El día era domingo y una hermosa chica fue a la playa con su familia, y aunque éste no era especialmente su escenario favorito, parecía que iba ser una buena tarde. Su familia bebía y compartía con gran entusiasmo a la luz de la fogata que habían encendido, sin embargo ella seguía sintiendo que no encajaba allí.
Presa de sus pensamientos, comenzó a caminar sin dirección fija por la orilla de la playa, sintiendo el agua acariciar sus pies y la arena rasposa tocar su piel. De repente, levantó la vista hacia la penumbra del océano encontrándose con algo que la dejo boquiabierta.
Alcanzó a visualizar a una pareja de tortugas marinas que nadaban cerca y sin que nadie se percatara de su presencia. Aquel par parecía inseparable, hasta se le hizo un poco extraño ver a dos tortugas juntas, normalmente siempre te encuentras a una sola. Lo más bonito era pensar, que ese par de tortugas probablemente estuvieran en su momento de romance, enamoradas y que no podían vivir uno sin el otro.
Las sensaciones y entorno que estaba experimentando en ese preciso instante, le producían una agradable sensación de entrañable sosiego, el cual no había experimentado desde hace un tiempo, pero aquel momento en que poco a poco se iba notando el atardecer en el ambiente y la brisa marina, junto al ver las románticas tortugas y disfrutar de una tarde familiar, le hacían sentirse agradecida por el momento tan especial que estaba viviendo.
Pero si tenía razones para sentirse agradecida, ¿Por qué sentía también que no encajaba? ¿Por qué la sensación de vacío? Mientras las tortugas nadaban sin parar y se adentraban cada vez más en lo profundo del mar, ella solo se quedó allí parada, con su familia a la espalda y el horizonte en frente, guardaba con fervor en su corazón la esperanza de sentirse al fin parte de algo sin culpas ni remordimientos.
Con el sol ocultándose, decidió que era hora de regresar, inicio entonces el camino a su realidad nuevamente y dejo que sus pensamientos, esos que tanto dolían, se guardaran como siempre.
Retornando por sobre sus pisadas, un extraño gorgoteo llamó su atención hacia un imponente farallón. La estructura rocosa asemejaba una gran pantalla, sirviendo de lienzo para que los fulgentes de la luna (ya en lo alto), la impregnaran de trazos oscuros vinculados al oleaje que rompían en vaivén. Volvió entonces sus pies al agua y se adentró a poco mas de la orilla para saciar aquella curiosidad. Cerca de su destino, una silueta salió disparada perdiéndose por las penumbras de la noche; cualquiera pensaría que su presencia no era esperada. Aun así, aquel gorgoteo persistía y ella, ni cobarde o indecisa, se adentro por el pilar de rocas en busca de una respuesta. Lo que encontró en cambio, seria a una tragedia.
El hombre de aspecto andrajoso y descuidado, se revolcaba con fuerza menguante mientras sujetaba firmemente su pescuezo. Las olas arrastraban un espeso tinte opaco que emanaba por entre los rígidos dígitos de la victima. Pese a ello, lejos de atusarse, una extraña sensación capturó el pensamiento de la joven. Brillando por el reflejo del astro perlado, el filo de una navaja se enmarco fijamente en su mirada recelosa.