The PeaceMaker
Quisiera ser una zarza...
- Registrado
- 14 Abr 2019
- Mensajes
- 134
- Reacciones
- 267
- Awards
- 0
- Ubicación
- Argentina, Buenos Aires
- Shibecoins
- $15.725
- Bitshibe
- $0
Encuentro:E1
Realmente se sentía un poco más tranquilo; no se había movido de su posición desde que Tzila se había caído inconsciente. De hecho, cuando quiso moverse para liberarse, la mujer lo adoptó como si fuese su peluche personal para dormir. Era increíble la fuerza que podía ejercer estando inconsciente, dado a que ahora su abrazo era tan profundo como su sueño, Leo estaba embriagándose por el olor de ella. Una mezcla de café, perfume y sudor dado a todo lo sucedido que su nariz comenzaba a detectar y a emborracharse con el mismo.
Ya habían pasado quince minutos. Tuvo que salir de su trance utilizando una almohada que puso entre ambos para que haga de sustituto. Al hacer algo así, ella, en su inconsciencia, comenzó a mostrar molestias. En el momento que se alejó de ella, los gritos comenzaron. Intentando calmarla lo mas rápido posible, tuvo que cumplir con la petición que hizo antes de acabar en esta situación.
[...]
— Espero no estar agarrándole el gusto a esto...haha...
Bromeó en voz alta a ver como había terminado haciendo aquello que de verdad no le agradaba, pero no tenia opción. Se aseguró de solo esposar una de sus manos para que, si llegaba a despertar, pudiera liberarse por su cuenta. Hoy era su ultimo día libre antes de tener que volver a visitar a Mei-Ling, y no podía esperar para contarle todo lo que había descubierto.
Por si acaso, siempre contaba con una copia de sus llaves, así que las dejó sobre la mesa con una nota para la detective si se despertaba antes de que el volviera. Saldría a la calle con la intención de tomar un poco de aire y de comprar algo para esta tarde. Tal vez lleve algo para Tzila también. Caminando por la calle, perdido en sus pensamientos, automáticamente hizo la misma ruta que hacía siempre al pequeño mercado y recobró su consciencia allí. Tomó una pequeña cajita de jugo de fresa, pagó y salió. Buscó un lugar para sentarse y lo encontró cerca del parque, bajo un gran árbol.
Abrió su juguito y lo bebió detenidamente, asegurándose de "disfrutar" el ambiente tranquilo de la tarde. Daba pequeños sorbos mientras miraba las nubes y oía el cantar de los pájaros, ya volviendo a sus nidos por la tarde. Estando en lo poco que la ciudad tiene para ofrecer de naturaleza se sintió relajado. No supo cuanto tiempo pasó y divagó sobre estos cambios repentinos en su vida. De pronto su trabajo terminó y ahora le habían encomendado el trabajo que nadie quería, le redujeron el salario y su vida ahora corría riesgo cada momento en donde se cruzara con alguien a quien no conociera. Por otra parte, había conocido a una chica joven bastante...¿Interesante? Su ahora única alumna, Mei-Ling, resultó también estar involucrada en este problema con LIMBO, pero lo tomó con mucha mas calma gracias a que estaba acompañado por ella desde el primer momento. También una mujer extraña estaba en su departamento, y con su llegada, la muerte de sus interacciones sociales con los vecinos. Nunca había sido popular pero ¿Debería considerar esto como "popularidad"? Tan solo son una serie de acontecimientos no muy relacionados que desembocaban en estas nuevas personas.
Intentó ver el lado positivo. Tomó un gran respiro y suspiró. Comenzó a sorber su jugo, en el banco del parque, cuando sintió una presencia. Estaba demasiado cerca, tan cerca que la sentía a su lado, justo a la derecha. Al mirar hacia allí, ya habiendo oscurecido, vio aquello que presentía; una figura robusta, trajeado y sin rostro. Su rostro era como una masa negra con relativa forma humana, y sus ojos resplandecían en un tenue fuego azulino. Estaba sentado a su lado, con varias decenas de centímetros de diferencia. Al chocar miradas, Leo sorbió con fuerza lo poco de jugo que le quedaba, y tragó. Sin despegarle la mirada, tiró la cajita de jugo y le habló.
— Bien...Estoy listo...
Leo sintió su cuerpo tenso. Intentaba calmar sus latidos pero estaba ansioso por lo que podía pasar. Inesperadamente, el individuo trajeado le mostró un maletín.
— ¿Que...?
Al abrirlo, vio armas de fuego y algunos objetos que desconocía pero se veían sumamente asquerosos. Volvió a chocar con sus ojos flameantes.
— ¿No vas a matarme?
— Claro que no, señorito ¿Qué le hizo pensar eso?
Aquello provocó una pausa larga. Prosiguieron.
— Bueno, normalmente siempre que sale algo así de desconocido y peculiar siempre termina en algo que ponga en riesgo mi vida.
— Y temo que así será por ahora, señorito Montielo.
— ¿Cómo sabe mi...? ¿Quién es usted?
— Muchos me llaman por distintos títulos, pero usted puede llamarme Charon — indicó acomodando su fedora. — ¿Ve algo de su gusto?
— No, nada. De hecho, no creo estar interesado en nada. Agradecería si te fueras.
Charon cerró su maletín y lo puso del otro lado.
— Debe ser duro participar en el LIMBO ¿Verdad?
— ¿Sabes de eso?
— Yo se muchas cosas, joven Leo, por un precio claro.
— Ya veo...¿Cuanto...?
Charon volvió a traer su maletín y con un tono mucho mas animado, habló.
— Con la compra de un producto, contestaré cualquier duda que precise ¿Qué le parece?
— Bien bien...Como usted quiera ¿Cuanto? — dijo sacando su teléfono, pretendiendo hacer una transferencia.
— No se preocupe por la cantidad, sino por la calidad de lo que busco. Viendo que aun desconoce mucho de estos lares, déjeme ofrecerle esto — le extendió a sus manos una cosa extraña, esférica, de apariencia asquerosa.
— ¿Qué se supone que es eso?
— Qhilopth. Una fruta... — Leo lo interrumpió.
— ¿Una fruta? ¿Esa cosa es una fruta?
— Si, una fruta demoniaca. Le otorgará un poder inimaginable cuando la consuma.
— ¿Poder?
— Claro, si no quiere ser consumido por el Limbo y sus asociados, deberá consumirla tarde o temprano.
— Es bueno saber eso...¿Cuánto le debo?
— Permítame, joven Leo.
Charon apoyo su mano sobre uno de los hombros de Leo y de allí emergió una luz débil. Al cabo de los pocos segundo todo terminó.
— ¿Qué fue eso?
— Son las almas de los caídos en el Limbo, no tienen mucho uso para usted, pero para mi son importantes. Si en algún momento está dispuesto a ser un cliente regular, no olvide mi nombre.
— Si...Lo tendré por sentado...Ahora, sobre las dudas...
— Cierto, debo estar en otro lado ahora mismo, así que solo puedo responder dos de sus dudas joven Leo.
— Genial, bien...Sobre el Limbo ¿Se puede escapar?
— Hmm...Si, es posible escapar, si sus piernas son lo suficientemente rápidas he de suponer que si.
— Eso no dice mucho...Bien ¿Y como evito que me lleven ahí?
— Bueno, no creo que haya posibilidad, pero si lo decimos de otra manera...Debería entrar usted primero.
— Enserio eso no dice mas que lo anterior.
— Lamentablemente soy un hombre ocupado, espero verlo pronto y que disfrute su producto. Sabe mejor de lo que se ve.
Con eso dicho, Charon se perdió en la oscuridad de la tarde. Leo miró aquella cosa que había "comprado". No se veía para nada apetecible. No tenia olor alguno, si entrecerraba los ojos tenia mas parecido a una pasa de uva gigante. Cerró sus ojos y le dio una mordida grande, intentando no masticar y tragar rápidamente. Todo fue para no sentir su gusto, lo cual fue en vano porque el sabor permanecía en su boca a pesar de ya haberlo tragado. Era dulce, bastante dulce, demasiado podría decirse. Recostó su espalda en el banco de madera del parque, como queriendo procesar por qué todo pasaba. Su estomago empezó a arder. Pensó en resistir el dolor, creyó que era una molestia pasajera, pero no podía estar mas equivocado.
Se recostó en el banco, aferrándose a su abdomen y apretando los dientes. Quería golpear algo. Quería morder algo. La razón había abandonado su sistema, comenzando a mordisquear y a sacarle pedazos al banco, rompiéndolo lentamente como si ello aliviara el dolor que sentía. Sus dientes comenzaron a crecer, como si fueran los colmillos de un animal. Respiraba muy agitado durante el proceso y en varios momentos estuvo a punto de desfallecer. Fueron unos largos e intensos diez minutos de martirio.
Volviendo en si, y viendo el banco y el extraño sabor en su boca a madera, sangre y metal, se levantó un tanto mareado y se dispuso a volver a casa. Se preguntó cuando pasó tanto tiempo que estaba tan oscuro, y si Tzila aun seguía allí. Que pésimo día libre.