos. Lo llevó hasta el otro lado de la habitación, justo en donde esperaba el minotauro cargando un ataque contra su adversario aún en el aire. Pretendía golpearlo con un vigoroso puñetazo justo en el cráneo, con la intención de matarlo de un solo movimiento. No había nada que el flacucho pudiera hacer, estaba atrapado, no podía liberarse de la extremidad que lo retenía, pronto su vida se acabaría.

Estaba a ya metros del minotauro, dirigiéndose hacia el en cuestión de segundos. Quedaba ya poco, tan solo unos centímetros, la bestia ya había lanzado su ataque, estirando su brazo con gran fuerza y velocidad listo para propinar el ataque definitivo. O eso iba a ser así, hasta que el flacucho actuó.

Frunciendo su ceño usó su habilidad, antes de que el golpe pudiera reventarle la cabeza desapareció justo delante de las narices del minotauro. Era igual a la otra vez que esquivo su ataque, el puñetazo pasaba de largo mientras unas partículas negras quedaban flotando en el aire.

La hechicera quedó consternada, no había manera posible de que el hombre grisáceo pudiera zafarse el tentáculo, retenía su única extremidad, no hay manera verosímil en la hubiese sido capaz de liberarse. Entonces lo vio, y entendió al instante.

-¡Arriba tuyo!-Advirtió la hechicera al minotauro.

Sin embargo, ya era demasiado tarde. El flacucho estaba en caída libre a la cabeza de la bestia, blandiendo el hacha del capitán de la compañía mientras emitía su brillo naranja. El flacucho estaba preparado para atacar. La criatura no tenía oportunidad para hacer nada.

Cayó, posicionando sus pies en sus hombros, entonces ahí acometió con toda su voluntad. Alzó el hacha en lo más alto y con su increíble fuerza la bajó mientras su filo se iluminaba. El cuero y el cráneo no presentaron ninguna resistencia con la magia tajante del arma, el metal llegó hasta el cerebro matando al minotauro de un solo movimiento, justo lo que el planeaba hacer.
La creación de Minos había sido sesgada.

La bestia cayó muerta de espaldas al suelo y el flacucho aterrizó de un salto. La elfo estaba anonadada, no podía creer lo que había visto. El temible minotauro asesinado en un solo ataque, era imposible de creer, aquel ser que exterminó cantidad de guerreros y magos, que no podía ser aparentemente detenido por ninguna fuerza. Este sujeto le había arrebatado la vida sin mucha dificultad, ese extraño individuo que aparentaba ser un enclenque bueno para nada y con una actitud sumisa era la mano ejecutora de tal cosa.

La elfo se apartó unos centímetros hacia atrás, con una expresión de sorpresa y miedo en su rostro ¿Acaso podía vencer aún con el disco de obsidiana? No lo sabía, pero estaba segura que de ahora en adelante sería más difícil sin su acolito.

El flacucho volteó su cabeza, mirando a la hechicera con el ceño fruncido, la mirada hostil y una expresión de enojo en su cara. Ya no tendría piedad alguna, alzó el hacha en mano y comenzó a avanzar lentamente en dirección a su adversaria, quien aún miraba estupefacta a este individuo.

De pronto, a medio camino el flacucho se detuvo fijando su vista en la elfo.

-Detendré la amenaza que representas-Declaró con seguridad y confianza.

De inmediato una luz cegadora emanó del extraño individuo. La maga quedó boquiabierta con lo que veía.

<<¡Esto no puede ser posible!>> Se dijo mientras se quedaba sin aire en sus pulmones de la sorpresa.

Una armadura negra recubría el cuerpo entero del flacucho.

Esa piel grisácea, esa falta de señales de dolor, esa armadura negra ¡Era uno de ellos!

-¡Pero si los tuyos ya no caminan sobre la faz del mundo! ¡Helena la grande los destruyo a todos!-Gritó desesperada.

-¿Los míos? Te equivocas, yo no pertenezco a ellos. Apenas si tengo unos cuantos años de vida en comparación con la longevidad que tuvieron, además, yo no nací en esa época.
-¿¡Pero como!?

-¿Cómo adquirí esto? En mis últimos momentos de vida estuve al lado de un disco de obsidiana, aparentemente morí, pero cuando desperté había cambiado. Ni siquiera sé exactamente como me hice esto.

La maga agachó la cabeza.

<<¡Esto no puede estar pasando!>> Pensaba llena de desesperación.

Entonces gritó con todas sus fuerzas. Decenas y cientos de tentáculos emergieron por cada parte de su cuerpo, con un letal filo en sus puntas y una increíble dureza digna de una muralla. Inundo toda la habitación con ello. El extraño sujeto suspiró con fastidio, esto no sería nada fácil.

El combate se prolongó por horas.



El sol ya salía en pleno amanecer, la luna se ocultaba en el horizonte y la isla permanecía llena de cadáveres. Las llamas del barco hace horas se habían apagado, consumiendo a todo el navío, no quedó ni una sola tabla de madera en pie. Los cuerpos de los soldados eran ahora carroña para las gaviotas y animales que rondaban por la playa.

El flacucho salía del laberinto luego de estar bastante tiempo atrapado en él. En su mano tenía el disco de obsidiana ensangrentado, pero eso no era la imagen más impactante. La extremidad que le habían arrancado en pleno combate estaba de nuevo presente, aquel mismo brazo que le amputaron estaba en pegado a su cuerpo, como si nunca hubiese sido herido de ninguna manera. La carne, los huesos y los ligamentos estaban como nuevos.

Salió de la fortaleza, ignorando la matanza que hizo horas antes, no prestándole atención a ningún cuerpo con el que se topaba. Una vez llegó fuera de las puertas miró al horizonte, con el mar extendiéndose por cientos de kilómetros. Aspiró el fresco aire de la mañana, sintiendo un inmenso placer en hacerlo.

Los vientos del mar, eran sus favoritos.

Luego suspiró exhausto, pero no de cansancio, si no de fastidió. Bajo la vista y miró el disco de obsidiana.

-Ahora tengo que asegurarme de llevarlo donde no sea una amenaza-Se dijo para sí mismo.

Emprendió camino hasta la playa, directo a un pequeño bote que separó antes de incinerar el navío y comenzó a remar por las aguas, perdiéndose en el horizonte.
 
Estado
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