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Distinguir entre el malestar social, el conflicto político y la crisis ideológica. Análisis de la situación político-social en Chile.

Red

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Les presento una columna de opinión que redacté hoy. Mi universidad y mi carrera, específicamente, se ha ido a paro y el presidente ha declarado la aparición del COSENA (Consejo de Seguridad Nacional), que para los que no saben, es un organismo creado en la dictadura de Pinochet con el propósito de tratar casos relacionados al desorden público y el desacato de las libertades personales en la regularidad de las prácticas violentas.

A continuación, los dejo con la columna:

Son días difíciles en Santiago. En Concepción. En Antofagasta. En Chile en general. La crisis política más grande del siglo XXI, podría decirse. Desde aproximadamente el 15 de octubre del año 2019, Chile cambió. Algo despertó. Las formas en cómo las multitudes enfocan su malestar también se vio abruptamente transformada en algo más mórbido, que se va abultando como una bola de nieve y que desencadena en una serie de consecuencias sociales, políticas, psicológicas, emocionales, económicas y de toda índole para el país actualmente. Es un Chile distinto, dice la gente, y creo que habría que tener más cuidado al momento de sentenciar ese hecho.

El malestar social en Chile, para cualquier ciudadano común que es parte de este sistema, no es nuevo. Viene desde hace mucho, desde las largas filas para pagar la luz en Chilectra, desde la corrupción política entre los partidos supuestamente contrarios, desde los embotellamientos en hora punta, desde el pésimo servicio que ofrece el metro en la capital, desde la poca importancia dada al desarrollo regional, desde las constantes faltas de respeto a los procesos y castigos judiciales y, en general, a un sin número de antecedentes que hacen de la vida del chileno un sufrimiento constante. Una pésima calidad de vida y un aumento progresivo de los suicidios, de la violencia y de la infancia traumatizada, bajo el alero del descontento, la fragilidad económica y el desaliento hacia el futuro. Una desesperanza aprendida de generación en generación, producto de años de lucha inútil y poco validada, a cambio de míseros cambios graduales y muy vagos que no hacen sino fundar una melancolía social infinita. Los mejores años son los de la infancia, dicen, porque no tenías que sobrevivir con un sueldo mínimo insidioso, que se burlaba en tu cara de tu pobreza y falta de oportunidades.

Hoy, el malestar en Chile se hace presente. Se presenta como aquel niño que, a medianoche y mientras sus padres duermen, vocifera de una habitación a otra con un llanto demasiado alto para pasar desapercibido, que tiene hambre. Tiene hambre de justicia, de validación, de aceptación y de dignidad. El malestar social se convirtió en algo transversal, al menos en un principio. Gente de diferentes sectores sociales, de diferentes estratos socioeconómicos, de diferentes comunas, equipos, partidos y colores salen a vociferar la falta de oportunidades y herramientas para una vida digna. Pocas veces visto en Chile, con la gran y amplia experiencia que tiene este país en dividir las luchas en ideologías y matizar el sentido común con la culpa de apoyar a un sector desmereciendo al otro. Un proceso nunca antes visto en pleno Siglo XXI, donde bastó que subiera 30$CLP el pasaje del transporte subterráneo para que, sin mero aviso, se desatara el descontento en masa. Partieron los estudiantes, siguieron los trabajadores y finalizaron los ancianos, ávidos todos de luchar por una causa común.

No discutiré aquí la falta de entereza gubernamental para enfrentar este momento pues creo que está a la vista de todos. No someteré mi opinión en ese fenómeno solamente, sino que quiere entrar en la mutación del movimiento social. Desde la génesis del descontento social, existe sin duda una fragmentación política que se encuentra en crisis. Unos a los otros, se miran impávidos tratando de buscar culpables y responsables de éste malestar y ninguno acepta las consecuencias ni repara en soluciones. Todos quieren tener la razón y ninguno la puede tener. Los sectores se polarizan y la discusión se vuelve una amalgama de términos técnicos, políticos y económicos que solamente difunden confusión en la población que rehuye de un posicionamiento político. Los chilenos dicen: “esto no es de derecha, ni de izquierda”. Y así es, al menos al principio. El posicionamiento social que presenta la multitud marcha se encuentra desarmada políticamente y enfrenta al gobierno con humanidad, decencia y dignidad.

¿Y qué es la crisis política sin una correspondiente crisis ideológica? Los polos opuestos están extremando sus discursos en vistas de polarizar también a la población que busca soluciones según sus apremios. Apelar a lo sentimental, a la justicia y a los derechos humanos mientras que, desde el otro lado, facultar la seguridad social, fortalecer el aparataje económico y cuidar las vías democráticas amenazadas por violencia son tácticas que son utilizadas con frecuencia. Los chilenos se están polarizando, pero no se dan cuenta. Se empiezan a enfrentar entre ellos, se da aparición a los antifascistas, a los chalecos amarillos, a las fuerzas de orden público, a los anarquistas y a los que marchan libre y pacíficamente. Todos son uno solo, pero están divididos por sus motivaciones personales. Es aquí, en este río revuelto, donde la política vuelve a encontrar alimento para sus aspiraciones ideológicas. Mover a la gente es aparentemente fácil y los enfrentamientos nacidos de apreciaciones sistemáticas frente a los hechos hacen separarse a unos con otros. La lucha ya no es con la clase política, es con una determinada clase política, sea esta izquierda o derecha. Los chilenos dicen: “salvemos esto de la derecha” o “salvemos esto de la izquierda”. Se vuelve a fraccionar el discurso potente y social que primó en un principio y se da lugar a una discusión que matiza el problema y las soluciones. Los líderes y exponentes políticos dan una visión sesgada, poco prolífica y austera en cuanto a soluciones, dando lugar a conjeturas insanas contra el sector opositor mientras la gente, en las calles, sigue protestando como hace casi un mes.

No hay que desmerecer al importante número de personas que siguen absteniéndose de pertenecer a un adoctrinamiento político para obtener réditos ideológicos, y que se mantienen luchando por una causa común que dignifica su vida y su simbolización dentro de esta cultura y sociedad. Es de apreciar, valorar y destacar el equilibrio psicológico para no pertenecer a los hechos circundantes entre acusaciones constitucionales, cabildos ideologizados y otorgarle facultades divinas a las fuerzas armadas y de orden público. Son privilegiados intelectualmente aquellos que se abstienen de hundir la mente en aseveraciones polarizadas, ciegas y sometidas a un cálculo frívolo poco autocrítico, cobarde e ignorante.

La lucha, hasta el momento, no tiene una caducidad anunciada. La presidencia, por su parte, no ha dado ningún avance en alguna materia importante y su falta de liderazgo para afrontar las problemáticas y demandas ciudadanas es sinónimo de repudio internacional. Sebastián Piñera no es solamente un presidente acabado, sino que además está rendido al malestar social. Es víctima del repudio de todo, y de todos. No hay más que hacer que, manteniendo una postura crítica frente a estos movimientos sociales, se fortalezcan los lazos de amistad cívica y prosperen las soluciones que permitan tranquilizar, al menos parcial y gradualmente, el malestar devenido desde hace más de 30 años.

Y si no, bueno, el 2022 será una fecha vital para la salud del país.
 
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